Durante una prolongada caminata en la que Siete Días lo
acompañó hasta
la peluquería de su barrio, el popular bufo porteño se
definió como "poco lindo, pero pintoresco", y explicó el
origen de la "sanata", sus convicciones políticas y sus
gustos en materia artística
Desde hace varias décadas, su nombre figura entre los más
festejados caricaturistas de la mitología porteña. Es que
—ya sea como un erudito modisto, iluminado astrólogo o
peluquero barrial con insospechables vinculaciones en el
jet set international— Fidel Pintos (68, dos hijos)
siempre se destacó como un inimitable cultor de la sanata,
esa apabullante catarata de palabras y sonidos
incomprensibles que culmina con un inocente "¿Me
entiende?" y que desconcierta al más sagaz de sus
interlocutores. Por supuesto, semejante subterfugio no es
gratuito: se trata de una escapatoria con la que el chanta
porteño elude los difíciles trances en los que se ve
envuelto durante sus conversaciones, y sin la cual
quedaría al descubierto como un vulgar farsante. De esta
manera, los desopilantes personajes recreados por FP
pueden permitirse desgranar sesudos monólogos sobre temas
que ignoran por completo y asegurar con la mayor
naturalidad que son los protagonistas de cuanto
acontecimiento sacude a la opinión pública.
En realidad, pocos actores cuentan con una trayectoria
artística tan vasta como la del inefable Fidel. Desde sus
comienzos, cuando animaba festivales tangueros en los años
treinta, participó en innumerables audiciones radiales,
obras de teatro, películas y programas de televisión; una
nutrida trayectoria de la que sobresalen sus films 'Un
tropezón cualquiera da en la vida' (con Alberto Castillo y
dirección de Manuel Romero), 'Mujeres que bailan' (con
Niní Marshall y el mismo director) y más de una veintena
de otros títulos que se completan con los actualmente
exhibidos 'Me gusta esta chica' (con Palito Ortega y
dirección de Enrique Carreras) y 'Los caballeros de la
cama redonda' (con Alberto Olmedo, Javier Portales y
dirección de Gerardo y Hugo Sofovich). Pero, seguramente,
su popularidad no surgió de la pantalla grande sino del
parlanchín Monsieur Canesú —el afrancesado modisto que
cautivó a Buenos Aires desde sus espacios radiales— y el
polifacético peluquero que sigue animando en Operación Ja
Ja, la chispeante revista humorística que idean los
hermanos Sofovich en Canal 11.
Para tratar, precisamente, de conocer la verdadera
personalidad del encumbrado actor y conocer sus opiniones
sobre los más variados temas de actualidad, Siete Días
conversó extensamente con él durante una prolongada
caminata por el barrio de Constitución. El reportaje se
realizó, claro, previo compromiso del divo en el sentido
de no eludir la requisitoria con su característica
"sanata"; una promesa que —dicho sea de paso— no siempre
fue respetada al pie de la letra por el escurridizo Fidel.
—A lo largo de su carrera, ¿nunca animó otro personaje que
no fuera "el chanta", "el camelero"?
—Antes de contestar tendría que hacer una aclaración.
Tenemos que ir por partes: una cosa es el chanta y otra
muy distinta el camelero. Este último término fue muy
utilizado en el teatro español: es muy frecuente escuchar
en zarzuelas y otras obras del género cosas como "no me
cameles o mira que te estoy cameleando". Así, los actores
salían del paso cuando —durante sus largos parlamentos— se
olvidaban la letra y comenzaban a inventar cualquier cosa.
Pero el chanta, en cambio, es completamente otra cosa: es
el tipo fanfarrón, que pretende saber todo mejor y dominar
cualquier tema. Un buscaglia, en otras palabras.
—Y la sanata, ¿qué vendría a ser?
—Es un derivado del camelo, pero el término es original de
Buenos Aires. Nació en el año 1933, cuando animaba unos
carnavales en la Unión Tranviaria, y que se trasmitían por
Radio del Pueblo a partir de las diez de la noche. Eran
tan opiosos que nunca había un alma; de manera que al
empezar la trasmisión, agarraba un pito, una corneta y una
matraca y me mandaba el gran camelo por micrófono como si
la sala estuviera que explotaba. Alguien dijo entonces que
yo hacía sanata, y la cosa quedó así...
—¿Pero eso de mascullar cosas incomprensibles?
—Eso forma parte de lo otro, y comencé a utilizarlo por la
misma época. En esos tiempos existían los glosadores de
tangos, que hacían una especie de antología de la orquesta
típica antes de que ésta comenzara a ejecutar sus temas.
Un día yo me había quedado sin material, y no pude menos
que anunciar una glosa. Cuando en la sala no se escuchaba
el zumbar de una mosca comencé a decir cualquier cosa:
"Suena un tango / y mientras un tango suena / como una
condena / que va llegando / a los corazones / la mina
canta / por eso, hummmm, claro / el farol ji snif, snit,
nummm / el bandoneón". Fue algo bárbaro: la gente no
entendía nada —muchos corrieron a pedirme la letra—, pero
lo había dicho con tanta convicción que la cosa no
disgustó a nadie. Esa fue la primera vez, y sigo con lo
mismo hasta hoy.
—¿No es mucha coincidencia que durante toda su trayectoria
artística haya interpretado el mismo personaje?
Concretamente, ¿usted no será un poco camelero?
—Un poco sí, es verdad. Pero chanta no, ¿eh? Soy algo
sanatero, y le voy a decir que esta cualidad me ha venido
muy bien en la vida. Cuando me hacen las interviús y me
preguntan algo que no quiero contestar entro a rascarme la
nariz, a toser y a decir cosas incoherentes. Y si el
periodista insiste en lo mismo le respondo enfáticamente
algo así como: "Y, hombre, lo que digo es claro, si estoy
en lo cierto, ¿no le parece?"
—Le recuerdo que tiene un pacto con Siete Días en el
sentido de no hacerlo durante este reportaje ...
—Trataré. Pero ocurre que la gente me tiene muy
identificado con eso y, en realidad, a veces lo hago muy
en serio. Estoy hecho así. Inclusive, muchas veces he
recibido propuestas para hacer papeles serios y yo no
acepté. Me siento demasiado cómodo con mis
caracterizaciones.
—Existe un hecho curioso: tanto en su caso como en el de
Porcel y otros cómicos de renombre parecerían limitarse a
explotar sus defectos físicos para despertar la comicidad.
Usted, por ejemplo, explota su nariz. ¿Nunca buscó
recursos más específicamente actorales?
—Es una buena pregunta, y yo le contestaría que hay algo
de las dos cosas. Porque narigones hay muchos ...
—¿Y si usted se hiciera la cirugía estética?
—... me moriría de hambre. Esta cara fue hecha sin querer,
viene con esta nariz. Ya lo dije muchas veces: no soy
lindo, pero pintoresco.
—Antes de trabajar como actor, ¿nunca se acomplejó?
—No, para nada. Es más, me encantaba —como todavía hoy me
gusta— escuchar y recordar las cosas que me dicen por la
calle. Todo el mundo se ríe y lanza un comentario jocoso.
—¿Por ejemplo?
—Y, muchas cosas. Me preguntan: "Fidel, ¿qué olor van a
tener las rosas el año que viene?"; o exclaman
admirativamente: "Fidel: tu nariz es la vaina de la
ciudad". Pero lo más genial que se dijo alguna vez de mi
nariz estuvo en boca de un genio: Enrique Santos
Discépolo. Estábamos haciendo una obra en el teatro
Politeama, y yo hacía el papel de un tipo muy erguido, que
se llamaba Wunderbar. Una noche, durante una escena en que
yo le gritaba en sanata y él se arrugaba cada vez más ante
mí hasta quedar en cuclillas, me miró para arriba y
—saliéndose del libreto— me dijo: "Che, ¿no me alquilás un
agujero para vivir?" Obviamente, no pude seguir con la
letra.
—En muchas oportunidades usted remarcó su admiración por
Discépolo. ¿Fue su ídolo?
—Mire, no me paro ahora en su homenaje porque no saldría
en el micrófono. Pero lo considero lo máximo, genial. Y no
sólo por las letras de sus tangos. Su música es fuera de
serie, y su teatro maravilloso. De chico siempre ambicioné
estar dos horas junto a él, y tuve la suerte de
acompañarlo en dos temporadas teatrales. No tenía
desperdicio.
—¿Qué otro personaje de aquella época llegó a impactarlo?
—Tanta gente ... Mario Fortuna, se me ocurre ahora. Fue un
actorazo y una persona formidable.
—Actualmente, ¿quién es el mejor actor argentino?
—Alfredo Alcón es una cosa seria. Y todavía es muy joven:
puede llegar muy lejos.
—¿Y de las actrices?
—Hay muchas que están despuntando y estoy seguro van a
hacer capote en el teatro. En general, pienso que el
teatro argentino se va a levantar muchísimo en un futuro
próximo.
—Sin embargo, muchos opinan lo contrario: que la
televisión le está quitando cada vez más audiencia al
teatro...
—Sí, pero yo creo que más bien perjudica al cine. El
teatro tiene otro atractivo, que es la comunicación entre
el actor y el público. Y eso no se logra siempre en el
cine. No se olvide que en muchas películas se comienza
filmando el final o se realizan escenas salteadas para
evitar tener que destruir el decorado. Así, el actor
muchas veces pierde la ilación.
La conversación, a esta altura, se hace cada vez más
dificultosa. Claro que los impedimentos no son obra del
simpático "charleta": ocurre que, mientras Fidel se pasea
por las calles porteñas acompañado del redactor y
fotógrafo de Siete Días, no pasan dos minutos sin que
algún transeúnte o automovilista lance un saludo.
Efectivamente, la gente lo trata con una familiaridad
sorprendente, y le grita —con una sonrisa a flor de
labios—: "Chau, chanta", "Qué decís, charlatán" y un
verdadero muestrario de lo que, tratándose de otra
persona, podría ser tomado como una colección de insultos.
Una sincera prueba de la adhesión popular y que obligó a
los caminantes a refugiarse en un bar para proseguir al
reportaje.
—Al margen de sus actividades profesionales, ¿cómo
trascurre su vida privada?
—A mis años no tengo demasiadas opciones. Me gusta estar
en mi casa leyendo o viendo televisión.
—¿Qué lee?
—Y ... libros. En este momento tengo poco tiempo porque
estoy preparando la nueva revista en el teatro Astros.
—En general, ¿cuáles son sus autores predilectos?
—Yo soy muy nacionalista: me gusta Borges. Y muchos más.
Es como si me preguntaran qué música prefiero: me gusta
toda la música. Especialmente aquella que acaricia mis
oídos.
—¿Como cuál?
—La música melódica, especialmente. No me gusta mucho la
que hace ruido. Por ejemplo, entre Puccini y Wagner, me
llega más Puccini. Es una melodía constante, las cuerdas
poseen una armonía increíble.
—¿Le gusta el fútbol?
—Sí, claro. Soy hincha de Defensores de Belgrano.
—Sin desmerecer a nadie, ¿es cierto eso?
—Sí, hombre. Yo me crié en el bajo Belgrano y seguí a ese
cuadro desde chico. Inclusive ahora suelo ir a la cancha,
y en estos días voy a participar de un festival
aniversario.
—Y al cine, ¿suele concurrir?
—No mucho. Últimamente vi Cabaret que me gustó mucho, y
aquella otra que se llamaba . . . esa del mafioso. Ah, sí:
El Padrino.
—¿Cuál es su entretenimiento favorito?
—Caminar, pasear por los jardines de Palermo, por ejemplo.
Me da una calma y una serenidad sorprendente, y eso me
hace mucho bien, inclusive suelo ir a trabajar caminando,
si tengo tiempo.
—¿No le gusta manejar automóviles?
—Me resulta un tanto difícil porque no tengo coche. Cuando
quise tenerlo no tuve guita, y ahora, que puedo, ya soy
demasiado jovato para aprender a manejar.
—¿Y qué hace con su dinero?
—Usted sabe cómo vivimos los artistas: hoy almorzamos
faisán y mañana comemos las plumas. La mano viene muy
irregular . . .
—¿Nunca viaja, por ejemplo?
—Sí, claro, en el 58 me fui a Europa y visité Francia,
Italia, España y muchos otros países. Me impresionó
muchísimo todo: es como caminar sobre la historia.
—¿Qué es lo que más le impresionó allí?
—Todos los residuos de la historia: el palacio de
Versailles, el museo del Louvre, el Vaticano. Hay que ser
muy insensible para no gozar de semejantes obras de arte.
—¿Existe, a su juicio, algún país en que se viva
ejemplarmente bien?
—Cuando estuve en España no me pareció tan maravillosa
—políticamente hablando—, pero quienes ahora vuelven de
allí aseguran que se vive muy bien.
—Y, en Argentina, ¿qué tendencia política propiciaría?
—Nunca milité en ningún partido. Pero no quisiera decir,
como muchas veces se dice, que soy apolítico. Lo que pasa
es que tuvimos tantos desengaños ...
—¿Cuál de los últimos gobiernos fue el que menos le
disgustó?
—Quizás el de Frondizi. Si le hubieran dejado terminar su
presidencia podría haber hecho buenas cosas.
—En las elecciones del 11 de marzo, ¿por quién votó?
—Y, sí, voté ... Lo hice por el Frejuli. Esa gente viene
con buenos propósitos y la respalda una gran mayoría.
—¿Cuál fue su actitud hacia el peronismo durante la época
de Perón?
—Siempre fui peronista. Lo que pasa es que no me gusta
mucho hablar de estas cosas. Ahora todos preguntan: ¿por
qué no vas a las villas miseria? Y yo voy allí desde hace
cuarenta años, pero nunca lo publicité ni quiero hacerlo
en el futuro.
—¿Qué medidas del programa del Frejuli le parecen más
imperiosas?
—Y, yo apruebo la reforma agraria. Sí se realiza, habría
que hacerle un monumento al gobierno. Porque aquí hay
mucha tierra y podría ser bien explotada.
—¿Por qué cree que no se hizo hasta ahora?
—No sé, todos pusieron buena voluntad, pero las cosas no
les salieron bien. Yo no entiendo mucho de estos temas. No
me puedo explicar cómo a esta altura del partido podemos
seguir teniendo villas miseria. Es terrible: uno va lleno
de esperanzas y lo único que se lleva es una gran
amargura.
—Allí no hay sanata que valga, ¿no?
—No, por supuesto. Ya bastantes camelos tuvieron que
soportar de los políticos ...
Revista Siete Días Ilustrados
14.05.1973
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