|
Esa mañana desayunó con dos
botellas de agua mineral. No era para menos: la noche anterior se había comido una docena
de tamales. ("No es que me duela la panza, sino que me siento como lleno, como si
tuviera la barriga estirada, pero nada más", diagnosticó.) Sin embargo, semejante
festín vernáculo no altero sus apacibles rituales santiagueños. Por eso, como todos los
días apenas pasadas las 12 horas, envuelto en un enorme toallón, y arrastrando unas
pesadas sandalias empezó a desandar las escalinatas para tenderse al sol. Entredormido,
con un cigarro Partagás entre los dientes, un paquete de Gitanes y un encendedor Dunhill
de oro (tiene otro y un Cartier Paris) en la mano, luciendo en su muñeca un Rolex de oro
blanco con cristal tallado (lo alterna con otro de oro amarillo) que vale "un palo
cuatrocientos", un hot pants azul ("Yo los impuse en la Argentina, fui el
primero en traerlos al país, allá por el 68, eran unos que compré en Alemania") y
sosteniendo bajo el brazo un diario del día anterior, dio una vuelta a la pileta (la
temperatura del agua 35 grados) y se echó en una reposera. Allí comenzó a dialogar con
Siete Días.
-Mucha gente que escuchó recientes declaraciones tuyas o leyó los últimos
reportajes, que te hicieron creyó advertir a un Ringo diferente, que abandonaba su pose
de presuntuoso insoportable y fanfarrón a ultranza. ¿Estaban en lo cierto?
-Mira, la gente no me entiende. No comprende que mi vida es un libreto, es como una
película: está el malo y el bueno. Yo trabajo de malo, aparentemente.
-¿Por qué?
-Porque eso atrae; irrita pero atrae. Por eso lo sigo haciendo. A ver si me
entendés: yo vendo un producto, y eso me produce satisfacciones, me produce algo.
-¿Qué es ese algo?
-Materia prima, viejo, materia prima. ..
-¿...?
-¿No entendés? En principio, llenar un estadio, que vengan a ver mi show, que se
diviertan conmigo. Yo voy a un tanto por ciento, y esa guita es la que me da de vivir.
-¿A qué atribuís tu éxito en Estados Unidos?
-Yo sé inglés, entiendo los insultos, sé cuando me gritan You mother..., o
cuando me dicen: love you, good man. ¿Manyas algo? Good man quiere decir buen hombre. Yo
me doy cuenta que me dicen Yo te quiero. Al americano le caigo perfectamente. Eso se debe
a mi manera de ser.
-Algunos suponen que es porque sos blanco.
-Me parece que no, no... Hay negros que también tienen atracción, como Sammy
Davis o como ese otro, ¿cómo se llama?, el de las películas... Sidney Poitier. Hay
miles de negros que triunfaron como yo: Ray Sugar Robinson, Joe Louis, que son buena gente
y los americanos los quieren. Lo que pasa es que es muy importante que te conozcan en
Estados unidos. Son como 280 millones de tipos y todos viven de la promoción. Cada cual
busca encontrar su sello personal, distinguirse.
-¿Cómo te distinguís vos?
-Y, por ejemplo, siendo el más cajetilla de los boxeadores argentinos. Hace el
inventario: tengo una bata egipcia de seda (80 dólares), un tapado de piel de potrillo
(700 dólares), una valija Lanuin (300 dólares), un anillo (600 dólares) comprado en la
joyería donde Burton le encargaba las joyas a Liz Taylor, una capa de Cardin (150
dólares)... Además, tengo 35 trajes en uso y unos 18 sin estrenar, 300 camisas, 45
remeras flamantes que traje del último viaje a Estados Unidos...
El próximo 7 de diciembre intentará arrebatarle a George Foreman el título
mundial de peso pesado. La bolsa es de 250 mil dólares. Ringo suele argumentar que se
ganó con creces el derecho a esa pelea: "'Soy el más grande peso completo que ha
habido en Latinoamérica." Sin embargo, su performance -por lo menos en lo que atañe
a rivales de consideración- no es para vanagloriarse: 54 peleas, de las cuales ganó 38
por knock-out, empató una (con Gregorio Peralta, en Montevideo) y perdió ocho: en
Argentina lo vencieron José Georgetti y Miguel Ángel Páez ("A las dos me las
robaron; y como no perdí ni en las tarjetas ni por knock-out, no las tengo en
cuenta"), y en USA, Zora FoIley (su primera pelea importante) , Jimmy Ellis, Joe
Frazier (dos veces), Floyd Patterson y Cassius Clay.
-¿Por qué te dedicaste al boxeo?
-Gracias a mi mamá. En Carnaval siempre me disfrazaba de boxeador. Claro, era el
disfraz más barato. Imaginate: mis hermanos más grandes se agarraban todo, me dejaban
sin nada y yo me ponía a llorar. Entonces, mamá me pintaba un poco con un corcho quemado
y me largaba disfrazado. ¿Sabes qué alegría? Yo salía corriendo a mis hermanos, los
toreaba... y claro, la verdad que en esa época me daban cada biaba. Pero, ojo, eran los
más grandes, ¿eh?
-No pocos sostienen que sos el perdedor más famoso del mundo. Que siempre te
derrotan en las peleas importantes pero que, curiosamente, igual te siguen dando
oportunidades.
-No te digo. ¡Si seré bueno yo!
-Algunos dicen que sos un tipo de suerte, nada más...
-¡Ah, sí! Y Foreman, ¿a quién le ganó? Yo, en cambio, hace 7 años que estoy
en el rankings mundial. Y en tres de ellos como el primer aspirante. ¡Vamos! He peleado
con cuatro campeones del mundo. ¿Qué más querés que haga? Yo soy guapo, muy guapo.
-Eso sí, hasta ahora nadie puede negarte coraje.
-¿Sabes que Frazier no quiere pelear conmigo? ¿Y Norton tampoco? ¿A que no sabes
por qué? Porque dicen que soy crazy (loco), que no se puede pelear conmigo porque me
rompen la cabeza y sigo adelante. Fijate: se me rompe una mano, y yo adelante. Tengo los
pies planos, dicen que no sé boxear, y meta para adelante. ¿Voy para adelante o no?
-Muchos dicen que últimamente has peleado con tres "paquetes": el 2 de
julio en Las Vegas, le ganaste por knock-out en el segundo round a Leroy CarweII; dos
semanas después a Cockie Wallace en el sexto, después de haberlo tirado media docena de
veces; y el 15 de agosto, en Denver, Colorado, venciste por puntos a Lou Bayle pese a
tener la mano lastimada.
-¿Sabes la guita que gané? Los que dicen eso no embolsan 24 palos ni trabajando
cien años. Yo lo gané con tres peleas. ¿Qué te parece?
-También dicen que sos un payaso...
-¡Un showman! ¡Un showman!
-...porque peleas en circos y hoteles mientras el público almuerza.
-No, no, no lo veo así. Lo que pasa es que nadie sabe nada y no conocen nada. No
han viajado, no han viajado. ¡Qué querés con gente así! Sí, son hoteles, pero ¡qué
hoteles!, parecen ciudades, tienen hasta bomberos y policía adentro. Hasta tienen un
teatro, como El Nacional más o menos, al cual le sacan las plateas del medio y arman un
ring. Y mientras miran el show los huéspedes pueden tomar lo que quieren. ¿Acaso no
toman en los cafés-concert? Vos vieras, unos hoteles de la madonna, y hay quienes dicen
que son circos: ¡pobrecitos! Hay que enseñarles todo. Fíjate que estos hoteles tienen
unas alfombras que te llegan hasta los tobillos, alfombras buenas, de esas todas peludas.
Y decime vos, decime, ¿dónde viste que en un circo haya alfombras peludas hasta los
tobillos?
Se queda dormido en la reposera, de cara al sol. No menos de seis horas diarias las
dedica a tostarse, aunque ya tiene un color bronceado que le permite lucirse a cada rato:
"Estoy quemado, ¿no?", inquiere con frecuencia.
Al atardecer se despierta y le da una orden a su hermano: "Carlitos, andá a
buscar carne, así nos comemos un regio asadito con la vieja esta noche. Saca plata de mi
cartera y compra para todos, como me gusta a mí, esas tiras finitas, con costillitas,
¿eh?" Enseguida va a inspeccionar la parrilla, ordena que vayan a traer carbón y se
disculpa: "Nos vemos después, ésta es la hora en que me agarra sueño."
Generoso, cuando se va alejando, convida al asado.
A las 8 de la noche reaparece con una campera de cuero crudo, blue jeans con
botamangas Oxford, una camisa de aho poí celeste con calados y bordados verticales y
mocasines negros. Sonríe y desliza: "Qué pinta, ¿no?", mientras busca con su
mirada el asentimiento de los invitados. Se sienta en la cabecera, mira alrededor como
buscando algo, hasta que pregunta levantando el tenedor y el cuchillo: "¿Y el
morfi?" El mozo, al verlo, se acerca: "¿Usted es Bonavena?" 'La réplica
es inmediata: "No, si voy a ser la Mirtha Legrand -chancea y abraza a su madre,
mientras la alienta-: reíte, vieja, que ya sufriste mucho lavando para afuera." |
Si algo no se le puede negar a Ringo es su inagotable, por momentos punzante,
sentido del humor. Cualquier momento, cualquier lugar es propicio para que su
intervención descalabre todo intento formal, toda ofensiva solemne. "¿Sabes por
qué yo me tomo tantas cosas en broma? Porque viví mucho -informa-, sufrí las peores
cosas que te da la miseria, conocí a la gente... Por eso trato siempre de encontrarle el
lado gracioso a todo. Te diré que, en el mundo que vivimos, mucho trabajo no me cuesta.
Te encontras con cada cosa todos los días, con cada situación absurda que, más que yo,
los humoristas son los demás. ¿Queres algo más ridículo que toda esa manga de
anónimos que me buscan para promocionarse? ¿Podes entender que haya gente que me
provoque, esperando que yo le dé una cachetada, para denunciarme y, de ese modo,
convertirse de buenas a primeras en Fulano de Tal, la víctima de Bonavena? Frente a estas
cosas tenes dos posibilidades: o te reís o te pones a llorar. Yo elijo lo primero."
'Ringo continúa comiendo. Se produce un breve silencio que es interrumpido por su
hermano.
-¿Usted no toma vino? -interroga al redactor de Siete Días-. ¿Quiere blanco?
¡Mozo, traiga vino blanco!
-¡Pero, Carlitos, no seas bruto! -reprende Ringo-. ¡Como vas a tomar blanco con
el asado! Sos animal, ¿eh?
-Era para el señor -replica Carlos-, no para mí.
-¡Ah! Si era para el señor, está bien. No dije nada.
Come vertiginosamente. Empieza antes que todos y termina primero. De todas maneras,
le sobra tiempo para contar sus últimas vivencias con los agentes de tránsito:
"¿Saben lo que me pasó el otro día? Venía en el auto y como me metí de
contramano un milico me corrió tocando pito. Cuando me alcanzó, me dice: ¿No vio la
flecha? Entonces le digo: Ma, si no vi los indios, ¡qué voy a ver la flecha!"
Con el último sorbo de té se levanta. Da vueltas, se apoya en una baranda cercana
y apura a los demás con una moción que nadie se anima a discutirle: "Y ahora mismo
nos vamos a la rula, ¿eh? Esta noche es nuestra. Los giles que se queden en casita. Vamos
todos, ¡vos también vieja! -la abraza-. Dije todos."
Según sus teorías, "hay gente que juega porque le gusta y otra que juega
porque quiere ganar." Y aunque no se puede precisar muy bien -debido a los difusos
límites que tienen ambas hipótesis-, Ringo asegura enrolarse en la última posición.
Por eso, tal vez, su juego es discontinuo. Por ejemplo, cambia cien mil nacionales
y los juega en tres tiradas de bola, invariablemente a la primera docena. Ya tiene
calculado cuánto cobra cualquiera sea el número que salga entre los que apostó.
"Si acierto un central chapo 117.500 pesos", se envanece. Si pierde tres veces
seguidas, no juega más por un rato o por toda la noche (le queda un resto de 200 mil).
Tampoco suele quedarse más de media hora seguida jugando. En realidad, más de 15
minutos sin moverse ya son, para él, una exageración. Y andando de mesa en mesa ("A
mí me encanta andar bichando por todos lados"), en una semana se perdió un millón
de pesos: eso constató Siete Días en el Casino de Río Hondo.
Claro que no siempre pierde. Hace dos años, en Mar del Plata, ganó siete
millones. "Es que se me dieron nueve terceras docenas seguidas -explica-. Y yo
siempre sigo a la bola hasta que se corta. Nunca le juego en contra. Por eso, donde va la
bola, allí voy yo."
El recuento de sus éxitos en los casinos incluye el de Mónaco: "En 1968, con
el dólar a 350, le pasé el trapo a todos los cajetillas de allá, y me levanté 4.500 de
los verdes." También Uruguay: "En el casino de Punta del Este, donde se puede
ir en shorts de baño, cacé dos palos y medio. Pero el que más me gusta es el casino de
Las Vegas. Allí estás cómodo, tranquilo, sin que nadie te joda. Imagínate que hasta
podes entrar a caballo si queres. La rula es muy linda. La verdad es que es el único
vicio fuerte que tengo: haciendo un balance, perdí mucho más de lo que gané."
-¿No te molesta tirar la plata de esa manera.?
-No es para tanto. A mí no me gustan las carreras de caballos, el póker tampoco,
porque no le doy valor a las fichas y, además, me aburre. Es que para el póker tenes que
ser muy frío, y a mí se me nota enseguida lo que tengo, me vendo fácil. Eso sí, a lo
que no me gana nadie es al truco. ¡Cómo será que me echaron de nueve estados americanos
porque les ganaba a todos! Venían los sheriffs y me echaban del pueblo. La última vez
vino el sheriff de Denver a la barra del salón y me dio doce horas para rajarme del
condado. En el poker me deschavo, pero en el truco no hay con qué darme. Pero la más
grande de todas fue cuando le gané a Edward Kennedy a bordo de un avión. ¡Cómo ligué!
Me vinieron los dos machos todas las vueltas. Claro, Dios los cría y ellos se juntan. El
Kennedy éste no lo podía creer. ¡Le gané hasta los calzoncillos! Claro que después lo
perdoné.
(sigue) |