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espiando los 60's
la década cuando todo pudo ocurrir
La Generación
Beat
¿Un café de Buenos Aires en los sesenta...?
Ginsberg, Korouac y otros...
No... no y no...
definitivamente no... esa referencia de "beat generation" no tenía nada que ver
con los jóvenes que escuchaba o imitaba a los Beatles, el término ya existía antes que
los de Liverpool salieran de su cueva de la mano de Brian. Pero evidentemente la
deformación a través del tiempo o la conveniencia comercial hace que al común de los humanos que habitamos este
suelo nos venga a la mente ese tipo de erróneas asociaciones (me incluyo) sobre el
origen de un movimiento que tuvo en Allen Ginsberg a uno de sus mas difundidos poetas
beatniks. En esta aparentemente caótica Internet por suerte existen páginas para
consultar el origen: "El término Beat Generation surge durante una conversación entre Jack Kerouac y
John Clellon Holmes en 1948. La intención de sus miembros no era la de nombrarla, sino la
de "desnombrarla". A finales de 1952 apareció en el New York Times Magazine un
artículo de John Clellon Holmes titulado "This is the Beat Generation " que
captó la atención del público. El término comenzó a utilizarse de tal manera, y sin
discriminación alguna, hasta el punto de que en 1959 Kerouac considerara necesario
corregir públicamente el abuso de esta denominación en los medios de comunicación,
donde se empleaba con las connotaciones de "totalmente vencido", o fracasado, o
en el sentido de "ritmo". Jack intentó mostrar el sentido correcto de beat
sugiriendo su relación con palabras como "beatitud" y "beatífico",
conexión que se explicaba porque, en sus
ideales, el movimiento beat se sentía atraído por la naturaleza de la conciencia
orientada a la comprensión del pensamiento oriental, hacia prácticas de meditación,
etc. Esta "redefinición" que Kerouac hacía del término pretendía orientar
hacia imágenes simbólicas del estilo de la derrota u oscuridad necesarias, precedentes a
la apertura a la luz y la supresión del ego que conducen a la iluminación religiosa."
http://www.geocities.com/generacion_beat
Comienza la divulgación de
las teorías psicoanalíticas
Escuela para padres
"... la divulgación del
psicoanálisis fue duramente criticada por sectores elitistas que afirmaban: '¡cómo se
va a hablar del complejo de Edipo por radio y televisión!'. El argumento mayor era que la
divulgación transmitía exactamente los conceptos originales, lo cual es así. Divulgar
implica reducir y perder matices. La otra alternativa era mantener esos conocimientos en
poder de los sectores que practicaban psicoanálisis. Las críticas también llegaban
desde algunos pediatras del Hospital de Niños al cual yo asistía. '¡Deje de escribir
esas cosas en el diario!', me decían. 'Ahora las madres llegan al consultorio, y cuando
uno les receta vitaminas ellas preguntan si el chico no tendrá un complejo o un trauma, y
por eso no quiere comer' (...) A través de la divulgación se incorporaron palabras
elegidas por la comunidad como claves: neurosis, complejo de Edipo, trauma, frustración,
y otras . Era habitual escuchar que alguien, refiriéndose a la soltería de un amigo que
vivía con su madre lo explicara así: '¿Fulano?...¡Tiene un Edipo bárbaro!. ".
Los medios de comunicación escritos habían advertido el negocio que implicaba la
divulgación y vendían las páginas donde se publicaban estas secciones cotizándolas
cuidadosamente. (...) Escuela para padres ingresó rápidamente en el circuito televisado,
así como desde el comienzo había dado sus primeros pasos en la radio a través de
microprogramas y dramatización de situaciones conflictivas entre padres e
hijos." Eva Giberti - una mujer pionera en nuestro país de la
divulgación masiva del conocimiento del psicoanálisis que en 1973 fue excluida de los
medios de comunicación con motivo de la detención de su hijo por razones políticas.
Eva Giberti en el programa
El detonador de ideas
junio 2005
www.evagiberti.com
Los Shakers
Si la década de 1950 significó en los Estados Unidos el triunfo de los
"rebeldes sin causa", personificados en James Dean o Marlon Brando, la
década del 60 implica para muchos jóvenes tal descubrimiento de la
protesta contra la injusticia, el hambre, el racismo y la guerra. Así
nació el "folk-song'', encabezado por Pete Seegers, Joan Baez, y el trío
Peter, Paul y Mary. Pero el verdadero Papa de la canción de protesta es
Bob Dylan, escuchado con pasión en su país y ya en el mundo entero,
donde se han vendido hasta ahora dieciocho millones de discos con las
melopeas impactantes del rebelde que afirma no ser artista ni músico.
Esto no impide que Dylan haya escrito la letra y la melodía de
doscientas canciones que narran desde las tristezas de los pobres de
Nueva York hasta el hambre de la India y la tragedia del Vietnam. Porque
para él, lo que importa más es lo que se dice: "Son las palabras lo que
cuenta en una canción, las palabras que hacen reflexionar, golpean la
atención; la música solo sirve para que el público recuerde lo que se le
ha narrado". Por eso muchas baladas de Dylan parecen planfletos cargados
de explosiva dinamita.
Así, entre balada y panfleto, es el "folk-song", nacido en los "coffee-houses"
ruidosos, sucios y atestados que pululan un poco al margen de las
grandes ciudades estadounidenses y donde se habla de política y de
literatura vanguardista. La invención de temas actuales con melodías
nuevas se agrega a la curiosa adaptación de "folk-songs" tradicionales:
un canto religioso como "We shaII overcome" se ha convertido en el himno
de la lucha por los derechos civiles, y doscientas mil personas lo
cantaron el día de la marcha sobre Washington en 1963. En la actualidad
las guitarras y los banjos se han convertido en ametralladoras
pacíficas. No hay marcha, manifestación o huelga sin que algún joven
enarbole una guitarra y entone un canto de protesta. Y se calcula que
hay siete millones de esos instrumentos empeñados en una "guerra
musical" que se extiende como un reguero de pólvora por todos los
Estados Unidos.
Lo sorprendente es que el líder indiscutido de esta revuelta juvenil
rehúsa terminantemente cualquier etiqueta política. Bob Dylan no forma
parte de ningún movimiento, ninguna organización, ningún comité de
defensa de nada o de nadie. Se trata paradójicamente de la protesta
social de un individualista acérrimo, la agresión de un pacifista. A los
diez años ya se escapaba de su casa en Duluth, su ciudad natal del
tranquilo Estado de Minnesota, donde su padre era farmacéutico: se
ahogaba en ese "chato ambiente burgués". Más tarde, se hizo expulsar de
la universidad por haberse negado a presenciar la vivisección de un
conejo a la vez que dedicado un grueso epíteto al profesor que dirigía
la operación. Se dedicó a vivir la actualidad, o mejor dicho a cantarla,
aunque hoy se declara cansado de sus baladas sobre la bomba atómica.
Dice: "Más grave que el posible estallido de la bomba es ver que la
mayoría de los seres humanos están alienados. Tienen la boca cosida con
alambre." Bob Dylan evidentemente no tiene boca cosida con alambre. Dice
lo que quiere decir y como quiere decirlo, y el público lo escucha. Hace
poco se presentó en el Olympia, la sala más "difícil" de París. El telón
de fondo era una inmensa bandera de los Estados Unidos, y del paraíso
partieron grandes gritos: "USA, go home". Pero el cantor logró imponerse
sin esfuerzo, casi displicentemente. Y cuando entonó sus baladas, el
silencio no se quebró, aunque la mayoría de los parisienses no
entendiese ni la mitad de lo que ese flaquísimo ser absurdamente vestido
y de ridícula melena trataba de hacerles comprender. Dylan tiene fuerza,
tiene magia, nunca se repite, la tensión que crea jamás decae. Juega con
las palabras, con sus sonidos y sus significados; inventa Imágenes de un
chasqueante grafismo o de un encanto casi surrealista. Y en medio de esa
extraña poesía surgen las ideas del pacifista indignado: "La Segunda
Guerra Mundial / no duró más que cuatro años. / Nosotros Perdonamos a
los alemanes / y llegaron a ser nuestros amigos / aunque hubiesen
aniquilado / a seis millones de hombres en el
horno. / Ahora también los alemanes / tienen a Dios en su campo. / Si
otra guerra sobreviene / ellos serán mis enemigos. / Hay que detestarlos
y rehuirlos / protegerse y armarse / y aceptar todo ello con coraje /
pues tenemos a Dios en nuestro campo." Tal vez lo más singular de todo
sea que los cantantes situados en la cresta de la ola de la popularidad,
los Beatles y los Rolling Stones, dicen de Dylan: "Sin él, seríamos como
perros perdidos..."
Sin embargo, para mucha gente, en la balanza de Dylan pesa menos la
valiente lucidez que la excentricidad. Las personas serias toman a broma
a quien tiene largas uñas pulidas de mujer y cabellera de hotentote. Se
asegura que usa una combinación de tres drogas ultrapotentes y secretas
con las cuales se pone en estado de componer o de presentarse en
público: una droga como impulso inicial, otra para enfervorizarse y otra
para aguantar, pues parece que pasa cuatro o cinco noches sin dormir ni
un segundo. Se hace mofa de la desvencijada marioneta llamada "Finian" o
"Charles Laughton" que lleva en brazos durante las conferencias de
prensa; despierta agresiva hilaridad el equipo de cineastas que lo
acompaña a todas partes para filmar y grabar cuanto se le antoja a su
patrón: el jefe del equipo cumple sus funciones vestido con larga malla
rayada y sombrero de copa color gris perla. Además, se critica que hable
del hambre del mundo cuando él gana dólares muy sustanciosos; en su
presentación parisiense, Dylan cobró 37.000 francos y por añadidura la
mitad de las entradas, que totalizaron unos 150.000 francos. Es mucho
más de lo que reciben Frank Sinatra, Harry Belafonte y hasta la
mismísima diva María Callas cuando cantan en París. Todo esto "moja" la
pólvora de las canciones de Bob Dylan, afirman los críticos del líder
del "folk-song". Cuando se les señala que esa pólvora mojada hace
estallar a numerosísimos jóvenes, cada día más masivamente empeñados en
protestar contra la guerra y la segregación racial, no se inmutan.
Responden: "Mucho ruido y pocas nueces. ¿Acaso las canciones de protesta
han salvado a un solo hambriento o han disminuido en un centavo los
gastos bélicos del mundo? Hay que tener paciencia con esos jóvenes: ya
les llegará la edad de la razón."
Revista 7 Días
12-07-1966
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"Todos los géneros musicales pasaban un momento de gran
creatividad. Carlos Rodari había dado a conocer por Radio Splendid los experimentos de
Astor Piazzolla. En el auditorio de esa emisora, habían sido ofrecidas en público las
avanzadas propuestas de "chacarera moderna" a cargo del trío de Waldo de los
Ríos. Y por todos lados había boliches de jazz, desde Pasarotus hasta Mogador, donde
actuaba el trío de Sergio Mihanovich.
El cine era otra pasión absoluta, y una sala de arte llamada Lorraine (Corrientes al
1500) era la capital del género, con una obra diferente cada día. Surgía un nuevo cine
argentino, y nacían a cada rato infinidad de revistas literarias.
En 1962, la película "Los Jóvenes Viejos" de Rodolfo Kuhn, rodada en un
reducto playero de inmigrantes alemanes -Villa Gesell- generó el mito de gente
bañándose desnuda, a lo cual se sumó la fantasía de la droga. El verano del 63 fue
testigo de una invasión multitudinaria de jóvenes curiosos que no encontraron
absolutamente nada. La Villa se puso lo mismo de moda.
Mucho Twist en los bailes de Carnaval. Muchos éxitos del Festival de San Remo por radio.
Lo
primero estimulaba la iniciativa de un chico de Tandil, Rodolfo Cabral
(luego "Facundo"), que canta como el Indio Gasparino.
Facundo Cabral
Lo segundo, las ganas de cantar
de un joven inmigrante italiano: Piero. Y la industria discográfica, atenta al
significado del Club del Clan, ha respondido con dos números muy fuertes. Un competidor
de Palito Ortega, el santiagueño Leo Dan (miembro en 1960 del grupo rockero Los Demonios)
y una especie de Celentano porteño que cautiva a las adolescentes con su banda: Sandro y
Los de Fuego.
Italia producía dos nuevos mitos: una muchachita llamada Rita Pavone, y un romano
romántico que calcó los tics de Elvis Presley: Bobby Solo. Tras ellos una muchedumbre de
jóvenes cantantes melódicos desde Pino Donaggio y Nico Fidenco hasta Tony Dallara y
Luigi Tenco. Peppino di Capri sería "el Rey del Twist".
La Joven Guardia brasileña tendría un protagonista crucial: Roberto Carlos. Muchos
adolescentes argentinos descubrieron el amor bailando en el boliche Cariño Botao de Villa
Gesell en aquel famoso verano del 63, bajo el influjo grabado de Trini López y Richard
Anthony. Francia dio también una especie de Celentano llamado Johnny Halliday.
En Liverpool se incubaba la revolución de la década. Recuperando el antiguo Rock and
Roll de EE.UU. y en particular los blues rítmicos de Chuck Berry, Fats Domino, B.B. King
y otros músicos legendarios, Los Beatles daban sus primeros pasos. También Los Rolling
Stones y decenas de grupos que conmoverían al mundo en poco tiempo. El asesinato del
presidente Kennedy en noviembre de 1963, postergó la primera gira norteamericana de Los
Beatles de la Navidad de ese año a febrero de 1964.
El nuevo Pop de los jóvenes se había apoderado del mercado mundial, e infinidad de
productores discográficos y programadores radiales vislumbraron claramente otra era.
Finalmente, hacia 1961 había llegado tímidamente a Nueva York un jovencito provinciano
que quería visitar a su ídolo, el legendario trovador Woody Guthrie, en
un hospital donde estaba internado. Su nombre: Bob Dylan. En 1963, su
"Soplando en el Viento" se convertía en himno de la nueva generación de su
país, y luego del planeta. A su alrededor estallaba una corriente Folk cuya musa era Joan
Baez. En 1965, cambiando su guitarra acústica por una eléctrica, Dylan inició
la revolución del Folk-Rock, contemporánea de la explosión neo-rockera de San
Francisco, desde donde saldría una monumental respuesta creativa a la invasión sonora
británica.
A 10 años del surgimiento del Rocanrol primitivo, la juventud del mundo estaba lista para
entonar una nueva canción. El año 1965 es la línea divisoria. En muchas casas de
barrio, en la Capital Federal y en las ciudades de provincia como Rosario, montones de
chicos comenzaban a soñar un sueño distinto. El verano de ese año, en Villa Gesell,
había tenido testimonios de la nueva pasión musical en algunos de sus boliches. Pibes de
pelo largo cantaban cosas que no eran las de antes. Chicas y muchachos los escuchaban
sorprendidos primero, y apasionados después. Esas canciones hablaban -entre millones de
otras cuestiones- del difícil oficio de ser joven en la Argentina.
Invierno de 1966 en Buenos. Aires. En el Teatro del Altillo (altos de Florida 640) se
ofrece un breve ciclo de recitales de rock, a cargo del grupo Los Beatniks. Para dos de
ellos, Moris Birabent y Pajarito Zaguri, la cosa había tomado cuerpo en Gesell, donde
otros -como Javier Martínez- sentían que una canción diferente les ardía en el alma.
No eran los únicos. El año anterior, desde Rosario, había bajado a la Capital Litto
Nebbia y Los Gatos Salvajes. Para estos, la principal fuente de trabajo sería la Escala
Musical, circuito comercial compuesto por un programa de radio y bailes en clubes, al que
luego se agregó un programa de TV. Hacia esa misma órbita de trabajo, desde Montevideo,
peregrinaron Los Shakers, encabezados por Osvaldo y Hugo Fattoruso. En el
mundo, y en la Argentina, la beatlemanía es el pan de cada amanecer. En todas partes,
centenas de jóvenes músicos trataban de emular al cuarteto de Liverpool. No como un
negocio más, sino como necesidad expresiva generacional. El nuevo rock mundial se
anticipó tres años a lo que en 1968 sería una especia de "levantamiento global de
la juventud", cuyo epicentro fueron los estudiantes universitarios en Europa y los
hippies en los Estados Unidos. Simultáneamente en 1969 se darían en nuestro teatro
Coliseo los recitales del ciclo Beat Baires y en el estado de Nueva York el Festival de
Woodstock. No era mimetismo. Era la juventud harta de mentiras, hambrienta de vida."
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BEAT-ARGENTINO
Primavera de las melenas
Y Buenos Aires tuvo, finalmente, su primavera beat. Convocada por Carlos Riccó (disc-jockey, 26 años, eje de la audición "La catedral del ritmo"), una gran fiesta bucólica tuvo lugar en las piletas 3 y 4 de Ezeiza, mientras en otros sitios se festejaba el Día del Estudiante. El maestro de ceremonias explicaba: "Hemos hecho recitales beat, conciertos, grabaciones y festivales, pero nadie había intentado nunca un día beat al aire libre, cosa tan común en Europa y Estados Unidos. El momento es propicio porque la gente ha reaccionado favorablemente ante artistas beat que cantan sus temas en castellano con buen ritmo de rock".
Riccó ansiaba que el heterogéneo publico que sigue al movimiento beat dialogara "mano a mano" con los músicos y celebraran juntos el advenimiento de la estación de las flores. Solistas y miembros de conjuntos —Facundo Cabral, Litto Nebbia, Moris, Pajarito Zaguri y su Barra de Chocolate, el trío Manal y el cuarteto Almendra— pasearon al sol, charlaron con desconocidos, jugaron a la ronda, corretearon y disfrutaron manzanas obsequiadas por almas caritativas.
En el mejor estilo de la fraternidad tribal, hubo intercambio de prendas y amuletos. El baterista Javier Rodríguez trocó su foulard por un "engranaje de colgar", mientras otros se obsequiaban mutuamente con lo que hallaban a mano.
El festejo tuvo requisitos monetarios nada abusivos, pues $300 aseguraron la entrada y doce micros especiales cubrieron el trayecto Liniers-Ezeiza por $100. Así, el primer picnic beat argentino concentró 2.500 personas y una recaudación cercana al millón de pesos.
La heterogeneidad de los asistentes desbarató todas las previsiones. Matrimonios jóvenes (con bebés en muchos casos), parejas ancianas, adultos pulcros, profesores de la Facultad de Filosofía y Letras, jóvenes de todas las clases sociales, universitarios, obreros y hasta curiosos de villas miserias cercanas, todos se acercaron ansiosos por ver de qué se trataba.
Pasado el mediodía comenzó la celebración, y Riccó no perdió oportunidad para efectuar reportajes a los concurrentes a fin de fomentar la comunicación general. La escalada rítmica concluyó pasadas las 19, bajo ovaciones que saludaron los temas de Almendra. Danzarines entre 16 y 20 años se fatigaron minuciosamente a lo largo de la jornada, y al producirse el éxodo todos estuvieron seguros de haberse divertido. Masivos atascamientos de automóviles en la ruta demoraron el retorno a la ciudad, donde días atrás varios operativos policiales amedrentaron a los melenudos. En Ezeiza no hubo temor ni corridas. Sencillamente, varios centenares de primaverales adictos al beat demostraron que cantar, bailar y jugar puede ser una forma nada siniestra del amor con cabello largo.
revista Panorama
30/09/1969 |
El Indio Gasparino
La protesta entre
nosotros
En Argentina, la canción de protesta también tiene su juglar. Es Rodolfo
Cabral, 29 años, porteño de nacimiento y tandilense de adopción,
canillita a los 8 años, solitario desde los 13 y cantor popular desde
los 23, conocido con el seudónimo de "El Indio Gasparino". Pese a que su
figura se halla en ascenso, acaba de pasar dos meses sin actuar: fue
suspendido en televisión, y se prohibió la difusión por radiofonía de
sus canciones "Ché, Sargento", sátira sobre las vicisitudes de un
ingenuo recluta correntino que nada comprende de las férreas normas
militares, y otra referida al azúcar amargo de los cañeros de Tucumán.
Ahora al Indio Gasparino vuelve a la actividad, y pronto emprenderá una
gira por el interior del país, que culminará con presentaciones en Perú,
Chile, Israel y Japón. Y no obstante lo sucedido, afirma serenamente:
"Hace siete años que escribo canciones sobre temas serios. Tal vez
cambie la forma de decir las cosas que quiero decir, pero las seguiré
repitiendo."
Es que d Indio Gasparino tiene un sólido acostumbramiento a los
problemas. Hace como diez años, cuando dibujaba en "El Eco de Tandil",
agregó a sus chistes gráficos comentarios satíricos sobre la actualidad
local. "De inmediato me pararon en seco. Y hace tiempo, cuándo fui por
primera vez a Perú, dije por televisión que no quería cantar para cinco
familias y que mi aspiración era llegar a hacerme oír por todos los
Indios del país. En seguida me pusieron en la mano el pasaje de vuelta a
la Argentina." ¿Acaso pregona una revolución con letra y música? No. El
Indio Gasparino es pacifista, cree en la solidaridad, ansía que se deje
al hombre ser adulto, libre y responsable. Hasta podría decirse que está
empeñado en pequeña cruzada casi romántica de buena voluntad y de
convivencia más cálida entre los hombres. Abomina de todo rótulo
partidario y hasta de la política en general: "Por un Kennedy o un
Mahatma Ghandi, hay un montón de negociantes que solo saben fomentar la
injusticia. "Yo sé que no puedo aportar soluciones, no tengo suficiente
instrucción ni capacidad; pero deseo colaborar a que se forme un clima
de entendimiento. La música popular como cualquier otro medio de
difusión, debe ser útil. Un chico de 14 o 15 años que está en formación,
solo escucha tonterías por la radio o la TV. Entonces me dije: ¿Por qué
no tratar de llegar a ese chico con la música y ayudarlo a comprender un
poco el mundo que lo rodea?".
Para comprender ese mundo, el Indio Gasparino tuvo sus experiencias de
canillita, de mensajero del Correo, de solitario en la calle. Y siempre
ha querido comprenderlo todo por sí mismo, en carne propia. Ha recorrido
una a una las Villas Miseria, con canciones pero sobre todo con
preguntas; ha ido al paupérrimo sud de los "chilotes" con la Misión
Namuncurá; ha visitado a los cañeros de Tucumán varias veces, para
sentir a fondo el problema. Es cierto que sus declaraciones se parecen
muchísimo a las de Bob Dylan, pero el famoso "folk-singer"
estadounidense es agresivo, exhibicionista, excéntrico y mordaz,
mientras que el Indio Gasparino es simple, abierto, ingenuo, casi
indefenso. Si no cantase con tanto ritmo y tanta sensibilidad, si sus
letras no tuvieran real sentimiento y a veces poesía, se lo confundiría
en todos los aspectos con cualquier muchacho de barrio.
Y trata de ser honesto: en un año cambió tres representantes, por no
querer limitarse a crear canciones "gastronómicas" como "Juancho",
"Pepa" o "Catalina", que dan mucho dinero a todos, y evitan los dolores
de cabeza. Tal vez su actitud se fundamente en su creencia en Dios: "Yo
era cerrado como una tapia a la religión; me parecía que creer en Dios
era no tener confianza en uno mismo y necesitar a alguien superior para
apoyarse en él. Pero hace solo dos años y medio conocí en Brasil al
cantor litúrgico Carlebach. Nos hicimos muy amigos, charlamos mucho y
así descubrí un nuevo cauce espiritual. Desde que creo en Dios, desde
que puedo cantarlo, estoy mucho más contento, mi vida es notablemente
más serena."
Sin duda, hablar de Dios, de la paz, o de los problemas sociales, es
mucho más reconfortante que narrar el erotismo de los orangutanes o
tejer conjeturas sobre los ruleros de la novia. Pero este movimiento de
protesta, nutridísimo en los Estados Unidos, y con émulos en Francia, en
Inglaterra, en Brasil y aquí a través del Indio Gasparino, ¿qué
porvenir, qué alcance real tiene?
Una intención legítima como es la de convertir la canción popular en
medio de esclarecimiento y alerta, puede disolverse en una moda,
inoperante y fugaz como todas las modas. Se suele contestar a ello —y el
Indio Gasparino sostiene fervorosamente tal opinión— que las canciones
comprometidas se van infiltrando lentamente en la conciencia de quienes
las tararean y les van enseñando responsabilidad social. Pero, en un
mundo que se caracteriza por la pavorosa rapidez con que se desarrollan
los acontecimientos, ¿una lenta toma de conciencia iniciada con
canciones, no está condenada a terminar también en canciones, y nada
más? Sobre todo, porque ninguno de los juglares sociales ofrece
soluciones efectivas ni muestra una coherencia ideológica capaz de
indicar pautas de acción; todos enfrentan los problemas, pero los
disuelven en emociones sin descubrirles las raíces profundas. Entonces
la crítica social, aunque justa, termina resultando platónica; la buena
voluntad se confunde así con la utopía.
continúa
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