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crónicas del siglo pasado

REVISTERO

El destape del rock


Revista Somos 1982




 

 

 

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La guerra le dio luz verde al rock, y ahora a los recitales va tanta gente como a una cancha, mientras los jóvenes están de parabienes en boliches que proliferan por todos lados. Pero hay algo más que música: lenguaje, ropas, símbolos y un estilo de vida.

Hay clima de fiesta pagana: ellos aseguran que si se cierran los ojos pueden imaginarse las pirámides de Egipto detrás. Para ellos, es como si ahí mismo, y apenas a unos instantes de distancia, fuera a crearse el mundo. Sólo falta que entre a escena el 
gran sacerdote. Algunos se han quedado con los ojos cerrados inhalando la atmósfera eléctrica. Otros aprietan o acarician con los dedos sospechosos cigarrillos. Que apenas son eso: sospechosos. Pero huelen a tabaco. En el cerebro de los que tienen los ojos cerrados acaba de explotar el trueno que anuncia el fin del caos y el comienzo del cosmos.
Pero es, apenas, el enorme chasquido de un corto circuito infernal entre los cientos de watts de lo que ellos llaman el equipo.
En ese tremendo cúmulus nimbus a punto de reventar, ellos se reconocen: tienen sus claves y sus símbolos. Y también sus problemas comunes. De pronto el spot sicodélico estalla sobre la cara del gran sacerdote con una luz de color tiza. Pero 
éste, por toda contestación, sólo comprueba afinación y watts con un melancólico acorde de La menor en su guitarra: mi-do-la-mi-do-la. Un silencio y arranca con otros acordes.
La interrupción es inevitable: la ceremonia exige que los creyentes muestren que han reconocido el rezo común, aúllen con coro unisex y aplauda. Empieza la oración: Sólo le pido a Dios/ que la guerra no me sea indiferente/ es un monstruo grande y pisa 
fuerte/ toda la pobre inocencia de la gente.
Las manos y las gargantas han enrojecido. Es el fenómeno del rock.
ADIÓS A LAS BARRERAS: -Unas 80.000 personas, en su gran mayoría jóvenes, se congregaron ayer en Obras Sanitarias para el festival de rock que reunió a los mejores conjuntos e intérpretes, en solidaridad con la causa de las Malvinas. Se recaudaron elementos para nuestras tropas en el frente, que 50 camiones militares cargaron hacia diversos destinos. Fue una expresión multitudinaria de fervor patriótico, de parte de quienes están dispuestos a dar su cuota de sangre en defensa de la soberanía", describió La Razón del 17 de mayo pasado. Un día antes la guerra había producido otro fenómeno en el cuerpo social argentino: el rock ya tenía luz verde. El 2 de abril se había ganado la amarilla. Antes, la luz había sido, si no roja del todo, de un anaranjado subido.
"Fue un día curioso en mi vida —recordó un rockero—. Siempre fui un pacifista y ese día estaba ahí. Y cantábamos lo de León (Gieco). Eso de: la guerra es un monstruo grande y pisa fuerte. ¿Lo conoces? Y terminamos cantando Algo de Paz, de Raúl Porchetto. Yo me dije que estaba allí por los soldados. Pero no sé bien lo que sentía. De lo que sí me di cuenta era de que ahora al rock ya no lo paraba nadie". A los 19 años, Roberto Straggi se sintió parte de los impulsos y las contradicciones insondables: "empecé a entender que la vida es mezcla. Ahora pido que los mayores también lo entiendan porque en esa 
mezcla tenemos lugar nosotros"
No se sabe muy bien como se gestaron las cosas, pero lo cierto es que el 2 de abril desaparecieron de las radios las canciones de los grupos ingleses; adiós a los Beatles, los Rolling Stones, Led Zeppelin. Después, cuando Estados Unidos dio su apoyo a los británicos, ni dando vueltas y más vueltas por el dial aparecía algo en inglés. Adiós a Wethear Report, Bob Dylan y Frank Sinatra. "El espacio quedó abierto y pusimos lo que teníamos a mano: rock, pero con letras en español", recuerda el programador musical de una de las radios porteñas. Y las radios estaban prendidas a toda hora para escuchar las 
novedades del frente. "Este es un típico fenómeno de difusión", asegura el músico y sonidista Jorge Demonte. El resultado es: puertas abiertas para el rock con recitales que reúnen tantos o más adeptos que no pocos partidos de fútbol; la programación de las radios copada por el rock nacional (de algún modo hay que llamarlo) y la venta de discos tonificada. En frecuencia modulada hay un 25 por ciento más de rock que antes del 2 de abril y en las bandas de AM, un 14,2 por ciento. La venta de estos discos creció un 60 por ciento, y en los diez primeros puestos de los larga duración más pedidos, seis lugares están ocupados por rockeros (Nito Mestre, Serú Giran, Pedro y Pablo, Luis A. Spinetta, Juan Carlos Baglietto y Pedro Aznar). No hay en esa lista un solo nombre sajón. Para alegría de los rockeros y susto de algunos mayores, el destape del rock fue otra de las consecuencias de la guerra de las Malvinas.
—¿Qué cambió con las Malvinas?
—El rock siempre existió —exagera Raúl Mogno—. Pero no tenía difusión. Eso fue lo que cambió el 2 de abril. Pero ojo con lo que venía de atrás.
Mogno (productor de conjuntos musicales que además regentea uno de los tantos boliches rocanroleros que surgieron por todos lados, hoy adecuadamente llamado Pulpería La Libertad, antes Freedom), se entusiasma; "y... no hace tanto que Luis
Alberto Spinetta llenó cinco recitales en Obras. Cinco por cuatro veinte. Miró lo que te digo: llevó 20 mil personas". Los no iniciados necesitan algunas aclaraciones: cinco son los recitales y cuatro (por cuatro mil), la capacidad del estadio cubierto de Obras Sanitarias. Obras (también La Catedral) es el equivalente local del Olimpya de París o el Madison de Nueva York. Luis Alberto Spinetta es uno de los próceres indiscutidos del rock local (junto a Moris y a Javier Martínez), veterano de la década del 60 en estas lides de aporrear acordes, apilar disonancias, estrujar gargantas hasta los límites de su registro vocal y cantar las cosas que los jóvenes quieren oír.
CANTOS SON RAZONES. El músico Jorge Demonte asegura que si se les quita la letra a la mayoría de los rock que hoy se cantan, debajo queda una estructura musical que calca al rock norteamericano. ("No tiene nada de malo que tenga esto o aquello de Norteamérica o de los ingleses. Toda la música siempre recibió influencias de otros lados. ¿No dicen que el tango tiene influencias de Ravel? ¿El jazz no tiene acaso raíz africana? ¿Y nuestra zamba no viene por ahí de la marinera?, se defendió un rocanrolero con memoria). La cuestión se centraría, entonces, en la letra. Mogno tiene su teoría:
—¿Son las letras, entonces?
—El tango habla del cafetín, que ya no hay más. El folklore de una geografía rural que el joven urbano no entiende del todo.
La otra música está en inglés o en otro idioma. Le queda el rock, que le habla en español y, además, cuenta sus problemas. Moris y Javier Martínez empezaron con esto de cantar rock en español, allá por los '60, en el Juan Sebastián Bar, de Villa Gessel.
"Y... Mirá. Las minas ahora no te dejan de golpe como en el tango. Ahora se habla mucho. Además no hay más buzones en las esquinas. A mí me gustaría mucho conocer Catamarca. Pero sólo conozco la calle Catamarca, acá en el Once. Y ojo que no tengo nada contra el folklore, porque Cachito campeón de Corrientes es un chamamé que canta Gieco y mata mil.  Pero qué querés que te diga, mis cosas están cantadas en el rock", diagnosticó con seguridad, a la salida del colegio nocturno, Carlos González, un rockero ya curtido: 22 años. Que además se fue cantando así: Ves, la nostalgia de ayer ya murió/ hoy ya no existen los tangueros/ se acabaron los mateos/ en la calle están los supersport...
Y además está este otro rock, llamado Frecuencia Modulada y que se refiere a los tiempos de antes de que ellos coparan el dial: si en la música que escuchas ya no hay vida/ si la letra ya no tiene inspiración/ si aunque aumentes el volumen ya no hay
fuerza/ son los tiempos que están huecos de emoción./ Hoy que estás en penumbras/ la radio suena en algún lugar/ tanta música absurda/ es mejor que comencés a hablar.
La periodista Gloria Guerrero (especialista en estos temas) confirma el diagnóstico: "seguramente —dice— la identificación pase fundamentalmente por el lado de las letras que dicen las cosas que no dicen los diarios o las revistas. Pero aun si los diarios o las revistas lo dijeran, la música llega primero porque hace vibrar".
Y en esta música, que no se baila sino que se escucha, la identificación tiene mucho que ver.
CÉDULA DE ROCKERO. El psiquiatra Arnaldo Rascovsky se queja de la actitud de los dirigentes en general. "Hay —asegura— una tendencia represiva y el deseo de mantener atascada y en la ignorancia a las nuevas generaciones, lo que lleva a un culto exagerado de los hábitos tradicionales. Toda generación exige sus formas de expresión que generalmente están en antagonismo con las de la generación anterior. En este choque se funda el progreso. Y así, para reforzar su capacidad de protesta —que individualmente no pueden realizar-se unen para enfrentar a la generación anterior y proseguir la renovación 
cultural."
Naturalmente, este enfrentamiento no se da solamente en los terrenos del rock: se da en los trabajos, en la pintura, en la política, en la poesía, en el idioma, en el cine, etcétera.
El rock es sólo un andarivel más. Y como últimamente se lee y se dialoga mucho menos que en otros tiempos, la música se ha enseñoreado como la gran portadora de mensajes. La televisión, las radios a transistores y el satélite contribuyeron con lo suyo para que esto sea así. Además, la música siempre ha ido de la mano con todo lo que es fiesta, alegría, vértigo y comunicación: exactamente lo que concuerda con el espíritu de la juventud. Que por otro lado necesita ejercer la protesta en patota, porque individualmente hay menor (o ninguna) chance de hacerse oír. No es de extrañar entonces que los jóvenes anden todo el día a la caza de correligionarios y hacen más abiertamente lo que los adultos disimulan con un escudito en la solapa o el clásico traje azul. Es decir: símbolos identificatorios de status, club o manera de pensar. Claro que la facundia 
juvenil hace que los símbolos sean menos discretos: el pelo largo y un jean totalmente gastado.
Además, algunos símbolos se implantan por equivocación. Muchos rockeros de nota apelan a la acupuntura {cierta o ficticia) y se ponen aritos en lugares muy precisos del lóbulo de la oreja. Tres, cuatro, cinco aritos. Es para mejorar o recuperar la voz, su herramienta de trabajo. El rockero aficionado ve el aro, cree que es un símbolo y se lo pone a despecho de que por la calle Florida lo miren como a un bicho raro. O peor.
—Y vos. . . ¿por qué usas arito?
—Lo uso porque me gusta, bramó Dionisio Proios (17 años, rockero de alma) con aire desafiante.
MODELOS. Pero hay otras cuestiones. "Esto es universal. No vale la pena buscarle una explicación argentina. El rock expresó en los años '60 el fenómeno de cuestionamiento de ciertos valores centrales o tradicionales que los jóvenes emprendieron en las sociedades desarrolladas", asegura el sociólogo Manuel Mora y Araujo.
Hay algunas explicaciones posibles. Una de estas podría intentarse así: cada uno tiene su modelo. Para cosas como la música, por ejemplo algunos mayores podrían tenerlo en Gardel o en Los Chalchaleros. Y cuando el chico de un gardeliano llega esgrimiendo su modelo pelilargo y aullador, el padre se desmaya y decreta la excomunión.
El choque generacional está plenamente instalado. Otros mecanismos son más sutiles: el joven aún está lo bastante tierno como para no tener demasiados intereses, no entiende mucho de matices y se inclina por lo blanco o lo negro. Algunos grises lo dejan
perplejo: "Sí. A mí me quieren segregar en la oficina por pelo largo. El otro día porque saqué un cigarrillo de un paquete que andaba por ahí vino uno y me dijo: mirá, pibe, no hay que robar. Vas y pedís. ¿Me entendés? Se quiere hacer el moralista conmigo, pero él se lleva a su casa biromes y papel de la oficina", se quejaba ante SOMOS uno de los rockeros consultados. 
"Ah... sí. Mucha moral —decía otro—. Te dicen esto sí, esto no. Pero yo sé bien cómo actúan".
Los jóvenes rompen los modelos de los mayores llevando a su casa ruidos dodecafónicos y amigos masticadores de chicle, entre otras calamidades. Pero, ¿quién rompió los modelos primero?
La beatlemanía fue símbolo de la ruptura juvenil con ciertos valores tradicionales allá en los años '60. "Pero también es cierto —considera Mora y Araujo— que los jóvenes encontraron que muchos de esos valores ya estaban debilitados por los mayores. Hay que tratar de ver las cosas desde todos los ángulos posibles. Los seres humanos tenemos que emitir mensajes. La comunicación social es simbólica. El dinero es un símbolo. El lenguaje también. Con los símbolos no sólo nos diferenciamos entre nosotros. También nos acercamos a otros. Y cuando se rompe con algunos valores se necesita reemplazarlos. Y la creación de estos reemplazos es siempre colectiva. El símbolo ayuda a encontrar, a diferenciar a los que están en la búsqueda de ese reemplazo. Lo común es pensar que estos símbolos (pelo largo, o lo que sea) se eligen por rebeldía. Para fastidiar. No siempre se piensa que se eligen por necesidad de encontrar respuestas. No creo que el joven busque herir. Creo que busca defenderse".
Desde su trinchera musical el Chango Farías Gómez (pionero en la búsqueda de ensamblar el folklore argentino con el rock, algo que está ahora en plena fragua) lanza su punto de vista: "la música popular suele nacer en sectores marginados, 
perseguidos. El jazz nace de dos razas: los negros lo inventan y los judíos lo desarrollan. Y al tango lo conocemos: es de las orillas. El rock... Hemos tenido varios gobiernos militares. Y por formación el militar tiene una imagen muy precisa de cómo hay que vestir, de cómo hay que vivir. Tiene un esquema muy preciso de comportamiento. Y, naturalmente, el rockero no encaja. Entonces hace música. ¿Quién sabe si no está naciendo aquí y ahora un nuevo jazz?"
HABLAN ELLOS. Los rockeros son apenas una parte, un sector de la sociedad. Sin embargo hay en el resto algo así como un temor irracional al poder de contagio del rockerismo que, por otro lado, parece asumir en la Argentina caracteres muchos 
más tenues que en otras latitudes. ¿Cuántos hippies hubo aquí? Lo que sí hubo una vez fue una farsa fenomenal orquestada, justamente, en las vanguardias rockeras de los años'60. A alguien se le ocurrió un día que había que inventar el movimiento hippie local. A una hora de un sábado a la tarde se fueron en patota a la plaza Once todos los que pudieron juntarse disfrazados de hippies. Por supuesto, allí estaban los diarios y las revistas con su ejército de cronistas y fotógrafos. Los rockeros viejos se solazan con el recuerdo. Pero algunos se lamentan de las imágenes:
• Acá le ponen etiqueta a todo: éste es rockero. Aquél es punk. Este otro cheto. Y eso no va. Yo soy rockero y me visto normal y tengo el pelo normal. No sé por qué los demás creen que para ser rockero hay que ser vago, sucio, maleante o drogadicto (Pablo Crosta, 17 años).
• ¿Por qué no habríamos de ser normales? ¿Por qué uso un arito? Sé que algunos pueden llegar a pensar que soy homosexual, drogadicto o chorro. Pero no soy nada de eso. Tal vez hago más que otros porque estudio y trabajo. En parte me gusta que me miren (Dionisio Proio, 18).
No hay tipología definida del rockero, que puede tener entre 16 y 26 años. Aunque los hay de 30 y también se los encuentra entre ciertos padres más o menos jóvenes. Los hay correctamente peinados, otros con larga melena. Los hay con zapatos de becerro y otros con ojotas. O con sacos a medida o camperas jean totalmente ajadas. Pero si alguien va con: a) pelo largo; b) un jean tan ajustado como gastado: c) zapatillas o botas; d) un pañuelo hindú al cuello; e) un disco de León Gieco, Manal, Spinetta Jade, Pedro y Pablo, Serú Giran, Pappo, Moris, Arco Iris, Raúl Porchetto, Piero, Miguel Cantilo y Punch, Almendra, Nito Mestre y Los desconocidos de siempre, Rubén Rada y La banda. Lito Nebbia, María Rosa Yorio, o Vox Dei, seguro que es un rockero. No habrá ninguna duda si además de todo esto va desafinando: "¿y dónde están ahora los geniales científicos? / Inventando la bomba de rayos pacíficos / ¿Y dónde están ahora los filósofos críticos? / Tiñendo sus palabras de intereses políticos / ¿Y dónde está el bien? / ¿Debajo de quién? / ¿Adonde hay un ejemplo que nos sirva de ley / La crisis del hombre es casi total / ve sólo valores en lo material..."
¿Tienen denominadores comunes? Varios: son pacifistas, informales, bastante contestatarios, algo cáusticos, visiblemente escépticos en materia de política (aunque ahora está de moda la Constitución), frontalmente sinceros, un tanto caóticos (cuestión de juventud). Etcétera. "Córtala, men —dijo uno—. Nos diferenciamos porque a nosotros nos gusta el rock y a los otros no."
¿Cómo son? Carlos Gallo, gerente de Obras los ve así: "La gente que viene, cada día va mejorando en calidad y comportamiento. Nosotros tenemos un sobrio y discreto sistema de revisión para prevenir cualquier tipo de accidentes. Lo hace la comisaría 35, con la única intención de cuidar a los chicos. Nosotros quisimos terminar con las barridas policiales para pasar a la orientación. Y nos va muy bien. Antes nos rompían las sillas. Pero era por entusiasmo: tenían la base muy frágil. Ahora pusimos otras más fuertes y los chicos se mueven arriba de ellas sin hacerles nada. Vienen de todas maneras: solos, en parejas, y en algunos casos con sus padres. Todos gritan, aplauden, se entusiasman, pero con mucho orden."
Pero lo que mejor los define son las letras:
• Puntas agudas ensucian el cielo / como la sangre en la tierra / dile a esos hombres que traten de usar / a cambio de sus armas su cabeza (León Gieco).
• No hay que tener un auto / ni relojes de medio millón / cuatro empleos bien pagados/ser un astro de televisión. /No, no, no, no pibeeeé / para que alguien te pueda amar (Javier Martínez).
• Un señor muy gordo un día me preguntó / si no me daba vergüenza estar así vestido / y yo le respondí / que hiciera callar todos los gusanos de su panza (León Gieco).
• Yo formé parte de un ejército loco / tenía 20 años y el pelo muy corto / pero siempre hubo una confusión / porque para ellos el loco era yo (Charlie García).
Hay un par de ellas imposibles de publicar. Otras que no dicen nada, a no ser por los gestos que hace el rockero al cantarlas.
Algunas que a las autoridades les ponen los pelos de punta. Y unas cuantas bastante zafaditas. Pero todas, las oficiales y las que cada uno hace por su cuenta, se cantan y desafinan noche a noche en boliches con abundancia de minifaldas, sentados, en 
el piso o contra la pared, apenas con luz y con toda la luz, con mucha transpiración, enormes cantidades de rulos, camperas infladas y camisetas teñidas o desteñidas, canje de cassettes, no sólo rock, sino también alguna zamba y hasta chamamés, armónicas, guitarras, baterías, decibeles, muchos decibeles: "y qué querés, hermano, éste es el nuevo cambalache de Discépolo. A propósito, estoy esperando que nazca el verdadero Discépolo del rock". Los discépolos (si así puede llamárselos) de ahora dicen esto:
• Yo lo que me propongo es sólo dar buena música, sin ideologías mentales que lo pongan a uno entre la nada y la eternidad (Luis Alberto Spinetta).
• La música es como una religión. El rock está por encima de partidismos. Une, no separa (Miguel Cantilo).
• Hay un común denominador en los sentimientos de la gente. Por eso yo no tengo dudas de que esta música no representa ni a una generación ni a una clase social determinada (León Gieco).
• El origen está en una necesidad de expresión. Tomamos al rock porque era lo que nos movía a nosotros (Javier Martínez).
• En primer momento esta música se dio en una élite artística totalmente subterránea. Pero si hoy, 20 años después, estamos hablando de esto, quiere decir que la cosa tuvo eco en distintos estratos sociales y en diversas generaciones (Claudio Gabis).
• Creo que el fenómeno del rock se da por la música y por la letra. Y porque los músicos que hacemos esto jamás abandonamos esta corriente en búsqueda de popularidad o plata. Ahora esta música se está enriqueciendo con el aporte de características latinoamericanas y de nuestro folklore (Nito Mestre).
• Sin duda el 2 de abril ha permitido que el rock se difunda mucho más que antes, pero no hay que olvidar que este movimiento existe desde hace mucho y nunca dejó de crecer. La evolución fue constante y esta difusión, mucho mayor, con la que se cuenta ahora, puede que favorezca al movimiento (María Rosa Yorio).
Como sea, los rockeros están convencidos —dice Gloria Guerrero— de que su música "es la voz de los que tienen algo para decir y entonces dicen paz, justicia, equilibrio, todo eso de lo que tanto se habla y que es tan difícil de concretar".
OPINIONES. Pero, ¿qué opina de todo esto, un político por ejemplo? "El movimiento rockero argentino tiene dos aspectos: uno negativo, otro positivo. El valor mayor reside en su expresión axiológica de amor, paz y fraternidad, que motorizan los justos anhelos de la juventud que quiere construir un mundo mejor. La faz negativa la observo en la excesiva dependencia ideológica de movimientos originados en el hemisferio Norte, el ecologismo y otras intoxicaciones que desvían las energías juveniles de la problemática nacional." El párrafo es del dirigente de la generación Intermedia peronista Dante Loss. Los rockeros son conscientes de algo; están a la búsqueda de incorporar definitivamente a su música elementos de nuestra música nacional. "La temática de las letras ya está", dicen. Y se entusiasman con la entrada de folkloristas como Antonio Tarrago Ross, Dino Salluzi, el Chango Farías Gómez (hizo la Misa Criolla en tiempo y forma de rock allá en 1973), Jorge Cumbo. Jaime Torres le enseñó a tocar el charango a León Gieco. Mercedes Sosa y Sergio Denis cantan sus temas, y Astor Piazzolla ya les dio su bendición: hay que apoyar este movimiento, aconsejó.
¿Y cómo ha sido el destape rocanrolero en materia de negocios? "La música progresiva es un producto que nosotros ya veníamos vendiendo con mucha fuerza —asegura Roberto Quimo, de Music Hall—. Y es indudable que la difusión que logró a partir de Malvinas animó a otros sellos a considerar seriamente esta corriente. Incluso nosotros ya hemos lanzado un nuevo grupo (Dúo Fantasía) y otros andan en lo mismo. De Gieco, por ejemplo, nosotros vendemos 50.000 placas sin mayor esfuerzo. Pero ojo con las ventas: hoy todos tienen un grabador a mano. Comprar un disco es casi un acto de amor". 
De todos modos, Farías Gómez advierte; "Los productores ya le vieron la punta al ovillo y están empujando esta música. Está naciendo algo muy importante. La gestación se hizo en la década pasada. Ahora estamos en el alumbramiento". Algunos quieren ponerle nombre; MPA (música popular argentina), pero seguramente se trata de un caso de apuro por entusiasmo agudo. El punto de reunión de este entusiasmo es el estadio de Obras. Ahí, Carlos Gallo y Jorge Pellegrini empezaron otra etapa de esta historia el 7 de diciembre de 1978. Impulsados por el productor Daniel Grimbank y tras no pocos titubeos (el rock era algo bastante tabú por entonces) se animaron a organizar la reentré de Luis Alberto Spinetta. A partir de ahí empezaron a ganar espacio hasta que llegó el destape del 2 de abril. Los rockeros avanzan sin dudas. A los que le sobran dudas, es a los demás.
Roberto Fernández Taboada y Daniel Ares 
Investigación: Héctor Ali y Horacio Fernández

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