Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 


EL AUGE DE LA MUSICA PROGRESIVA EN BUENOS AIRES
ROCK: 20 POEMAS DE AMOR Y UNA CANCION DESESPERADA
Revista Siete Días Ilustrados
28.05.1973
¿Qué pretenden los jóvenes que se escudan en el rock para descargar su rebeldía? Sus principales contradicciones y sus aciertos. Lo que hay de bueno y de malo en un fenómeno que sacude las tranquilas estructuras del espectáculo porteño.

Basta de basuras
Basta de mentira
Basta de negocios dudosos
Basta de escaleras al éxito
Basta de información falsa
Basta de deudas
Basta de especulaciones
Basta de complacencia
Basta de contratos fraudulentos
Basta de ambigüedad comercial
Basta de indefinición ideológica
Basta de piratas, fenicios y gordos
Viva por siempre la música.
(Declaración poético-ideológica del Rock Centro de Buenos Aires.)

Todos los viernes, en el horario de trasnoche, cuando las marquesinas de los espectáculos comerciales se apagan y el público porteño rumbea somnoliento hacia sus hogares, en algún lugar de la ciudad centenares de jovencitos de pelo largo e indumentarias coloridas se arraciman en las puertas de un teatro. Silenciosos o bullangueros, apacibles o agresivos, tiernos o inexpresivos, esos adolescentes son los practicantes de una religión nueva, discutida, tergiversada: el culto del rock, una descabellada, insolente aventura que le propone a la sociedad contemporánea nada menos que un cambio total de su estilo de vida, de sus pautas de consumo, de sus relaciones humanas. Para atreverse a arrojar sobre el atribulado rostro del ciudadano común ese puñado de explosivas exigencias, se nuclean en torno a un estilo musical los más rebeldes, los más talentosos, los más confundidos de los jóvenes porteños. Los resultados de esa comunión son tan polémicos y contradictorios que han provocado todo tipo de reacciones, desde el rechazo y la agresión hasta el apoyo incondicional, desde el amor hasta el odio.
Quienes se identifican con el movimiento ven en él una posibilidad de salida a algunos de los problemas más asfixiantes del mundo moderno. Quienes lo critican, en cambio, plantean la indefinición ideológica del rock, sus utópicas metas, su falta de organización. Los apegados a las formas ortodoxas de la música desmerecen las creaciones de los progresivos; los que desean nuevas estructuras sonoras los acusan de haberse empantanado en ritmos gastados, los rockeros, por su parte, procuran atajar esas andanadas e insisten en defender su modo de vida, su música. Quedan, en definitiva, varias preguntas que cosquillean en la mente de los observadores desapasionados: ¿El rock es, realmente, un movimiento de importancia en Buenos Aires? ¿No es, acaso, un negocio más? ¿Los que adhieren al rock buscan un cambio auténtico o simplemente se disfrazan de rebeldes? ¿Puede ese movimiento ofrecer algunas salidas positivas o sólo sirve para enunciar teóricamente premisas en las que todos están de acuerdo pero que nadie cumple en su vida cotidiana? En definitiva, ¿qué es verdad y qué mentira en ese esotérico, tentador mundo de la música progresiva?
"LAS ETIQUETAS AL CAJON, LOS BARRIGONES AL PAREDON"
Si en algo estuvieron de acuerdo los quince entrevistados de Siete Días (músicos, productores, críticos y teóricos del rock) fue, precisamente, en la imposibilidad de definir el tipo de música que los apasiona. Para Miguel Grinberg —un intelectual que ama al rock y que se ha convertido en uno de sus ideólogos— la música progresiva, rótulo que él prefiere, es "una actitud creativa de autores e intérpretes que a partir de un género que puede ser el rock, el tango, el folklore o el jazz se lanzan a explorar nuevas posibilidades musicales y a incorporar elementos sonoros que puedan enriquecerlo". El músico Litto Nebbia (quien pese a sus 24 años es considerado el abuelo de la música progresiva) elige, en cambio, otra etiqueta: "Comercialmente siempre fue necesario inventar un nombrecito para estas cosas; en una época le pusieron nueva ola, después beat, en otro momento progresiva y ahora rock. Yo estuve en todos esos movimientos y siempre me consideraron un tipo de vanguardia; creo que la clave está en que todo eso es, más allá de los encasillamientos, música popular urbana: la música que hacen los tipos de 20 años en la ciudad en que viven".
Claro que, como todo, el rock tiene sus fuentes de inspiración: el inventor de la forma más primitiva —un ritmo insistente con batería obsesiva, guitarra y bajo electrónico— fue Bill Halley, quien impuso a principios de la década del 50 un hit bailable (Shake, rattle and roll, Sacúdase, agítese y enrróllese) que determinó las características básicas de esta música. Así, en 1953, Alan Freed, un famoso disc-jockey norteamericano acuñó la expresión rock and roll para referirse genéricamente a ese nuevo ritmo pesado, incitante. Durante toda una década la figura de Elvis Presley núcleo a los adeptos y sirvió para simbolizar el germen que cabalgaba sobre esa música y que en el 60 acapararon Los Beatles: la actitud rebelde. En la medida en que el rock and roll —identificado años atrás con el resto de la música comercial— era en USA un excelente negocio surgieron en América latina intentos de repetirlo; en la Argentina apareció el Club del Clan, curiosa mezcla de músicos supuestamente ítalo-yanquis como Billy Cafaro, Rocky Pontoni y Johnny Tedesco, quienes compartieron carteleras con Sandro y Los de Fuego, pues hasta ese momento se trataba de una música bailable, complaciente, que no desafiaba nada. Sin embargo, cuando los conjuntos extranjeros comenzaron a producir una música distinta y a cuestionar los valores de la sociedad —como Los Beatles y los Rolling Stones— surgieron en el Río de la Plata grupos musicales que sintonizaron esa onda: Los Shakers en Uruguay y The Seassons y Los Beatniks en la Argentina, conjuntos en los que ya militaban músicos como Alejandro Medina (ex integrante de Almendra y actualmente de Color Humano), Moris y Pajarito Zaguri.
En esa época —mediados del 66— todos esos intérpretes comenzaron a reunirse en La Cueva (un boliche de Pueyrredón al 1700, hoy inexistente) y formaron el verdadero caldo de cultivo del movimiento rock. Las zapadas en que se trenzaron hasta las cinco o seis de la mañana los más atrevidos músicos porteños sirvieron para la formación de Los Gatos, el primer grupo rock argentino en el que se consagró Litto Nebbia e influyeron, seguramente, en la constitución de Almendra y Manal, hoy disueltos, los dos grandes grupos de rock que invadieron ese ritmo en el 68, cuando la Plaza Francia conocía ya el revoloteo incesante de chicos melenudos, vestidos a contramano de todas las convenciones, que ostentaban, entre otros, un slogan con el que respondían a quienes querían encasillarlos en algunas de las formas conocidas de rebeldía: "Las etiquetas al cajón, los barrigones al paredón".
Hacia fines del 69 nacen las primeras expresiones multitudinarias y el rock se enquista, definitivamente, en vastos sectores de la juventud local: para el festival Pin-Up se reúnen unas seis mil personas en el Anfiteatro Municipal de Buenos Aires, y las dos primeras ediciones del festival de BaRock en el velódromo porteño ven desfilar a más de 20 mil personas en cada función. Brota, entre tanto, en pequeños teatros y en horarios insólitos un rosario de recitales que sirven para congregar a los cultores del rock y para que los adolescentes se encuentren con sus iguales y reafirmen sus ideales. Con todas sus contradicciones, tropiezos y dificultades el movimiento rock logra su lugar en la década del 70 y se ofrece como una alternativa que seduce, según el crítico musical Jorge Andrés, a un público estable de 10 mil fanáticos y que se extiende, de acuerdo con otras estimaciones, la del productor Oscar López, por ejemplo, a unos 200 mil adolescentes que, aunque no frecuentan los recitales, aceptan y aplauden las propuestas de amor, paz y hermandad que se formulan a través de la música de rock.
NO ESTAN TODOS LOS QUE SON NI SON TODOS LOS QUE ESTAN
Tal vez uno de los problemas más espinosos del rock consiste en poder delimitar cuáles son los músicos y los conjuntos que pertenecen al movimiento, cuáles los que se disfrazan de rockeros para usufructuar la moda y quiénes son aceptados por los jóvenes aun cuando no se autotitulen progresivos. Las definiciones son más complejas si se considera que el rock no es sólo un estilo musical sino, básicamente, una actitud de vida que se define por el rechazo a la sociedad de consumo, a las normas comerciales que orientan las relaciones de los hombres y por la reivindicación del afecto y la ternura como pilares del mundo que se desea construir. A pesar de esos inconvenientes, y tras reportear a unos treinta adolescentes y cotejar sus opiniones con las de los músicos y críticos. Siete Días pudo detectar algunas constantes: los dos conjuntos más aceptados, menos cuestionados son, sin duda, Pescado Rabioso y Aquelarre. En el primero de ellos actúa Luis Alberto Spinetta —"el Gardel de una generación", al decir del crítico Jorge Andrés— y en el otro Emilio del Guercio y Rodolfo García, los tres ex miembros de Almendra. En contraste, tres grupos aparecen estigmatizados: Arco Iris, Vox Dei y Alma y Vida. Del primero se dice que se ha alejado definitivamente de los caminos progresivos, una afirmación que ellos mismos comparten, pues consideran que el rock ha muerto. A Vox Dei —autores de una versión rock de La Biblia— se le reprocha haberse estancado y no producir nada nuevo y a Alma y Vida, en cambio, se lo considera, lisa y llanamente un conjunto comercial "de esos que van a los bailes de club a tocar pavaditas sobre un escenario para llenarles la panza a los tarados que no entienden nada de nada", según interpreta Ricardo J., un adolescente enamorado hasta los tuétanos de la música de Aquelarre.
Los otros conjuntos consagrados son la piedra del escándalo: Billy Bond y La Pesada del Rock y Pappo's Blues —dos grupos de gran fuerza rítmica— son para algunos la quintaesencia del rock y para otros "comerciantes disfrazados que hacen circo para subirse a un tranvía que perdieron hace años". El obeso Billy Bond es, en realidad, el centro de las críticas de Eduardo Marti (23, guitarrista de Pacífico, un conjunto de excelente factura musical pero de muy escasa difusión): "En La Pesada hay buenos músicos que tocan bien sus instrumentos, por eso algunos temas salen fenómenos, pero Billy Bond es un tipo nefasto para el rock porque tiene miedo de que la música se intelectualice y no esté al alcance de él; entonces, critica a los que hacen otra cosa distinta y no los perdona, hace un manejo similar al de los tangueros tradicionales que se agarran a una estructura decadente para negar las formas nuevas. Además es un negociante que antes cantaba 'El limón, el limonero' y que ahora está asociado a Jorge Alvarez para mantener un monopolio de recitales y grabadoras".
Lo cierto es que existen ciertos hábitos propios de la música comercial que se repiten en el rock: el programa Alternativa —que se emite a la noche por radio Antártida— está pagado por los sellos Microfón (al que están vinculados Alvarez y Bond) y Music Hall y sólo difunde los artistas de esas grabadoras. Claro que Billy Bond no se siente incorporado a la estructura comercial: "Los rockeros cantamos contra la opresión que vivimos todos los días; uno está muy jodido, muy cansado y trata de decirlo con música hasta donde lo dejan, porque hay tipos que viven pensando en el mango y además la ciudad en que vivimos está manejada por soldaditos. Por eso no podemos ocuparnos del amor y de la paz mientras haya presos políticos, mientras exista represión". En el otro extremo Horacio Martínez (29, representante de Litto Nebbia) asume los límites comerciales que rodean al rock: "Yo ya estoy podrido de los tipos que se disfrazan de revolucionarios para hacer su negocio; éste es un trabajo como todos y si yo le contrato una actuación a Litto en un club procuro que le paguen lo que se había estipulado y que no intenten pasarlo. Hay puntos que proclaman su menosprecio por la guita pero a la hora de los papeles son fieras que obligan a sus músicos a retirarse de un recital si se anuncia la presentación de un conjunto que no está en el paquete de ellos".
INTIMIDAD EN LOS PARQUES
Osvaldo Daniel Ripoll, director de la revista Pelo —único órgano dedicado exclusivamente a la música progresiva— repite incansablemente que el rock es un movimiento de liberación pero cree que hasta ahora sólo ha recorrido una parte de ese camino: "Todos estuvimos bregando hasta ahora por una liberación psíquica pero vamos comprendiendo que tenemos que conseguir una liberación total y que para eso debemos participar también en la lucha política y cultural". Sin embargo, todos los rockeros evitan las definiciones de tipo político e insisten en el hecho de que el suyo es un movimiento carente de ideologías. Tal vez quienes más se preocupen por buscar nuevas formas de expresión y organización que permitan encauzar el movimiento sean los grupos que se reúnen todos los domingos por la tarde en el Parque Centenario: lo que hacen en realidad, es un intento para modelar un cultura underground con pautas propias y canales originales de expresión. Proponen, por ejemplo, confeccionar un periódico integrado con hojitas mimeografiadas que cada uno puede realizar en su casa, por su cuenta, sin consultar a nadie y unirlo con ganchitos en el momento en que todos se encuentran. "Así, sin verticalismos y sin empantanarse en la organización— afirman esos jóvenes— podremos tener una revista que no dependa de los intereses de nadie, de ninguna publicidad."
Al observar esas tertulias, quienes no pertenecen al movimiento se preguntan, de inmediato, qué quieren esos adolescentes; ellos tienen una respuesta en la punta de los labios: "Queremos vivir en esta ciudad y en todas las ciudades —dicen— respirando el aire puro, bebiendo agua no contaminada, sin que nos atormenten los ruidos y los tóxicos. Queremos lugares abiertos y verdes para poder trabajar, pasear, amar, jugar, encontrarnos y convertir nuestros sueños en realidad, tocar música y ser humanos plenamente. Queremos vivir sin miedo. Queremos poder movernos sin. ser perseguidos, hostigados, encarcelados porque a un burócrata se le ocurre. Queremos vivir libres de la violencia organizada o desorganizada. La familia ejerce violencia. La policía ejerce violencia. Los manicomios y las cárceles ejercen violencia. El cine y la televisión y los diarios del sistema ejercen violencia. Sólo en una sociedad liberada podremos expandirnos en carne y espíritu". Claro que apenas formulan esa declaración en la que todos están de acuerdo surge, de inmediato, una pregunta: ¿Cómo se logra esa sociedad? Y es ahí, precisamente, cuando las respuestas varían y las opciones se hacen más complejas, dependen menos de la buena voluntad de la gente.
Para el músico Emilio del Guercio, lo importante es la búsqueda de una nueva estructura cultural: "El rock es una actitud tipo filosófica, integral, una respuesta a una sociedad asfixiante. El punto de contacto entre todos los jóvenes es la música y esa música es consecuencia de un estado mental. Por eso la conducta realmente revolucionaria parte desde las bases y es siempre un cambio mental. Si eso no se trasforma, nada se logra reemplazando las estructuras políticas y económicas por otras nuevas. Eso no quiere decir que no se trabaje en el campo político; hay que hacerlo pero comprendiendo que siempre lo más importante es que cambien las relaciones entre los hombres". Emparentando su pensamiento al de Del Guercio, Grinberg se empecina en escapar a todas las formas tradicionales de expresión política: "En principio el rock se adhiere a todo lo que pueda significar liberación y abolición de las represiones, por eso estuvo presente en el acto que organizó la Juventud Peronista en la cancha de Argentinos Juniors, pero se alejó en cuanto descubrió que lo que en realidad se hizo fue un acto vivo para el discurso de Vicente Solano Lima. A pesar de que el rock no es un paquete homogéneo y tiene contradicciones, sus postulaciones exceden en mucho a las plataformas de los actuales movimientos políticos. En el rock estamos todos hermanados por una comunión espiritual que lima las diferencias".
LOS IDOLOS DE BLUE JEANS
Un porcentaje importante del público del rock se recluta entre los habitantes de las villas de emergencia, algo que se explica a partir de sus ofertas: una música que está contra todo lo establecido y que propone igualdad prende rápidamente entre quienes tienen motivos para estar descontentos con el medio. De todas maneras, a pesar de que el público villero es importante dentro del rock, no hay que creer por eso que sea un fenómeno importante en las villas: allí los récords de venta pertenecen a Rodolfo Zapata y a otros artistas tradicionales como Palito Ortega o Sandro. Además, la incorporación de esos sectores sociales es relativamente nueva en la música progresiva: "Sólo ampliamos el espectro de público y salimos de la clase media —menciona Rodolfo García— cuando fuimos a tocar a los clubes. Allí el rock salió de su círculo de entendidos y comenzó a popularizarse. Ese fenómeno va a continuar porque nuestra música es esencialmente para el pueblo".
Curiosamente las promocionadas actitudes violentas del público de rock —que en realidad sólo se manifestaron en un par de oportunidades— no provienen de los sectores villeros: los mayores escándalos estallaron en recitales organizados en la zona céntrica a los que concurría, básicamente, público de clase media. Sólo el superexplotado affaire del Luna Park tuvo como protagonistas a los habitantes de las villas, estimulados por los músicos a acercarse al escenario.
Otra de las constantes del movimiento es la permanente actitud que tienen los músicos con respecto al público: procuran evitar las idealizaciones y se visten como sus espectadores, hablan con ellos mano a mano, intentan romper todas las distancias. "No hay que disfrazarse de artista —suelen decir—: si no nos ponemos smoking o lentejuelas para salir a la calle tampoco debemos hacerlo para subir a un escenario." Sin embargo y a pesar de esos esfuerzos suele notarse en los jóvenes una actitud de reverencia hacia los oficiantes del ritual rítmico: al charlar con el público Siete Días notó que —a pesar de que la actitud de los rockeros es esencialmente distinta a la de las chicas del Club de Admiradoras de Sandro por ejemplo— siempre se habla del músico como de alguien que está un poco más arriba en otro plano. Algo que los artistas aceptan retrucando que "después de todo es preferible que un tipo admire a alguien que va a intentar romper esa idealización y no a una superstar que va a fomentar y a lucrar con ella." De todas maneras y más allá de sus propias contradicciones, de su marcha zigzagueante, de sus giros repentinos, inexplicables, los jóvenes rockeros de la Argentina se han ganado ya seguramente una frase con la que el novelista Jack Kerouac caracterizaba a los integrantes de la generacióm beat: "Son jóvenes, son bellos, son inteligentes y están más locos que una cabra".
Rodolfo Andrés

POR QUE SON COMO SON
Rodolfo Bolioslavsky es un psicólogo especializado en adolescentes que ha contado entre sus pacientes a varios jóvenes vinculados al rock. Sus opiniones, por lo tanto, echan luz sobre el controvertido fenómeno de la música progresiva.
—¿Cómo explica el auge del rock y del modo de vida que propone?
—Entiendo que esta música rescata algo perdido en nuestra sociedad, el mito. Y digo mito en el mejor sentido de la palabra, es decir una ceremonia en la que hay una participación e identificación de todos los que intervienen en ella. Por lo tanto tiene sus rituales (gestos, movimientos, palabras, jerga) y sus oficiantes que son los músicos. Eso permite lograr una comunidad y una comunicación muy altas. Un recital de rock no es un espectáculo que se va a ver sino una ceremonia de la que se participa. No todos los que intervienen son músicos pero a nadie le está vedado llegar a serlo. En un espectáculo tradicional se presenta, por ejemplo, a un Palito Ortega que es único e inigualable. En el rock, en cambio, el músico podrá ser el mejor, pero no esencialmente distinto del espectador.
—¿Por qué el rock no sólo ofrece un tipo de música sino también un estilo de vida?
—Bueno, esa es precisamente la característica de una música que requiere un compromiso total. Para un chico que cree en el amor libre, que el éxito material no es lo más importante en la vida, que la sociedad en que vive no es la mejor posible, es muy lógico embarcarse con esa música. Como es coherente para un ejecutivo en ascenso entusiasmarse con los clásicos, que son símbolo de un status determinado. Sólo que con el rock la ropa, el pelo largo, todos son fenómenos que procuran igualar a los chicos y no diferenciarlos. Mientras que el establishement propone ser distinto, superior, los rockeros procuran ser iguales, hermanos.
—¿Cree que el fenómeno es positivo o negativo?
—Habría que hacer una tabla de doble entrada. Es bueno porque exalta la alegría del cuerpo, la vida, el amor; porque se opone a todo lo asfixiante que tiene nuestro sistema de vida y porque da cauce a la religiosidad indescantable de la gente, a su deseo de unirse y hermanarse en una ceremonia. Es malo porque puede ocupar toda la vida de la gente y no hacerle ver otra cosa, porque la rebeldía puede agotarse en una cosa formal y porque la igualdad aparente que propone deja de existir en cuanto acaba la música. Un villero, un coronel, un obrero y un intelectual pueden estar muy hermanados en un recital, pero cuando termina la función vuelven a ser un villero, un coronel, un obrero y un intelectual.
—¿Cree que eso puede superarse?
—Si en la medida en que los chicos rompan con la omnipotencia de creer que alcanza con querer ser bueno para poder ser bueno y descubran el enlace que hay con el orden de determinaciones socioeconómicas que rige todo el funcionamiento de nuestra sociedad. En ese momento le quedarán dos caminos: quedarse afuera, puro e inservible o meterse adentro, impuro pero actuante para buscar caminos revolucionarios que apunten, precisamente, a las determinaciones socio-económicas que impiden la concreción de esos magníficos ideales que enuncia el rock.

 

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BARock
Buenos Aires Rock en el Velódromo Municipal


 

 

 

 

 
Spinetta
El Gardel de la generación rock, Luis Spinetta

 

 

 

 

 

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