Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

VIDA MODERNA
REVOLUCION Y FUTURO DEL ROCK
El conjunto que hizo del rock un mito y de su vida una leyenda, los Beatles, acaba de disolverse. Es muy probable que su lugar sea ocupado por los Rolling Stones, hasta ahora en un voluntario y seguro segundo puesto. Hace catorce años le tocó a Richard Brooks, con su film Semillas de Maldad, mostrar al mundo los acelerados síntomas del cambio. Se valió de una inédita forma musical: el rock. Con éste se forjaría una ruptura, hasta encarnar una prodigiosa visión del universo. Terminada su década más gloriosa, Newsweek indaga en las bases del fenómeno a través de su exponente máximo: Mick Jagger.

El rock produjo tres films clásicos.
El primero fue Monterrey Pop, un documento sobre el festival homónimo de 1967, pleno de fervor y frescura hippies que hizo explotar sobre un mundo estrellado los brillantes talentos de Jimi Hendrix y Janis Joplin, hoy trágicamente desaparecidos. El segundo, Woodstock, marcó el ascenso de la joven cultura en un momento de unión trascendente, 1969. Un tercero acaba de estrenarse en Nueva York: Gimme Shelter, dirigido por David y Albert Maysles, en colaboración con Charlotte Zwerin, y sigue paso a paso la gira
americana, en 1969, de los Rolling Stones.
Su trágica culminación se produce en el concierto de Altamont, en una atmósfera de horrible violencia centrada en la presencia de los Ángeles del Infierno o Ángeles Malditos, escolta ad-hoc del legendario conjunto.
Para muchos, estos tres films trazan la aguda curva que registra el nacimiento y caída de uno de los episodios más notables de la cultura americana: la Era del Rock.
En Gimme Shelter, las cámaras capturaron quizá los más poderosos y profundos momentos de una generación surgida de esa cultura. Y no es de extrañar que su foco sean los Rolling, la quintaesencia del rock, con el increíble Mick Jagger a la cabeza. Especie de Lucifer del ritmo, el jefe de los Stones es, además, un perfecto modelo de superestrella, hechicero y auténtico Dionisio de la rebelión de millones de jóvenes que, en los años sesenta, hicieron del rock el lenguaje oficial de su desamor por la tradición.
De todas las figuras carismáticas producidas por esta civilización —Paul Mc Cartney, Janis Joplin, Bob Dylan, John Lennon, Jimi Hendrix, George Harrison, Eric Clapton—, Jagger es, sin lugar a dudas, el astro más llamativo.
Su poder demoníaco —hay gente que instintivamente le teme— y su intransigencia ante cualquier voluntad que no sea la suya han configurado gran parte de ese carácter. Por él los Rolling vienen justo atrás de los Beatles; también por él los estudiosos del movimiento consideran a su conjunto EL conjunto de rock, el único cuya imagen y estilo han reflejado siempre la verdadera y cruda naturaleza de esa música esencialmente salvaje.

SIMPATIA POR EL DEMONIO
Gimme Shelter no pierde un solo instante de vista al jefe de los Stones. Lo sigue, atravesando el país hacia su cita en Samarra, en cada uno de sus saltos en escena —pertrechado de un caricaturesco sombrero Tío Sam—, en cada una de sus inquietantes y sobrenaturales vestimentas unisex que él agita fantasmagóricamente a lo largo de Simphaty for the Devil y Street Fightting Man, dos temas que han pasado a convertirse en himnos de una nueva república. Él los entona con una fantástica voz, capaz de envolver un aullido en la más profunda musicalidad. Muestra, también, sus contorsiones al borde mismo de un primitivismo mágico, sus pies agitados en un enloquecido collage danzante en el que mezcla poses de matador, bríos de gallo de riña, siniestrismo de brujo Watusi y todo el grotesco de las últimas interpretaciones de Bette Davis.
Pero, súbitamente, esa misma cámara se fija en la fría violencia que hizo explosión en Altamont, donde los Ángeles fueron contratados para guardar el orden del concierto y custodiar la escena, y terminaron apaleando a la gente, ensañándose con los heridos o empecinándose con un negro a quien patearon hasta hacer de él una masa informe.
El film se encarga, apelando a la cámara lenta, de deslizar por la pantalla la atroz matanza. Pero los golpes más elocuentes provienen de los mismos Stones cuando asisten a su exhibición: Mick, conmovido, terriblemente confundido, furioso, puede contemplarse a sí mismo tratando en vano de dominar a su escolta y a la multitud, totalmente desautorizado por ese monstruo que él había sentido antes retumbar satánico, mientras se abría en dos para dejarlo pasar hacia el escenario.
En Altamont, a sólo cuatro meses de la pastoral Woodstock, una bestia desconocida deambulaba a campo abierto. A partir de entonces, todos aquellos que, de una u otra manera, estaban vinculados al rock comprendieron que aleo irrevocable y espantoso había sucedido. Era, quizás, el fin de la inocencia; también una advertencia de que la descomunal energía contenida en la música, y por ende en su audiencia, albergaba elementos peligrosos. Era irremediable enfrentar esa terrible encrucijada. A nadie dejó de parecerle significativo que todo esto fuera precedido por el animador más grande que tuvo la historia del rock: Mick Jagger.

SUS MAJESTADES SATANICAS
El fervor, aparentemente intocado, que rodea a los Stones en ambos lados del Atlántico es, de alguna manera, desmedido si se comienza a memorizar la cantidad de conjuntos que fueron y vinieron en las rápidas mareas del rock. Los Beatles, que hacía tiempo no viajaban, se disolvieron. Bob Dylan se retiró de la escena para dedicarse decididamente a la música melódica y a la vida familiar. Las drogas terminaron con Hendrix y Joplin, y Jim Harrison —de los Doors— desapareció a causa de sus lascivas actitudes desplegadas en un concierto en Miami. Pero, mientras grupos como The Whos, Led Zeppelin, Iron Butterfly y Ten Years After están llenando el aire con
densos sonidos nadie lo hace como los Rolling. Y nadie como Mick Jagger.
Detrás de la tremenda continuidad que el jefe del grupo ha generado como mágico maestro de ceremonia, se esconde un estupendo empresario y una estrella ambiciosa.
Sin lugar a dudas, nadie ha marcado como él y su grupo el surgimiento apocalíptico del nuevo ritmo. Su larga popularidad, su música subversiva, su publicitada pero nunca develada vida íntima y su relación con el fervor revolucionario que marcó el fin de los 60 ofrecen una visión global de un fenómeno cultural que virtualmente ha sacudido al mundo.
"No hay grupo más grande que ellos", sostiene el reproductor Glynn Johns. "Nadie ha hecho de una audiencia lo que ellos; nadie ha producido semejantes histerias colectivas." Porque si bien los Beatles las lograron, éstas concluyeron en sí mismas, en su frenesí o entusiasmo. En cambio, los Stones han conseguido penetrar como un bisturí sangriento en los pantanos y volcanes más profundos de su público, para hurgar, allí, despiadadamente.
Así, mientras John Lennon & Co. entonaban Love Me Do y exigían en su brillante y exuberante estilo que la gente se tomara de las manos, Jagger y los suyos se internaban en mórbidos blues americanos. "Mi padre —recuerda Mick hablando de esa música— solía llamarla «música de la jungla». Yo sólo atinaba a decirle Yeah; «música de la jungla» está bien dicho."
En 1962, cuando Mick tenía 18 años, tropezó con otro admirador de la música negra, el estudiante de arte Keith Richard. Juntos partieron a Londres. Mick a estudiar ("Aunque en realidad me pasaba el día escuchando discos"). Un rubio de apariencia angelical, Brian Jones —se habían conocido en el Soho— vino a compartir sus vidas.
Pronto se les unirían el baterista Charlie Watts y el bajo Bill Wyman. "Todo era bastante mugriento y nosotros también", rememora Mick. "Vivían como ratas", agrega Bill. "Se sentaban en la cama con cientos de botellas medio vacías y repletas de asquerosos hongos." En las calles sucias, con sus pelos igualmente sucios y largos, el desconocido grupo se encaminaba a tocar en alguna parte. "Yo pensaba que se necesitaban agallas para cantar en un local de baile los sábados a la noche —continúa Bill refiriéndose a Mick—, pero él era altanero. Yo, si hubiera estado en la audiencia, hubiera pensado que era medio loco y marica."

BANQUETE DE PORDIOSEROS
"Honestamente, yo no sabía si reírme o mandar llamar un domador", se sonríe un promotor que los encaminó durante los primeros tiempos de su carrera. "Nuestra audiencia —afirma Mick— no era gente pobre, era gente como nosotros ... más parecida a una muchedumbre de colegio que a otra cosa. Muchos sabían y entendían cómo era nuestra música."
Recordando sus esfuerzos por escalar desde el anonimato los dorados peldaños del divismo, continúa Mick: "Estábamos siempre atrás de nuestras fotografías para que salieran en las tapas de las revistas. Tan pronto como los chicos nos descubrieron empezamos a estar en el gran grito. Al principio asustaba —confiesa—, nunca antes habíamos tocado para una multitud aullante, Después, los salones de baile no quisieron saber más nada con nosotros; empezábamos a ser un peligro; claro, tocábamos media hora y la gente gritaba otra media hora más, y había muchos desmayos ...".
Cuando, en 1964, Mick y Keith deciden hacer sus propios temas, comienzan a luchar para conseguir ubicarse en the Top, la cima misma de la popularidad. "Los Beatles —declara Mick— eran rápidos en hablar, musicales, graciosos y no se comportaban como todo el mundo. Eso era lo lindo que tenían. No eran malditos, y sin embargo eran rudos. Pero eran tan graciosos... que todo el mundo pensaba que eran hasta buenos. Nosotros no éramos graciosos y todos decían que éramos antipáticos." Así, los Rolling ganaron pronto fama de peligrosos y los Beatles de sanos. "¿Dejaría usted que su hermana salga con un Rolling Stones?", preguntó por aquella época un periódico.
Muchos creyeron ver en este anuncio una divertida maniobra para profundizar aquella imagen y achacaron su paternidad a Andrew Loog Oldham, un productor que por esa época cargaba con el grupo. Otros, como el crítico Nik Cohn, comprendieron la sutil y eficaz maniobra psicológica: "Peludos, feos, anárquicos como eran, Oldham acentuó esa imagen. Así, si los chicos se sentían inseguros con respecto a los Stones, al oír hablar a sus padres de «esos animales», de «esos sucios retrasados mentales», se volvían inmediatamente del lado de los Rolling y los imitaban".

LOS DIARIOS DE AYER
Explotado este abismo generacional, el hábil Oldham reconoce hoy, no sólo la paternidad del anuncio, sino la efectividad del mismo. Claro que, por todos lados, rodeaba al conjunto un halo faustiano, también a Oldham, "pero caminó, y a partir de entonces crecieron en absoluta libertad; porque cuanto más éxito tenés, más lejos podes ir".
Por lo menos tres Stones sufrieron las consecuencias de esa desmesura y cayeron en las drogas. Escándalos, procesos y decaimientos físicos estuvieron a la orden del día. Las sentencias también. "Los diarios se volvieron locos —se defiende Mick—, era una verdadera cacería de brujas." Hasta el Times llegó a editorializar sobre el asunto. Pero las drogas acompañarían la carrera y los eventos del grupo hasta una muerte solitaria y trágica.
Si Mick, el muchacho peleador, cuestionaría a un mundo recto; Mick, la superestrella, ya reconocida y consagrada, intrigaría al mundo con su dinero, su extravagancia, su aparatosidad, sus delirios, sus caprichos, su negra leyenda, sus secretos aprendizajes de magia nunca confirmados...

SATISFACCION
Ciertamente Jagger recorrió el camino: revolucionario, anti-Establishment, ídolo, divo, dueño de casas fabulosas, protagonista de escándalos conyugales (que no lo inmutaban aunque la nobleza tradicional estuviera de por medio) y desiderátum de toda la nueva civilización.
Mientras los Beatles pasaban días enteros en el estudio de grabación, Jagger ascendía al estrellato para convertirse en el jefe báquico, en el tirano que excitaba a las multitudes con sus febriles latigazos sobre el escenario como si fuera una perra en celo, o apretando lascivamente su mano entre las piernas, pleno de lujuria, todo sexo; él, todos los sexos, sacudiendo sus huesudas caderas convulsivamente...
La dionisíaca visceralidad de Jagger tenía su entregada audiencia dando vueltas angustiosamente con él, devolviendo el terrible voltaje en un descomunal intercambio de energías, en el cual la verdadera estrella no se cansaba jamás.
"Usted puede sentir la adrenalina a través de todo el cuerpo", declaró recientemente Jagger. "Es algo sexual; si la audiencia lo siente realmente, como me ha pasado en Chicago o Nueva York, la energía fluye de ellos. Otras veces, si no me responden, me vuelvo más violento."
El recurso de Jagger es profundamente ambiguo, "Mick, definitivamente, tiene un encanto bisexual", dice su amigo, el realizador independiente Kenneth Anger. "Actúa en el subconsciente de la audiencia y les saca la bestia afuera." Para el administrador Chip Monck: "Desde antes de conocer a Mick yo salgo con esta chica. Mirándolo a él veo que se parecen. No sé si esto me pone en la categoría de homosexual latente. Pero hace que sienta un cierto calor hacia él".
De hecho Jagger parece ser el modelo de la metamorfosis unisexual en los jóvenes, una rotura de los arquetipos o estereotipos sexuales. Que para el sociólogo Theodore Roszac "es muy sano... ya que una de las mayores causas de enfermedad en nuestra sociedad son los hombres luchando contra su femineidad y las mujeres contra su masculinidad".
El mito de los Stones cubre, también, sus temas. Street Fighting Man ha sido tomado como una apología de la revolución, aunque en realidad es un triste y resignado canto. Salt of the Earth, por ejemplo, con su simpatía evidente por la clase obrera, dibujando cada una de sus tristezas, podría llegar a colmar los sueños de Marx pero, para Mick, "la canción es un total cinismo, yo digo que esa gente no tiene ningún poder y nunca lo tendrá".

BLUES DEL GATO PERDIDO
Lo que todo esto significa es que hay, o había, un gran elemento de mito en la estructura de la personalidad, en las implicancias políticas y en la sustancia musical del rock. Todas estas ambigüedades y ambivalencias se dieron al máximo en la más grande estrella del rock. Mick Jagger no canta revoluciones, canta un ambiente, un espíritu que tal vez fue apagado en Altamont. El escritor Stanley Booth, quien prepara un libro sobre los Rolling Stones, escribe que "pocos jóvenes se dan cuenta, aunque los Stones siempre lo supieron, que su heroísmo revolucionario es una pose, que no cambia nada, que rock'n'roll es solamente un pequeño pimentón en la gran comida nuclear".
Y el mismo Jagger cuestiona la potencia revolucionaría del rock, fuera de su contexto musical: "No creo en el Woodstock Nacional. Pienso que hay un montón de chicos que empezaron algo, pero nunca lo van a terminar. Creo que fueron muy lejos con su fe en esto. Esperaban que fuera todo, que expresara todo lo que ellos sentían".
El dionisismo parece haber desaparecido para dar lugar a la Gran Depresión. La música se ha Vuelto más densa, más ensoñadora y lisérgica. Por lo mismo más irregular. Nuevos conjuntos exploran clásicas melodías, el poeta trovador rejuvenece, se busca la diafanidad, se exploran sonidos nuevos, nuevos timbres. "Los festivales de rock han degenerado en una grotesca tragicomedia de gente, promotores tramposos, muchachos rebeldes, clubes salvajes y estrellas con locuras monetarias", reflexiona Albert Goldman, para acabar bautizando a esta nueva época como la "Gran Depresión".
La furia casi sobrenatural del rock es probable que haya muerto en el trágico concierto. "Muchos de los chicos que la hicieron posible están creciendo ya hacia la madurez, quieren tener familia, una vida tranquila, ser ciudadanos", medita Roszak. Y Michael Lydon, considerado uno de los más medulosos analistas del rock, confiesa haber concluido ya su aventura con éste y con los Stones "que, aseguro, fue fantástica, dejé sangre en el camino. Me siguen gustando los Stones, pero no los envidio más. He descubierto que Mick tiene mi misma edad y estuvo tan condicionado por sus circunstancias como yo por las mías".

CANTEN ESTO TODOS JUNTOS
"Al final, probablemente me convierta en una especie de Cary Grant al que un montón de viejitas le escriben", medita el mismo Mick, ahora con 27 años. Recordando su personaje en la película Performance, inspirado en un cuento de Borges donde hace el papel de un ex cantante de rock que se va convirtiendo progresivamente en un ase-sino profesional, comenta: "Al principio el papel me parecía poco creíble, pero poco a poco lo fui comprendiendo y amando... a veces me quedo todo el día con su maquillaje puesto". Y continúa con un dejo de nostalgia en sus abismales ojos azules: "En una época pensaba que yo era el único monstruo del mundo. Aunque realmente sabía que había otros. Ahora sí que me siento en casa, bien en casa".
El tiempo de las estrellas ha muerto, el rock vive; pero aparecerán nuevas audiencias, nuevas generaciones que pedirán nueva música, ¿Cuál será? Nadie lo sabe, aunque nadie duda de dos cosas: la revolución de los años 60 influirá mucho en ella y habrá música.
PRIMERA PLANA Nº 417 • 26/1/71
 

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