Revista Semana Gráfica
03.10.1969 |
Treinta conjuntos beats y toda la cofradía melenuda se
divirtieron en la cueva de Billy Bond, a beneficio de los huérfanos.
No hubo alcohol ni disturbios. "Somos gente decente".
-A la música beat no la para nadie...
Billy Bond estaba eufórico. Eran las diez y media de la mañana del
domingo 28 de septiembre. 'La cofradía de los melenudos' —según su
propia expresión— había resuelto la realización de un enloquecedor
festival a total beneficio del Patronato de la Infancia. Y se iba a
llevar a cabo allí, en la Cueva, en Rivadavia al 2300, un lugar
frecuentemente visitado por la policía.
—Lo único que nosotros pedimos es que nos dejen tranquilos. Aquí no
hay drogas ni prostitución. Somos un montón de jóvenes que quieren
divertirse. Hace cuatro meses que estamos aquí y nunca molestamos a
nadie. Yo no invertí quince millones de pesos para arriesgarlos así
porque sí.
—¿Hicieron el festival para quedar bien con la policía?
—Tenemos proyectada una serie de reuniones con el único fin de
ayudar a las instituciones que lo necesiten. Queremos demostrar que
no somos indeseables. Yo soy un ciudadano honorable: pago impuestos,
tengo derecho a vivir como quiera. Mientras no moleste a nadie...
A las once de la mañana, grupitos de melenudos y de chicas
minifalderas empezaron a cantar en la vereda. Tres bellísimas
adolescentes ofrecían las alcancías de Patronato de la Infancia a
las personas que caminaban por la húmeda vereda. Una señora madura
gritó en medio de la calle: "Mejor que vayan a ponerse más ropa. Yo
no sé cómo pueden andar así vestidas. En mis tiempos, estas cosas no
ocurrían. ¡Que desvergüenza!". Las muchachas lanzaron carcajadas y
se levantaron un poco más las estrechas polleras. La puerta de la
Cueva seguía sin abrirse. Un patrullero policial pasaba cada cinco
minutos.
Dieciocho horas de continuo ritmo. "Una experiencia única en el
país", como apuntó la entusiasmada Poupé, esposa de Billy Bond. Los
conjuntos beats más famosos del momento: "Los náufragos",
"Almendra", "La joven guardia", "Noviembre 32", "La barra de
chocolate", "Los mentales", y muchos otros que están a un paso de la
consagración.
A la una de la tarde, los organizadores del festival empezaron a
preocuparse. A esa hora, sólo un grupito de 25 jóvenes deambulaba
por el caluroso sótano. "Tuvimos que prohibir la entrada a los
menores. Y a fin de mes, los 300 pesos duelen...", justificó el
fotógrafo Federico, uno de los
dueños de la cueva. Pero el pesimismo duró poco. A media tarde, era
casi imposible dar un paso. Melenas, minifaldas, ropa extravagante,
escotes pronunciados, ritmo enloquecedor, se mezclaban con un humo
denso, asfixiante. Los cuarenta tanques de Coca-Cola y los
centenares de paquetes de galletitas empezaron a ser devorados.
—Nada de alcohol. Nosotros no somos borrachos. Además, se evitan
líos —explicó la estilizada Poupé.
La escasa luz y el pesado humo hacían casi impenetrable el ambiente.
Esa atmósfera asustó al esposo de la señora María Luisa Devoto de
Bustillo, presidenta del Patronato, una simpática anciana que quedó
entusiasmada con el ritmo beat. "No lo entiendo, pero me divierte",
dijo con una sonrisa. En el mostrador, varias alcancías seguían
acumulando monedas. "Las vamos a llenar a todas", se jactaba la
modelo Mónica Kramer, una exuberante rubia que trastornó a todo el
mundo. Enfundada en ajustados pantalones negros, sus movimientos en
la pista de baile casi desatan una batahola. Su ejemplo fue imitado
por Liliana Fernández Blanco, una actriz de 24 años que no pierde
una sola fiesta del ambiente. Pero el espectáculo lo dio un ignoto
jovencito cuya remera blanca lucía la bandera inglesa. Bailó varias
horas sin parar, gritó histéricamente, rodó por el suelo, agitó su
enrulada melena. Pero no quiso dar su nombre. Cuando "Los náufragos"
comenzaron a cantar su último éxito, "Yo en mi casa, y ella en el
bar", el delirio fue total. El amplificador, puesto a todo volumen,
parecía querer agrietar las paredes. En los sofás semioscuros, los
cuerpos se entrelazaban al compás del frenético ritmo. Eran las
siete y media de la noche, y nadie advirtió la presencia de un
oficial, dos cabos y un agente. "Los menores que estén presentes van
a tener que retirarse", dijo Billy Bond. "Es una orden Policial".
Treinta jovencitos empezaron a subir la escalera hacia la calle con
las caras serias, defraudados. Ni se dieron cuenta que la lluvia los
mojaba.
—Es de rutina —dijo Billy Bond—. Después de las ocho de la noche los
menores no pueden estar en un lugar como éste. Pero no pasa nada.
Nosotros somos buena gente.
A las cuatro de la mañana la Cueva quedó desierta. Lánguidos
adolescentes, cansados, agotados, se dispersaron por la calle
Rivadavia.
¿QUÉ PASÓ? ¿COMO FUE?
El domingo 28 de septiembre el cantante Billy Bond organizó en su
famosa Cueva un festival a total beneficio del Patronato de la
Infancia. Desde las 10 de la mañana hasta las 4 de la mañana del día
siguiente, ululantes jovencitos se sacudieron al compás de los más
importantes conjuntos beats de la Argentina. Un mes y medio atrás,
las autoridades irrumpieron en la Cueva y se llevaron a todos los
presentes. Pero no encontraron drogas ni prostitutas. Pocas horas
después, los 98 detenidos fueron puestos en libertad. Este
antecedente hizo temer por la finalización del insólito espectáculo.
Nada de esto ocurrió. A las cuatro de la madrugada, y después de 18
horas de continuo ritmo, la fiesta terminó sin ningún problema. Los
muchachos prometen nuevos festivales.
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