Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 


Lo visible de Invisible
Revista Pelo
noviembre 1973

Muy pocas veces el público recibió a un músico que ingresa a escenario como en la noche del recital debut de Invisible. Había real cariño, además del respeto, cuando aplaudían y le pedían cosas ininteligibles a Luis Alberto Spinetta.
Una trayectoria de lealtad a sí mismo y a su música, una actitud sin fracturas ni concesiones en su ya extensa marcha, parecen ser los motivos que fundamentan esa devoción previa, el estar incondicionalmente "a favor" de cualquier experiencia que emprenda: se llame Tórax, Pescado, Invisible o Juan Pelota.
Hay una línea, quizás vertebrada, pero siempre unida en el caudal expresivo de Luis. Puede encontrarse en algunos puntos de esa línea con otros músicos. Y hacer la música que sale de ese encuentro. Eventualmente esos músicos pueden ser mayores o menores intérpretes de su música. Pero nunca Luis ha descendido de su línea, de su entrega expresiva total.
Esta nueva experiencia evolutiva llamada Invisible un encuentro nuevo en ese camino (el bajista Machi) y un reencuentro (el baterista Pomo, con quien ya había tocado anteriormente). Si ya se aceptaron y reconocieron sus "encuentros" anteriores no es demasiado válido comparar. Pero para quienes tengan dudas, o simplemente prefieran la comparación como método de reconocimiento, lo visible de este Invisible parece ser, a priori, un mayor basamento técnico (si es que eso tuviera importancia en la música de Spinetta) y una fluidez comunicativa entre los tres músicos que los hace trabajar independientes pero (telepáticamente?) unidos a la vez.
Si quisiera, Spinetta podría desarrollar gran parte de su caudaloso material creativo como solista. Lo volvió a demostrar mágicamente en "Artaud", su último álbum. Pero es visible que, necesita expresar otra parte de su música con un grupo. Un conjunto que quizás sea ideal, o viva solamente en su imaginación. Pero en cada paso, como en este, parece estar más cerca de la realidad y la concreción.
Quizás muchos de los que viajamos en este tren de "encuentros" como pasajeros, creamos que lo más parecido a ese ideal de grupo haya sido Almendra. Pero analizando la cosa sin cariños, ni recuerdos castradores. Almendra tuvo otro significado, otra importancia: fue el algo así como el nacimiento. Por fortuna para la música argentina no sólo de Luis Alberto Spinetta, también de otros tres grandes músicos. Esa es la validez de Almendra: el nacimiento. Tan importante como para un ser humano que lo recuerda cada año, aún cuando ya ha conseguido su "ideal" o realización y, seguramente, hasta su muerte.
Todo debut, cada recital tiene algo que prevalece. En ese caso parece haber sido la actuación de Machi y Pomo. Más aún que la de Luis. Esos dos músicos demostraron esa noche que tienen capacidad técnica y altura creativa. Ambas cosas probablemente frenadas o dormidas en sus actuaciones anteriores. Ahora dan la sensación de haberlas hecho visibles, aflorando, con Invisible. El recital en sí fue novedoso y de calidad. Buenas ideas en cuanto a la proyección de películas (Hidalgo Boragno) y a la inclusión de un personaje (quizás simbólico) "Elmo" (el molesto): un bailarín portando una cabeza gigante de cartón que, sorpresivamente se introdujo en el escenario. El otro punto destacado estuvo en la amplificación del sonido: buenos niveles, voces au-di-bles.

PUNTO APARTE
Las dos bandeadas del espectáculo (tenemos que ser francos) ocurrieron al principio del recital y los músicos no tuvieron nada que ver en ellas (cosa que, por fortuna, suele ocurrir). La primera: antes de que ocurriera nada, Miguel Grinberg subió al escenario y habló sobre la liberación, la represión y "ahora que estamos juntos", etc. Pero sucede que el rock no necesita de ningún papá por más sacrosantas que fueran sus palabras, ni requiere de ningún coordinador que le reitere clichés revolucionarios porque, en definitiva, la liberación de la música de rock la ha conseguido —y la seguirá manteniendo— la gente y no los líderes que buscan autopromoción especulando con la expectativa que provoca la presentación de un grupo metiéndose subrepticiamente a largar un toco personal (oído obligatoriamente) para el que nadie había pagado su entrada.
El otro flanco flojo es menos grave, antes también de la actuación se presentaron fotos proyectadas con imágenes del conjunto. Se supone que todos estamos contra la idolatría: fue muy triste ver a una parte del público aplaudiendo una foto. Hubiera sido preferible que aplaudieran el doble cuando Luis nos contó la historia de "La azafata del tren fantasma". (Todo esto sin afán de verduguear a nadie).

 

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