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Pie de foto: Braque. Por primera vez en la
historia, el Louvre adquirió obras de un artista
vivo.
Los mil habitantes de Varengeville-sur-Mer
consideraban como uno de los suyos a ese hombre
de ojos azules, normando como ellos, que venía a
pasar el verano desde hacía treinta años en su
casa rodeada de flores. El último verano su
salud vacilante le impidió volver a Varengeville,
pero a su amigo, el párroco Lecoque, que lo
visitó en París, le prometió regresar durante su
convalecencia. Se hallaba entonces bajo una
carpa de oxígeno y respiraba con dificultad...
Ya no volvieron a verlo los normandos de
Varengeville, no volvieron a cruzarse con él,
cuando, en el atardecer, recorría la playa con
un saco que llenaba de guijarros de formas
extrañas que pintaba luego en su taller de
persianas blancas, aislado en medio del jardín,
santuario cerrado siempre con llave. Ha
muerto Georges Braque, uno de los grandes del
cubismo; había desterrado de sus cuadros la
perspectiva, aquel descubrimiento que apasionó a
sus ilustres antecesores del Renacimiento. "Las
fuerzas de la perspectiva obligan a los objetos
a desaparecer de la vista de quien los
contempla, en lugar de ponerlos a su alcance",
solía protestar. Él llevó los objetos al mismo
plano del lienzo, como si los hubiera aplastado
contra el cristal de una ventana. Su cubismo dio
al hombre una nueva proyección, que dejó de lado
las dimensiones clásicas y agregó otra, el
tiempo, al dar en un mismo cuadro múltiples
visiones de un mismo objeto. Revista Panorama
noviembre de 1963
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