Revista Siete Días Ilustrados
11.06.1976 |
A los 24 años, el más famoso ídolo del movimiento beat argentino
logró reunir en el Luna Park a más de 40 mil adeptos, una cifra que
supera los topes de Locche, Alindes y Monzón. En una extensa
entrevista con Siete Días analizó los motivos de su arrasador éxito
—al frente del conjunto Sui Generis batió todos los records de venta
de discos— y desentrañó las claves del fenómeno que se produjo en
torno de su curiosa y divertida personalidad. Cómo y por qué dejó de
ser un pibe de barrio para convertirse en el líder de millares de
adolescentes
Cuando el escritor norteamericano Jack Kerouac, uno de los
fundadores y líder del movimiento cultural conocido como beat
generation, escribía —allá por mediados de la década del '50— sus
principales obras, Charlie García apenas si había nacido. Sin
embargo, él es, seguramente, la expresión más viva y fiel de aquella
célebre frase con que el autor estadounidense pintara a los
integrantes de las nuevas generaciones. "Son jóvenes, bellos,
inteligentes ... y están más locos que una cabra", fue la justa y
cariñosa definición de Kerouac —en su libro 'El ángel subterráneo'—
que resumía las cualidades de una verdadera legión de chicas y
muchachos de aspecto desprolijo, enfundados en jeans gastados y
ropas de colores, —amantes por igual de la poesía y de la música de
rock and roll y acérrimos enemigos de toda forma de establishment—
que empezaban a florecer, por aquel entonces, en el escenario de su
país.
Charlie es increíblemente alto, flaco y desgarbado. En forma
permanente, como una verdadera obsesión, mantiene la cabeza
inclinada hacia un lado, casi apoyada sobre el hombro. Mientras
pasea por la calle mesándose la pelambre y moviendo rítmicamente su
cuerpo largo y esmirriado; cuando toma el desayuno, descalzo y en
posición de Buda sobre la cama, escuchando al conjunto Led Zeppelin,
o cuando sube al escenario para cantar y arremeter con su piano
eléctrico, derrocha siempre, invariablemente, la misma gracia y
simpatía contagiosas. Vive haciendo morisquetas, adoptando tonos de
voz hilarantes, imitando acentos extranjeros al hablar.
Aparenta ser un muchachito divertido y desenfadado, de maneras
dulces y cuidados modales. Pero cuando comienza a hablar en serio
conviene estar prevenido: tras su fachada adolescente y
despreocupada, oculta bajo su rostro de rasgos ingenuos, casi
infantiles, descansa una personalidad sorprendente. Poseedor de un
vocabulario profuso, claro en sus definiciones y gustos, García
impresiona como un personaje lúcido y maduro, dueño absoluto de sí
mismo y de sus ideas. Cuando se le pregunta algo, él escucha con
atención, manteniendo fija la mirada en su interlocutor y sin
abandonar ni por un segundo su particular sonrisa (en realidad, una
mueca que engloba la ironía y el espíritu de aprobación). Luego,
lentamente, inclina la cabeza hacia el otro lado y sin demasiados
preámbulos vomita su pensamiento, sin detenerse, exento de reparos y
ajeno por completo a los prejuicios.
Durante seis años comandó un grupo musical que por su estilo, por la
calidez de sus interpretaciones y, ante todo, por el mensaje que
acompañaba cada tema, se ganó la predilección de millares de
jóvenes. Sui Generis se convirtió, con el tiempo, en mucho más que
un simple conjunto de música rock. Charlie y Nito Mestre, su
compañero, fueron líderes y conductores, sin proponérselo, de buena
parte de una generación argentina. Cuando la agrupación se disolvió,
en septiembre de 1975, ofrecieron un recital de despedida; aquella
presentación se trasformó en un acontecimiento que trascendió
extensamente los límites de lo estrictamente musical. Congregados a
lo largo de dos funciones consecutivas, cerca de 40 mil personas
coparon hasta el último rincón del Luna Park (unos cuantos miles de
fans se quedaron sin entradas). Una cifra que, ni en sus noches de
mayor gloria, lograron reunir Nicolino Locche o el mismo Carlos
Monzón.
EL PRINCIPIO. Charlie empezó tocando rock and roll para los amigos,
como cualquier pibe de barrio, cuando acariciaba los diecisiete
años. Formó su primer conjunto con compañeros de colegio y después
de un tiempo de intentos estériles llegaron a grabar el primer tema.
De allí a la fama el camino ascendente resultaría rápido y
desprovisto de obstáculos mayores. En breve lapso Sui Generis editó
tres long-plays y varios discos simples; sus melodías comenzaron a
ser coreadas por doquier. Un poco más tarde el boom ya estaba
dibujado en todos sus contornos, cuando aparecían los primeros
posters con las imágenes impresas de Charlie y Nito. De un pibe
como tantos otros, García pasó a ser admirado por miles de chicos
apenas menores que él; la idolatría y la notificación, entonces,
fueron poco menos que inevitables.
"Al principio yo pensaba que el único factor de nuestra atracción
era la música —recuerda despatarrado sobre su cama, en la habitación
de un hotel céntrico bastante distinguido, en el que habita desde
hace tres meses—; pero con el tiempo mucha gente comenzó a notar el
fenómeno sociológico, que se estaba gestando con Sui Generis. Y debo
reconocer que, al principio, me atrajo un poco esa admiración que
despertábamos. Pero, de todos modos, nunca me sentí cómodo en el
papel de ídolo. Empecé a notar que se me estaba confundiendo; yo soy
un músico y quería mostrar mi música, pero nació una fuerte
mitificación. Todos los chicos me querían hablar, me pedían
autógrafos o hasta pretendían acercarse para verme de cerca o
tocarme. Todo eso me molestaba muchísimo y terminó por gastarme.
Muchas veces, si alguien venía a pedirme un autógrafo, tenía ganas
de matarlo. Sentía que no me estaban entendiendo; yo creo que un
músico es simplemente eso, ni más ni menos que un músico. Nunca
puede ser un gurú o un conductor. Después de todo, yo no tengo una
varita mágica para darle soluciones a la gente".
Son las once de la mañana y el sol ingresa poderoso por la ventana
de la habitación. Una mucama entra en escena trayendo para Charlie
un jugo de naranja exprimido. La mujer observa sorprendida el
aspecto que ofrece el lugar: mi grabador funcionando, cámaras y
equipos fotográficos desparramados, y un fotógrafo trabajando desde
la alfombra. "¿Qué es esto, Charlie?", pregunta, sin entender del
todo lo que pasa. Después se dirige a nosotros: "Trátenmenlo bien al
chico, ¿eh?". García sonríe, con expresión de niño mimado, y despide
a la señora con un par de frases cariñosas. Como la mañana es
preciosa le propongo una breve caminata por las cercanías. Acepta
gustoso, y se dirige al placard donde se amontonan sus ropas. Escoge
un sweter de incontables colores y dibujitos, un pantalón marrón y
un par de zapatillas azules de básquet. En el hall del hotel, un
ámbito suntuoso y discreto, lanza saludos efusivos a la telefonista
y pasa, con suma displicencia, entre un par de circunspectos señores
que, sin disimulo, le clavan los ojos, intercambian sonrisitas, y
retornan luego a la lectura de sus respectivos diarios, abiertos
—presumiblemente— en la página de la Bolsa.
Ya en la calle retomamos el hilo de la conversación: "Yo siempre
hice música —y adopta aquí un tono irónico—; a los cuatro o cinco
años ya estaba componiendo sonatinas. Mi instrucción, básicamente,
fue de música clásica. Pero después me agarró la nueva ola y me
quedé pegado para siempre", sonríe.
El tema de sus primeras intentonas como músico de rock no parece
disgustarle. Al contrario, habla con mayor cariño de aquellas épocas
en que "nadie daba un peso por mí", que del éxito y los
triunfos
posteriores. Muchas de sus canciones hablan del colegio secundario,
de ese ámbito tan especial y contradictorio en que se desenvuelve
buena parte de la vida de los adolescentes. "Durante la época de la
escuela yo no me sentía muy cómodo. Siempre se establecen relaciones
feas entre los alumnos: está el más piola, el más estudioso, el más
fuerte, el más habilidoso jugando al fútbol. Bueno, yo en realidad
era el más nada."
Le pregunto si ahora que ya pasaron unos cuantos años (actualmente
tiene 24) tuvo oportunidad de reencontrarse con alguno de sus
antiguos compañeros: "Sí, y generalmente me llevé grandes
desilusiones. Los vi como gastados, muy tristes. Me parecían
personas mucho más viejas que yo. Y, lo que es peor aún, habían
perdido esa frescura adolescente que al menos los hacía rescatables
en otro tiempo. Claro que la actitud de ellos hacia mí, al volver a
vernos, fue la de pensar algo así como quién lo hubiera dicho.
Porque entonces Nito y yo éramos los únicos chicos del colegio que
no teníamos nada definido. Uno quería ser abogado, otro arquitecto,
otro médico, y a nosotros lo único que nos interesaba era la música.
Íbamos de grabadora en grabadora, ofreciéndonos, y en cada empresa
nos pegaban una patada en el traste y nos mandaban de nuevo al
colegio. Así siempre ...".
El nuevo grupo que dirige, García y la Máquina de Hacer Pájaros
(nombre que tomó prestado de una historieta del dibujante cordobés
Crist), varió considerablemente en relación con la línea musical de
Sui Generis: es más estridente, cargada de efectos electrónicos, y
abandona la línea melódica y de baladas folk. Algunos críticos,
luego de las primeras presentaciones del conjunto, objetaron el
valor de algunas de las nuevas composiciones, por considerarlas
incorrectas desde el punto de vista técnico-musical. "Mirá —explica
García— yo me recibí de profesor de piano a los 12 años. Luego
estudié armonía y contrapunto y recién ahora comienzo a comprender
que muchas de las cosas que me decían que no debía hacer eran en
realidad posibles. En música hay cosas prohibidas (como las cuartas
aumentadas, o las quintas descendentes). Pero se pueden hacer;
quizás no suenen matemáticamente perfectas, pero el asunto no es
mostrar siempre el lado perfecto de las cosas. Todo artista debe
reflejar con su creación, a la par que sus virtudes, sus propias
imperfecciones. De pronto, yo necesito tocar cosas de las llamadas
imperfectas, entre comillas. Pienso que la técnica, o las
costumbres, en todos los órdenes, no tiene que limitar al hombre. No
estoy en contra de la técnica, pero siempre y cuando no se use para
encasillar o limitar la imaginación humana."
Mientras caminamos por la Avenida 9 de Julio, Charlie concita la
atención de un grupito de chicas y una que otra mirada furibunda de
alguna matrona. De pronto me propone que entreviste a los chicos que
integran su nuevo grupo. "Me gustaría que los conozcas. Son tipos
muy macanudos y muy inteligentes", sostiene. Le explico que,
periodísticamente, el tipo "Importante" para la nota es él. "Sí,
está bien —Insiste—, pero igual me agradaría que los vieras. Ellos
tienen asumido el asunto de que yo soy el más conocido. Pero son muy
inteligentes y eso no crea ningún tipo de problemas."
Le propongo que hagamos la cita en su hotel, para el día siguiente:
"No —replica—, mejor en otro lugar, porque allí me llaman todo el
tiempo por teléfono y nos van a interrumpir mucho". Después de esa
explicación adopta una pose de vedette, cruza las piernas, se alisa
el pelo hacia atrás y fumando en una boquilla imaginarla bromea:
"Chiquito, tú sabes lo solicitadas que somos las grandes estrellas
del espectáculo."
LA MAQUINA. Incluyendo a Charlie, son seis músicos: Moro, el
baterista del legendario conjuntos Los Gatos; el guitarrista Gustavo
Bazterrica; el bajista José Luis Fernández, y dos voces, Ana María
Quatraro y Héctor Dengis. En el local en que actúan conversamos
durante un buen rato, sumidos en un clima entusiasta y cordial.
Curiosamente, Charlie fue, durante esa charla, uno de los que menos
intervino. Se mostró cauto, prefiriendo escuchar a sus compañeros. Y
más allá de los temas que tratamos durante las dos horas que duró
nuestra plática, lo realmente importante y rescatable fue la actitud
general de los chicos: fueron resolviendo cada uno de los temas por
los que incursionamos con Inteligencia, sin alardes. La música,
obviamente, fue el punto en que se centraron las mayores
disquisiciones: "Guste o no lo que nosotros hacemos —indicaron—, no
se puede dejar de reconocer que el nuestro es un esfuerzo
profesional. No hay Improvisaciones y trabajamos conscientemente".
Les pregunto, ante la defensa apasionada que hacen de su música y de
todo lo que ella significa en sus vidas, si no les molestan las
concesiones que todo grupo musical debe atender para alcanzar fama y
publicidad. "Nosotros hacemos las concesiones normales que se deben
hacer para trascender —opinaron—. Pero en cuanto algo no nos gusta,
no lo hacemos y listo. Por ejemplo, este reportaje no nos molesta,
porque las cosas de que estamos hablando nos parecen importantes.
Pero, eso sí, tratamos de no mitificar; no entramos por la variante
de decir que Charlie se está por divorciar, o que Ana está un poco
más gorda y va a empezar un régimen para adelgazar. Lo que haga cada
uno de nosotros en su vida privada es problema suyo. Que quede claro
que el nuestro no es un grupo ideológico al servicio de una causa
determinada. Cada uno tiene sus propias ideas. Estamos ligados por
cosas más cercanas a las emociones y a los sentimientos que al
pensamiento."
Cuando les planteo si la música es el único medio de que disponen
para descargar sus conflictos y contradicciones, las respuestas
varían sobremanera. En un rato estamos todos prendidos en una
discusión salpicada de nombres como Nietzsche o Debussy, y que
abarca desde la teocracia hasta la cuarta dimensión. Olvidados por
completo del reportaje charlamos en el más ameno de los climas. Sus
conocimientos generales son vastos, tienen inquietudes y viven
interesados y preocupados por los problemas de su tiempo. Todos
ellos tienen amplios estudios de música clásica, a pesar de su corta
edad (José Luis, por ejemplo, ejecutante de bajo eléctrico y
violoncello, tiene apenas 18 años).
Ya en la calle, mientras vamos caminando de regreso) Charlie, con
una sonrisa satisfecha, me dice: "Hoy charlamos de cosas que nunca
hablamos antes entre nosotros. La cotidianeidad impide a veces
dialogar sobre temas tan profundos. Yo, por ejemplo, no sabia que
José Luis ama a Nietzsche ni que Gustavo era tan místico, pero lo
más importante, y lo que yo quería, era que charlaras con ellos y
los conocieras tal como son".
Una de las características más salientes en García es su capacidad
para mudar de estado de ánimo. Así, cuando inquiero acerca del
destino de la plata ganada en su carrera, troca su aspecto serio por
uno mucho más divertido y simpático: "Y pues —recita con aire y
acento gallegos- me la gasté toda". Y agrega más sobrio: "Hice todas
las cosas que hubiera hecho un chico como yo y con mis mismos
gustos. Me compré discos importados, un órgano y un piano
eléctricos, el sintetizador y el melotrón, entre otras cosas".
Idénticos buen humor y chispa inundan sus recitales: desde el
escenario Charlie dialoga a menudo con su público. Las letras de sus
canciones, como él mismo, equilibran la temática profunda con trazos
de fina ironía: "El humor es muy importante y la gente generalmente
no lo posee. Uno sale a la calle y encuentra a la gente triste. Y el
asunto va más allá de que el pan esté caro o el televisor no
funcione. Pienso que hay como una sensación general de descontento
en todo el planeta. Hay un gran descreimiento y también una suerte
de conciencia mal entendida de la civilización. Los actos puros ya
casi no existen y hay una gran hipocresía en muchos ámbitos. Incluso
mucha gente que se dice honesta en realidad no lo es. Por eso le doy
tanta Importancia a mi música, porque en medio de todo ese estado de
cosas, la considero algo puro, un verdadero acto de amor. Desde
'otro punto de vista, pienso que la época en que vivimos es límite,
es un tiempo de cambios. Mi música, como no podía ser de otro modo,
también es límite".
Alguna vez se le objetó cierta presencia escabrosa en algunos de sus
temas (incluso sufrió censura en varias ocasiones). "El artista —se
defiende— tiene que tener conciencia. Yo, a partir de mi conciencia
me ubico en el mundo y me defiendo de las cosas que veo como malas o
injustas. Hacer un acto puro, en un mundo en que ese tipo de actos
no aparecen, es algo muy importante. Pero, por supuesto, mi música
tiene que estar, a la fuerza, teñida de imperfecciones y hasta de
aspectos escabrosos. Porque la realidad misma es así".
Ya de regreso en el hotel le confieso que antes de emprender el
reportaje tenía ciertas dudas acerca de sus reacciones. Lo creía un
tipo mucho más difícil de tratar, hasta quizá un poco neurótico y
reacio a las entrevistas. Charlie sonríe, hace un par de muecas, y
después responde: "Mirá, no me molesta esta nota en sí. Pero lo que
no soporto es que vengan a entrevistarme, como pasó en varias
ocasiones, y empiecen a agredirme por mi aspecto o a señalarme como
si yo fuera un delincuente. Entonces sí, no me cuido y mando al
reportero al mismísimo diablo".
Ahora está decididamente serio, reflexivo. Quiero saber cuáles son
las cosas que más le molestan del mundo en que le tocó nacer y
vivir: "Creo que lo que más odio es la gente que se encierra, que
cierra sus mentes y cree que no pueden pasar cosas nuevas; que todo
debe seguir como siempre. No soporto a las personas que no son
capaces de abrir su mente a cosas nuevas",
¿PARA QUIEN CANTO? "Para quién canto yo entonces, si los humildes
nunca me entienden / Si los hermanos se cansan de oír las palabras
que oyeron siempre / Si los que saben no necesitan que les enseñe /
Si el que yo quiero todavía está dentro de tu vientre / Yo canto
para esa gente, porque también soy uno de ellos / Ellos escriben las
cosas, y yo les pongo melodía y verso / SI cuando gritan vienen los
otros y entonces callan / SI sólo puedo ser más honesto que mi
guitarra / Y yo canto para usted, / el que atrasa los relojes / El
que ya jamás podrá cambiar, y no se dio cuenta nunca que su casa se
derrumba".
Para quién canto es una de las más famosas y difundidas melodías de
Sui Generis. Para Charlie, la canción resultó una verdadera
justificación de toda su música. "Yo sigo creyendo que, de algún
modo, soy un incomprendido musicalmente hablando. Me planteé muchas
veces el problema de llegar masivamente a la gente. Pero existe una
evolución que no puedo traicionar. Para cantarle a todo el pueblo
habría que hacer algo mucho más sencillo. Nuestra música tiene
contenido y vuelo, pero no responde a las pautas establecidas en la
canción popular".
Charlie pasa actualmente muchas horas de su vida en el hotel: "Ahora
quiero tener mi propia casa -fantasea-. De todos modos no salgo
mucho. Sólo me interesa mostrar mi música; no quiero que los chicos
se me acerquen como si fuera un dios o alguien más importante que
ellos mismos. Por eso prefiero vivir más en mi intimidad, tomar
ciertas distancias ...".
Resulta casi imposible no relacionar a Charlie con la música. Su
habitación, por ejemplo, parece un verdadero estudio de grabación,
con equipos de sonido, auriculares, pilas enormes de discos,
revistas y libros relacionados con el tema. A pesar de ser trillada
y conocida, no desdeñé una pregunta que con Charlie calzaba justo.
¿Qué hubiera pasado con él de no haber triunfado en su carrera
musical? "Creo que hasta podría haberme suicidado —confiesa—. O
quizás estaría haciendo algo como
teatro ... Aunque debo reconocer que si no me hubiera sido posible-descargar
tantas cosas en mi música, hubiera resultado un tipo sumamente
peligroso", y sonríe, sorprendido de sus propias reflexiones,
lanzando carcajadas cortitas, como si tuviera hipo.
Esa noche, mientras nos dirigíamos a La Bola Loca, el local en que
actúa, cruzamos en la calle a una mamá muy joven, llevando en sus
brazos a su pequeña hijita. Por primera vez, entonces, lo noté
absolutamente concentrado, con todos sus sentidos pendientes de la
niña. "¡Qué niña hermosa!", balbuceó. Y acto seguido fue él quien me
preguntaba: "¿Vos tenés hijos?"; y continuó: "Aunque quisiera tener
un hijo, no estoy seguro de cuál es la educación más indicada. Creo
que, simplemente, le daría muchísimo amor, y de vez en cuando lo
reprimiría. El chico tiene que saber que ciertas cosas no se pueden
hacer. Conviene que lo aprenda porque igual el mundo después lo va
limitar y le va a colocar trabas".
Un rato antes de que comience la función las localidades ya están
agotadas. Con Charlie (ajeno por completo a sus fans y a los enormes
carteles que reproducen su imagen en la puerta de la sala)
intercambiamos algunas últimas frases: hablamos de su amor por el
cine, y por directores como Truffaut o Fellini y de sus ganas de
componer música de películas.
Casi sobre el filo del reportaje, y después de que él confesara que
su educación literaria no es muy profusa, le hago notar que, sin
embargo, su léxico es más que correcto, y sus continuas citas
históricas o comparaciones varias denuncian una formación general
suficientemente sólida: "Creo que el origen de mi formación hay que
buscarlo, sobre todo, en artes como el cine o la música. Porque,
después de todo, pienso que soy, con todas las desventajas y
ventajas que ello implica, un verdadero hijo de este tiempo".
Daniel Kon
Fotos: Eduardo Nuñes
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