Silvia Elvira Martorell de Illia
La Señora Presidenta
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En el vestíbulo —vagamente francés— de la Residencia Presidencial de Olivos, la señora Silvia Elvira Martorell de Illia, esposa del Jefe de Estado, recibió, el jueves último, entre las 20.50 y las 21.55, a un representante de Primera Plana. La señora de Illia fue acompañada por sus dos secretarias privadas —una de ellas. Lucy Rébora, no intervino en la conversación— y por otros tres funcionarios. Peinada con su habitual rodete, vestida con un sweater rojo, la Primera Dama se instaló ante un vasto escritorio de estilo también francés, a la derecha de un óleo estridente, firmado por Benito Quinquela Martín. Tres magnetófonos se desplegaban en el escritorio: dos de ellos pertenecían a Primera Plana. La que sigue, es la versión completa de ese extenso diálogo.

—La casa donde la familia Illia vivió sus últimos años, en Cruz del Eje, está en el centro de la ciudad, a dos cuadras del correo y a tres de la plaza. La dirección exacta es Avellaneda 181. Esa casa les fue regalada por los vecinos mediante una colecta organizada por gente del Comité Radical de la ciudad.
—Gente del Comité, no. Por sus amigos y sus enfermos. Entre los amigos y los enfermos, por supuesto, están también los amigos del Comité, que allá no se llama Comité, sino Hogar Radical.
—Nuestras informaciones indican que el doctor Illia nunca cobraba a sus pacientes, por lo que la situación familiar no era muy próspera. Sólo en el último lustro habían comprado un coche, un Kaiser Bergantín. El doctor Illia era el único profesional del pueblo que no tenía automóvil. De todas maneras, la que más lo utilizó fue usted, señora, que había aprendido a manejar, de soltera, en el coche de su padre. Sus veraneos en Cruz del Eje empezaron cuando usted cumplió diez años. Durante el invierno su familia vivía en Alta Gracia o en Buenos Aires. Iban también la mitad del verano a Mar del Plata, con sus padres y sus dos hermanas. Usted es la mayor.
—No. No está bien todo eso.
—¿No?
—Exacto, no. No fui a Cruz del Eje cuando tenía diez años. Fue mucho antes, a raíz de que toda mi familia es de allá. Cruz del Eje es de Córdoba. Yo soy cordobesa de nacimiento, así que fijesé. En Alta Gracia vivimos después que mi marido fue Vicegobernador. Mis padres compraron su casa allá, más o menos en el año 40 ó 42. Somos tres hermanas. La mayor, yo. Los veranos no los pasaba la mitad en Mar del Plata. Mi padre era ingeniero (Don Arturo Martorell. Su madre se llamaba Mercedes Kaswalder) y dirigía el camino a Mar del Plata. Cuando nos invitaban a Mar del Plata, la verdad que llorábamos. No queríamos ir ninguna, porque nuestro mundo era Córdoba y Cruz del Eje. Teníamos los amigos, teníamos los recuerdos y nos gustaba más. Nuestros padres, bastante adelantados para esa época, nos comprendían muy bien y nos tenían mucha confianza, y nosotros íbamos a pasear.
—En Cruz del Eje, ustedes paraban en casa de una hermana de su madre.
—Sí, mi tía mayor.
—Que ya murió.
—No, no. Vive, gracias a Dios. Es mi segunda madre para mí. Y se conserva muy bien y muy dinámica. Los padres de mi madre, los abuelos, la familia de mi madre, fueron unos de los fundadores de por ahí.
—Usted conoció al doctor Illia en casa de otra tía que vivía en Cruz del Eje.
—No en casa de esa misma tía. Lo conocí siendo muy chica, justamente porque él fue médico de mi tío, que falleció en el año 30.
—El apellido de esa familia era Cichero.
—Exacto.
—Estuvieron unos tres años de novios ...
—Falta mucho para eso. Yo era muy niña, imagínese, y no tenía edad para afilar.
—¿Cuántos años tenía usted?
—A ver, déjeme ver. Mi marido llegó a Cruz del Eje en el 29, y bueno, justamente a los pocos meses de llegar me vio él a mí. En esa época las niñas no eran como ahora, que salen a los 12 años, así que me vio siendo yo muy chica para esa época. Después lo volví a ver en el año 35, a su regreso del viaje a Europa. Ahí fue cuando en realidad lo conocí y estuve tres años de novia, sí.
—¿Con el beneplácito de las dos familias?
—Ah, gracias a Dios, sí. Y con nuestro mundo propio.
—Ya en esa época el doctor Illia se entregaba a la política de manera muy activa, y usted lo veía poco. Por las noches, cuando él volvía del campo, en el auto de don Américo Delgado, se fijaba bien si en su casa había una luz prendida. Entonces, según cuenta don Américo, "se bajaba, saludaba y seguíamos viaje". Delgado tiene 65 años y conoce al doctor Illia desde hace 35. Es presidente in aeternum del Comité de la UCRP en Cruz del Eje. Es un hombre alto y gordo, con cara y —casi con seguridad— con espíritu de caudillo de pueblo. "Silvia es una mujer admirable, siempre me emocionó su paciencia y su temple", dice el señor Delgado. Contó además que usted pasaba largas temporadas sola con sus chicos porque "el doctor", como lo llama todo el mundo, se iba al campo por un mes o a veces más, para las campañas políticas. Quizá para matizar un poco su aburrimiento, usted...
—Gracias a Dios nunca tuve aburrimiento en mi vida. Por eso lo combato en la juventud moderna cuando dicen: "Estoy aburrida, estoy aburrida". No conozco lo que es aburrimiento.
—... usted comenzó a actuar en política. Fue secretaria del partido entre 1946 y 1953...
—Empecé a actuar en política desde que me casé con mi marido. Porque estar en la casa era participar en política. Era estar cuidando el hogar mientras el marido andaba en estas cosas que sabíamos qué eran: por su nación, por su pueblo. Así que... ya actuábamos con toda responsabilidad. Gracias a Dios, los amigos de mi marido me eligieron secretaria del partido desde que la mujer tuvo voto. Así que desde el 45 estuve siempre de miembro del Comité, departamental y del circuito. Empecé por el de circuito, que es el primero.
-Entre 1948 y 1952, cuando el doctor Illia fue Diputado Nacional, ¿usted vivió en Buenos Aires?
-No, yo no me aparté nunca de Cruz del Eje.
-Como secretaria del partido, usted llevaba la contabilidad de las afiliaciones...
—Eso siempre lo tengo de ejemplo acá. Que no faltó un centavo gracias a Dios.
—Todas las personas a quienes los redactores de Primera Plana consultaron en Cruz del Eje, coincidieron en que usted era una excelente ama de casa. Que no sólo cocinaba muy bien, sino que también era muy hábil para la costura. Más de una vez, cuando hubo estrecheces económicas en su casa, usted reformaba las camisas y trajes de su padre.
—Permanentemente, y no por estrecheces. Gracias a Dios, no. Lo mismo que arreglo ahora.
—Usted misma atendía a sus chicos, y aun cuando tenía dos muchachas se levantaba temprano para mandarlos al colegio.
—Gracias a Dios, fui la primera maestra de mis hijos.
—En Cruz del Eje, la señora Úrsula, directora de la escuela primaria provincial, dijo que usted era muy personal y se ocupaba de todo en la casa. "Aunque no eran católicos prácticos —agregó ella—, siempre fueron gente buena."
—Ah, eso está muy mal, la contestación, muy mal. ¡Católicos prácticos!
Fijesé que esta señora Úrsula nunca estuvo muy en contacto mío. Ella es directora de una escuela de La Banda. Las que pueden hablar de mí son las que han convivido directamente conmigo en la escuela de los chicos, la escuela Sarmiento, que después se llamó General San Martín, pero que ahora ha vuelto a su nombre primero. Ahí me conocen muy bien de actuación. De mi casa partieron varios niños para ir a esa escuela, cuidados y arreglados por mí. Pierda cuidado usted. ¡Si usted le puede llamar no ser cristiano ni católico a eso! Nosotros hemos sido siempre los mismos. Y seguimos cien por ciento los mismos. No queremos cambiar. ¿Me entiende usted? Para los amigos y la gente que uno trata diariamente no puede cambiar. Tiene que ser la misma, ¿eh? Fijesé. Muy importante.
—Cuando el doctor Illia atendía el consultorio, usted hacía las veces de enfermera, según investigaron nuestros redactores en Cruz del Eje. Aprendió a poner inyecciones y lo hacía muy bien. También sabía cuidar heridos y ayudaba mucho a su esposo. Este dato nos fue proporcionado por la señora Úrsula. Su casa cordobesa, señora, tenía el consultorio adelante, atrás el comedor y el dormitorio matrimonial, y arriba, sobre el garaje, la pieza de los chicos con una especie de salida independiente. Estaba amueblada en estilo provenzal, y en los últimos años ustedes aprovecharon el patio para construir algunas piezas más. En cierto modo, la casa parecía un comité. Durante todo el día desfilaba gente. "Esa mujer es una santa —proclamó en Cruz del Eje el señor Delgado—. A veces venían los caudillos de campo, más de cincuenta, y le llenaban la casa de barro. Además, había que alimentarlos a todos. Pero ella estaba siempre de buen humor."
—Voy a agregarle unas palabras. Esa casa no fue un comité nunca. Fue un hogar de todas las personas que llegaban. Le voy a decir: en los tiempos peores y de más lucha, venían, por ejemplo, los hijos de los contrarios, y sin embargo se sentaban en la mesa con mis hijos. Y yo les decía: "Esto ustedes piensan así... Perfecto. Esto mis hijos piensan así... Pero primero la amistad y todo lo demás." No todos pueden decir eso. Al final en todas partes del mundo —no sé, en el cielo o en el infierno seremos distintos—, pero aquí, el que más el que menos nos parecemos.
—Todos también en Cruz del Eje coincidieron en que es usted una mujer de mucho carácter, y además muy dinámica y nerviosa.
—No, nerviosa no. ¡No, qué esperanza! Soy así, dinámica, pero nerviosa no. Nerviosa le llamo yo al que se atora por cualquier cosa.
—El señor Américo Delgado cuenta que jamás, en 35 años de amistad, le oyó al doctor Illia hacer una broma o reírse de un chiste. Era poco amigo de las fiestas y de la vida social.
—No, de la vida social no. Allí, pobre don Américo, no sé qué le llamará él a la vida social cuando hacíamos siempre vida social, pero dentro de mi casa. Esa era la diferencia. De todas partes del país, de todas partes del mundo llegaron a ese pueblito y a esa casa de Cruz del Eje.
—Ustedes se casaron el 15 de febrero de 1939 en la parroquia de Punta Alta, ahora iglesia de Nuestra Señora de Luján. Fue en Puerto Belgrano, una base naval a 30 kilómetros de Bahía Blanca. Los padrinos fueron sus padres, el ingeniero Martorell y doña Mercedes Kaswalder. Usted tenía entonces 24 años, dicen en Cruz del Eje.
—¡No, por favor! A los 24 años ya era madre. No diga la edad, no tiene importancia. (Según La Razón del 15/XII/63, la señora de Illia nació el 11 de noviembre de 1918. Su marido, el 6 de agosto de 1900)
—Allí, en Puerto Belgrano, vivía su hermana Marta, que murió hace 3 años y estaba casada con quien luego fue el contraalmirante Horacio Esteverena.
—Permítame, le voy a explicar. Fue justamente el primer verano después del casamiento de mi hermana, porque mi hermana se casó en julio y yo en febrero. Y mi padre, como nosotros teníamos un concepto del hogar, qué sé yo, que lo mantenemos, no nos podíamos separar de la hermana. Mi padre dijo: "Vamos a ir a veranear para ver a la hermana." Ese verano yo no fui a Cruz del Eje. Mi marido, o mi novio mejor dicho, vino a visitarme y nos casamos.
—De todos los entrevistados en Cruz del Eje, sólo (...) (Por circunstancias especiales, no es posible identificar aquí a ese testigo. La señora de Illia, sin embargo, conoce ese nombre, que fue mencionado en el diálogo) hizo serios cargos contra el matrimonio Illia.
—¡Mire usted! ¡Un señor al que le hemos abierto las puertas de mi casa!
—Criticó la falta de devoción de usted y el doctor Illia. "No recuerdo — dijo— ni nadie recuerda aquí haberlos visto en misa."
—¡Ah, no! Mire, le voy a decir más. No faltamos nunca a un tedeum en ninguna época del año. El señor (...) no estaba entonces. El llegó a Cruz del Eje después del peronismo, o un mes o dos antes. Más: asistimos a muchas partes donde lo criticaban. Sin embargo, nosotros nunca lo criticamos. La verdad que nosotros hemos ido muchas veces a misa. Ahora, la verdad es que el creyente no necesita solamente ir a misa para darse cuenta de todas las cosas. Nosotros somos muy creyentes. Mi marido es educado en un colegio de curas. Mi abuela es fundadora de la que hoy es catedral, en Cruz del Eje, y está allí un..., ¿cómo se llama?..., un santuario. La verdad es que no estuve en eso constantemente, porque mi marido era un hombre de mucho trabajo, y yo también, y no nos parecía que..., ¿me entiende usted? Mire: ¡católico apostólico romano es este hogar! Y práctico en..., en los hechos, ¿me entiende?, en la obra.
La secretaria de la señora de Illia, doña Fayd Calvet de Montes, terció a esta altura del diálogo: "Es la primera esposa de un presidente —informó— que hizo una capilla en la residencia de Olivos."
—No, no. Yo no soy de las que me gusta estar apareciendo por todas partes. Yo voy y lo hago modestamente. Es lo que a mí me gusta, y a mi marido también. Yo tenía otro concepto de mi amigo (el señor...) y pienso siempre que es mi amigo, a pesar de estas cosas que pasan.
—Éste testigo indicó que sus hijos son un producto de la educación liberal que ustedes les dieron.
—Mire, señor. Tan liberal fue la educación de mis hijos, que ya le digo, a mi casa llegaron de todos los hogares de Cruz del Eje, ¿me entiende? Mi chica estuvo en la Acción Católica. Ese testigo llegó al pueblo cuando ya los chicos fueron más grandes y se apartaron de la casa porque tuvieron que estudiar. Usted sabe, la lucha por el estudio. Mis hijos tenían condiciones para el estudio. Mire si seré católica que hemos creído en la conducta de nuestros hijos, y nosotros nos quedamos en el lugar que correspondía. ¿Qué lugar le corresponde a una madre? Dentro del hogar, ¿no es cierto?, para esperar a un marido que está luchando y que está saliendo, ¿verdad? con todas estas cosas, y no para deshacer un hogar. La mujer nunca debe irse de su hogar. Pero fijesé, tres chicos, y los tres llenos de aspiraciones para estudiar. ¡Cómo no van a ser libres! Libres, sí, pero libertad bien entendida. Los chicos son los tres maestros y universitarios, pero nada de eso que dice este señor. ¡Me extraña enormemente eso, y no lo creo! Porque yo, fijesé, no soy muy besamanos, pero tengo fe en la gente, así que esto no lo tomo en cuenta, porque le aseguro que no es así. Ya le digo, mi chica estuvo en la Acción Católica. A veces, en la vida, nos encontramos con gente que porque no hace lo mismo que la demás gente, la tilda de cualquier cosa. Eso, claro, es algo que va en lo que Dios nos da a rada uno, ¿me entiende? Para mí es Dios. No sé qué será para los demás. Yo no tendría calidad para decir esas cosas, ni para sentirlas ni pensarlas de él. Para mí es una gran persona desde que lo hemos conocido, y lo hemos conocido en los últimos tiempos, porque él no hace muchos años que está en Cruz del Eje. Así que vea usted, poco y nada puede decir de nuestras cosas, ¿no?
—El testigo aseguró, además, que el doctor Illia como médico, era un fracaso, que usted era "pizpireta y mandona", "demasiado coqueta".
—¡Mire usted! ¡Yo, coqueta! ¿Usted me ve cómo soy yo?
La secretaria Montes terció nuevamente: "La señora es muy femenina, eso sí. Realmente la mujer tiene que ser coqueta porque es su parte de femineidad."
—¡Fijesé! Los otros días el señor (...) vino acá, tranquilamente. Mire, ¡haber sabido esto antes! ¡Linda polémica hubiera tenido yo con mi amigo (...)! No conozco a los redactores que le han informado eso, pero conozco a (...) Y desde ya le digo: yo no lo acepto. No lo acepto, y no lo creo. Y allá yo, y allá (...). Dios juzgará.
—En la misa de las seis de la tarde, el domingo pasado, seis personas desmintieron la imagen de nuestro testigo. Dijeron que ustedes eran "gente muy buena y sencilla". A veces, según una de esas personas, "se la veía a la señora Silvia con el delantal de cocina por la calle".
—No, ahí se equivocó. No era de cocina: un coqueto delantal que me regalaba alguna amiga de las que cosen y bordan muy lindo. Entonces yo, para ir más cómoda, como tenía que hacer mis compras y soy una mujer que me doy maña para muchas cosas, me parecía mejor ir con el delantal que tenía bolsillo y ponía allí mis cuantas cosas: mis boletitas, mi dinero y, qué sé yo, de vez en cuando llevaba algunas cosas para hacer las diligencias. Fijesé qué suerte poder hablar así de la vida íntima de cada uno, ¿eh? Sinceramente que es interesante, ¿eh? Fijesé si muchos pueden contar así la vida, ¿eh? Así, tan limpia, ¿eh?
—Nuestro testigo agregó que usted no actuaba socialmente...
—¡Si le parece no actuar socialmente lo que yo hacía! Vea: actuaba en el Hogar Radical, actuaba como presidenta en las Comisiones Benéficas. ¡Hoy tengo el producto de la actuación! Tengo un niño acá en la Residencia, que me lo han traído, que le han cortado una pierna (fue en el tiempo que estuvimos allá), y ese niño ya creció, y hoy necesita otra vez y viene hacia mí. ¿A usted le parece que eso no es hacer sociedad? ¿Qué le parece hacer sociedad? ¿Ponerse en un rincón a beber y a morirse de risa y a hablar del prójimo? ¿Eso le parece a usted hacer sociedad?
—No, señora.
—Bueno, entonces pasemos a otro término.
—"Con los chicos no era demasiado severa", dijo de usted la señora Juanita Torres, en Cruz; del Eje.
—¿Juanita Torres? No existe. Yo no la conozco. Será de algunas Torres muy desconocidas.
—"Esos chicos eran la peste", dijo. "Montaban cualquier caballo y una vez el menor casi se mata en la pileta."
—Esas cosas son ciertas. La peste, no. Está muy equivocada. Seguramente esa señora Torres, aunque no la conozco, mandó muchas veces a su chico a jugar a mi casa, porque una de las madres que siempre aceptaba a los niños, y que le hice la vida para los niños dentro de mi casa, para que no anduvieran en la calle, fui yo. Mis chicos salieron de mi casa, para venir a Buenos Aires ya perfectamente educados, capaces de saber éste es el Mal, éste es el Bien, deben caminar por acá, elijan. Tampoco uno está permanentemente para andar detrás de los hijos, ¿eh? Perfecto.
—Seguramente la señora Torres dijo "peste" en un sentido figurado.
—Sí, peste es una palabra que se usa allá. Es muy de allá. Mis chicos eran... ¿cómo decirle? Para toda madre, su hijo es el mejor del mundo. Pero mis chicos, la verdad que tenían muchas inquietudes. Hoy las tienen hasta decir basta. Tuvieron que hacer cursos libres. ¡Primero, segundo, han pasado los años libres, porque los chicos se aburrían con los otros! Por eso yo voy y le digo a mucha gente: los niños no se deben dividir por edad, porque el mío tenía 6 años, por ejemplo-, y era un chico avanzado para 8 ó 10. Hoy tropiezo con eso con el chico mío. El chico mío tiene amigos de 25, 30 años. Porque mi chico es un chico que tiene inquietudes, así que no es para decir peste. Yo diría otra cosa.
—La palabra "peste" quizá significara eso: inquietos.
—Inquietos, sí. Y ya le digo: inquietos, y darlo todo por los demás. A veces por generosos, yo misma tenía contratiempos. Iba a buscar una cosa y... "¿Y querido, pero y cómo?", "Bueno, mamita, se lo di."
—Quisiéramos verificar otras informaciones: ¿usted suele levantarse poco antes del mediodía? Nuestros investigadores indican que a menudo usted contesta desde su cama la correspondencia y firma allí las cartas de recomendación.
—Ahora, este asunto de levantarme tarde se lo voy a explicar: no crea usted que me levanto tan tarde. Trato de pasar por la mañana en el piso de arriba de la Residencia, para estar más aislada, porque ya aquí no se puede, está invadido por mucha gente. Entonces me quedo arriba, primero para dar la oportunidad de airear y limpiar todo esto: uno debe ser comprensivo, y también para estar un poquito más aislada. Verdaderamente, me despierto a la siete o siete y cuarto, a esa hora ya estoy con toda mi correspondencia y mis cosas. No doy muchas recomendaciones. No me gusta hacer esas firmas. Trato directamente esas cosas.
—Durante las tardes, según nuestro datos, usted hace vida social, va a cócteles en las embajadas, participa de algunas canastas de beneficencia, pero sin jugar nunca.
—La verdad que voy más porque me invitan mucho, y quiero cumplir y quiero conocer. Me había apartado muchos años de la vida de la Capital, y me gusta llegar para interiorizarme bien de todo. Ahora: no es sólo eso lo que hago.
—Hay aquí más datos, señora: usted va con frecuencia al centro de Buenos Aires, y a veces hasta figura en la lista ele audiencias de su marido. Con él suele almorzar en la casa rosada.
—No sé, porque me parece que él tiene que trabajar mientras almuerza, y no me gusta molestarlo. Él tiene que estar con la gente, arreglar algunas cositas de conversaciones, y después está con sus edecanes y su gente.
—El doctor Illia duerme los sábados y domingos en Olivos, y durante la semana, en la Casa Rosada.
—Exactamente. Por eso, sí, porque Olivos es un poco distante, y él tiene mucho que hacer, y le parece que las horas son oro. Para nosotros, los minutos son oro.
—En Olivos, señora, usted supervisa el estado de las gallinas y las vacas, y presta especial atención a los chicos que viven en la Residencia.
—Así es.
—¿Cómo fue su infancia, señora?
—Ojalá todos pudieran tener mi infancia, mi juventud, y... bueno, mi madurez, si Dios quiere. Ojalá muchos, la pudieran tener como la mía. A los 4 ó 5 años vine a Buenos Aires, mi padre era ingeniero jefe de Obras Sanitarias de la Nación. Entonces estuvimos en el distrito de Boca y Barracas; después fue ingeniero en Palermo, después en la calle Charcas.
—¿Qué tal alumna era?
—Ah, muy bien, muy bien. Hoy tengo el recuerdo y el cariño de todas mis amigas, de mis compañeras y maestras.
—Según nuestras informaciones, usted ingresó en 1932 a la Escuela Nacional de Bellas Artes "Prilidiano Pueyrredón", y egresó en 1936 como profesora de dibujo. No tuvo aplazos. El promedio de sus notas era de aproximadamente 7 puntos.
—No sé si seré muy antigua o muy moderna: me parece que las notas en sí no tienen ninguna importancia. Fijesé que en las notas muchas veces influye la forma en que el chico está. Mi chico conversando conmigo es una cosa, y cuando va a rendir es otra. Porque claro, es el estado espiritual de la persona. He visto a gente recibirse con 10 y después en la práctica no servir para nada, y después a otros con grandes aplazos hacer maravillas en la práctica.
—Usted no tuvo aplazos, sin embargo.
—No, no. Vivía detrás de la puerta en penitencia. Será que he sido un poco pícara. De lo que me alegro mucho, porque quiere decir que tenía inquietudes.
—Se le adjudica un gran amor por los animales, señora...
—Mire, el amor principal es el prójimo para mí. Ahora, los animales nos acompañan. Me interesan, los quiero mucho. Tengo varios: gallinas, caballitos, vaquitas, ovejitas, todo lo que puedo.
—¿Le gusta pintar, señora?
—Sí, pero no pude tener muchas ocasiones de pintar en la vida. Coloreo fotografías, y esas cosas...
—Sabe cocinar, coser...
—Gracias a Dios, de todo. Hasta le arreglo una heladera, si usted quiere.
—¿Qué comidas prefiere?
—Le voy a explicar: tengo abuelo español, tengo abuelo italiano, tengo abuelo austríaco y tengo abuelo criollo. Así que mi marido dice que todo me gusta.
—¿A qué horas escuchan música?
—Bueno, los sábados y domingos, por lo general cuando viene mi esposo, por lo general siempre escuchamos música. Nos gusta mucho la música.
—¿Qué música, por ejemplo?
—Música clásica, música antigua, lo que usted busque. Y folklore también. En fin, depende del momento en que estamos.
—¿Cuál es su pintor predilecto? Goya, se dice.
—Es uno de ellos, sí. Me gustan mucho los pintores de colores vivos. Parece que estuvieran más de acuerdo con mi forma de ser. Quinquela, Fader, Bernaldo de Quirós... Casualmente tengo que irlo a visitar a Quirós. Sé que tiene obras preciosas.
—¿Cuál es su ocupación principal, ahora?
—En este momento, acompañarlo a mi marido, y sobre todo en esta primera figura en que estoy; segunda figura, porque soy la señora del Presidente. Me gusta dedicarme a algo efectivo, y sobre todo a los niños, en la Comisión Remedios de Escalada de San Martín. La Comisión va muy bien, demasiado bien. Lo que más nos interesa ahora es la edad preescolar. Le dedicamos todo el día. Para decirle la verdad, a nosotros nos interesa todo. Ahora duermo poco. Seis o siete horas por día. Somos gente muy trabajadora. Nos gusta mucho trabajar.
—¿Qué tipo de joyas prefiere?
—Esta (señalándose el corazón).
—¿Le gusta viajar, señora?
—Sí, me gusta mucho viajar. Es muy interesante todo. A cualquier parte que usted vaya, todo es interesante. Sobre todo después de las visitas que hemos tenido, usted elige uno y dice qué interesante; elige otro y dice qué interesante. La verdad que me gustaría mucho el Japón. Esa parte me encantaría.
—¿Extraña Cruz del Eje?
—No. Yo tengo una forma de ser que... yo me habitúo donde estoy. Hago mi propia vida, mi propio mundo. Recuerdo aquello con mucho cariño.
Para mí siempre está permanente todo.
—¿Cómo cree que debe ser la mujer del presidente argentino?
—Me parece que debe ser una mujer-mujer, y no apartarse de eso, y ser siempre, como es uno... ¿Por qué va a cambiar? La mujer en este momento tiene mucho que hacer. Es muy importante poder acompañar al marido en todas estas cosas. Así que ahí estamos en esta labor, con toda responsabilidad, tratando de hacer lo mejor en estos años en que a uno le tocan estas cosas.
—La señora Mercedes Villada Achával de Lonardi acaba de indicar que una cualidad esencial es la discreción.
—Mire: lo primero que debe ser uno es natural. Porque si usted quiere cuidarse mucho, resulta que en cualquier momento se descuida, ¿verdad? Así que yo trato de ser como soy yo y apartarme mucho de mi persona.
(A esta altura del diálogo, la señora de Illia interroga al redactor sobre el artículo "Las seis que aún pueden acordarse", publicado en las páginas 29 y 30 de este número.)
—En la portada del número 145, Primera Plana publica una fotografía suya, tomada con teleobjetivo, durante el desfile del 9 de julio pasado.
La secretaria Montes vuelve a terciar: ¿Por qué con teleobjetivo?
—Me imagino entonces las arrugas que debo tener. ¿Por qué no me la muestra?
—No está impresa todavía, señora.
—¿Usted la va a publicar en la revista sin que yo la vea? ¿Y si no la acepto? Me la tiene que mostrar a mí, ¿no le parece?
—Quizá. Sería un acto de gentileza, señora. En la portada hay, además, un título: "La señora presidenta".
—No. No digan "La señora presidenta", No me gusta. Soy muy respetuosa. Me parece que el presidente elegido es mi marido. Y "La señora presidenta" no me gusta. Yo no soy así.
—A madame Yvonne de Gaulle se le suele llamar respetuosamente Madame la Presidente.
—Bueno, pero cada uno tiene su forma de ser. ¿Por qué voy a ser yo igual que la señora Madame... Présidente?
La secretaria Montes quiere entonces acotar lo siguiente: "Cuando la señora vino a la Residencia presidencial de Olivos, me dijo a mí que éste iba a ser el hogar para todos los argentinos, y que ella nunca quería dejar de ser la esposa del Presidente de la Nación, que nunca quería escuchar que le dijeran Presidenta, porque el cargo lo eligió el pueblo para un hombre. Ese título sólo lo puede otorgar el pueblo por elecciones. Hasta el día de hoy hemos tenido la enorme satisfacción de que nunca, en la correspondencia que llega aquí, se le dice Presidenta a la señora. Nunca." .
—De todas maneras, Primera Plana respetará escrupulosamente lo que la señora Illia dijo.
—Y, dígame una cosa... ¿No tendrá hecho el artículo ya?
—¿Cuál, señora?
—El que va a salir en la revista.
—Tengo que escribirlo, señora.
—¿Y por qué no publican esto que hemos hablado?
—Es lo que vamos a hacer, señora.
17 de agosto de 1965
PRIMERA PLANA

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Silvia Elvira Martorell de Illia

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