Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 


MUSICA CON ALMA Y VIDA
Revista Gente y la Actualidad
15.04.1971

Alma y Vida

SEIS MUSICOS Y UN SONIDISTA, CON UN PROMEDIO DE EDAD QUE NO SUPERA LOS VEINTICINCO AÑOS, ESTAN REVOLUCIONANDO EL AMBIENTE MUSICAL BEAT ARGENTINO.
SI. SON "ALMA Y VIDA", EL CONJUNTO QUE A FUERZA DE TALENTO, DISCIPLINA Y MUSICALIDAD LOGRO LLEGAR A OIDOS DE JOVENES Y NO TAN JOVENES. ADEMAS HABLAN DE SU PAIS, SU PUBLICO, SUS DUDAS Y VERDADES.
Son distintos. Hay algo más que el plang-plang de las guitarras sobre una poderosa batería y unas voces encima de todo el barullo. Hay algo más que comprar una guitarra, aprender el abecé, juntarse con unos amigos y tocar a la que venga. Por lo pronto hay una trompeta y un saxo tenor (que a veces es soprano). También hay seis músicos con varios años de experiencia en la profesión y un sonidista (sí, un sonidista), cuya importancia no es menor que la de cualquiera de los músicos, que se encarga de que el aluvión de sonido que produce el resto aparezca audible, coherente. Y como si esto fuera poco hay alma y vida. Expliquemos un poco.
—La cosa se dio un poco de casualidad —cuenta Carlos Mellino, 22 años, organista y vocalista, el más movedizo e inquieto del grupo—, tocábamos para Favio, en la época del boom. El único cambio respecto de los que estamos aquí era Mario Salvador, trompetista, que a las pocas semanas se separó. Una noche estábamos en Saravia's, un boliche de Gesell, y nos pusimos a tocar para nosotros. El público se volvió loco. Repetimos la experiencia en Punta del Este y pasó lo mismo. Entonces decidimos tomarnos la cosa en serio.
—Fue el veinte de junio de 1970 —dice Bernardo Baraj, 26 años, saxo tenor y soprano—, una fecha que difícilmente olvidemos. Había un festival beat con casi todos los conjuntos monstruos en el Opera. Fueron Manal, Vox Dei, Arco Iris, cada cual con su hinchada. A nosotros no nos conocían ni los perros. Encima nos mandaron de número de apertura. Se abrió el telón y nos largamos. Cuando terminamos el público se rompió las manos aplaudiendo. Fue descomunal.
—Lo raro, —sigue Gustavo Moretto, 21 años, trompetista—, lo que nos sorprendió fue tan buena recepción para una música como la nuestra, que no es "fácil".
Claro que no es fácil. Pero tampoco es inaccesible. Si no en este momento estos seis brillantes músicos (y un sonidista) no estarían ensayando para una próxima presentación sino trabajando en alguna orquesta estable o en algún conjunto "petardo", como le dicen los músicos a los combos mediocres. No. Lo que hace "Alma y Vida" no es inaccesible, aunque sí exigente para con el tantas veces manoseado público. Lo que cada uno de estos jóvenes por separado y en grupo exigen no es formación musical, exquisitez o snobismo. Sólo quieren que se los escuche con los oídos bien abiertos. Y que así se los está escuchando lo prueba el hecho de que el nombre anda en boca de adolescentes y no tanto, que cada vez tienen más presentaciones en clubes y conciertos y, por último, que van a grabar su primer LP, venciendo la desconfianza habitual en nuestros productores de música popular. ¿Tiene alguna duda de lo que le digo? Escúchelos en disco o en vivo. Después me cuenta.
—¿A qué atribuyen el éxito que están teniendo?
—Creo, creemos —pluraliza Baraj— que el público no es tan sonso como suele creerse. Que si se le da calidad la toma y la respeta.
—Cierto —coincide Carlos Villalba, 23 años, contrabajista, humorista casi permanente—, lo que pasa es que al pobre oyente se le da cualquier cosa. Como no tiene opciones compra lo primero que escucha. Pero a veces tiene más chance. Creo que ése es nuestro caso.
Es posible. De cualquier modo hay un par de hechos: el año pasado en el Festival que organizó la revista "Pelo" en el Velódromo arrasaron con todo. Y este año en Mar del Plata ganaron el festival con el tema de Baraj "La Gran Sociedad".
—¿Hay alguna intención política en el tema?
—Política, no. Sí social —contesta su autor.
—¿Les preocupa la Argentina?
—Bueno, bueno, ése sí que es un temita —dice Mellino enigmáticamente. Los demás se miran y sonríen. Nadie habla.
—¿Les preocupa o no? —insisto intrigado.
—¡Cómo no nos va a preocupar! —dice Guillermo Sacchi, "treinta y tantos" años, sonidista. Y se produce el pandemónium. Todos quieren hablar. Nadie quiere que piensen que le está esquivando al tema. "Lo que pasa en este país...". "Callate un momento, déjame hablar a mí...". "Ché, viejo, dejame pasar un avisito", hasta que aparece Naón y dice "toquen un rato y después conversan ¿eh?". Todos se miran. Y a tocar. Después la seguimos.
La música. Lo menos que se puede decir de lo que hacen estos seis virtuosos (y un sonidista) es que es original. Vaya si es original. El ritmo, típicamente beat, es algo más fluido, menos rígido que el que se suele escuchar en este tipo de música. Con más swing. Hay un poco de todo: armonías complejas (tipo Blood, Sweat and Tears), improvisación jazzística en los vientos (con saludable y admitida influencia de Coltrane en Baraj), un cantante de primerísima línea como Carlos Mellino (que navega entre Ray Charles y David Clayton Thomas), un equilibrio sonoro impecable (responsabilidad, en gran parte, de Sacchi). Y sobre todo un sonido de conjunto sensacional. Compacto, potente, vital, musical. Y, como dije al principio, distinto. Original. Un sonido, por qué no decirlo, joven. Con toda la polenta de la juventud y con, reitero, originalidad.
El tema está todavía sin nombre y sin letra, pero no necesita ninguna de las dos cosas para que nos demos cuenta de que es hermosísimo. Tiene una tristeza otoñal, de cosa que se está cayendo pero no del todo, que se sostiene en un filo larguísimo y (increíblemente) acogedor. Estamos todos haciendo equilibrio, pero sabemos que no nos vamos a caer. Algo así. Después viene "Éxodo", en espléndida versión, con un descomunal solo de Baraj en saxo soprano. Termina el tema y todos se miran satisfechos, sabiendo que anduvieron bien.
—¿Dónde está el secreto? —les pregunto con un poco de miedo de quebrar el clima.
—Mirá —me dice Juan Barrueco, 26 años, guitarrista y vocalista, el más silencioso de todos—, no creo que sea muy difícil, somos profesionales. Hemos estudiado mucho, sabemos que hacer música no es cosa fácil. Además nos entendemos muy bien.
—¿Como músicos o como amigos?
—Como músicos y como amigos. Discutimos muchísimo, no siempre estamos de acuerdo, pero somos muy amigos.
—¿No siempre están de acuerdo? ¿Cómo, por ejemplo, respecto del país? —les digo con cara de piedra.
—Ah, ahora si —dice Mellino, que es el que, según parece, tiene más ganas de hablar.
—Bueno, ¿qué pasa con el país?
—Miré, lo que pasa es que... Hay tantas cosas que no sé por dónde empezar.
—Hablame de ustedes, de los jóvenes.
—¡Todos queremos hablar! — saltan los siete.
—OK. Por orden —sugiero.
—Todo tiene arreglo, menos la muerte —comienza Sacchi—. No sé cuál es la solución de este país. Pero que la tiene, la tiene. Soy optimista.
—Claro que tiene arreglo. Hay que darle más manija a la juventud. Creo que ahí está la solución. En gran parte, al menos. Pero que las cosas pueden andar bien, no
me cabe duda. Pero hay que "ponerse" en serio.
—¿Vos dirías que nuestro mayor defecto es la poca seriedad con que se hacen las cosas; es decir, que se hacen con poca profesionalidad? —arriesgo.
—Exacto. Se hace todo a la que venga y ésa no es manera. La prueba de que las cosas hechas en serio funcionan la tenés con "Alma y Vida". En un plano musical, por supuesto. Pero creo que se puede aplicar el criterio en un plano más general —termina Bernardo, que habla con mucha tranquilidad y pesando lo que dice.
—Baso mis esperanzas (que no son pocas) en la juventud. Por lo pronto ha hecho algo muy importante: ha abierto el viejo y pesado cofre de la vejez y ha dicho: de esto hay que olvidarse, de esto hay que prescindir. Otra cosa: se necesita conciencia comunitaria. Ahora cada cual vive en su reducto importándosele bien poco de lo que pasa alrededor. Y ningún hombre es una isla. El prójimo es, de alguna manera, nosotros, soy yo.
—¿Vamos a tomar un café? — propone alguien.
—¡Ché, a mí no me dejan hablar! —se queja Alberto Hualde, 28 años, baterista.
—Menos mal —acota una voz sin identificar.
Salimos a la calle. En la esquina hay un café. Todos piden algo y la seguimos.
—¿Y vos qué pensás? —le pregunto a Mellino, que se sale de la vaina.
—Hay mucho que arreglar. A nivel organizativo, por ejemplo. Esto está muy mal organizado. Y hay que cambiar la mentalidad de mucha gente. Creo que hay que reeducar. No me refiero al nivel escolar. Quiero decir que hay que modificar los esquemas de la gente. Pero ojo, no creo, como Bernardo, que haya que darle la manija a la juventud.
—Yo no dije eso. Yo lo que dije es que hay que darle más manija.
—¿Políticamente? —pregunto.
—Claro. Eso. —dice Gustavo.
—No creo que sea así —insiste Mellino—, no creo que a los veinticinco artos se pueda estar preparado para gobernar, para tomar decisiones políticas. Para eso se necesita una madurez, una consistencia que la gente joven no solemos tener.
—Puede ser —concede Gustavo—, pero por lo menos reconóceme que hemos cambiado muchas cosas. Ahora opinamos y por lo menos nos escuchan. Y a veces tenemos peso de decisión. Sigo creyendo que la vuelta está por el lado de la gente joven. Por lo menos nos deberían dejar probar, ¿no?
Todos están de acuerdo. Desgraciadamente tienen que volver a ensayar.
—Una última, por favor. ¿Creen que lo que ustedes hacen es música argentina?
—Lo que hacemos es música —dice Baraj, categórico.
—Yo creo que lo que hacemos es, inevitablemente, argentino. Y es argentino porque, como argentinos que somos todos, no podemos dejar de hacer algo que represente nuestra nacionalidad. Porque, además, lo hacemos con verdad.
Punto.
EMILIO GIMENEZ ZAPIOLA
Fotos: Juan José Pérez

 

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Guillermo Sacchi, sonidista
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