|
EL PEREGRINAJE
El camión guiado
por Rodolfo Fráscoli llegó velozmente al Regimiento 1 de Infantería de Marina. El
soñoliento oficial de guardia dio libre acceso al vehículo sin advertir nada anormal. En
la oscuridad, con una voz tensa, en que denotaba el temor de que todo el operativo se
derrumbara, Moore dijo:
- Mañana vendremos a buscar el camión.
El oficial de guardia no preguntó nada. Simplemente se cuadró e hizo la venia. Lo más
difícil había pasado. Los protagonistas del rapto, ya en la calle, suspiraron aliviados.
Pero aquello no duró. Varios marinos vinculados a la intervención de la CGT informaron
rápidamente de lo ocurrido. El capitán de fragata Enrique Green., jefe del regimiento,
tuvo una crisis de cólera. Estaba en juego su responsabilidad. Sin sospecharlo, había
dado alojamiento por una noche al cadáver de Eva Perón. Aplicó un duro arresto al
oficial de guardia por dar libre acceso a un camión sin revisarlo previamente.
Cuando a la mañana siguiente Moore-Koenig y sus acompañantes volvieron al regimiento,
Green los estaba esperando sentado en una silla tijera, con el rostro enrojecido por la
furia. Sin más trámites, exigió a los militares que retiraran inmediatamente el
camión. sin embargo, la exigencia no pudo cumplirse con la rapidez que hubiera deseado
Green. Una mano misteriosa había aflojado las bujías del motor. Hasta que se localizó
el desperfecto pasaron por lo menos veinte intensos minutos. Por fin, con el ataúd y los
cuatro comandos a cuestas, el camión dejó atrás el cuartel y se perdió velozmente en
la ciudad. Era una hermosa mañana de sol.
Un investigador de PANORAMA urgió a Green para que tratara de recordar ese lejano
episodio de diciembre de 1955. Green abrió sus grandes ojos e hizo un gesto de inocencia.
-En esa época -dijo- llegaban camiones con explosivos. Pero cadáveres...
El camión, con su insólita carga, quedó estacionado el 23 de diciembre a las once en
Viamonte y Rodríguez Peña. A cien metros escasos del Servicio de Informaciones del
Ejército. "Si lo dejábamos frente al SIE -explica hoy Koenig- hubiera llamado la
atención. En cambio, en esa esquina, pasaba inadvertido".
En esa época se veían camiones militares por todos lados. Durante los veinte días
siguientes el cuerpo estuvo en Sucre 1935, en barrancas de Belgrano. Por fin una noche, lo
llevaron a Saavedra, a casa del mayor Arandia; se trataba de evitar, con estos traslados,
que los peronistas u otros interesados se enteraran del paradero del cuerpo de Eva Perón.
Cada vez que la situación política se encrespaba, el cadáver era trasladado para evitar
problemas. Por último los restos de Eva Perón guardados en un simple cajón de embalaje
reforzado, fueron a parar a la sede central del Servicio de Informaciones del Ejército,
en Callao y Viamonte. Los depositaron en el cuarto piso, junto con otros dos cajones,
frente al propio despacho del jefe. Sobre el que contenía los restos de Evita un letrero
rezaba: "equipos de radio". Solo cuatro oficiales sabían su verdadero
contenido.
En febrero de 1956, Moore-Koenig estuvo cinco días en Chile, enviado por el gobierno de
Aramburu. su misión era dialogar con Juana Ibarguren, madre de Eva Perón, para que esta
suscribiera una autorización legal que permitiese al gobierno disponer lícitamente del
cuerpo de su hija. "Nuestra preocupación -recuerda Moore-Koenig- era la exigencia de
Perón de hacer depositaria del cadáver de su esposa a Elsa Chamorro, según constaba en
el telegrama que le había enviado a esta desde Panamá. Queríamos tener una
contrapartida legal -agrega Moore-Koenig- porque por entonces la revolución aún no
estaba afirmada. Si el cuerpo hubiese caído en poder de Elsa Chamorro y de los
peronistas, el gobierno no hubiera podido impedir que se lo utilizara como instrumento
político".
La madre de Eva Perón dio el permiso solicitado dos meses después, Arminia Duarte,
hermana mayor de Eva, regresaba a Buenos Aires. El gobierno revolucionario había
levantado la interdicción de los bienes de la familia Duarte. Era la compensación por la
buena voluntad de los Duarte para colaborar en la solución del candente problema. Por ese
entonces, Arminia Duarte viajó a la estancia de la familia, en Monte, provincia de buenos
Aires, lo que motivó que, meses después, los investigadores sospecharan que, bajo un
nombre supuesto, Eva Perón podría estar sepultada en esa localidad. Dos periodistas de
PANORAMA llegaron hasta el cementerio de Monte y pudieron constatar, según declaraciones
de testigos presenciales, que, efectivamente, un grupo de militares había enterrado con
gran sigilo un bulto extraño en las propias tierras de los Duarte. Los mismos testigos
corroboraron a los periodistas que, tres días después de ese suceso, un grupo de civiles
había desenterrado, en el mismo lugar, un cajón que resultó estar vacío.
A comienzos de junio de 1956, un hecho modifica la situación. Inesperadamente, el
teniente coronel Carlos Eugenio de Moore-Koenig es separado de su cargo y trasladado
detenido a Comodoro Rivadavia, por orden expresa del comandante en jefe del Ejército,
general Francisco Cerda. Coincidentemente son relevados también dos estrechos
colaboradores de Moore-Koenig: los oficiales de informaciones Fráscoli y Arandia. La
prensa explica que todo esto se debió a "problemas disciplinarios internos".
El 9 de junio se produce el alzamiento peronista del general Valle que terminó con el
fusilamiento de los conjurados; la temperatura política vuelve a subir y el problema del
cadáver de Eva Perón se convierte en una brasa. Al hacerse cargo de sus nuevas
funciones, el coronel Mario Cabanillas, jefe provisional del SIE, recorrió las
instalaciones de la dependencia. Era una tarea de rutina. En el cuarto destinado a
depósito de equipos de radio advirtió un cajón de dimensiones insólitas (largo y
angosto) que contrastaba con los otros bultos allí depositados. La curiosidad por
verificar su contenido lo llevó a descubrir, en presencia de dos oficiales, el cuerpo
embalsamado de Eva Perón. "El coronel Cabanillas se aterró -comentó un militar- y
cometió el error de notificar su hallazgo en forma oficial, cuando todo había sido una
maniobra secreta".
Este acontecimiento obligó al gobierno revolucionario a dar un corte definitivo al caso
Eva Perón.
LOS SENDEROS SE BIFURCAN
Hay un juego mágico
que proviene de los bufones orientales del Medioevo: se practica con cuatro medias
cáscaras de nuez y un garbanzo. Mientras el mago juega con las cáscaras con increíble
habilidad manual, el espectador trata de adivinar bajo cuál cáscara de nuez está el
garbanzo, que en realidad permanece oculto en la mano del prestidigitador durante buena
parte del tiempo. El espectador puede encontrarse, en determinado momento, absolutamente
convencido de que el garbanzo se encuentra bajo una de las cáscaras. Tiene la certeza de
haberlo visto, y sin embargo, se equivoca. Es víctima del escamoteo del ilusionista.
Algo semejante sucede a medida que se investiga el caso de la desaparición del cuerpo de
Eva Perón.
Circula una multitud de teorías y testimonios. Numerosas personas aseguran haber sido
testigos de escenas significativas, o incluso están dispuestos a documentar, aquí, allá
y más allá su participación en el entierro del misterioso cadáver.
"Yo participé en el entierro de Evita", es una frase que los investigadores de
PANORAMA escucharon repetidas veces. Otros, en cambio, tratan de borrar o atenuar su
participación en el drama; no escasean tampoco las coartadas y desmentidas.
Es necesario, para arribar a la sorprendente revelación final, examinar cuidadosamente
todas las pistas, seguirlas hasta sus últimas consecuencias. Y a veces, desandar lo
andado y volver a empezar.
sigue
|
un diplomático espera en una antesala: Evita estaba atendiendo
a unos obreros
Eva Perón al micrófono: una oradora llameante que enardecía a
su gente: las masas sindicales de la CGT que veían en ella una bandera
Juana Ibarguren de Duarte, madre de Eva: ¿sabe dónde está el
cadáver, o sospecha?
Laplacente: lo burlaron/Molinari: un testimonio
EN EUROPA
El subjefe del
Servicio de Informaciones del Ejército, coronel Gustavo Ortiz, y el mayor Hamilton.
Díaz, viajaron a Europa en 1957, en "misión reservada". PANORAMA pudo saber
que los oficiales de información tenían en su poder tres sobres lacrados cuyo contenido
era de vital importancia. Se trataba, en efecto, de gestionar en Bélgica, Alemania o
Italia el ingreso del ataúd que supuestamente contenía los restos mortales de la esposa
de Perón. En Buenos Aires se pudo constatar que, durante las gestiones, hubo permanente
contacto en clave entre el jefe del SIE, general Hector Cabanillas, homónimo del nombrado
anteriormente, y el coronel Ortiz.
En Europa, investigadores de PANORAMA registraron fichas y consultaron en medios
diplomáticos hasta obtener ciertos datos que permiten completar la historia. El entonces
embajador argentino en Alemania Occidental, Raúl de Labougle, despachó hacia Buenos
Aires un mensaje donde decía: "No obedecerá las instrucciones que se me imparten.
No participaré en este siniestro procedimiento mientras no me lo indique mi
Cancillería". En Bélgica, también por esa fecha, se produjo un incidente que
algunos diplomáticos recuerdan: el embajador argentino coronel Quaranta, y el coronel
Bernardino Labayru -agregado militar- recibieron a militares argentinos y se negaron a
colaborar en ciertas tratativas que aquellos oficiales pugnaban por llevar a cabo, por
orden de las autoridades de Buenos Aires. Finalmente, se sabe que el Ortiz también
realizó con el mismo propósito, gestiones diplomáticas en Italia, pero su visita no
ofreció obstáculos ni provocó la alarma de los casos anteriores. Estas maniobras, pues,
están ampliamente documentadas: sin lugar a dudas, los enviados del Servicio de
Informaciones del Ejército trataron de posibilitar el ingreso del cadáver de Eva Perón
a tres países de Europa.
Las "evidencias" no acaban ahí. Hacia fines de 1957, un buque de guerra estuvo
amarrado en la zona sur del puerto, a pocos metros de la calle Brasil. Los estibadores se
extrañaron al ver cargar en la nave tres cajones de madera d un metro y medio de largo
por cuarenta centímetros de ancho, del tipo embalaje. El episodio está ampliamente
probado, y solo resulta extraño el número de cajones que fueron cargados. ¿Por qué
tres?. Un oficial de marina que cree poseer la verdad, brindó un dato esclarecedor.
"Se enviaron tres ataúdes a Europa -dijo -para despistar. Solo uno de ellos contiene
el cadáver de Eva Perón. Uno fue enterrado en Italia, otro en Bélgica y el tercero en
Alemania. Al seguir esta pista -agrega- los investigadores se confundieron y no llegaron a
saber dónde estaba el auténtico cajón".
A lo largo de 1956, el Corriere della Sera -como muchas publicaciones europeas y
norteamericanas- ha insistido en investigar ese caso. La última información, que data de
octubre de 1965, asegura que Eva Fournier, enviada especial de France Soir, conoce el
destino final del cuerpo de Eva Perón. Su versión indica que fue enterrada en la
campiña romana -¿un cementerio, un convento?- por un diplomático, luego de permanecer
meses en Martín García.
Hasta este punto, parece probado que Eva Perón fue sepultada en Italia. Las evidencias
son múltiples y las piezas del rompecabezas ensamblan a la perfección. Solo quedan
algunos puntos débiles: la duda de los dos ataúdes falsos que servirían de cortina de
humo o vías muertas. Indudablemente, existió la intención notoria de impedir que
pudiera descubrirse el destino de los restos: investigadores internacionales han seguido
cada una de las pistas hasta llegar a una confusión enmarañada y siniestra. PANORAMA
hizo lo propio: en cierta etapa, el desaliento cundió en el equipo destinado a la
investigación. En principio, la tesis del entierro en Europa resultaba casi probada; solo
restaba confirmar que el ataúd llevado a Italia era el verdadero, pero surgieron nuevas
pistas. Desconcertantes testimonios aseguraban que el cuerpo de Eva Perón había sido
enterrado muy cerca de Buenos Aires. Otros hablaba de que el cadáver estaba en Chile. Y
no faltó la teoría de que descansaba en Uruguay. |