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Trío Galleta
Trío Galleta
Vida de negros
Nacido hace apenas un año, el ululante terceto beat continúa arrasando los rankings y derribando records de ventas discográficas. Mientras preparan nuevos long-plays, reiteran una convicción: "Admiramos a los negros porque nuestra propia vida es negra"


Iturbe"Lo nuestro es otra cosa." Acorazado en un maxitapado oscuro, agitando la cabellera de reminiscencias selváticas, Aníbal Conte derrama su orgullosa profesión de fe: ser "otra cosa" parece una definición vaga pero aceptable, más aún cuando quien la formula no vacila en empuñar un instrumento —el bajo electrónico— que avalará el intento discriminatorio. Y entonces chisporrotea una suerte de espíritu tribal: otros dos jóvenes —uno de ellos profusamente barbado— se unen al primero, al comando de una guitarra y una batería. Cinco minutos después, cuando los tres se conjuran para masticar en ritmo de soul el tema, 'Nosotros conseguiremos más almas', ya no caben dudas: el extraño clan responde al apelativo de Trío Galleta, y es uno de los conjuntos argentinos que inyectan más musicalidad a la actual parafernalia beat.
Ahora están en su cuartel general, el tercer piso de una casona en el muy porteño barrio de Almagro. Mientras una inseparable adepta, la veinteañera Liliana, bate casi con iracundia los tazones de café concentrado, surgen los hitos liminares del trío: "Somos tres, claro", anticipan bromeando entre rasgueos y chasquidos de platillo: Aníbal 'Lolo' Conte nació el 3 de julio de 1948; Carlos Iturbide (nieto del inolvidable Pascual Contursi, es guitarrista y cantante del tríptico), el 28 de setiembre de 1949. Por su parte, el baterista Juan Carlos 'Juancho' Saporiti protege tras la lánguida barba su condición de más "adulto" del grupo: nació a las 10 y media de la mañana del 17 de abril de 1947.
ConteEs decir, sólo rozaban los veinte años cuando, a fines de 1968, el entonces soldado conscripto Conte convocó a sus amigos para urdir una insólita jam-session en los mismos cuarteles que albergaron sus ortodoxos saltos de rana. Fue el inicio de una actividad incesante, por supuesto discutida —se les suele achacar la excesiva sujeción al estilo impuesto por el team estadounidense Creedence Clearwater Revival—, y que cuajó ya en dos grabaciones, a más de un rosario de actuaciones en vivo: un simple y un LP, ambas encabezadas por el exitoso 'Estoy herido'.
"Aunque el acta de nacimiento de Galleta debe situarse hacia comienzos de 1969, en realidad empezamos a existir el 6 de junio de ese año", silabean, los cofrades. En esa fecha —como ocurre a veces— fueron descubiertos: un movedizo representante constató, en el local marplatense Korsika, las bondades de la escuadra,, Apenas cuatro días después, los flamantes bardos gorjeaban: con brío su primer registro ante las máquinas grabadoras del sello Odeón. Tema elegido: Orgullosa Mary. Esa grabación quedó interrumpida; otro conjunto sería el encargado de llevarla a cabo. Pero las relaciones con el sello continuaron viento en popa.

Saporiti
EL BEAT EN SU SALSA

Cuando se consigue que estén sentados, en una actitud parecida a la quietud, será factible bombardearles un reportaje tipo ping-pong. Que de vez en cuando se distiende con alguna canción brotada en forma espontánea; es una buena oportunidad para justipreciar, entre otras virtudes, la aptitud vocal de Iturbide: su impostación agresiva, ronca, los gritos con que hilvana la síncopa, evocan (a imagen de aquellos negros que engendraron el jazz mientras se derrumbaban en los algodonales. Al mismo tiempo, la guitarra machaca con violencia cada compás. Hay quienes atribuyen a esas condiciones el record de venta cosechado por Galleta para su simple: aparecido en octubre último, derramó cien mil placas entre los fans. Un suceso que verosímilmente acompañará también al LP editado a mediados de enero.
Es que, como explica el cantante: "Yo admiro a la raza negra; ella atesora la verdad que busco, la envuelve en flexibilidad, sinceridad y limpieza. Al cantar trato de meterme en ese espíritu. Me siento uno de ellos aunque mi piel sea blanca. Si la mente tuviera color, si pudiera ser fotografiada, en ese momento sería negra", se entusiasma. Conte va todavía más lejos: "Admiramos a los negros, porque nuestra vida es negra".
Una negritud que, en todo caso, no obstaculiza la claridad de propósitos del equipo: "No hacemos música comercial, pero sí popular", proclaman. Esa divisa los llevó a actuar en conocidos reductos de la noche, en clubes de todo el país y en el Festival de la Juventud, realizado a fines de 1969 en Necochea. Además, les impidió desalentarse por la frustración sufrida con su registro inicial: "En cuanto supimos que Orgullosa Mary quedaba en la nada, reemplazamos ese tema por Río Verde, de John Fogerty, líder de los Creedence Revival. Es cierto: la versión recordaba demasiado a la perpetrada por los célebres estadounidenses; pero los artistas locales tienen una explicación para justificar, por lo menos, su afán de cantar sólo temas originados en aquellas latitudes: "Los tres somos porteños; sin embargo, creemos que en la Argentina no puede crearse el género beat. Sería algo así como pretender que en Inglaterra nacieran tangos". De ahí que no compongan ni canten en castellano: "Al César lo que es del César", parafrasean.
Quizás por esa razón juran ser "otra cosa" que los conjuntos en apariencia afines; "Lo nuestro no es equiparable a lo que hace Almendra. Ellos son muy buenos pero no practican el beat, más bien son boleristas; tampoco estamos con Manal. Lo que hacen puede ser arte para ellos, pero no es popular, no llega a toda la gente pese a encerrar calidad". En cambio, Galleta insiste en que los músicos "logren vivir de su música, sin cejar por eso en el camino que crean justo: nosotros lo conseguimos gracias a nuestra conjunción de ritmo caliente, simplicidad y una terrible interrelación con el público".
El punto da pie a una minipolémica en estilo Galleta: en tanto SIETE DIAS los escoltaba hasta el estudio de grabación, hubo ocasión de recalar en un café justo el tiempo necesario para concitar la extrañeza de la gente, y un conato de divergencia estética. Para Conte, "toda manifestación artística debe ser masiva"; Iturbide prefiere opinar que "el arte requiere un creador y otra persona que sienta y vibre con su obra". Saporiti avala al bajista: "Si no es masivo, no es arte; así es como veo yo la cosa". Y aprovechan las reacciones algo asombradas de los transeúntes para dictaminar: "Nos odian, no nos pueden ver porque somos diferentes. Por no usar corbata, no encerrarnos en oficinas ni vivir con horarios. En el fondo todos querrían ser tan libres como nosotros, pero viven encasillados en sus esquemas".
Esa supuesta rebeldía elude sin embargo otras vías de escape que —como el alcohol o las drogas— "son medios repugnantes para huir de la realidad. Nosotros tomamos leche, té y submarinos. ¿Y qué hay con eso?", desafían. Iturbide ironiza: "Si yo quiero viajar por submundos me voy en ómnibus a Mar del Plata, y me paso todo el viaje pensando en ámbitos ocultos". En ese momento Liliana vuelca las cenizas del cigarrillo en una taza: de café vacía; desde el mostrador cercano, el dueño los ataca: "Estoy cansado de estos vagos; ¿no saben todavía para qué están los ceniceros?". Todos los miran, Liliana pide disculpas, el trío mira para cualquier lado.
Pero la aparente indiferencia y el aire casi desvalido se trasforman un rato más tarde frente al micrófono. La camisa del cantor, estampada en hojas y capullos, se agita mientras el bajo resuena sobre las rodillas de Conte, y Saporiti desata un vendaval desde los platillos. La música auspicia algunas definiciones más: no soportan que el hombre se mienta a sí mismo, que viva sólo para él; con todo, saben que no son políticos y aunque les duelen ciertas realidades "lo cierto es que no hacemos nada fuera de amar y vivir". Abominan del Barrio Norte porteño, de los night-clubs de moda, de "las fábricas de corbatas y de virginidades". Saporiti es, de los tres, el que más se arriesga a defender la virginidad, "como una resultante del amor". Por lo demás, piensan continuar unidos "hasta que se acabe, pero siempre con música"; confiesan su apego a la astrología, enloquecen con cada disco de Ottis Redding o de Ed Brown, y se esperanzan: "Nuestra obsesión máxima es ser libres, como una canción, como los negros o los pájaros"
Revista Siete Días Ilustrados
06.07.1970

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