¿Qué pretenden los jóvenes que se escudan en el rock
para descargar su rebeldía? Sus principales contradicciones
y sus aciertos. Lo que hay de bueno y de malo en un fenómeno
que sacude las tranquilas estructuras del espectáculo
porteño.
Basta de basuras
Basta de mentira
Basta de negocios dudosos
Basta de escaleras al éxito
Basta de información falsa
Basta de deudas
Basta de especulaciones
Basta de complacencia
Basta de contratos fraudulentos
Basta de ambigüedad comercial
Basta de indefinición ideológica
Basta de piratas, fenicios y gordos
Viva por siempre la música.
(Declaración poético-ideológica del Rock Centro de Buenos
Aires.)
Todos los viernes, en el horario de trasnoche, cuando las
marquesinas de los espectáculos comerciales se apagan y el
público porteño rumbea somnoliento hacia sus hogares, en
algún lugar de la ciudad centenares de jovencitos de pelo
largo e indumentarias coloridas se arraciman en las puertas
de un teatro. Silenciosos o bullangueros, apacibles o
agresivos, tiernos o inexpresivos, esos adolescentes son los
practicantes de una religión nueva, discutida, tergiversada:
el culto del rock, una descabellada, insolente aventura que
le propone a la sociedad contemporánea nada menos que un
cambio total de su estilo de vida, de sus pautas de consumo,
de sus relaciones humanas. Para atreverse a arrojar sobre el
atribulado rostro del ciudadano común ese puñado de
explosivas exigencias, se nuclean en torno a un estilo
musical los más rebeldes, los más talentosos, los más
confundidos de los jóvenes porteños. Los resultados de esa
comunión son tan polémicos y contradictorios que han
provocado todo tipo de reacciones, desde el rechazo y la
agresión hasta el apoyo incondicional, desde el amor hasta
el odio.
Quienes se identifican con el movimiento ven en él una
posibilidad de salida a algunos de los problemas más
asfixiantes del mundo moderno. Quienes lo critican, en
cambio, plantean la indefinición ideológica del rock, sus
utópicas metas, su falta de organización. Los apegados a las
formas ortodoxas de la música desmerecen las creaciones de
los progresivos; los que desean nuevas estructuras sonoras
los acusan de haberse empantanado en ritmos gastados, los
rockeros, por su parte, procuran atajar esas andanadas e
insisten en defender su modo de vida, su música. Quedan, en
definitiva, varias preguntas que cosquillean en la mente de
los observadores desapasionados: ¿El rock es, realmente, un
movimiento de importancia en Buenos Aires? ¿No es, acaso, un
negocio más? ¿Los que adhieren al rock buscan un cambio
auténtico o simplemente se disfrazan de rebeldes? ¿Puede ese
movimiento ofrecer algunas salidas positivas o sólo sirve
para enunciar teóricamente premisas en las que todos están
de acuerdo pero que nadie cumple en su vida cotidiana? En
definitiva, ¿qué es verdad y qué mentira en ese esotérico,
tentador mundo de la música progresiva?
"LAS ETIQUETAS AL CAJON, LOS BARRIGONES AL PAREDON"
Si en algo estuvieron de acuerdo los quince entrevistados de
Siete Días (músicos, productores, críticos y teóricos del
rock) fue, precisamente, en la imposibilidad de definir el
tipo de música que los apasiona. Para Miguel Grinberg —un
intelectual que ama al rock y que se ha convertido en uno de
sus ideólogos— la música progresiva, rótulo que él prefiere,
es "una actitud creativa de autores e intérpretes que a
partir de un género que puede ser el rock, el tango, el
folklore o el jazz se lanzan a explorar nuevas posibilidades
musicales y a incorporar elementos sonoros que puedan
enriquecerlo". El músico Litto Nebbia (quien pese a sus 24
años es considerado el abuelo de la música progresiva)
elige, en cambio, otra etiqueta: "Comercialmente siempre fue
necesario inventar un nombrecito para estas cosas; en una
época le pusieron nueva ola, después beat, en otro momento
progresiva y ahora rock. Yo estuve en todos esos movimientos
y siempre me consideraron un tipo de vanguardia; creo que la
clave está en que todo eso es, más allá de los
encasillamientos, música popular urbana: la música que hacen
los tipos de 20 años en la ciudad en que viven".
Claro que, como todo, el rock tiene sus fuentes de
inspiración: el inventor de la forma más primitiva —un ritmo
insistente con batería obsesiva, guitarra y bajo
electrónico— fue Bill Halley, quien impuso a principios de
la década del 50 un hit bailable (Shake, rattle and roll,
Sacúdase, agítese y enrróllese) que determinó las
características básicas de esta música. Así, en 1953, Alan
Freed, un famoso disc-jockey norteamericano acuñó la
expresión rock and roll para referirse genéricamente a ese
nuevo ritmo pesado, incitante. Durante toda una década la
figura de Elvis Presley núcleo a los adeptos y sirvió para
simbolizar el germen que cabalgaba sobre esa música y que en
el 60 acapararon Los Beatles: la actitud rebelde. En la
medida en que el rock and roll —identificado años atrás con
el resto de la música comercial— era en USA un excelente
negocio surgieron en América latina intentos de repetirlo;
en la Argentina apareció el Club del Clan, curiosa mezcla de
músicos supuestamente ítalo-yanquis como Billy Cafaro, Rocky
Pontoni y Johnny Tedesco, quienes compartieron carteleras
con Sandro y Los de Fuego, pues hasta ese momento se trataba
de una música bailable, complaciente, que no desafiaba nada.
Sin embargo, cuando los conjuntos extranjeros comenzaron a
producir una música distinta y a cuestionar los valores de
la sociedad —como Los Beatles y los Rolling Stones—
surgieron en el Río de la Plata grupos musicales que
sintonizaron esa onda: Los Shakers en Uruguay y The Seassons
y Los Beatniks en la Argentina, conjuntos en los que ya
militaban músicos como Alejandro Medina (ex integrante de
Almendra y actualmente de Color Humano), Moris y Pajarito
Zaguri.
En esa época —mediados del 66— todos esos intérpretes
comenzaron a reunirse en La Cueva (un boliche de Pueyrredón
al 1700, hoy inexistente) y formaron el verdadero caldo de
cultivo del movimiento rock. Las zapadas en que se trenzaron
hasta las cinco o seis de la mañana los más atrevidos
músicos porteños sirvieron para la formación de Los Gatos,
el primer grupo rock argentino en el que se consagró Litto
Nebbia e influyeron, seguramente, en la constitución de
Almendra y Manal, hoy disueltos, los dos grandes grupos de
rock que invadieron ese ritmo en el 68, cuando la Plaza
Francia conocía ya el revoloteo incesante de chicos
melenudos, vestidos a contramano de todas las convenciones,
que ostentaban, entre otros, un slogan con el que respondían
a quienes querían encasillarlos en algunas de las formas
conocidas de rebeldía: "Las etiquetas al cajón, los
barrigones al paredón".
Hacia fines del 69 nacen las primeras expresiones
multitudinarias y el rock se enquista, definitivamente, en
vastos sectores de la juventud local: para el festival
Pin-Up se reúnen unas seis mil personas en el Anfiteatro
Municipal de Buenos Aires, y las dos primeras ediciones del
festival de BaRock en el velódromo porteño ven desfilar a
más de 20 mil personas en cada función. Brota, entre tanto,
en pequeños teatros y en horarios insólitos un rosario de
recitales que sirven para congregar a los cultores del rock
y para que los adolescentes se encuentren con sus iguales y
reafirmen sus ideales. Con todas sus contradicciones,
tropiezos y dificultades el movimiento rock logra su lugar
en la década del 70 y se ofrece como una alternativa que
seduce, según el crítico musical Jorge Andrés, a un público
estable de 10 mil fanáticos y que se extiende, de acuerdo
con otras estimaciones, la del productor Oscar López, por
ejemplo, a unos 200 mil adolescentes que, aunque no
frecuentan los recitales, aceptan y aplauden las propuestas
de amor, paz y hermandad que se formulan a través de la
música de rock.
NO ESTAN TODOS LOS QUE SON NI SON TODOS LOS QUE ESTAN
Tal vez uno de los problemas más espinosos del rock consiste
en poder delimitar cuáles son los músicos y los conjuntos
que pertenecen al movimiento, cuáles los que se disfrazan de
rockeros para usufructuar la moda y quiénes son aceptados
por los jóvenes aun cuando no se autotitulen progresivos.
Las definiciones son más complejas si se considera que el
rock no es sólo un estilo musical sino, básicamente, una
actitud de vida que se define por el rechazo a la sociedad
de consumo, a las normas comerciales que orientan las
relaciones de los hombres y por la reivindicación del afecto
y la ternura como pilares del mundo que se desea construir.
A pesar de esos inconvenientes, y tras reportear a unos
treinta adolescentes y cotejar sus opiniones con las de los
músicos y críticos. Siete Días pudo detectar algunas
constantes: los dos conjuntos más aceptados, menos
cuestionados son, sin duda, Pescado Rabioso y Aquelarre. En
el primero de ellos actúa Luis Alberto Spinetta —"el Gardel
de una generación", al decir del crítico Jorge Andrés— y en
el otro Emilio del Guercio y Rodolfo García, los tres ex
miembros de Almendra. En contraste, tres grupos aparecen
estigmatizados: Arco Iris, Vox Dei y Alma y Vida. Del
primero se dice que se ha alejado definitivamente de los
caminos progresivos, una afirmación que ellos mismos
comparten, pues consideran que el rock ha muerto. A Vox Dei
—autores de una versión rock de La Biblia— se le reprocha
haberse estancado y no producir nada nuevo y a Alma y Vida,
en cambio, se lo considera, lisa y llanamente un conjunto
comercial "de esos que van a los bailes de club a tocar
pavaditas sobre un escenario para llenarles la panza a los
tarados que no entienden nada de nada", según interpreta
Ricardo J., un adolescente enamorado hasta los tuétanos de
la música de Aquelarre.
Los otros conjuntos consagrados son la piedra del escándalo:
Billy Bond y La Pesada del Rock y Pappo's Blues —dos grupos
de gran fuerza rítmica— son para algunos la quintaesencia
del rock y para otros "comerciantes disfrazados que hacen
circo para subirse a un tranvía que perdieron hace años". El
obeso Billy Bond es, en realidad, el centro de las críticas
de Eduardo Marti (23, guitarrista de Pacífico, un conjunto
de excelente factura musical pero de muy escasa difusión):
"En La Pesada hay buenos músicos que tocan bien sus
instrumentos, por eso algunos temas salen fenómenos, pero
Billy Bond es un tipo nefasto para el rock porque tiene
miedo de que la música se intelectualice y no esté al
alcance de él; entonces, critica a los que hacen otra cosa
distinta y no los perdona, hace un manejo similar al de los
tangueros tradicionales que se agarran a una estructura
decadente para negar las formas nuevas. Además es un
negociante que antes cantaba 'El limón, el limonero' y que
ahora está asociado a Jorge Alvarez para mantener un
monopolio de recitales y grabadoras".
Lo cierto es que existen ciertos hábitos propios de la
música comercial que se repiten en el rock: el programa
Alternativa —que se emite a la noche por radio Antártida—
está pagado por los sellos Microfón (al que están vinculados
Alvarez y Bond) y Music Hall y sólo difunde los artistas de
esas grabadoras. Claro que Billy Bond no se siente
incorporado a la estructura comercial: "Los rockeros
cantamos contra la opresión que vivimos todos los días; uno
está muy jodido, muy cansado y trata de decirlo con música
hasta donde lo dejan, porque hay tipos que viven pensando en
el mango y además la ciudad en que vivimos está manejada por
soldaditos. Por eso no podemos ocuparnos del amor y de la
paz mientras haya presos políticos, mientras exista
represión". En el otro extremo Horacio Martínez (29,
representante de Litto Nebbia) asume los límites comerciales
que rodean al rock: "Yo ya estoy podrido de los tipos que se
disfrazan de revolucionarios para hacer su negocio; éste es
un trabajo como todos y si yo le contrato una actuación a
Litto en un club procuro que le paguen lo que se había
estipulado y que no intenten pasarlo. Hay puntos que
proclaman su menosprecio por la guita pero a la hora de los
papeles son fieras que obligan a sus músicos a retirarse de
un recital si se anuncia la presentación de un conjunto que
no está en el paquete de ellos".
INTIMIDAD EN LOS PARQUES
Osvaldo Daniel Ripoll, director de la revista Pelo —único
órgano dedicado exclusivamente a la música progresiva—
repite incansablemente que el rock es un movimiento de
liberación pero cree que hasta ahora sólo ha recorrido una
parte de ese camino: "Todos estuvimos bregando hasta ahora
por una liberación psíquica pero vamos comprendiendo que
tenemos que conseguir una liberación total y que para eso
debemos participar también en la lucha política y cultural".
Sin embargo, todos los rockeros evitan las definiciones de
tipo político e insisten en el hecho de que el suyo es un
movimiento carente de ideologías. Tal vez quienes más se
preocupen por buscar nuevas formas de expresión y
organización que permitan encauzar el movimiento sean los
grupos que se reúnen todos los domingos por la tarde en el
Parque Centenario: lo que hacen en realidad, es un intento
para modelar un cultura underground con pautas propias y
canales originales de expresión. Proponen, por ejemplo,
confeccionar un periódico integrado con hojitas
mimeografiadas que cada uno puede realizar en su casa, por
su cuenta, sin consultar a nadie y unirlo con ganchitos en
el momento en que todos se encuentran. "Así, sin
verticalismos y sin empantanarse en la organización— afirman
esos jóvenes— podremos tener una revista que no dependa de
los intereses de nadie, de ninguna publicidad."
Al observar esas tertulias, quienes no pertenecen al
movimiento se preguntan, de inmediato, qué quieren esos
adolescentes; ellos tienen una respuesta en la punta de los
labios: "Queremos vivir en esta ciudad y en todas las
ciudades —dicen— respirando el aire puro, bebiendo agua no
contaminada, sin que nos atormenten los ruidos y los
tóxicos. Queremos lugares abiertos y verdes para poder
trabajar, pasear, amar, jugar, encontrarnos y convertir
nuestros sueños en realidad, tocar música y ser humanos
plenamente. Queremos vivir sin miedo. Queremos poder
movernos sin. ser perseguidos, hostigados, encarcelados
porque a un burócrata se le ocurre. Queremos vivir libres de
la violencia organizada o desorganizada. La familia ejerce
violencia. La policía ejerce violencia. Los manicomios y las
cárceles ejercen violencia. El cine y la televisión y los
diarios del sistema ejercen violencia. Sólo en una sociedad
liberada podremos expandirnos en carne y espíritu". Claro
que apenas formulan esa declaración en la que todos están de
acuerdo surge, de inmediato, una pregunta: ¿Cómo se logra
esa sociedad? Y es ahí, precisamente, cuando las respuestas
varían y las opciones se hacen más complejas, dependen menos
de la buena voluntad de la gente.
Para el músico Emilio del Guercio, lo importante es la
búsqueda de una nueva estructura cultural: "El rock es una
actitud tipo filosófica, integral, una respuesta a una
sociedad asfixiante. El punto de contacto entre todos los
jóvenes es la música y esa música es consecuencia de un
estado mental. Por eso la conducta realmente revolucionaria
parte desde las bases y es siempre un cambio mental. Si eso
no se trasforma, nada se logra reemplazando las estructuras
políticas y económicas por otras nuevas. Eso no quiere decir
que no se trabaje en el campo político; hay que hacerlo pero
comprendiendo que siempre lo más importante es que cambien
las relaciones entre los hombres". Emparentando su
pensamiento al de Del Guercio, Grinberg se empecina en
escapar a todas las formas tradicionales de expresión
política: "En principio el rock se adhiere a todo lo que
pueda significar liberación y abolición de las represiones,
por eso estuvo presente en el acto que organizó la Juventud
Peronista en la cancha de Argentinos Juniors, pero se alejó
en cuanto descubrió que lo que en realidad se hizo fue un
acto vivo para el discurso de Vicente Solano Lima. A pesar
de que el rock no es un paquete homogéneo y tiene
contradicciones, sus postulaciones exceden en mucho a las
plataformas de los actuales movimientos políticos. En el
rock estamos todos hermanados por una comunión espiritual
que lima las diferencias".
LOS IDOLOS DE BLUE JEANS
Un porcentaje importante del público del rock se recluta
entre los habitantes de las villas de emergencia, algo que
se explica a partir de sus ofertas: una música que está
contra todo lo establecido y que propone igualdad prende
rápidamente entre quienes tienen motivos para estar
descontentos con el medio. De todas maneras, a pesar de que
el público villero es importante dentro del rock, no hay que
creer por eso que sea un fenómeno importante en las villas:
allí los récords de venta pertenecen a Rodolfo Zapata y a
otros artistas tradicionales como Palito Ortega o Sandro.
Además, la incorporación de esos sectores sociales es
relativamente nueva en la música progresiva: "Sólo ampliamos
el espectro de público y salimos de la clase media —menciona
Rodolfo García— cuando fuimos a tocar a los clubes. Allí el
rock salió de su círculo de entendidos y comenzó a
popularizarse. Ese fenómeno va a continuar porque nuestra
música es esencialmente para el pueblo".
Curiosamente las promocionadas actitudes violentas del
público de rock —que en realidad sólo se manifestaron en un
par de oportunidades— no provienen de los sectores villeros:
los mayores escándalos estallaron en recitales organizados
en la zona céntrica a los que concurría, básicamente,
público de clase media. Sólo el superexplotado affaire del
Luna Park tuvo como protagonistas a los habitantes de las
villas, estimulados por los músicos a acercarse al
escenario.
Otra de las constantes del movimiento es la permanente
actitud que tienen los músicos con respecto al público:
procuran evitar las idealizaciones y se visten como sus
espectadores, hablan con ellos mano a mano, intentan romper
todas las distancias. "No hay que disfrazarse de artista
—suelen decir—: si no nos ponemos smoking o lentejuelas para
salir a la calle tampoco debemos hacerlo para subir a un
escenario." Sin embargo y a pesar de esos esfuerzos suele
notarse en los jóvenes una actitud de reverencia hacia los
oficiantes del ritual rítmico: al charlar con el público
Siete Días notó que —a pesar de que la actitud de los
rockeros es esencialmente distinta a la de las chicas del
Club de Admiradoras de Sandro por ejemplo— siempre se habla
del músico como de alguien que está un poco más arriba en
otro plano. Algo que los artistas aceptan retrucando que
"después de todo es preferible que un tipo admire a alguien
que va a intentar romper esa idealización y no a una
superstar que va a fomentar y a lucrar con ella." De todas
maneras y más allá de sus propias contradicciones, de su
marcha zigzagueante, de sus giros repentinos, inexplicables,
los jóvenes rockeros de la Argentina se han ganado ya
seguramente una frase con la que el novelista Jack Kerouac
caracterizaba a los integrantes de la generacióm beat: "Son
jóvenes, son bellos, son inteligentes y están más locos que
una cabra".
Rodolfo Andrés
POR QUE SON COMO SON
Rodolfo Bolioslavsky es un psicólogo especializado en
adolescentes que ha contado entre sus pacientes a varios
jóvenes vinculados al rock. Sus opiniones, por lo tanto,
echan luz sobre el controvertido fenómeno de la música
progresiva.
—¿Cómo explica el auge del rock y del modo de vida que
propone?
—Entiendo que esta música rescata algo perdido en nuestra
sociedad, el mito. Y digo mito en el mejor sentido de la
palabra, es decir una ceremonia en la que hay una
participación e identificación de todos los que intervienen
en ella. Por lo tanto tiene sus rituales (gestos,
movimientos, palabras, jerga) y sus oficiantes que son los
músicos. Eso permite lograr una comunidad y una comunicación
muy altas. Un recital de rock no es un espectáculo que se va
a ver sino una ceremonia de la que se participa. No todos
los que intervienen son músicos pero a nadie le está vedado
llegar a serlo. En un espectáculo tradicional se presenta,
por ejemplo, a un Palito Ortega que es único e inigualable.
En el rock, en cambio, el músico podrá ser el mejor, pero no
esencialmente distinto del espectador.
—¿Por qué el rock no sólo ofrece un tipo de música sino
también un estilo de vida?
—Bueno, esa es precisamente la característica de una música
que requiere un compromiso total. Para un chico que cree en
el amor libre, que el éxito material no es lo más importante
en la vida, que la sociedad en que vive no es la mejor
posible, es muy lógico embarcarse con esa música. Como es
coherente para un ejecutivo en ascenso entusiasmarse con los
clásicos, que son símbolo de un status determinado. Sólo que
con el rock la ropa, el pelo largo, todos son fenómenos que
procuran igualar a los chicos y no diferenciarlos. Mientras
que el establishement propone ser distinto, superior, los
rockeros procuran ser iguales, hermanos.
—¿Cree que el fenómeno es positivo o negativo?
—Habría que hacer una tabla de doble entrada. Es bueno
porque exalta la alegría del cuerpo, la vida, el amor;
porque se opone a todo lo asfixiante que tiene nuestro
sistema de vida y porque da cauce a la religiosidad
indescantable de la gente, a su deseo de unirse y hermanarse
en una ceremonia. Es malo porque puede ocupar toda la vida
de la gente y no hacerle ver otra cosa, porque la rebeldía
puede agotarse en una cosa formal y porque la igualdad
aparente que propone deja de existir en cuanto acaba la
música. Un villero, un coronel, un obrero y un intelectual
pueden estar muy hermanados en un recital, pero cuando
termina la función vuelven a ser un villero, un coronel, un
obrero y un intelectual.
—¿Cree que eso puede superarse?
—Si en la medida en que los chicos rompan con la
omnipotencia de creer que alcanza con querer ser bueno para
poder ser bueno y descubran el enlace que hay con el orden
de determinaciones socioeconómicas que rige todo el
funcionamiento de nuestra sociedad. En ese momento le
quedarán dos caminos: quedarse afuera, puro e inservible o
meterse adentro, impuro pero actuante para buscar caminos
revolucionarios que apunten, precisamente, a las
determinaciones socio-económicas que impiden la concreción
de esos magníficos ideales que enuncia el rock.