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Decidieron patrocinarlos y repitieron la actuación un mes
después, con todos los bombos y los platillos que recibían los miembros del Clan. En
enero del '76, mágicamente, grababan su primer álbum para la RCA argentina.
Lo presentaron en dos funciones (Coliseo, abril) y en junio
eran aclamados por 12 mil jóvenes en el Luna Park. Varias giras por el interior
magnificaron su consagración relámpago. En enero del '77 presentaban su segundo LP
(mezclado en los estudios Criteria de Miami) en el mismo estadio, donde nuevamente serían
aclamados por la multitud el primero de abril siguiente. Su música no era parte de un
show bailable. Anunció el baterista: "Queremos ver un mar de cabezas bullendo, y no
un mar de cuerpos moviéndose" .
Días después, formalizaban su éxodo hacia los Estados Unidos, donde no avanzarían como
grupo sino personalmente.
El primer Crucis existió hasta 1975 y contaba con el bajista Juan José Fernández
(luego de La Máquina de Hacer Pájaros). El cuarteto definitivo se consolidó en julio
del '75 con el ingreso del baterista uruguayo Gonzalo Farrugia (ex Psiglo), Pino Marrone
(guitarra), Aníbal Kerpel (teclado) y Gustavo Montesano (bajo y canto), eran los tres
restantes. Ensayaban diariamente de 15 a 20, hasta el día histórico ya mencionado.
Incluso el diario Crónica (que en general solo se ocupaba del Rock cuando había algún
desorden callejero) los había tomado en cuenta con un artículo titulado:
"Fulminante consagración"
El cuarteto no sólo representaba un ejemplo de
trabajo armónico, sino que se ubicaba en la cumbre de la electromúsica urbana.
Marrone fue la revelación del año como guitarrista, y en los teclados Kerpel dejaba
atónitos a los oyentes. Lo apodaban "el mariscal" y precisamente su tema
"Los Delirios del Mariscal" es una de las obras mayores del grupo. Establecían
coordenadas armónicas de una sutileza y una intensidad que pocos habían alcanzado en los
primeros 10 años de Rock nacional. Se ponían en acción en vivo y parecía como si se
conectara una usina gigante.
Que el Rock es energía, ya se ha dicho muchas veces. Pero verla (y sentirla en
acción), es algo muy distinto. Ocurre una cosa a medio camino entre el escalofrío y la
caricia. La batería de Farrugia y el bajo de Montesano retumban en el vientre, mientras
la electroguitarra y el órgano electrónico impactan las neuronas. Sumemos a eso doce mil
jóvenes agitados por tal torbellino en el centro de Buenos Aires...y una hermosa escalada
melódica.
Crucis se remontaba sin parar, y en sus conciertos la gente terminaba de pie agitando los
brazos y ululando tribalmente.
El único punto flojo de la experiencia era la voz de Montesano.
Como cantante era bastante deficitario. Alvarez situaba la voz atrás con cámara y
efectos, pero eso no remediaba la carencia. Aunque dado que la mayoría de las
composiciones eran instrumentales, el problema quedaba en segundo plano. La música de
Crucis se inscribía en la órbita contemporánea donde se aunaban componentes del rock y
del jazz, en sus tendencias libres. En su etapa final, considerando que al inicio, la
mayoría de los temas era aportada por el bajista, con quien surgieron varios
desencuentros -tal vez por sus propias limitaciones como cantante y su obstinación por
hacerlo- los materiales de Kerpel y Marrone abusaban del free y por momentos parecían
fuegos sonoros de artificio. De todos modos, se manejaron con lucidez y establecieron un
punto referencial de exigencia en momentos donde nuestra joven música urbana crecía en
calidad y cantidad. |
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