Los 60's

 

espiando los 60's
la década cuando todo pudo ocurrir

La Generación Beat

¿Un café de Buenos Aires en los sesenta...?

Ginsberg, Korouac y otros...

No... no y no... definitivamente no... esa referencia de "beat generation" no tenía nada que ver con los jóvenes que escuchaba o imitaba a los Beatles, el término ya existía antes que los de Liverpool salieran de su cueva de la mano de Brian. Pero evidentemente la deformación a través del tiempo o la conveniencia comercial hace que al común de los humanos que habitamos este suelo  nos venga a la mente ese tipo de erróneas asociaciones (me incluyo) sobre el origen de un movimiento que tuvo en Allen Ginsberg a uno de sus mas difundidos poetas beatniks. En esta aparentemente caótica Internet por suerte existen páginas para consultar el origen: "El término Beat Generation surge durante una conversación entre Jack Kerouac y John Clellon Holmes en 1948. La intención de sus miembros no era la de nombrarla, sino la de "desnombrarla". A finales de 1952 apareció en el New York Times Magazine un artículo de John Clellon Holmes titulado "This is the Beat Generation " que captó la atención del público. El término comenzó a utilizarse de tal manera, y sin discriminación alguna, hasta el punto de que en 1959 Kerouac considerara necesario corregir públicamente el abuso de esta denominación en los medios de comunicación, donde se empleaba con las connotaciones de "totalmente vencido", o fracasado, o en el sentido de "ritmo". Jack intentó mostrar el sentido correcto de beat sugiriendo su relación con palabras como "beatitud" y "beatífico", conexión que se explicaba porque, en sus ideales, el movimiento beat se sentía atraído por la naturaleza de la conciencia orientada a la comprensión del pensamiento oriental, hacia prácticas de meditación, etc. Esta "redefinición" que Kerouac hacía del término pretendía orientar hacia imágenes simbólicas del estilo de la derrota u oscuridad necesarias, precedentes a la apertura a la luz y la supresión del ego que conducen a la iluminación religiosa."
http://www.geocities.com/generacion_beat


Comienza la divulgación de
las teorías psicoanalíticas

Escuela para padres

"... la divulgación del psicoanálisis fue duramente criticada por sectores elitistas que afirmaban: '¡cómo se va a hablar del complejo de Edipo por radio y televisión!'. El argumento mayor era que la divulgación transmitía exactamente los conceptos originales, lo cual es así. Divulgar implica reducir y perder matices. La otra alternativa era mantener esos conocimientos en poder de los sectores que practicaban psicoanálisis. Las críticas también llegaban desde algunos pediatras del Hospital de Niños al cual yo asistía. '¡Deje de escribir esas cosas en el diario!', me decían. 'Ahora las madres llegan al consultorio, y cuando uno les receta vitaminas ellas preguntan si el chico no tendrá un complejo o un trauma, y por eso no quiere comer' (...) A través de la divulgación se incorporaron palabras elegidas por la comunidad como claves: neurosis, complejo de Edipo, trauma, frustración, y otras . Era habitual escuchar que alguien, refiriéndose a la soltería de un amigo que vivía con su madre lo explicara así: '¿Fulano?...¡Tiene un Edipo bárbaro!. ". Los medios de comunicación escritos habían advertido el negocio que implicaba la divulgación y vendían las páginas donde se publicaban estas secciones cotizándolas cuidadosamente. (...) Escuela para padres ingresó rápidamente en el circuito televisado, así como desde el comienzo había dado sus primeros pasos en la radio a través de microprogramas y dramatización de situaciones conflictivas entre padres e hijos."   Eva Giberti - una mujer pionera en nuestro país de la divulgación masiva del conocimiento del psicoanálisis que en 1973 fue excluida de los medios de comunicación con motivo de la detención de su hijo por razones políticas.

Eva Giberti
Eva Giberti en el programa
El detonador de ideas
junio 2005

www.evagiberti.com

 

 

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Los Shakers

Juglares
Si la década de 1950 significó en los Estados Unidos el triunfo de los "rebeldes sin causa", personificados en James Dean o Marlon Brando, la década del 60 implica para muchos jóvenes tal descubrimiento de la protesta contra la injusticia, el hambre, el racismo y la guerra. Así nació el "folk-song'', encabezado por Pete Seegers, Joan Baez, y el trío Peter, Paul y Mary. Pero el verdadero Papa de la canción de protesta es Bob Dylan, escuchado con pasión en su país y ya en el mundo entero, donde se han vendido hasta ahora dieciocho millones de discos con las melopeas impactantes del rebelde que afirma no ser artista ni músico. Esto no impide que Dylan haya escrito la letra y la melodía de doscientas canciones que narran desde las tristezas de los pobres de Nueva York hasta el hambre de la India y la tragedia del Vietnam. Porque para él, lo que importa más es lo que se dice: "Son las palabras lo que cuenta en una canción, las palabras que hacen reflexionar, golpean la atención; la música solo sirve para que el público recuerde lo que se le ha narrado". Por eso muchas baladas de Dylan parecen planfletos cargados de explosiva dinamita.
Así, entre balada y panfleto, es el "folk-song", nacido en los "coffee-houses" ruidosos, sucios y atestados que pululan un poco al margen de las grandes ciudades estadounidenses y donde se habla de política y de literatura vanguardista. La invención de temas actuales con melodías nuevas se agrega a la curiosa adaptación de "folk-songs" tradicionales: un canto religioso como "We shaII overcome" se ha convertido en el himno de la lucha por los derechos civiles, y doscientas mil personas lo cantaron el día de la marcha sobre Washington en 1963. En la actualidad las guitarras y los banjos se han convertido en ametralladoras pacíficas. No hay marcha, manifestación o huelga sin que algún joven enarbole una guitarra y entone un canto de protesta. Y se calcula que hay siete millones de esos instrumentos empeñados en una "guerra musical" que se extiende como un reguero de pólvora por todos los Estados Unidos.
Lo sorprendente es que el líder indiscutido de esta revuelta juvenil rehúsa terminantemente cualquier etiqueta política. Bob Dylan no forma parte de ningún movimiento, ninguna organización, ningún comité de defensa de nada o de nadie. Se trata paradójicamente de la protesta social de un individualista acérrimo, la agresión de un pacifista. A los diez años ya se escapaba de su casa en Duluth, su ciudad natal del tranquilo Estado de Minnesota, donde su padre era farmacéutico: se ahogaba en ese "chato ambiente burgués". Más tarde, se hizo expulsar de la universidad por haberse negado a presenciar la vivisección de un conejo a la vez que dedicado un grueso epíteto al profesor que dirigía la operación. Se dedicó a vivir la actualidad, o mejor dicho a cantarla, aunque hoy se declara cansado de sus baladas sobre la bomba atómica. Dice: "Más grave que el posible estallido de la bomba es ver que la mayoría de los seres humanos están alienados. Tienen la boca cosida con alambre." Bob Dylan evidentemente no tiene boca cosida con alambre. Dice lo que quiere decir y como quiere decirlo, y el público lo escucha. Hace poco se presentó en el Olympia, la sala más "difícil" de París. El telón de fondo era una inmensa bandera de los Estados Unidos, y del paraíso partieron grandes gritos: "USA, go home". Pero el cantor logró imponerse sin esfuerzo, casi displicentemente. Y cuando entonó sus baladas, el silencio no se quebró, aunque la mayoría de los parisienses no entendiese ni la mitad de lo que ese flaquísimo ser absurdamente vestido y de ridícula melena trataba de hacerles comprender. Dylan tiene fuerza, tiene magia, nunca se repite, la tensión que crea jamás decae. Juega con las palabras, con sus sonidos y sus significados; inventa Imágenes de un chasqueante grafismo o de un encanto casi surrealista. Y en medio de esa extraña poesía surgen las ideas del pacifista indignado: "La Segunda Guerra Mundial / no duró más que cuatro años. / Nosotros Perdonamos a los alemanes / y llegaron a ser nuestros amigos / aunque hubiesen aniquilado / a seis millones de hombres en el
horno. / Ahora también los alemanes / tienen a Dios en su campo. / Si otra guerra sobreviene / ellos serán mis enemigos. / Hay que detestarlos y rehuirlos / protegerse y armarse / y aceptar todo ello con coraje / pues tenemos a Dios en nuestro campo." Tal vez lo más singular de todo sea que los cantantes situados en la cresta de la ola de la popularidad, los Beatles y los Rolling Stones, dicen de Dylan: "Sin él, seríamos como perros perdidos..."
Sin embargo, para mucha gente, en la balanza de Dylan pesa menos la valiente lucidez que la excentricidad. Las personas serias toman a broma a quien tiene largas uñas pulidas de mujer y cabellera de hotentote. Se asegura que usa una combinación de tres drogas ultrapotentes y secretas con las cuales se pone en estado de componer o de presentarse en público: una droga como impulso inicial, otra para enfervorizarse y otra para aguantar, pues parece que pasa cuatro o cinco noches sin dormir ni un segundo. Se hace mofa de la desvencijada marioneta llamada "Finian" o "Charles Laughton" que lleva en brazos durante las conferencias de prensa; despierta agresiva hilaridad el equipo de cineastas que lo acompaña a todas partes para filmar y grabar cuanto se le antoja a su patrón: el jefe del equipo cumple sus funciones vestido con larga malla rayada y sombrero de copa color gris perla. Además, se critica que hable del hambre del mundo cuando él gana dólares muy sustanciosos; en su presentación parisiense, Dylan cobró 37.000 francos y por añadidura la mitad de las entradas, que totalizaron unos 150.000 francos. Es mucho más de lo que reciben Frank Sinatra, Harry Belafonte y hasta la mismísima diva María Callas cuando cantan en París. Todo esto "moja" la pólvora de las canciones de Bob Dylan, afirman los críticos del líder del "folk-song". Cuando se les señala que esa pólvora mojada hace estallar a numerosísimos jóvenes, cada día más masivamente empeñados en protestar contra la guerra y la segregación racial, no se inmutan. Responden: "Mucho ruido y pocas nueces. ¿Acaso las canciones de protesta han salvado a un solo hambriento o han disminuido en un centavo los gastos bélicos del mundo? Hay que tener paciencia con esos jóvenes: ya les llegará la edad de la razón."
Revista 7 Días
12-07-1966

 

 

 

 

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"Todos los géneros musicales pasaban un momento de gran creatividad. Carlos Rodari había dado a conocer por Radio Splendid los experimentos de Astor Piazzolla. En el auditorio de esa emisora, habían sido ofrecidas en público las avanzadas propuestas de "chacarera moderna" a cargo del trío de Waldo de los Ríos. Y por todos lados había boliches de jazz, desde Pasarotus hasta Mogador, donde actuaba el trío de Sergio Mihanovich.
El cine era otra pasión absoluta, y una sala de arte llamada Lorraine (Corrientes al 1500) era la capital del género, con una obra diferente cada día. Surgía un nuevo cine argentino, y nacían a cada rato infinidad de revistas literarias.
En 1962, la película "Los Jóvenes Viejos" de Rodolfo Kuhn, rodada en un reducto playero de inmigrantes alemanes -Villa Gesell- generó el mito de gente bañándose desnuda, a lo cual se sumó la fantasía de la droga. El verano del 63 fue testigo de una invasión multitudinaria de jóvenes curiosos que no encontraron absolutamente nada. La Villa se puso lo mismo de moda.
Mucho Twist en los bailes de Carnaval. Muchos éxitos del Festival de San Remo por radio. Lo

primero estimulaba la iniciativa de un chico de Tandil, Rodolfo Cabral (luego "Facundo"), que canta como el Indio Gasparino.

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Facundo Cabral

Lo segundo, las ganas de cantar de un joven inmigrante italiano: Piero. Y la industria discográfica, atenta al significado del Club del Clan, ha respondido con dos números muy fuertes. Un competidor de Palito Ortega, el santiagueño Leo Dan (miembro en 1960 del grupo rockero Los Demonios) y una especie de Celentano porteño que cautiva a las adolescentes con su banda: Sandro y Los de Fuego.
Italia producía dos nuevos mitos: una muchachita llamada Rita Pavone, y un romano romántico que calcó los tics de Elvis Presley: Bobby Solo. Tras ellos una muchedumbre de jóvenes cantantes melódicos desde Pino Donaggio y Nico Fidenco hasta Tony Dallara y Luigi Tenco. Peppino di Capri sería "el Rey del Twist".
La Joven Guardia brasileña tendría un protagonista crucial: Roberto Carlos. Muchos adolescentes argentinos descubrieron el amor bailando en el boliche Cariño Botao de Villa Gesell en aquel famoso verano del 63, bajo el influjo grabado de Trini López y Richard Anthony. Francia dio también una especie de Celentano llamado Johnny Halliday.
En Liverpool se incubaba la revolución de la década. Recuperando el antiguo Rock and Roll de EE.UU. y en particular los blues rítmicos de Chuck Berry, Fats Domino, B.B. King y otros músicos legendarios, Los Beatles daban sus primeros pasos. También Los Rolling Stones y decenas de grupos que conmoverían al mundo en poco tiempo. El asesinato del presidente Kennedy en noviembre de 1963, postergó la primera gira norteamericana de Los Beatles de la Navidad de ese año a febrero de 1964.
El nuevo Pop de los jóvenes se había apoderado del mercado mundial, e infinidad de productores discográficos y programadores radiales vislumbraron claramente otra era.
Finalmente, hacia 1961 había llegado tímidamente a Nueva York un jovencito provinciano que quería visitar a su ídolo, el legendario trovador Woody Guthrie, en un hospital donde estaba internado. Su nombre: Bob Dylan. En 1963, su "Soplando en el Viento" se convertía en himno de la nueva generación de su país, y luego del planeta. A su alrededor estallaba una corriente Folk cuya musa era Joan Baez. En 1965, cambiando su guitarra acústica por una eléctrica, Dylan inició la revolución del Folk-Rock, contemporánea de la explosión neo-rockera de San Francisco, desde donde saldría una monumental respuesta creativa a la invasión sonora británica.
A 10 años del surgimiento del Rocanrol primitivo, la juventud del mundo estaba lista para entonar una nueva canción. El año 1965 es la línea divisoria. En muchas casas de barrio, en la Capital Federal y en las ciudades de provincia como Rosario, montones de chicos comenzaban a soñar un sueño distinto. El verano de ese año, en Villa Gesell, había tenido testimonios de la nueva pasión musical en algunos de sus boliches. Pibes de pelo largo cantaban cosas que no eran las de antes. Chicas y muchachos los escuchaban sorprendidos primero, y apasionados después. Esas canciones hablaban -entre millones de otras cuestiones- del difícil oficio de ser joven en la Argentina.
Invierno de 1966 en Buenos. Aires. En el Teatro del Altillo (altos de Florida 640) se ofrece un breve ciclo de recitales de rock, a cargo del grupo Los Beatniks. Para dos de ellos, Moris Birabent y Pajarito Zaguri, la cosa había tomado cuerpo en Gesell, donde otros -como Javier Martínez- sentían que una canción diferente les ardía en el alma. No eran los únicos. El año anterior, desde Rosario, había bajado a la Capital Litto Nebbia y Los Gatos Salvajes. Para estos, la principal fuente de trabajo sería la Escala Musical, circuito comercial compuesto por un programa de radio y bailes en clubes, al que luego se agregó un programa de TV. Hacia esa misma órbita de trabajo, desde Montevideo, peregrinaron Los Shakers, encabezados por Osvaldo y Hugo Fattoruso. En el mundo, y en la Argentina, la beatlemanía es el pan de cada amanecer. En todas partes, centenas de jóvenes músicos trataban de emular al cuarteto de Liverpool. No como un negocio más, sino como necesidad expresiva generacional. El nuevo rock mundial se anticipó tres años a lo que en 1968 sería una especia de "levantamiento global de la juventud", cuyo epicentro fueron los estudiantes universitarios en Europa y los hippies en los Estados Unidos. Simultáneamente en 1969 se darían en nuestro teatro Coliseo los recitales del ciclo Beat Baires y en el estado de Nueva York el Festival de Woodstock. No era mimetismo. Era la juventud harta de mentiras, hambrienta de vida."

BEAT-ARGENTINO
Primavera de las melenas

Y Buenos Aires tuvo, finalmente, su primavera beat. Convocada por Carlos Riccó (disc-jockey, 26 años, eje de la audición "La catedral del ritmo"), una gran fiesta bucólica tuvo lugar en las piletas 3 y 4 de Ezeiza, mientras en otros sitios se festejaba el Día del Estudiante. El maestro de ceremonias explicaba: "Hemos hecho recitales beat, conciertos, grabaciones y festivales, pero nadie había intentado nunca un día beat al aire libre, cosa tan común en Europa y Estados Unidos. El momento es propicio porque la gente ha reaccionado favorablemente ante artistas beat que cantan sus temas en castellano con buen ritmo de rock".
Riccó ansiaba que el heterogéneo publico que sigue al movimiento beat dialogara "mano a mano" con los músicos y celebraran juntos el advenimiento de la estación de las flores. Solistas y miembros de conjuntos —Facundo Cabral, Litto Nebbia, Moris, Pajarito Zaguri y su Barra de Chocolate, el trío Manal y el cuarteto Almendra— pasearon al sol, charlaron con desconocidos, jugaron a la ronda, corretearon y disfrutaron manzanas obsequiadas por almas caritativas.
En el mejor estilo de la fraternidad tribal, hubo intercambio de prendas y amuletos. El baterista Javier Rodríguez trocó su foulard por un "engranaje de colgar", mientras otros se obsequiaban mutuamente con lo que hallaban a mano.
El festejo tuvo requisitos monetarios nada abusivos, pues $300 aseguraron la entrada y doce micros especiales cubrieron el trayecto Liniers-Ezeiza por $100. Así, el primer picnic beat argentino concentró 2.500 personas y una recaudación cercana al millón de pesos.
La heterogeneidad de los asistentes desbarató todas las previsiones. Matrimonios jóvenes (con bebés en muchos casos), parejas ancianas, adultos pulcros, profesores de la Facultad de Filosofía y Letras, jóvenes de todas las clases sociales, universitarios, obreros y hasta curiosos de villas miserias cercanas, todos se acercaron ansiosos por ver de qué se trataba.
Pasado el mediodía comenzó la celebración, y Riccó no perdió oportunidad para efectuar reportajes a los concurrentes a fin de fomentar la comunicación general. La escalada rítmica concluyó pasadas las 19, bajo ovaciones que saludaron los temas de Almendra. Danzarines entre 16 y 20 años se fatigaron minuciosamente a lo largo de la jornada, y al producirse el éxodo todos estuvieron seguros de haberse divertido. Masivos atascamientos de automóviles en la ruta demoraron el retorno a la ciudad, donde días atrás varios operativos policiales amedrentaron a los melenudos. En Ezeiza no hubo temor ni corridas. Sencillamente, varios centenares de primaverales adictos al beat demostraron que cantar, bailar y jugar puede ser una forma nada siniestra del amor con cabello largo. 
revista Panorama
30/09/1969

 Indio Gasparino
El Indio Gasparino

La protesta entre nosotros
En Argentina, la canción de protesta también tiene su juglar. Es Rodolfo Cabral, 29 años, porteño de nacimiento y tandilense de adopción, canillita a los 8 años, solitario desde los 13 y cantor popular desde los 23, conocido con el seudónimo de "El Indio Gasparino". Pese a que su figura se halla en ascenso, acaba de pasar dos meses sin actuar: fue suspendido en televisión, y se prohibió la difusión por radiofonía de sus canciones "Ché, Sargento", sátira sobre las vicisitudes de un ingenuo recluta correntino que nada comprende de las férreas normas militares, y otra referida al azúcar amargo de los cañeros de Tucumán. Ahora al Indio Gasparino vuelve a la actividad, y pronto emprenderá una gira por el interior del país, que culminará con presentaciones en Perú, Chile, Israel y Japón. Y no obstante lo sucedido, afirma serenamente: "Hace siete años que escribo canciones sobre temas serios. Tal vez cambie la forma de decir las cosas que quiero decir, pero las seguiré repitiendo."
Es que d Indio Gasparino tiene un sólido acostumbramiento a los problemas. Hace como diez años, cuando dibujaba en "El Eco de Tandil", agregó a sus chistes gráficos comentarios satíricos sobre la actualidad local. "De inmediato me pararon en seco. Y hace tiempo, cuándo fui por primera vez a Perú, dije por televisión que no quería cantar para cinco familias y que mi aspiración era llegar a hacerme oír por todos los Indios del país. En seguida me pusieron en la mano el pasaje de vuelta a la Argentina." ¿Acaso pregona una revolución con letra y música? No. El Indio Gasparino es pacifista, cree en la solidaridad, ansía que se deje al hombre ser adulto, libre y responsable. Hasta podría decirse que está empeñado en pequeña cruzada casi romántica de buena voluntad y de convivencia más cálida entre los hombres. Abomina de todo rótulo partidario y hasta de la política en general: "Por un Kennedy o un Mahatma Ghandi, hay un montón de negociantes que solo saben fomentar la injusticia. "Yo sé que no puedo aportar soluciones, no tengo suficiente instrucción ni capacidad; pero deseo colaborar a que se forme un clima de entendimiento. La música popular como cualquier otro medio de difusión, debe ser útil. Un chico de 14 o 15 años que está en formación, solo escucha tonterías por la radio o la TV. Entonces me dije: ¿Por qué no tratar de llegar a ese chico con la música y ayudarlo a comprender un poco el mundo que lo rodea?".
Para comprender ese mundo, el Indio Gasparino tuvo sus experiencias de canillita, de mensajero del Correo, de solitario en la calle. Y siempre ha querido comprenderlo todo por sí mismo, en carne propia. Ha recorrido una a una las Villas Miseria, con canciones pero sobre todo con preguntas; ha ido al paupérrimo sud de los "chilotes" con la Misión Namuncurá; ha visitado a los cañeros de Tucumán varias veces, para sentir a fondo el problema. Es cierto que sus declaraciones se parecen muchísimo a las de Bob Dylan, pero el famoso "folk-singer" estadounidense es agresivo, exhibicionista, excéntrico y mordaz, mientras que el Indio Gasparino es simple, abierto, ingenuo, casi indefenso. Si no cantase con tanto ritmo y tanta sensibilidad, si sus letras no tuvieran real sentimiento y a veces poesía, se lo confundiría en todos los aspectos con cualquier muchacho de barrio.
Y trata de ser honesto: en un año cambió tres representantes, por no querer limitarse a crear canciones "gastronómicas" como "Juancho", "Pepa" o "Catalina", que dan mucho dinero a todos, y evitan los dolores de cabeza. Tal vez su actitud se fundamente en su creencia en Dios: "Yo era cerrado como una tapia a la religión; me parecía que creer en Dios era no tener confianza en uno mismo y necesitar a alguien superior para apoyarse en él. Pero hace solo dos años y medio conocí en Brasil al cantor litúrgico Carlebach. Nos hicimos muy amigos, charlamos mucho y así descubrí un nuevo cauce espiritual. Desde que creo en Dios, desde que puedo cantarlo, estoy mucho más contento, mi vida es notablemente más serena."
Sin duda, hablar de Dios, de la paz, o de los problemas sociales, es mucho más reconfortante que narrar el erotismo de los orangutanes o tejer conjeturas sobre los ruleros de la novia. Pero este movimiento de protesta, nutridísimo en los Estados Unidos, y con émulos en Francia, en Inglaterra, en Brasil y aquí a través del Indio Gasparino, ¿qué porvenir, qué alcance real tiene?
Una intención legítima como es la de convertir la canción popular en medio de esclarecimiento y alerta, puede disolverse en una moda, inoperante y fugaz como todas las modas. Se suele contestar a ello —y el Indio Gasparino sostiene fervorosamente tal opinión— que las canciones comprometidas se van infiltrando lentamente en la conciencia de quienes las tararean y les van enseñando responsabilidad social. Pero, en un mundo que se caracteriza por la pavorosa rapidez con que se desarrollan los acontecimientos, ¿una lenta toma de conciencia iniciada con canciones, no está condenada a terminar también en canciones, y nada más? Sobre todo, porque ninguno de los juglares sociales ofrece soluciones efectivas ni muestra una coherencia ideológica capaz de indicar pautas de acción; todos enfrentan los problemas, pero los disuelven en emociones sin descubrirles las raíces profundas. Entonces la crítica social, aunque justa, termina resultando platónica; la buena voluntad se confunde así con la utopía.

 

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