Volver al Indice

crónicas del siglo pasado

REVISTERO

Reportaje a Ringo Bonavena
octubre 1973

Nuevamente, el próximo 7 de diciembre, el boxeador argentino Oscar Natalio Ringo Bonavena (32) disputará el titulo mundial de los pesos pesados, enfrentando al norteamericano George Foreman. Obviamente, ante la inmediatez de una oportunidad tan codiciada. Siete Días decidió retratar de cuerpo entero al controvertido pugilista. Para ello, compartió las vivencias de Ringo durante dos semanas, desde el momento en que, capitaneando una troupe familiar -lo acompañaban su madre. Doña Dominga; su tía Rosa Grillo, y su hermano José-, encaró una excursión a las Termas de Río Hondo, Santiago del Estero, por una invitación de Ernesto Cánepa, dueño del hotel América. El contacto con Bonavena se verificó en diferentes escenarios: El hotel, el casino provincial, el avión en que emprendió el regreso a Buenos Aires, la cancha de Huracán y, por último, en su flamante departamento capitalino. De esa manera se colectó un jugoso muestrario de las gracias, fobias, prejuicios, manías y opiniones del desopilante púgil. Separado de su mujer (Dora Raffa), padre de dos niños (Adriana Nancy, de 9 años, y Natalio Oscar, de 7), Ringo vive solo en un confortable departamento de República de la India al 3.000, frente al Jardín Zoológico. Lo que sigue son los pasajes más significativos de la fructífera experiencia periodística vivida junto al púgil
Luis Darío Laplacette
Fotos: Rodolfo Lobianco

 

ringob.jpg (4355 bytes)

ringoc.jpg (5719 bytes)

ringod.jpg (4539 bytes)

ringoe.jpg (5096 bytes)

Esa mañana desayunó con dos botellas de agua mineral. No era para menos: la noche anterior se había comido una docena de tamales. ("No es que me duela la panza, sino que me siento como lleno, como si tuviera la barriga estirada, pero nada más", diagnosticó.) Sin embargo, semejante festín vernáculo no altero sus apacibles rituales santiagueños. Por eso, como todos los días apenas pasadas las 12 horas, envuelto en un enorme toallón, y arrastrando unas pesadas sandalias empezó a desandar las escalinatas para tenderse al sol. Entredormido, con un cigarro Partagás entre los dientes, un paquete de Gitanes y un encendedor Dunhill de oro (tiene otro y un Cartier Paris) en la mano, luciendo en su muñeca un Rolex de oro blanco con cristal tallado (lo alterna con otro de oro amarillo) que vale "un palo cuatrocientos", un hot pants azul ("Yo los impuse en la Argentina, fui el primero en traerlos al país, allá por el 68, eran unos que compré en Alemania") y sosteniendo bajo el brazo un diario del día anterior, dio una vuelta a la pileta (la temperatura del agua 35 grados) y se echó en una reposera. Allí comenzó a dialogar con Siete Días.
-Mucha gente que escuchó recientes declaraciones tuyas o leyó los últimos reportajes, que te hicieron creyó advertir a un Ringo diferente, que abandonaba su pose de presuntuoso insoportable y fanfarrón a ultranza. ¿Estaban en lo cierto?
-Mira, la gente no me entiende. No comprende que mi vida es un libreto, es como una película: está el malo y el bueno. Yo trabajo de malo, aparentemente.
-¿Por qué?
-Porque eso atrae; irrita pero atrae. Por eso lo sigo haciendo. A ver si me entendés: yo vendo un producto, y eso me produce satisfacciones, me produce algo.
-¿Qué es ese algo?
-Materia prima, viejo, materia prima. ..
-¿...?
-¿No entendés? En principio, llenar un estadio, que vengan a ver mi show, que se diviertan conmigo. Yo voy a un tanto por ciento, y esa guita es la que me da de vivir.
-¿A qué atribuís tu éxito en Estados Unidos?
-Yo sé inglés, entiendo los insultos, sé cuando me gritan You mother..., o cuando me dicen: love you, good man. ¿Manyas algo? Good man quiere decir buen hombre. Yo me doy cuenta que me dicen Yo te quiero. Al americano le caigo perfectamente. Eso se debe a mi manera de ser.
-Algunos suponen que es porque sos blanco.
-Me parece que no, no... Hay negros que también tienen atracción, como Sammy Davis o como ese otro, ¿cómo se llama?, el de las películas... Sidney Poitier. Hay miles de negros que triunfaron como yo: Ray Sugar Robinson, Joe Louis, que son buena gente y los americanos los quieren. Lo que pasa es que es muy importante que te conozcan en Estados unidos. Son como 280 millones de tipos y todos viven de la promoción. Cada cual busca encontrar su sello personal, distinguirse.
-¿Cómo te distinguís vos?
-Y, por ejemplo, siendo el más cajetilla de los boxeadores argentinos. Hace el inventario: tengo una bata egipcia de seda (80 dólares), un tapado de piel de potrillo (700 dólares), una valija Lanuin (300 dólares), un anillo (600 dólares) comprado en la joyería donde Burton le encargaba las joyas a Liz Taylor, una capa de Cardin (150 dólares)... Además, tengo 35 trajes en uso y unos 18 sin estrenar, 300 camisas, 45 remeras flamantes que traje del último viaje a Estados Unidos...
El próximo 7 de diciembre intentará arrebatarle a George Foreman el título mundial de peso pesado. La bolsa es de 250 mil dólares. Ringo suele argumentar que se ganó con creces el derecho a esa pelea: "'Soy el más grande peso completo que ha habido en Latinoamérica." Sin embargo, su performance -por lo menos en lo que atañe a rivales de consideración- no es para vanagloriarse: 54 peleas, de las cuales ganó 38 por knock-out, empató una (con Gregorio Peralta, en Montevideo) y perdió ocho: en Argentina lo vencieron José Georgetti y Miguel Ángel Páez ("A las dos me las robaron; y como no perdí ni en las tarjetas ni por knock-out, no las tengo en cuenta"), y en USA, Zora FoIley (su primera pelea importante) , Jimmy Ellis, Joe Frazier (dos veces), Floyd Patterson y Cassius Clay.
-¿Por qué te dedicaste al boxeo?
-Gracias a mi mamá. En Carnaval siempre me disfrazaba de boxeador. Claro, era el disfraz más barato. Imaginate: mis hermanos más grandes se agarraban todo, me dejaban sin nada y yo me ponía a llorar. Entonces, mamá me pintaba un poco con un corcho quemado y me largaba disfrazado. ¿Sabes qué alegría? Yo salía corriendo a mis hermanos, los toreaba... y claro, la verdad que en esa época me daban cada biaba. Pero, ojo, eran los más grandes, ¿eh?
-No pocos sostienen que sos el perdedor más famoso del mundo. Que siempre te derrotan en las peleas importantes pero que, curiosamente, igual te siguen dando oportunidades.
-No te digo. ¡Si seré bueno yo!
-Algunos dicen que sos un tipo de suerte, nada más...
-¡Ah, sí! Y Foreman, ¿a quién le ganó? Yo, en cambio, hace 7 años que estoy en el rankings mundial. Y en tres de ellos como el primer aspirante. ¡Vamos! He peleado con cuatro campeones del mundo. ¿Qué más querés que haga? Yo soy guapo, muy guapo.
-Eso sí, hasta ahora nadie puede negarte coraje.
-¿Sabes que Frazier no quiere pelear conmigo? ¿Y Norton tampoco? ¿A que no sabes por qué? Porque dicen que soy crazy (loco), que no se puede pelear conmigo porque me rompen la cabeza y sigo adelante. Fijate: se me rompe una mano, y yo adelante. Tengo los pies planos, dicen que no sé boxear, y meta para adelante. ¿Voy para adelante o no?
-Muchos dicen que últimamente has peleado con tres "paquetes": el 2 de julio en Las Vegas, le ganaste por knock-out en el segundo round a Leroy CarweII; dos semanas después a Cockie Wallace en el sexto, después de haberlo tirado media docena de veces; y el 15 de agosto, en Denver, Colorado, venciste por puntos a Lou Bayle pese a tener la mano lastimada.
-¿Sabes la guita que gané? Los que dicen eso no embolsan 24 palos ni trabajando cien años. Yo lo gané con tres peleas. ¿Qué te parece?
-También dicen que sos un payaso...
-¡Un showman! ¡Un showman!
-...porque peleas en circos y hoteles mientras el público almuerza.
-No, no, no lo veo así. Lo que pasa es que nadie sabe nada y no conocen nada. No han viajado, no han viajado. ¡Qué querés con gente así! Sí, son hoteles, pero ¡qué hoteles!, parecen ciudades, tienen hasta bomberos y policía adentro. Hasta tienen un teatro, como El Nacional más o menos, al cual le sacan las plateas del medio y arman un ring. Y mientras miran el show los huéspedes pueden tomar lo que quieren. ¿Acaso no toman en los cafés-concert? Vos vieras, unos hoteles de la madonna, y hay quienes dicen que son circos: ¡pobrecitos! Hay que enseñarles todo. Fíjate que estos hoteles tienen unas alfombras que te llegan hasta los tobillos, alfombras buenas, de esas todas peludas. Y decime vos, decime, ¿dónde viste que en un circo haya alfombras peludas hasta los tobillos?
Se queda dormido en la reposera, de cara al sol. No menos de seis horas diarias las dedica a tostarse, aunque ya tiene un color bronceado que le permite lucirse a cada rato: "Estoy quemado, ¿no?", inquiere con frecuencia.
Al atardecer se despierta y le da una orden a su hermano: "Carlitos, andá a buscar carne, así nos comemos un regio asadito con la vieja esta noche. Saca plata de mi cartera y compra para todos, como me gusta a mí, esas tiras finitas, con costillitas, ¿eh?" Enseguida va a inspeccionar la parrilla, ordena que vayan a traer carbón y se disculpa: "Nos vemos después, ésta es la hora en que me agarra sueño." Generoso, cuando se va alejando, convida al asado.
A las 8 de la noche reaparece con una campera de cuero crudo, blue jeans con botamangas Oxford, una camisa de aho poí celeste con calados y bordados verticales y mocasines negros. Sonríe y desliza: "Qué pinta, ¿no?", mientras busca con su mirada el asentimiento de los invitados. Se sienta en la cabecera, mira alrededor como buscando algo, hasta que pregunta levantando el tenedor y el cuchillo: "¿Y el morfi?" El mozo, al verlo, se acerca: "¿Usted es Bonavena?" 'La réplica es inmediata: "No, si voy a ser la Mirtha Legrand -chancea y abraza a su madre, mientras la alienta-: reíte, vieja, que ya sufriste mucho lavando para afuera."

ringo01.jpg (10620 bytes)
ringo02.jpg (13989 bytes)
ringo03.jpg (24088 bytes)
ringo04.jpg (13671 bytes)


Si algo no se le puede negar a Ringo es su inagotable, por momentos punzante, sentido del humor. Cualquier momento, cualquier lugar es propicio para que su intervención descalabre todo intento formal, toda ofensiva solemne. "¿Sabes por qué yo me tomo tantas cosas en broma? Porque viví mucho -informa-, sufrí las peores cosas que te da la miseria, conocí a la gente... Por eso trato siempre de encontrarle el lado gracioso a todo. Te diré que, en el mundo que vivimos, mucho trabajo no me cuesta. Te encontras con cada cosa todos los días, con cada situación absurda que, más que yo, los humoristas son los demás. ¿Queres algo más ridículo que toda esa manga de anónimos que me buscan para promocionarse? ¿Podes entender que haya gente que me provoque, esperando que yo le dé una cachetada, para denunciarme y, de ese modo, convertirse de buenas a primeras en Fulano de Tal, la víctima de Bonavena? Frente a estas cosas tenes dos posibilidades: o te reís o te pones a llorar. Yo elijo lo primero."
'Ringo continúa comiendo. Se produce un breve silencio que es interrumpido por su hermano.
-¿Usted no toma vino? -interroga al redactor de Siete Días-. ¿Quiere blanco? ¡Mozo, traiga vino blanco!
-¡Pero, Carlitos, no seas bruto! -reprende Ringo-. ¡Como vas a tomar blanco con el asado! Sos animal, ¿eh?
-Era para el señor -replica Carlos-, no para mí.
-¡Ah! Si era para el señor, está bien. No dije nada.
Come vertiginosamente. Empieza antes que todos y termina primero. De todas maneras, le sobra tiempo para contar sus últimas vivencias con los agentes de tránsito: "¿Saben lo que me pasó el otro día? Venía en el auto y como me metí de contramano un milico me corrió tocando pito. Cuando me alcanzó, me dice: ¿No vio la flecha? Entonces le digo: Ma, si no vi los indios, ¡qué voy a ver la flecha!"
Con el último sorbo de té se levanta. Da vueltas, se apoya en una baranda cercana y apura a los demás con una moción que nadie se anima a discutirle: "Y ahora mismo nos vamos a la rula, ¿eh? Esta noche es nuestra. Los giles que se queden en casita. Vamos todos, ¡vos también vieja! -la abraza-. Dije todos."
Según sus teorías, "hay gente que juega porque le gusta y otra que juega porque quiere ganar." Y aunque no se puede precisar muy bien -debido a los difusos límites que tienen ambas hipótesis-, Ringo asegura enrolarse en la última posición.
Por eso, tal vez, su juego es discontinuo. Por ejemplo, cambia cien mil nacionales y los juega en tres tiradas de bola, invariablemente a la primera docena. Ya tiene calculado cuánto cobra cualquiera sea el número que salga entre los que apostó. "Si acierto un central chapo 117.500 pesos", se envanece. Si pierde tres veces seguidas, no juega más por un rato o por toda la noche (le queda un resto de 200 mil).
Tampoco suele quedarse más de media hora seguida jugando. En realidad, más de 15 minutos sin moverse ya son, para él, una exageración. Y andando de mesa en mesa ("A mí me encanta andar bichando por todos lados"), en una semana se perdió un millón de pesos: eso constató Siete Días en el Casino de Río Hondo.
Claro que no siempre pierde. Hace dos años, en Mar del Plata, ganó siete millones. "Es que se me dieron nueve terceras docenas seguidas -explica-. Y yo siempre sigo a la bola hasta que se corta. Nunca le juego en contra. Por eso, donde va la bola, allí voy yo."
El recuento de sus éxitos en los casinos incluye el de Mónaco: "En 1968, con el dólar a 350, le pasé el trapo a todos los cajetillas de allá, y me levanté 4.500 de los verdes." También Uruguay: "En el casino de Punta del Este, donde se puede ir en shorts de baño, cacé dos palos y medio. Pero el que más me gusta es el casino de Las Vegas. Allí estás cómodo, tranquilo, sin que nadie te joda. Imagínate que hasta podes entrar a caballo si queres. La rula es muy linda. La verdad es que es el único vicio fuerte que tengo: haciendo un balance, perdí mucho más de lo que gané."
-¿No te molesta tirar la plata de esa manera.?
-No es para tanto. A mí no me gustan las carreras de caballos, el póker tampoco, porque no le doy valor a las fichas y, además, me aburre. Es que para el póker tenes que ser muy frío, y a mí se me nota enseguida lo que tengo, me vendo fácil. Eso sí, a lo que no me gana nadie es al truco. ¡Cómo será que me echaron de nueve estados americanos porque les ganaba a todos! Venían los sheriffs y me echaban del pueblo. La última vez vino el sheriff de Denver a la barra del salón y me dio doce horas para rajarme del condado. En el poker me deschavo, pero en el truco no hay con qué darme. Pero la más grande de todas fue cuando le gané a Edward Kennedy a bordo de un avión. ¡Cómo ligué! Me vinieron los dos machos todas las vueltas. Claro, Dios los cría y ellos se juntan. El Kennedy éste no lo podía creer. ¡Le gané hasta los calzoncillos! Claro que después lo perdoné.

 

 

(sigue)

 

Google
Web www.magicasruinas.com.ar