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El Rock después de la guerra

Suponer un debate en Diputados a propósito de Charly García dista de ser inverosímil. Dos hechos parecen anticiparlo: la TV oficial invita a Spinetta por primera vez, mientras que el intendente de Lujan prohíbe un festival de primavera. En ambos casos el sujeto es el rock nacional, nombre de toda una generación de argentinos, reñidero de productores comerciales y bastión de resistencia.

 

Fuente: año 1 nº 1 El Periodista de Buenos Aires - septiembre 1984 (un aporte de Pablo Podestá)

 


 

Suponer un debate en Diputados a propósito de Charly García dista de ser inverosímil. Dos hechos parecen anticiparlo: la TV oficial invita a Spinetta por primera vez, mientras que el intendente de Lujan prohíbe un festival de primavera. En ambos casos el sujeto es el rock nacional, nombre de toda una generación de argentinos, reñidero de productores comerciales y bastión de resistencia.
El pasado 18 de agosto una de las figuras más famosas y menos discutibles de la música popular argentina, el compositor e intérprete Luis Alberto Spinetta, tocaba con su grupo para un recital televisado. Era en el programa "Badía y compañía" (Canal 13, sábados de 15 a 21 horas) ocupando el codiciado horario final de la transmisión. Y cuando se despidió, cantando su casi clásico "Muchacha ojos de papel", muchos creyeron ver algo así como una reparación histórica, coronación de un proceso iniciado en abril de 1982 (Malvinas) cuando juveniles muchedumbres urbanas reivindicaron al rock como su legítima vía de expresión.
La cultura oficial había hablado por entonces de "boom" y reconocía la existencia de este movimiento y sus intérpretes, hasta aquel momento postergados como poco menos que marginales. Por eso no costaba mucho anudar esta aparición televisiva de Spinetta con aquellos antecedentes: aunque parezca mentira, fue la primera vez que nuestra TV lo llamó a cantar, pese a que su trabajo es destacado, reconocido y exitosamente comercializado desde finales de la década de 1960.
Sin embargo, tres días después, otro hecho de signo opuesto recordaba el sino polémico que parece inherente a la vida del movimiento: Rúben Rampazzi, intendente municipal de Lujan, ponía su firma en el decreto N" 00928, por el cual se negaba permiso a la firma "Showbis SRL" para concretar un recital el próximo 21 de este mes. El decreto invocaba razones de infraestructura inadecuada, pero esencialmente señalaba que los artistas programados "no guardan una ajustada relación con la tradición y el acervo lujanenses, que se enlaza más con el folklore nacional que con expresiones totalmente ajenas a nuestro idioma y nuestras costumbres".
Para observadores y protagonistas de la cotidianeidad rockera, se había logrado un pequeño triunfo sobre el stablishment: conseguir que las contradicciones y dudas que en este momento parecen consumir al movimiento, se trasladaran a niveles institucionales a los que, en otros tiempos, resultaba impensable involucrar en discusiones alrededor de las figuras de Gieco, Nebbia, García o Celeste Carballo. A tal punto esto fue así, que una rápida consulta de EL PERIODISTA en ámbitos clave de la política cultural del gobierno, arrojó tajantes definiciones:
"Quizás existen prejuicios con el rock en algunos sectores." Mario" Pacho" O'Donnell, 42, secretario de Cultura de la Municipalidad de Buenos Aires, opina -a título personal— que la raíz de esos prejuicios está en una confusión según la cual "se ve a Michael Jackson como un modelo de penetración cultural imperialista, y es correcto. Pero no se ve que artistas como Spinetta o Lerner, y otros creadores del rock argentino, dan una respuesta creativa a esas influencias extranjeras. Si el pueblo apoya al rock nacional es porque satisface sus necesidades y no se lo puede negar".
En este sentido, O'Donnell recuerda los recitales organizados por su Secretaría durante el verano (que se repetirán este año) y la programación de grupos de rock en los barrios, o la presentación de artistas como Lito Vitale en el teatro Alvear.
"También es posible que exista una discriminación en la prensa, que magnificó los desórdenes del Festival de La Falda en el último verano", finaliza.
Miguel Ángel Merellano, 53, gerente general de ATC, dice: "La sensualidad que se le permite a Michael Jackson se le censura a Charly García. Y las razones están en las características autoritarias de nuestra cultura política, porque la democracia no es solamente votar a un presidente sino a un estilo de vida, una manera de convivir cotidianamente". Merellano sostiene que el canal bajo su mando "no niega la entrada al rock; no podemos pagar 25 mil dólares por un video porque eso queda fuera de las posibilidades económicas de nuestra televisión. Pero en octubre vamos a reponer el programa 'Música nuestra', para el que serán llamados Piero, Porchetto, Ivan Lins, Spinetta y Aznar".
Por su parte, el mundillo del rock local, recorrido por un equipo de esta redacción en las primeras semanas de septiembre, prefiere centrar sus críticas en el no reconocimiento de los profundos cambios operados en el negocio del rock, como lógico correlato de los registrados en el seno de la comunidad argentina.

Obras, el rock y la guerra
Un fantasma que para algunos se llama "Crisis" y para otros "Decadencia" recorre el ambiente. Mientras los más optimistas opinan que en realidad sólo se está viviendo un proceso de reacomodamiento, y señalan estadísticas de ventas y aparición de nuevos creadores para avalar su visión, la divisoria de aguas parece ser, claramente, la guerra de Malvinas y sus consecuencias en la difusión e incorporación del rock argentino al mercado.
Quien haya visto el film "Los chicos de la guerra" (Bebe Kamin, sobre el libro de Daniel Kon) encontrará un retrato ajustado de lo que el rock argentino significó para la generación madurada durante la dictadura. En una escena del film se ve a un grupo de adolescentes tratando de "sacar", guitarra en mano, viejos temas de Moris. Las paredes de la habitación tienen posters de Sui Generis. Y uno de los ex combatientes volverá con su novia a un recital para escuchar a Juan Carlos Baglietto. Todo indica que para muchos jóvenes de esa desamparada generación que combatió en Malvinas, el rock funcionó como un soporte de identidad, un espacio de encuentro donde todos eran iguales y al que pertenecían.
El estadio de Obras Sanitarias (en Nuñez) consolidó a favor de estos impulsos un carácter mítico, acaso comparable al del Forum Theatre de Los Angeles, especie de ineludible meca ante la cual deberá inclinarse aquel músico que aspire a liderar ventas y escuelas. Esto supone, como contracara, que "el éxito del rock nacional sea el de unos pocos individuos que pueden llenar el estadio de Obras", en palabras de José María Alaniz, 35, programador de radio El Mundo. "Pero como movimiento han fracasado en la tarea de abrir camino a los que están en el underground. Durante el "boom" del rock nacional a raíz de Malvinas, los programadores comprobamos que no había más de cien discos con temas realmente importantes.
Este drama se lo podemos achacar a las grabadoras, ciegas para toda expresión nacional, pero desde Malvinas la responsabilidad es de los rockeros también. Porque no han sido capaces de negociar con habilidad; como movimiento, no han visto nada en el largo plazo. Ni la posibilidad de un sello independiente, ni una sala propia, ni circuitos alternativos. Como individuos, han caído en las generales de la ley. Las grabadoras imponen como siempre sus listas de temas recomendados a las radios, moviéndose por modas y no por necesidades reales del público. Entonces da lo mismo pasar a Silvio Rodríguez, a León Gieco, o a Michael Jackson. Y tampoco podemos ser optimistas con las giras por el interior del país. La realidad es que en esas giras los rockeros llevan dos valijas, una para guardar la plata y otra para su ropa. Hay pocos creadores como León Gieco que se dediquen a investigar, a rescatar la temática y los ritmos del país de adentro. El rock queda confinado a la atmósfera de la Capital, de Buenos Aires, al pibe eléctrico que juega con los videogames y se aburre entre el cemento. Pero ahora se nota un cambio en los gustos de esos mismos pibes, que siguen yendo a Obras, sí, pero para oír a Tarrago Ros, o van al Luna Park por Víctor Heredia o Guarany. Hay una vuelta a las raíces."
Para Juan Manuel Cibeira, 31, editor de las revistas especializadas Pelo, Metal, Toco y canto, "el rock, que expresa sobre todo una concepción libertaria de la vida, conservó su caudal inventivo bajo la dictadura. El estadio Obras era convocante sin importar quién actuara esa noche".

Ideas crudas
Estos claroscuros no llegan a tapar el itinerario del rock argentino, cuyos logros al correr de las décadas son considerables. El Festival de La Falda, por ejemplo, marca cada verano un espacio conquistado; una vez al año se concentra allí la crema del rock y algunos retoños que apuntan. Luego, entre abril y octubre, se registrará la mayor cantidad de grabaciones, acumulando hacia el fin de año las presentaciones de discos y las giras por el interior del país.
En Buenos Aires, sobre todo, ha crecido un público estable acostumbrado a seguir las presentaciones de su grupo favorito en los cafés musicales. Músicos que hace dos años no podían asomarse a un estudio de grabación, hoy encuentran apoyo inicial en sellos discográficos importantes. Y los consagrados pueden grabar con más continuidad, aunque las reglas de la difusión en radio y televisión siguen siendo estrictas. Se apuesta a lo probado, no a lo nuevo. Y existe, sería irreal negarlo, un bajón creativo importante, tal vez consecuencia de un reacomodamiento del país en la etapa democrática, de una dificultad para detectar y congeniar las reales expectativas y necesidades de público y artistas, de productores y consumidores.
Para Lalo Mir, 31, conductor y productor del programa "9PM" (Radio del Plata) "las razones están en la penosa subsistencia de la primera y segunda línea del rock, que provoca una paranoia en los creadores y los desgasta en la tarea de hacer canciones. Pasa que hoy el rock tiene contratos que cumplir, es un arte basado en el consumo masivo y debe manejarse con las reglas de la oferta y la demanda.
"Yo encuentro pocos temas que me gusten, que me den vuelta, y lo mismo ocurre en el rock extranjero, pero en este caso el mercado es mundial y un grupo que vende 200 mil placas no se preocupa tanto. Para crecer el rock argentino necesita demostrar que tiene ideas, creatividad, que puede captar la esencia de la vida de la gente.
"Cada vez es más difícil tocar de oído, hoy la propuesta punk no corre más. Es cierto que se puede hablar de un mercado para el rock que hace dos años no existía. Las empresas no iban a jugarse por un arte identificado como contestatario y marginal. Pero es un hecho que el rock siempre fue una denuncia y le dio a las generaciones jóvenes la posibilidad de manifestarse como una parte de la sociedad, la posibilidad de decir acá estamos. Y en el momento de componer el rockero es crudo, realista, esto es lo que lo diferencia de los fabricantes de chorizos. También tenemos que ser capaces de ver los matices, no hay que separar la música del baile, que es una comunión con el cuerpo y tiene sentido profundo. Por lo demás, creo que el mercado irá decantando los riesgos de estandarización que acechan".

El mercado manda
Organizada alrededor del miedo a la superproducción —y de ahí la importancia de las listas de éxitos, porque se edita mucho material nuevo y se vende poco- la industria del disco abrió sus puertas al rock también durante el "boom" Malvinas. Pero en este atípico país que es Argentina, editar un disco tiene más sentido como vehículo de difusión en radios que como forma de asegurar ingresos por regalías. Al menos, esto es lo que sucede con artistas y grupos nuevos: hay una ancha franja entre los 150 mil discos que vende Charly García anualmente y los 3 mil que con viento a favor, pueden vender grupos como Púrpura o La Torre.
El disco es básicamente una manera de asegurarse una tarjeta de presentación para el circuito de teatros y cafés musicales, o para giras por el interior. Hay que vender arriba de 5 mil discos para que un sello grande se decida, rápidamente, a apoyar a su artista con campañas de afichaje o promoción radial. También lo contrario es cierto: hay compañías que invierten cifras astronómicas para imponer un producto ya probado en el exterior, o surgido de las tormentas de cerebros. ¿Quién puede negar que Pimpinela o Los Caú son más populares que muchos rockeros, sobre todo en el Gran Buenos Aires y en el interior? Las cifras demuestran, con más de 300 mil discos vendidos en cada caso, que ni Mercedes Sosa está segura en el podio de los que reúnen calidad y ventas.
En el rock, productos al estilo de Los helicópteros o Abrelatas, se estrellan contra el anonimato. El caso de Los Twist, producidos musicalmente por Charly García, es realmente excepcional en el deprimido mercado discográfico. Y lo mismo sucede con un creador de los quilates de Alejandro del Prado, que al vender 10 mil discos comienza a interesar a los productores.
Para Del Prado, 29, compositor y cantante, el rock sufre por la falta de libertad y está pagando el precio de haber sido hipercomercializado. "Las ventas condicionaron lo creativo, por eso es tiempo de reconocer a los compositores y animarse a tomar temas de otros."
Del Prado opina que es necesario asumir la herencia del tango y la milonga, como vía de escape a una posición suicida ante el mundo: "La máquina termina devorando a los que viven con la mente en Europa, que es sinónimo de misiles nucleares y crisis existenciales". Pero, rockero al fin, Del Prado confiesa su admiración por Spinetta, Miguel Cantilo, Fito Páez, Rubén Goldin, Charly Bustos, Piazzolla, The Police, Bob Marley o Peter Tosh. Y afirma que Pappo es una válida expresión de música urbana: "El rock podrá pasar, quien sabe, pero su música quedará porque lo que él hace representa a un público muy concreto".

Los chicos de la posguerra
De una mesa redonda con Patricia Attadía (20, estudiante de ingeniería), Viviana Felice (21, pampeana, estudiante de educación física), Leonardo Savelski (17, estudiante secundario), Juan Carlos Astorini (20, estudiante secundario), Mara Gardella (18, estudiante de ingeniería), Liliana Valtman (20, empleada) y Lucía Etchenique (22, estudiante de magisterio) organizada por el equipo de producción de esta nota, surgió un sentimiento de saturación frente a los estímulos de violencia y agresividad, que los llevaría a preferir los temas más melódicos, y no necesariamente ligados a la protesta social.
Algunos admiten un lejano fanatismo por Travolta, justificando así la fiebre por Michael Jackson, que parece haber capturado a los adolescentes menores de 15 años.
Opinan que Charly García se comercializó demasiado, y en cambio Raúl Porchetto hace "música para pensar y no para discotecas". Ninguno de ellos admite que le guste ir a bailar a una discoteca, más bien prefieren ir en grupo a recitales o reunirse en casa de amigos para intercambiar discos. Les interesan letras "con mayor contenido" y por eso buscan a Víctor Heredia, o a vertientes integradoras, como León Gieco, Tarrago Ross o Mercedes Sosa. Fervientemente creen que ese intercambio musical debe profundizarse, que Spinetta no les gusta por sus letras "delirantes" y Marilina Ros es "encantadora". La mayoría de los integrantes de la mesa redonda tienen ingresos propios por trabajos como cadetes, oficinistas o vendedoras, y admiten que gastan bastante de lo que ganan en discos y cassettes. Entre sus grupos favoritos para escuchar en recitales, nombran a Coñac, Super Ratón, Errehache, Patricio Rey y Los Redonditos de Ricota, Nylon o Sumo. Opinan que la guerra de las Malvinas hizo masivo al rock, creando una moda con los riesgos que ello implica, y admiten que esa moda "se pinchó en la televisión y los diarios pero no en la calle, en el underground". Creen que Michael Jackson copó parte del público de rock, sobre todo a los chicos de 10 a 15 años, pero entienden que a ellos ya no les interesa. "Con Travolta nos pasó lo mismo que ahora con Jackson, íbamos a bailar o al cine, todo era entendible como una propaganda que nos hizo consumirlo. Pero ahora crean ídolos a la medida de cada edad, como en el caso de Menudo". Todos ellos admiten que el episodio Malvinas los volvió escépticos: "Nos abrió los ojos al ver cómo decidían la vida o la muerte de una generación. Y fue el fin de nuestra adolescencia".
Horacio Del Prado
Informe EDUARDO POGORILES


García, Nebbia, Spinetta
"Un país gris o adolescente"

Desde la óptica de Charly García, 32 años, compositor e intérprete, juzgar la situación actual del rock argentino implica entender que "música popular es lo que pasan por la radio, y hay varios niveles, desde Palito Ortega a Silvio Rodríguez. El asunto es cómo llega a ser popular, porque a mucha gente le gusta la basura. Me parece que los que dicen que nunca superé los LP de Sui Generis están locos: es que este es un país adolescente y se identifica con esos problemas, como si todo pasara por irse de casa o decir que todo está mal. Ahora hablo de la libertad, como siempre, incitando al baile, a lo que mueva: mi LP Clics modernos tiene temas tangueros, pero no podemos ignorar que existen nuevos arreglos musicales, nuevos sonidos. No podemos ignorar la existencia de The Police y Michael Jackson, o Culture Club, y yo estoy tratando de hacer una música que suene internacional pero que sea argentina por sus letras y su modo de armonizar. No tengo miedo de la despersonalización porque cada vez soy mas un actor, incorporo la plástica, el cine, la iluminación y el vestuario". Confiesa la fantasía de ser como Carlos Gardel para el rock: "Mi viaje a Nueva York tenía un poco ese sentido, el de hacer punta para la gente que viene detrás mío. Porque el espíritu del rock no es un jean o un hippie, eso ya es folklore. Si el rock no acepta cambiar se convierte en música de una élite, como pasó con el tango históricamente. Fue popular y luego se congeló. Y sin embargo algo queda en el espíritu. Yo soy tanguero porque nací en Buenos Aires, y cuando grabe un LP en Estados Unidos lo voy a llamar Tango". Y para cerrar el tema admite que "yo no soy un genio, no soy un Bach o un Chopin solamente hago discos... y digo esto para bajar del panteón de mármol, porque si no, uno se convierte en una macchietta".
Tampoco Luis Alberto Spinetta, 34 años, cree que el rock nacional esté en decadencia. "Lo que pasa es que ahora no está contrastado con el silencio, tenemos que ver que esto es un país y no una república del rock. Hoy los rockeros están buscando la forma de decir cosas, pero también es todo un pueblo el que empieza a sentir su forma de expresión rockera. Es mentira que no hay letras interesantes, tenemos que ser capaces de aceptar los cambios en el gusto del público, en los compositores, y en la realidad del país. No creo que si el rock argentino llega afuera, cosa en la que aún somos nenes de teta, pueda despersonalizarse. Obviamente, a los que no tienen personalidad, se los lleva el viento, pero por ejemplo. Pedro Aznar grabó un tema en castellano en el último LP de Pat Metheny y es vocalista del grupo. Eso pasó por todo el tango que Aznar lleva encima, y le cambió el sonido a Metheny." Para Spinetta, los medios como la televisión censuran al rock por moralina: "Los videos de rock tienen rating, y acá podemos hacer buenos videos, pero hay presiones de costos y de prejuicios". Opina que en ventas y difusión, el año ha sido brillante para el rock, aunque "a la gente morbosamente nacionalista le interese ver al rock como pinchado, tal vez porque nunca la gente va a reaccionar del mismo modo frente a un bombo legüero que frente a una guitarra eléctrica". Spinetta señala como propuestas validas las de Aznar. Fito Páez o Baglietto y marca que "aunque Los Twist puedan parecer un producto como Los Wawancó, lo cierto es que la gente está harta de lo rimbombante y lo solemne. Somos un país gris, por eso es bueno que florezcan mil flores".
El ya legendario innovador Litto Nebbia, 36, que desde Los Gatos instrumentara nuestro idioma para cantar con músicas de rock, afirma que "cuando los músicos de cualquier género no tenemos ni controlamos una buena difusión en la Argentina, persiste una astronómica diferencia a favor de los artistas extranjeros. Si bien hoy se editan y se pasan por radio más discos nacionales, eso no alcanza. Pero el público está ávido y los músicos tienen por eso mayores responsabilidades. Si uno evoluciona puede compartir su creación con distintas generaciones: a mí me vienen a ver tipos de mi edad y pibes de quince años. Personalmente yo no tengo nada que ver con el rock. Me meten en esa bolsa pero yo me considero músico. No quiero ser una estrella ni componer para una moda. La gente evoluciona, busca mayor profundidad en las letras, mejores melodías.
Y si no lo encuentra en el rock se va a otro lado. Claro que sería injusto no señalar talentos como Juan Carlos Baglietto, Alejandro del Prado o Fito Páez".
Por eso toma relieve una definición de Robertino Granados, 38. creador de la rockera puesta de Tango-salsa, una comedia que da cuenta, entre el humor y lo trágico, de este panorama: "La contracultura de los años 60 no generó un movimiento, aunque culminó en Woodstock. Es real que antes el rock tenía formas de expresión más interesadas en lo existencial y la denuncia, que en el desarrollo de la técnica musical. Hoy eso cambió. Mejoraron las capacidades técnicas. Se aclaró la ideología del rock. Si hay una divisoria de aguas, la marcó la profesionalización".

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