De pronto un conjunto postergado, La Cofradía de la Flor Solar,
se convierte en uno de los mejores productores de rock argentino con
posibilidades de figurar entre los grandes.
La historia de la Cofradía de la Flor ha sido contada, deformada y,
muchas veces, exagerada. Sencillamente el asunto es así:
"Fundamentalmente no somos un conjunto musical —explican ellos
mismos— somos un grupo de trabajo que, entre las cosas que hace,
probablemente la música sea una de las más importantes o la que toma
mayor estado público".
Las otras cosas que hacen, desde una casa compartida ubicada en el
confín de la ciudad de La Plata, están relacionadas con la
artesanía: trabajan el cuero, pintan murales, hacen decoración y
también trabajamos en Fonum (una compañía platense que se dedica a
la construcción de equipos de sonido). En esa casona, a las que
ellos no escatiman borbotones de elogios, viven nueve personas: tres
parejas, dos "libres" y Luciana: una beba de dos meses hija de
Kubero e Isabel.
La mayoría de sus miembros llegó a La Plata para seguir carreras
universitarias. A más de tres años de la unión comunitaria todos
ellos han abandonado esos estudios. El justificativo es bastante
diluido pero no menos cierto: "En un momento —dicen— nos dimos
cuenta que era más interesante mantener férreamente la comunidad y
vivir lo que pasa en vez de estudiarlo".
Surgidos en la misma época que Almendra y Manal (mediados del '68),
La Cofradía es sin embargo uno de los grupos más postergados del
movimiento de música popular argentina. Las razones para que eso
haya ocurrido parecen ser muchas y, obviamente, están entrelazadas
en larga, pero desconocida historia del grupo. Esta es,
sintéticamente: Sin ese nombre, ni con las ambiciones musicales
actuales, cuatro de sus primitivos miembros llegaron desde la
provincia de Entre Ríos: eran Morsi, Kubero, Tzocneh y Paul.
Instalados en la ciudad de La Plata se inscribieron en diversas
carreras pero
mantuvieron como vínculo un grupo musical que habían formado que,
como único antecedente contaba con algunas actuaciones en su propia
provincia.
A ese grupo se unieron algunos integrantes y se presentaron por
primera vez en la ciudad platense en un baile organizado por los
estudiantes de arquitectura. "En esa época —cuenta Kubero sin
disimular su tonada provinciana— tocábamos temas de los Beatles,
pero también hacíamos algunas cosas nuestras, que en su mayoría eran
composiciones acústicas y muy melodiosas. Las mejores eran: «Te
deslizaste en mi costado» y «Ella no vino hoy»". En ese momento los
Gatos eran la máxima representación del rock (que en esa época era
confundido con la palabra beat) y los Walkers, los In y los Mockers
insistían en dar los últimos estertores de las canciones cantadas en
inglés. Buenos Aires era casi el único centro musical y el interior
(inclusive La Plata) todavía no habían asimilado la corriente de la
música pop que meses después los influiría fundamentalmente. "A
fines de 1968 grabamos toda esa serie de temas que mencionaba Kubero
—aclara Morsi, diminutivo de su verdadero sobrenombre: "Morcilla"—.
Vinimos a Buenos Aires a meternos con los aparatos de grabación por
primera vez: lo hicimos en un estudio de Villa del Parque. Allí
comenzó parte de nuestra lucha y de nuestra odisea a la vez. Con esa
cinta obtenida sin mucha experiencia y con bastante apuro comenzamos
a recorrer todas las grabadoras de la Capital. Invariablemente,
rebotábamos en todos lados". "A propósito de eso —interviene el
«Mono» Koehn, algo así como una especie de manager integrante de la
comunidad— también golpeamos la puerta de Mandioca. Y fíjate qué
paradoja: en aquel entonces nos rechazaron: dijeron que lo que
hacíamos era antiguo: que tenía cosas de rock. Ahora, dos y medio
más tarde, nuestro productor es Jorge Álvarez, dueño en aquel
entonces de Mandioca, y nuestro long play es una reunión de
grabaciones con los rocks más pesados que se hayan hecho en la
Argentina.
Aunque en parte desmentida por el propio Jorge Álvarez esa anécdota
sintetiza algunos de los típicos contratiempos e incomprensiones por
los que transitó el conjunto de La Cofradía de la Flor Solar. Pero
no todas las culpas las tienen que llevar los grandes fantasmas" y
los "productores negantes". El grupo estaba en una etapa de
experimentación y tenían, como es lógico, algunas fallas
reconocibles en cualquier grupo que da los primeros pasos.
En los primeros meses de 1969 se alían con Manuel Román, un
representante capitalino que era para ellos el contacto necesario
que estaban urgenciados de conseguir en Buenos Aires, ya que ellos
desde La Plata tenían una carencia de información y de medios para
actuar en la ciudad. Román los presentó por primera vez en la
Capital en el teatro del Globo, en la calle Charcas. Poco después
ese ciclo, reforzado con grupos como Almendra, se trasladó al
auditorio del ya disuelto Instituto Di Tella. Román se convierte en
productor del grupo y consigue la grabación de un simple en RCA
Víctor. Eso ocurre en el invierno del '69: registran dos temas sin
objeciones por parte del sello: "Sombra fugaz por la ciudad" y "La
mufa", dos intentos escasamente logrados de balada con
características telúricas que, al menos aparentaban tener buenas
intenciones. Para editar el disco habían firmado un contrato de dos
años en exclusividad con el sello, pero la escasa venta de la placa
(apenas mil cuatrocientos ejemplares, la mayoría de ellos adquiridos
por la ciudad de La Plata) hace que la grabadora acceda a algo que
ellos ansiaban: desligarse de esa atadura de 24 meses.
Al llegar la primavera se presentan en el Festival del Anfiteatro de
Buenos Aires. Por primera vez actúan con todos los grandes del rock
porteño. Su actuación no es destacada, para algunas crónicas apenas
"mediocre". Ellos mismos aseguran ahora haber pasado por una prueba
tan importante "sin pena ni gloria".
"A pesar del golpe del Anfiteatro —asegura Kubero— no nos dejamos
caer. Seguimos presentándonos en la mayor cantidad de lugares que
pudiéramos conseguir: así fue cómo empezamos a recorrer el interior
de la provincia de Buenos Aires: subimos a escenarios de Juárez,
Nueve de Julio, Laprida y otras ciudades importantes del centro de
la provincia.
"Para esa época -memoran- ya organizábamos nuestros propios
recitales en La Plata y conseguíamos gente con mayor facilidad. Pero
no nos dedicamos a eso solamente: hicimos conocer allá a los mejores
conjuntos del rock porteño. En marzo del '70 quedamos reducidos a
trío, porque Paúl se fue a hacer la conscripción. Un mes después
inventamos algo que salió bastante bien: las 30 horas continuadas de
música en la que se presentaron los mejores conjuntos de Buenos
Aires y La Plata. Fue un gran éxito y nos sentimos súper bien
entraron y salieron cuatro mil personas. Desde ese momento empezamos
a componer e interpretar música más pesada.
Pero no demasiado: en una nueva vinculación con Jorge Álvarez graban
un tema para incluir en álbum promocional ("Pidamos peras a
Mandioca") que fue uno de los últimos estertores del sello. La
composición incluida se denomina "Juan" y, aunque había mejorado
muchísimo con respecto a las grabaciones anteriores, La Cofradía de
la Flor Solar continuaba sin encontrar su verdadero camino.
Recién en noviembre de ese año en el Festival B.A.ROCK I, demuestran
verdadera coherencia y consiguen por primera vez aceptación masiva:
"En realidad subimos al escenario de B.A.ROCK con bastante miedo
—confiesa Kubero—; para colmo había algunos silbidos: vos sabés.
Pero el asunto se transformó después del primer tema el asunto
cambió radicalmente. El temor nuestro viene de las actuaciones
frente al circuito de Buenos Aires: vos sabés, nosotros somos de La
Plata y es difícil que te acepten en la Capital. Pero en B.A.ROCK
que había mucha gente y provenía de todas partes, no sólo del
círculo que va a los recitales, nos sentimos muy cómodos y eso se
notó en la interpretación: pocas veces salimos tan «llenos» como ese
día".
Eso que explican ellos, que aparenta ser el típico prejuicio
provinciano es, con todas las implicancias, absoluta y sinceramente
real: hay un cierto rechazo por parte del público porteño de recital
a todo lo que no provenga de su ciudad o que sea bien conocido. Sin
embargo, tanto en La Plata como en el interior del país se está
haciendo, muchas veces, música popular nacional bastante más
genuina.
Casi un año después de esa actuación, y una vez sorteado otro ciclo
de inconvenientes, La Cofradía consigue editar su primer long play,
una selección de temas grabado en veinte horas de estudio. Desde
algunas ideas de la tapa, hasta la música pesadísima del rock (uno
de los más duros que se tocó en la Argentina), hasta la medida,
importante, penetración de las letras revelaron, de pronto, que este
grupo fue un gran postergado: por lo menos en el último año.
Quizás toda su historia de inconvenientes y tropiezos ha de cambiar
radicalmente a partir de este momento: cuando el gran público
escuche, sin prejuicios-localistas, a este conjunto que es tan
"viejo" como Almendra y Manal, pero que hoy se convierte en una
fuerza verdaderamente nueva, con un sentido inédito y pocas veces
logrado en la Argentina. No sería demasiado arriesgado predecir
entonces que el conjunto de la comunidad Cofradía de la Flor Solar
figura en algunos meses más, en las primeras filas del rock del sur.
Su primer álbum, por lo menos, ya está allí.
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