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crónicas del siglo pasado

REVISTERO

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Jorge Luis Borges
1974

 

 

 

-Yo recuerdo haber conversado mucho con Güiraldes. Y. por supuesto, había una tertulia que me gustaba mucho. Todos los sábados iba a la confitería La Perla, en el Once, a reunirme con Macedonio Fernandez y su grupo. Allí Macedonio proponía un tema cualquiera. O si no guardaba silencio. A lo mejor hablaba cuatro o cinco veces en toda la noche, pero cada cosa que decía era memorable. Macedonio no tenia ese tono magistral didáctico que tenia Lugones. Tenia un modo dubitativo que, me parece, era una forma de su cortesía.
-¿A qué atribuye que Macedonio haya permanecido hasta hace muy poco en la oscuridad para el gran público? ¿La gente lo descubre recién ahora?
-Lo que pasa es que Macedonio no está en los libros que ha escrito. Los libros son inferiores a él. Macedonio era un hombre de genio, pero no sé si literariamente era un hombre de genio. Yo creo que no. De modo que era un hombre de genio oral, como tantos grandes maestros: Pitágoras, Buda, personas así, que enseñaban hablando. Macedonio enseñó muchas cosas, pero él mismo le quitó importancia a lo que escribía. Nunca corrigió pruebas de sus libros. Recuerdo que tenía el hábito de mudarse de una pensión a otra, posiblemente por razones económicas. Anduvo por el barrio del Once y por el barrio de Tribunales. Cuando dejaba una pensión, no se llevaba nada; entonces, en cada mudanza perdía una cantidad de manuscritos; manuscritos de novelas, de ensayos filosóficos, de poemas... Entonces nosotros le dijimos que era una lástima que se perdiera todo eso. La respuesta de Macedonio fue: "¿Pero vos crees, che, que soy lo bastante rico como para perder algo? Si siempre se me ocurren las mismas cosas... Ojalá pudiera perder algo."
-Una actitud de gran sabiduría. . .
-De gran sabiduría y de gran modestia. Como él pensaba que escencialmente estaba repensando siempre las mismas cosas, el texto perdido nunca seria escencialmente distinto del que escribiría después.

EUROPA Y ESCRITORES: UNA PRIMERA APROXIMACIÓN

-¿Cuál fue el primer gran escritor que conoció?
-Me resulta difícil contestar a eso, porque yo los conocí en una época en que no se juzgaba a los escritores. De modo que yo conocí desde muy temprano a Kipling, a Wells, a Poe, a Cervantes, y al mismo tiempo conocí escritores como Ricardo Gutiérrez y Julio Verne y no se me ocurría comparar unos con otros. Yo leía todo eso, y todo eso me interesaba. No se me ocurría pensar que alguno fuera un gran escritor y otro no. Simplemente gozaba con lo que leía. La idea del juicio literario, me parece, llega después.
-Mi pregunta tenia otra dirección, Borges. Yo me refería a cuál fue el primer escritor que conoció personalmente.
-Ah, bueno, yo creo que fue Evaristo Carriego..., aunque no puede decirse que haya sido un gran escritor; en todo caso tiene una importancia circunstancial. Creo que el primer gran escritor que conocí fue Rafael Cansino Assens. Lo conocí en Madrid. Era un escritor sevillano que se convirtió al judaísmo, cosa muy rara. El iba a ser clérigo y luego colgó los hábitos y se hizo judío. Era un hombre del que uno tenía la impresión de que lo sabía todo y que lo había leído todo. Y al mismo tiempo era un individuo bastante oscuro, porque se había apartado de la gente famosa de aquel tiempo: Valle-Inclán, Ortega y Gasset, Unamuno. Siempre estuvo muy lejos de ellos. De modo que llevó una vida bastarte solitaria y al final tuvo que dedicarse a traducciones. Tradujo, por ejemplo, las obras de de Quincey, las obras completas de Dostoievski, las obras completas de Goethe, muchos libros de Marcel Schwob. Todos de sus idiomas originales, por supuesto. Tradujo también del latín, del griego y hasta del hebreo.
-Ya que estamos en Europa, ¿cuál fue su primera impresión de Europa?
-Mis padres tenían la costumbre de viajar por Europa. Cuando la guerra europea quedamos encerrados en Suiza. Yo considero a Ginebra como una segunda patria mía. Es una ciudad tan agradable, con gente tan agradable... Cuando yo llegué allí casi no sabia francés. Cursé el primer año de colegio nacional allí y me aplazaron en una materia. Entonces mis compañeros, sin decir nada, mandaron una carta firmada por todos ellos al profesor, en la que se permitían señalarle que yo tenia que estudiar no sólo las diversas asignaturas, sino el idioma en que se enseñaban. Por eso le pedían al profesor que tuviera esa circunstancia en cuenta. El profesor vio que tenían razón y me dejó pasar a segundo año. Luego, cuando yo quise darles las gracias, me dijeron que ellos no habían escrito nada. Seria para ahorrarme el hecho de que yo les agradeciera.
-¿En qué medida su contacto con Europa influyó en su concepción de la Argentina?
-Influyó en el sentido de que yo comencé a idealizar a la Argentina, a sentir una gran nostalgia. Habíamos llevado varios libros con nosotros -"Fausto", de Estanislao del Campo; "Facundo", poesías de Ascasubi, de Hernández; "Misas herejes", de Carriego; también "Amalia", de Mármol-, yo leía todo eso, leía libros sobre la Argentina y tendía naturalmente hacia ella. Yo tengo un gran afecto por Suiza, pero nunca me sentí suizo. Me di cuenta de que era otra cosa, pero no de un modo hostil. Y cuando volví a Buenos Aires, recuerdo que redescubrí todo, me pareció todo tan raro, una ciudad todavía -estoy hablando del año 21- en la que todas las casas eran bajas...; eso era muy raro en Europa, no existía allí una ciudad de arrabales que se perdía en la llanura... Pero tengo un excelente recuerdo de Suiza. Los trabajos y los libros.

LOS TRABAJOS Y LOS LIBROS

-Fuera de la literatura, ¿hizo algún trabajo en aquellos años?
-Bueno, hice algún trabajo, dirigí una revista..., porque yo quería ganar dinero de algún modo, pero no tenia ningún titulo, salvo el de bachiller, en Suiza, que no me sirve para nada. Yo he escrito para noticieros. Luego, durante un año, dirigí el suplemento literario de "Critica" y también colaboré para muchas revistas, pero en aquel tiempo no se pagaban las colaboraciones. La revista "Sur" tampoco pagaba cuando comenzó a publicarse; lo hizo mucho después. En cuanto a los libros, los publicaba pero jamás se me ocurría ganar dinero con ellos. Ahora tengo la impresión de que la literatura se ha vuelto bastante comercial. Yo oigo de escritores que venden y han vendido tantos ejemplares y hablan de fracaso y de éxito. Cuando yo era chico eso hubiera sido algo inconcebible. Recuerdo, por ejemplo, que Arturo Cancela, que era un autor cuyos libros se vendían mucho, siempre trató de ocultar ese hecho para que la gente no pensara que era un tipo comercial. El decía que no, que él no vendía muchos libros, que eso era una calumnia de sus enemigos para desacreditarlo.
-¿Cuándo supo por primera vez que estaba enamorado?
-Yo creo que siempre, desde muy chico, he estado muy enamorado. En esos años recuerdo haber amado a una prima mía uruguaya. Pero ella era una señorita y yo era un chico entonces. Vino un día a vernos, acá a Buenos Aires, con la cabeza blanca, y yo le dije: "¿Vos sabes quién fue la primera mujer de quien estuve enamorado?" Y ella dijo: "De mi naturalmente". Siempre lo supo. Ella ha muerto ahora.
-Volvamos a su primer libro. ¿Qué critica recibió "Fervor de Buenos Aires"?
-Bueno, yo me fui a Europa precisamente cuando publiqué el libro. Cuando volví noté que mucha gente lo había leído y las primeras palabras que escuché acerca de él fueron muy indulgentes. Releyéndolo me asombro de que hayan sido tan indulgentes. Aunque cuando yo lo leo, leo entre líneas, me doy cuenta de que todo lo que he hecho después está de algún modo en ese primer libro. Está de algún modo para mi, pero también, quizá, estaba para tos otros lectores, que encontraron bueno ese libro, un libro que realmente adolecía de defectos muy graves.

 

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Una foto histórica: Juan Manuel Fangio, Federico Leloir y Jorge Luis Borges.

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AÑOS, ERRORES Y ACIERTOS DE JUVENTUD

-¿Cuando usted era joven, padeció la soberbia de la edad?
-Tuve durante algún tiempo esas supersticiones por las que uno cree que lo contemporáneo es lo mejor. Por ejemplo, yo admiré mucho a los poetas expresionistas alemanes y ahora me doy cuenta de que no eran tan buenos. Y admiré escritores que no puedo, honestamente, admirar ahora, Baudelaire, por ejemplo. Pero también tuve admiraciones que sigo profesando: Whitman, Carlyle. Ahora, nosotros fuimos involuntariamente injustos con Lugones. Lo que ocurría era que sentíamos tanto la fuerza y la gravitación de Lugones que pensábamos que el único modo de liberamos de él era denostándolo. Y él se dio cuenta. De modo que nuestros ataques no eran tales, sino defensas; un modo de ser nosotros y no él.
-Hablemos de la generación martinfierrista. ¿Qué grado de coherencia cree usted que tenía y en qué medida, a su criterio, aportó algo a nuestra cultura?
-No, yo creo que se trató de un bluff. Además, que todos lo sabíamos. Yo recuerdo, por ejemplo, aquella polémica entre Florida y Boedo. Yo hubiera preferido estar en el grupo de Boedo. No hay que olvidar que yo escribía sobre los arrabales entonces. Pero me dijo Ernesto Palacios que ya me habían puesto del lado de Florida y que ya era demasiado tarde. Como todos sabíamos que era una broma, eso no importaba. Hubo escritores -digamos Nicolás Olivari- que militaban en ambos bandos, porque ambos bandos eran simplemente un artificio de publicidad. Como a mi no me interesaba interesarle al público, sinceramente participé muy poco de todo eso. En cuanto al ultraísmo, fue un remedo muy torpe del "Lunario Sentimental", de Lugones. Con Güiraldes, con Rojas Paz y algún otro fundamos la revista "Proa", que duró más o menos un año y luego murió, porque no teníamos compradores ni suscriptores. Creo que tampoco hicimos mucho por conseguirlos.
-¿Recuerda cómo era usted en aquellos anos Borges?
-Yo tengo la impresión de no haber cambiado. Desde luego, tengo que haber cambiado mucho. Recuerdo que uno de mis grandes placeres era la lectura, un placer al que he tenido que renunciar desde que me quedé ciego, en el 55. Recuerdo que me gustaban también mucho las caminatas. En cuanto a las tertulias, la única que yo frecuenté asiduamente fue, como ya lo he dicho, la de Macedonio Fernández, que no tenía nada que ver con las otras. Porque allí se hablaba, ante todo, de metafísica. Y también de poesía. Pero no tanto en el sentido, digamos, de renovar la poesía sino de tratar de saber en qué consistía la poesía: una investigación de la estética. De allí que el barrio del Once tenga para mí una connotación metafísica. Cada vez que paso por la plaza del Once pienso en Macedonio, en Schopenhauer, en Hume, en William James.
-La década del 20, Borges, estuvo signada por la figura de Hipólito Yrigoyen. ¿Cómo era el país de esos años?
-Era todavía un país que ascendía. Al menos yo tenia esa impresión. Posiblemente ya había empezado a declinar con los radicales, pero no se sentían todavía los síntomas de esa declinación. En todo caso se conservaba, todavía, lo convicción de que nuestro país podía ser un país muy importante, el primer país de América del Sur. Esa impresión, desde luego, había alcanzado plenitud en el año 1910, el año de| Centenario, y el año del cometa Halley. Recuerdo que instintivamente sentí que el cometa era parte del Centenario, que correspondía a las iluminaciones del Centenario.
-Pasemos a la década del 30, Borges. ¿Podría decir que ya estaba formado como escritor y como hombre?
-Yo creo que no. "Historia Universal de la Infamia", por ejemplo, es un libro que vacila entre la crónica, el resumen de libros leídos y la invención de cuentos. Y como yo he sido siempre un gran lector de cuentos -he leído pocas novelas y muchos cuentos-, bueno, sentía un gran respeto por los cuentos, pensaba que yo era indigno de abordarlos. Además, la gente me consideraba un poeta. El primer cuento que yo publiqué, un cuento demasiado conocido ahora, que se titula "Hombre de la esquina rosada", salió bajo el seudónimo de Francisco Bustos, un tatarabuelo mío cordobés.
-Responsable de Bustos Domecq, también...
-Sí, han hecho mucho mal los Bustos. Bueno, mi primer cuento fue ése, y recuerdo que le dediqué mucho tiempo y que lo publiqué bajo un seudónimo, porque pensaba que yo era un poeta y sólo un intruso en el cuento. Ahora mis amigos me dicen que yo no soy un poeta y que puedo tener alguna facilidad para la redacción de cuentos. Yo no creo que haya una diferencia esencial entre ambas cosas. Lo que dijo Benedetto Croce, que los géneros literarios eran meramente comodidades. Decir que una obra es una tragedia, una novela o un poema, es casi como decir, bueno, ese libro usted puede encontrarlo en el tercer anaquel de la izquierda y es el que tiene carátula amarilla...

LA "DECADA INFAME"

-¿Qué recuerdo tiene usted del país de esos años? Eran los años en que, por ejemplo, Lisandro de la Torre, Lugones y Alfonsina Storni optaban por el suicidio. Es decir, eso, de alguna manera, era un síntoma...
-Era un síntoma y, quizá, bueno, una medida prudencial, muy aconsejable, sobre todo si se hubiera sabido lo que ocurriría después. Pero, sin duda, yo no creo que una persona se suicide porque siente que su país está declinando. Tiene que haber motivos de otro orden. O, mejor dicho, creo, con Stuart Mill, en la pluralidad de las causas. Es decir, que para cada ejemplo hay muchas causas y en cada uno de los casos que usted citó debe haber habido causas más intimas que una supuesta declinación del país.
-Por supuesto. Lo que pasa es que cuando tres figuras públicas de esa estatura se suicidan prácticamente en la misma época, se puede suponer que algo tiene que ver su condición de figura pública con el suicidio...
-Es cierto. Pero no sé hasta dónde Alfonsina Storni era una figura pública. Desde luego que el suicidio agranda a las personas, la muerte trágica agranda a las personas, pero nadie en aquel tiempo hubiera puesto el nombre de Alfonsina Storni al lado del de Lugones. Hubiera parecido absurdo. Y a mi ahora me parece absurdo también. Yo los traté a los dos, la traté algo a Alfonsina y he visto a Lugones no más de media docena de veces. Era una persona muy autoritaria y no toleraba que uno disintiera en lo más mínimo de lo que él decía.

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