Moda
Anatomía de la minifalda
Todas las costumbres empezaron siendo vicios. SÉNECA.

 

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Algunos lo tacharon de hipócrita y otros de moralista anquilosado. Lo cierto es que el hombre —unos 50 años— se puso a rumiar pestes, y al rato había sumado una decena de correligionarios en el corro de curiosos, con tiempo de sobra, en la esquina de Diagonal Norte y Florida. Con su indignado dedo índice y su rostro hirsuto, apuntaba a cuanta mujer vestía falda más corta de lo corriente, y le descerrajaba una cantinela sobre el impudor y la relajación de las costumbres, festoneada de feos epítetos. Algunas señoras, tímidamente, arrimaron alguna chispa para caldear su indignación, pero no hacía falta. El hombre se sentía bastante mortificado con que las mujeres de falda corta lo oyeran de paso, le sonrieran, hasta le guiñaran un ojo, y siguieran como si nada. Un vigilante dijo 'circulen, señores', y en un santiamén quedó el hombre solo, aterido de furia, reprochando al policía su equivocado celo, y prometiendo a Primera Plana que mandaría una carta sobre este asunto: La Minifalda, o El Nuevo Ardid Comunista para Producir la Decadencia de Occidente. Fue el martes 13 de junio, a las 3 y media de la tarde.
El módico incidente propició la idea de revisar las conjeturas que Primera Plana recogió en vísperas de la última primavera (Nº 195), cuando una élite de propietarias de boutiques del barrio Norte coincidió en que la minifalda (no tanto: unos 10 centímetros por encima de las rodillas, en vez de los 25 prescriptos por la precursora Mary Quant) no conseguiría adeptas en Buenos Aires, que apenas si despuntarían en los balnearios elegantes. La semana pasada, esas mismas personas reconocieron su error, admitieron que, apenas salidas del asombro, ya no dudaban en robustecer sus stocks con polleras que dejaban ver hasta la mitad del muslo. El sábado, a la mañana, 7 de cada 10 mujeres (entre 15 y 25 años) que cruzaron la esquina de Santa Fe y Cerrito, vestían ropa breve y mostraban —es un decir— piernas enguantadas en medias chillonas, o rematadamente negras, a veces caladas. Sobre todo las adolescentes, hay que reconocerlo, probaron su pasta de heroínas arrostrando los bajo cero de fines del otoño, sin arriar su nueva y exigua bandera.
Traspuesto junio, la gesta parece más una actitud de rebeldía que un designio frívolo, que un mero sometimiento a la moda. "Por supuesto, hay algo de perversidad juvenil", arriesgan algunas diseñadoras. Delia Cancela, que dibuja modelos para tres boutiques del centro, arguye que "el impudor estalla a los 18 años y se apaga a los 24", y que hay excepciones: "Los casos de las liberadas físicas, con buenas piernas y figura todavía esbelta, y los de las liberadas psíquicas, análisis mediante". En La Solderie, de la avenida Alvear, barruntan que el 30 por ciento de sus clientas prefieren ya minifaldas que culminan a 25 centímetros de la rótula. Ana Jolis (24 años), dueña de La Botica de Ana Hoy, en el barrio de Belgrano, advierte que "hay dos grupos de adictas a las minifaldas: uno, ingenuo, integrado por jovencitas de 14 a 18 años; el otro, sexy, por mujeres de 28 a 32".
En todas partes, y sobre todo en De-Dé, frente al Bar Moderno, una especie de catacumba snob, se ofrecieron pautas del incremento de una moda que libra a la delectación o al escarnio un centimetraje cada vez mayor de piel. Y el fenómeno rebasa las fronteras típicamente sofisticadas: en Creaciones Lola, un negocio de Flores —barrio apegado a las medias tintas y a la discreción—, una vendedora estimó que el 40 por ciento de sus clientas se sumó ya a la cofradía de las audaces: "Hay que ser valientes en serio —acotó—. Por aquí, las viejas miran y critican, y los hombres suelen decir groserías". Sin querer, le estaba dando la razón a uno de los 'Veinte poemas para ser leídos en el tranvía', de Oliverio Girondo.

Adiós al puritanismo
Que la minifalda es el más rudo desplante que la moda asesta al recato y prudencia tradicionales, puede demostrarse a través de las reacciones que suscita: en Grecia, uno de los primeros decretos de la Junta Militar (después del golpe de abril último) está orientado a impedir su proliferación, limitando su uso a "los turistas que pasan el verano en el país". El Diario del Pueblo, de Pekín, le dedicó un editorial: "Los vestidos cortos son decadentes, burgueses y huelen a régimen corrompido de Chiang Kai-shek". (Decenas de mujeres decadentes fueron arrestadas por los Guardias Rojos y desvestidas en público.) En España, hasta hace algunos meses, las rodillas al aire eran pasibles de una multa de 300 pesetas. En Jackson, Mississippi, USA, dos policías acompañaron hasta su casa a Sherrill Bauer, por mostrar sus rodillas y "comprometer el prestigio de la mujer blanca, tan quebrantado ya por hordas de mujeres sin Dios ni hogar". Sherrill Bauer tiene 8 años.
L'Osservatore della Domenica, órgano oficial del Vaticano, acababa de tildar de 'descentradas' a las mujeres que adoptaron las minifaldas, cuando Claudia Cardinale asistió con 11 centímetros de muslos visibles a una audiencia que Pablo VI concedió a periodistas y estrellas de cine italianos, a principios de mayo. Días después, el semanario no tuvo más remedio que disculparla ("no actuó con malicia, sino con irreflexión"), y pidió a la grey que fuera indulgente con la actriz, y a las católicas que no siguieran su ejemplo, puesto que "su actitud no implica aprobación por parte del Papa".
Veredictos por el estilo desembocan en dos interrogantes: ¿A través de las minifaldas las juventudes desencadenan una guerra hedonista? ¿Representan el tiro de gracia al viejo puritanismo y el preámbulo de un nuevo cartabón del pudor? Los pelos largos, un estilo de vida más ligero, la revolución pop, testimonian, por lo menos, un intento por acceder a un más funcional concepto de la condición humana. Norberto Rodríguez Bustamante, profesor titular de Sociología Argentina, en la Universidad de La Plata, considera que si "la cultura moderna propende a la ritualización del cuerpo, tal vez se deba a que durante siglos se ritualizó el alma". No cree que la minifalda represente un indicio de corrupción de costumbres, "pese a la intensa conformidad": responde, más bien, al deseo de notoriedad, "dentro de un marco conformista y subordinado a la presión social, y agrega encantos a la joven estéticamente dotada". En cuanto a las otras, "como la capacidad de autoengaño no tiene límites, es preferible no intentar ninguna fórmula de disuasión".
El sociólogo Elíseo Verón sospecha que "la minifalda, cómo cualquier otra manifestación de la moda, puede constituir una especie de enfrentamiento generacional, aunque en el fondo quizá signifique un pretexto por desacuerdos más profundos e importantes". Estima que "su uso no entraña inmoralidad, porque la moral no se puede medir en centímetros". Y coincide con Oscar Masotta, del Departamento Visión, de la Facultad de Arquitectura de Buenos Aires, en cuanto a que simboliza la toma de conciencia del papel que la mujer desempeña en la sociedad de hoy: "Por otra parte —dice Masotta—, el fenómeno de la minifalda corre aparejado al de la feminización del vestuario masculino. En uno y otro caso, se trata de destacar los atractivos del cuerpo".

Ese es el quid de la cuestión.
Se diría que la moda propicia un desbocado regreso a la hoja de parra, que sus artesanos están inspirados por un espíritu maléfico y que pretenden degradar a la juventud con sus tijeras pecaminosas. En una mesa redonda, realizada en París, hace dos semanas, el modista Louis Féraud (discípulo de Courréges y uno de los portaestandartes del minifaldismo) vaticinó larga vida al nuevo estilo, y que "habrá vestidos más cortos, todavía, en las próximas colecciones". George Whitting, un sociólogo de la Universidad de Harvard, convino en que, efectivamente, "los vestidos breves representan el triunfo de la autenticidad y la derrota del puritanismo, ya que el puritanismo está de más en una sociedad que no padece grandes sufrimientos. Lo que pasa es muy simple; las muchachas se saben bellas, inteligentes y deseadas, y no encuentran motivo para no lucirse".
Las revistas especializadas, mientras tanto, alertan sobre las maquinaciones de los adalides de la moda y anticipan que la línea Londres promete faldas tan minúsculas que habrá que usar con una nueva prenda, la media-calzón; que la línea París, exclusiva para la noche, resucita los escotes 1925, con sisas tan profundas que habrá que olvidarse del soutien. En su reemplazo, Catherine Chaillet, dueña de la cadena de boutiques Victoire, opina que "conviene ubicar dos tiras adhesivas, una debajo de cada seno, para lograr estabilidad y elegancia". Algunas habitúes de las boites Mau-Mau, Bossa Nova y Samurai, en Buenos Aires, admitieron haber seguido el consejo y descartado del todo la ropa interior cuando deben enfundarse en un último modelo.

Las rodillas del diablo
Como todas las modas, la de la minifalda conquistó, primero, a las clases altas, y, después a los sectores más populares. En el medio, como siempre, se nuclean los reticentes, quienes profesan mayor fidelidad por los valores consagrados. Sólo en esa área la resistencia obedece a una coherente —pero a veces marchita— concepción estética. Frente al conformismo que propone la minifalda, la resistencia se basa en otro conformismo: el que estipula que diez centímetros más de género conforma una prudente dosis de recato.
Ofelia Banchs, directora de la Escuela Normal Nº 4, de la Capital Federal, sostiene que "la minifalda es antifemenina, puesto que la femineidad no excluye al pudor". Convino en que "las rodillas constituyen el límite reconocido por la estética y la moral", y observó "que mis alumnas nunca osaron asistir a clase con minifaldas"; caso contrario, "hubieran chocado contra la barrera de nuestra prohibición". A su lado, la vicedirectora, Graciela Molinda de Cogorno, enfatizó: "Educamos a nuestras niñas para que vistan con discreción y sobriedad. La minifalda no es una prenda completa". Hace 50 años tampoco era discreto y sobrio que las mujeres desnudaran sus pantorrillas, y menos todavía que compartieran con los hombres, promiscuamente, una playa.
Los miembros de la Liga de Madres de Familia no aceptaron opinar por separado, y convocaron a una asamblea de emergencia para responder, en bloque, a Primera Plana: "La minifalda es un problema que no nos preocupa mayormente, porque es transitorio. Vemos con agrado que la mujer argentina, con sólidos principios morales, no la ha adoptado". Nélida S. de Martinucci (33 años), asistente social de la Obra de Protección a la Joven, explicó que apenas cuatro mujeres, de las 18 que alberga la entidad, se dejaron tentar por la síntesis, y que "de inmediato se organizaron charlas basadas en los principios de la moral cristiana para persuadirlas a volver a las medidas anteriores. Por suerte —se alegra—, contamos con la colaboración de sus novios y pudimos convencerlas".
En cambio, las cinco integrantes del Consejo Superior de las Jóvenes de la Acción Católica se adhieren al libre albedrío: "Nuestras mujeres tienen un criterio suficientemente formado como para actuar con responsabilidad". También a coro conceptuaron que la minifalda "forma parte de la problemática de la juventud, es una consecuencia de la falta de seguridad, de la ausencia de ideales, de la sensación de proximidad de una guerra". Menos escéptico, Jorge Adolfo Srur, secretario privado del Rector de la Universidad del Salvador, se enrola en la creencia de que "la minifalda es una modalidad, no una actitud". De su análisis surge que "quienes usan minifalda no necesariamente tienen minimente", y que tampoco hay relación "entre la conducta de las alumnas y el largo de las polleras". Alrededor del 10 por ciento de las 3 mil alumnas del Salvador concurren a clase con las rodillas al aire.

Un cierto percance
Lo que no se puede negar es que las minifaldas tengan estrecha relación —todavía— con el desembozado anhelo de acaparar atención. Como señuelo, hasta las mujeres menos pródigas consiguen alguna halagadora miradita, un susurro pícaro, el dudoso premio de una guarangada. Esto sucede, explica Masotta, porque todavía no se han generalizado. "Cuando se masifiquen, ya nadie reparará en ellas, habrá que elegir, empezarán a ser demodee." Recién el mes pasado, la firma París lanzó al mercado las medias 'tights', que llegan hasta la trusa, y que resuelven la dificultad que frenó a muchas adictas potenciales, temerosas del más allá apenas se cruzaran de piernas.
Mientras tanto, una vanguardia que presiden las hermanas Maude y Macky Casaux Alsina y Adrienne Vulliety, acuarteladas en Mau-Mau, y una pléyade de modelos y actrices, estructuran la plataforma de un boom que, según las expertas, se producirá hacia fines de año, con los primeros calores. Es posible que, por ahora, las polleras más cortas para uso diario pertenezcan a la modelo publicitaria Perla Caron (23 años), un honor que la entusiasma y aflige al mismo tiempo: "Sí, tengo una ropa muy loca. Y así son las opiniones que recojo. Las mujeres, sobre todo, te miran, te hablan y tratan de ponerte en ridículo. Por envidia, claro. Pero van a tener que acostumbrarse, ¿sabés?, porque las minis van a durar mucho tiempo, como se lo hice entender vez pasada a un tipo tan cargoso que acabé dándole un carterazo. El tipo empezó por criticarme los zapatos, y cuando llegó al distintivo ( un botón de la solapa, originario de USA, y que alude a la guerra del Vietnam: No reclute estudiantes, tome cerveza) no aguanté más y le di con esta misma cartera". La cartera ostenta esta advertencia: Agente 007, Bond.
La actriz y modelo Nacha Guevara (26 años) estipula que las polleras breves documentan "las ganas que tienen de ser infantiles a muerte; son una válvula de escape por la cantidad de roles que las mujeres deben asumir de golpe. Entonces, se mandan por allí su cosa no adulta mostrando las rodillas". La cantante yeyé Nancy Lee (22 años), para quien las faldas que rematan 15 centímetros antes de las rodillas "son la ingenuidad misma", no entiende por qué le pasan ciertos percances: "Por ejemplo —dice—, un día me paseaba por una calle de San Juan, cuando me cruzo con una mujer y un chico. La mujer se para, me mira, se santigua unas cuantas veces, y con sus manos le tapa los ojos al chico".
Hay una explicación: la juventud está condenada a inaugurar nuevos prejuicios. Ávidas de experiencias precoces, las adolescentes ofenden al recato convencional y "desencadenan —según el sociólogo Rodríguez Bustamante— el mismo revuelo que ocasionaron cuando se suscribieron a las bikinis". O sea, en definitiva, que habrá que esperar a que el impudor de hoy se vuelva rutina, para que las minifaldas y la moral hagan las paces. 
Primera Plana
4 de julio de 1967