Revista Siete Días Ilustrados
19.10.1970 |
Entre el sábado 10 y el lunes 12, unos 1.500 pelilargos
adolescentes levantaron sus carpas junto a la popular laguna a la
espera del publicitado festival de música beat. Aunque la fiesta no
se realizó, un redactor y un fotógrafo de SIETE DIAS convivieron con
los acampantes y documentaron los entretelones de la frustración
Para algunos, fue la mayor expresión de autenticidad que brindaron
los jóvenes argentinos en la última década. Para otros, en cambio,
se trató de una maniobra comercial destinada a crear las condiciones
de mercado necesarias para el lanzamiento de un nuevo producto: la
marihuana. La mayoría coincidió en afirmar, simplemente, que el
baqueteado asunto de Lobos —el segundo fracaso del discjockey
Edgardo Suárez en su intentona de realizar en esa localidad
bonaerense un festival gigante de música beat— no fue más que un
picnic superpromocionado en el que, ayudados por largas «melenas,
coloridas ropas y heterodoxos disfraces, varios grupos de
adolescentes trataron, a su manera, de mostrar estruendosa,
caóticamente, su "rebeldía", su "inconformismo.
Lo cierto es que una incómoda sorpresa acechaba a los tranquilos
Pescadores que, en la mañana del sábado 10, decidieron aprovechar el
alargado fin de semana para arribarse a la laguna de Lobos y
disfrutar de un bucólico week-end: unos mil quinientos hippies,
desparramados en un centenar de carpas, se adueñaron de la costa a
la espera de que el jeque Suárez concretara su anunciada festichola.
Un particular estilo de reunión que, frustrado el 20 de septiembre,
el viernes 9 recibió otra herida mortal cuando un escueto telegrama
le anunció a E.S. la suspensión provisoria del festival!. "Una
elegante manera —se quejó luego Suárez— de prohibirlo, sin recurrir
a expresiones antipáticas."
Pero como la desautorización de los funcionarios provinciales llegó
a último momento, los adolescentes que se habían entusiasmado con la
idea de participar en la fiesta prefirieron ignorar la "suspensión
provisoria"; cargaron, pues, sus petates —mochilas, carpas,
guitarras— y se instalaron a la espera de novedades en los
alrededores del Country Club lagunero, donde se habían acondicionado
76 hectáreas para cobijar a los acampantes. Las noticias, por
supuesto, fueron pocas: el sábado por la tarde el pariente Suárez se
hizo una escapada hasta Lobos, estimuló la devoción de algunos de
sus admiradores y les explicó que el evento se había suspendido "por
razones de fuerza mayor", pero que él estaba haciendo los "trámites
necesarios" para que pudiera realizarse entre el viernes 30 y el
domingo 1º de noviembre.
Sin embargo, aunque no hubo festival, los reposados lugareños que se
hicieron una escapada al campamento para curiosear tuvieron motivos
suficientes para la comidilla: la mayoría de los visitantes se
complacía en lucir las estrafalarias vestimentas, los ostentosos
atuendos, las increíbles cabelleras y el mismo aspecto que
caracteriza, en otras partes del mundo, al movimiento hippie. Claro
que muchos dijeron que los exponentes nacionales sólo comparten las
apariencias con los jóvenes americanos y europeos: "Yo viajé por
toda Europa y creo que allí las cosas son algo distintas —diferenció
Juan, un hippie de 27 años que fue a Lobos con su mujer y su hijo de
meses—. Estos que están aquí son chicos ahogados por el
establishement, que se sienten desesperados y que dan un grito y
salen corriendo; pero a mí me parece un fenómeno muy positivo".
Un rastreo efectuado por SIETE DIAS en el lugar permitió establecer
algunas de las características específicas de los acampantes: la
edad promedio era de 18 años; había un 70 por ciento de varones y un
30 por ciento de chicas; muy pocos supieron explicar en detalle por
qué habían ido a Lobos —casi todos se limitaron a respuestas
generales tales como "porque venía un amigo", "porque me gusta",
"porque me derrito por la música"—; prácticamente ninguno pudo
definir con precisión qué es un hippie, y muy pocos admitieron haber
probado drogas. En contraste, hubo unanimidad para responder que los
padres no los entendían y que las relaciones con ellos eran muy
difíciles.
Entre los vecinos que husmearon por las carpas no faltaron quienes
imaginaron truculentos episodios: "Mirá, mirá —le decía una
rechoncha señora a su distraído marido—: esa chica camina como
borracha y tiene la mirada perdida y vidriosa, para mí que se
drogó". Un poco más serio que esa sospecha, un rumor preocupó a los
vecinos: se afirmaba que algunas personas estaban repartiendo
gratuitamente marihuana para iniciar a los jóvenes en la práctica de
fumar y obtener así nuevos clientes. Más allá de las debilidades de
ese argumento —la marihuana no produce acostumbramiento y es muy
difícil que alguien la haga circular en un lugar tan lleno de gente
y con policía cerca—, no faltó quien desarrollara su propia teoría;
Adolfo Cordeu (26), licenciado en comercialización y gerente de
producto de Brassovora, que fue a Lobos "a ver qué pasaba", explicó
a SIETE DIAS: "Todo parece responder a una gran campaña que
culminaría cuando se realice el festival, con el lanzamiento masivo
del nuevo producto. Lo de este fin de semana puede ser un estudio de
factibilidad que permitiría establecer las dimensiones del mercado y
pulir los canales de distribución —exageró—. Hay que comprender que
el de la marihuana es un gran negocio, pues la mercadería carece de
competencia y tiene un potencial de consumidores muy amplio".
Ajeno a las especulaciones tejidas en torno al frustrado festival,
Juan Miguel (18) sintetizó, quizá mejor que nadie, lo ocurrido en
Lobos cuando meditó: "Antes los rebeldes protestaban contra la
sociedad; pero de lo que se trata ahora es de invertir los términos;
actuamos de manera tal que sea la sociedad la que proteste contra
nosotros".
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Frustrado Festival beat en Lobos
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Edgardo Suárez
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