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crónicas del siglo pasado

REVISTERO
DE ACÁ

Serie de notas
sobre teatro
(4)
Revista Comoedia
1930
un aporte de Riqui de Ituzaingó

 

Por José Cerdán Aran da
LA JUVENTUD y EL TEATRO

Cuando adoptando un aire propio a la ocasión, tenemos que hablar a la juventud, es para reprocharle lo de siempre: su ligereza, su falta absoluta de pensar, su afán de gozar con lo banal, con lo insustancial, sin tratar de provocar en sus espíritus situaciones o sentimientos de mayor enjundia.
No hay regla sin excepción. Y sé bien que hay una juventud que lucha, que estudia, que se afana, en un gran deseo de superación, y ella nos reconcilia algo con la juventud en general, ya que vemos que hay aún hombres jóvenes que se preocupan por elevarse moralmente, y con su elevación constituirán los puntales sólidos para las futuras generaciones.
Podrá — y así lo creo — achacárseme que esa masa joven, nueva, necesita expansiones que le hagan llevadera la vida, y hasta podrán decir que si en nuestros años mozos nosotros no supimos gozar, no es de ellos —de los jóvenes actuales — la culpa, sino nuestra, por atormentarnos pretendiendo alcanzar ilusiones muy altas, en vez de limitarnos a extender la mano y recoger realidades que a nuestro alcance estaban. Puede que ello sea una experiencia, pero yo ya creo que es una experiencia que llega demasiado tarde, cuando ya lo irremediable se ha impuesto a nosotros. Porque bien es sabido que la experiencia es fruto de los años.


 


Azucena Maizani, en su última producción cinematográfica, no apta para señoritas ni menores, titulada "La Casa del Placer"


—¿Discursos moralistas? ¡Son sofismas! — nos contestarán los jóvenes. Cosas de viejos que nunca supieron ser jóvenes. Y puede ser que en algo tengan razón.
Acepto toda diversión, todo esparcimiento noble para esta juventud del día, pero siempre que maticen a éstos con las debidas notas serias para así constituir el obligado contraste.
Cuando muchos jóvenes me confiesan que han visto diez o doce veces uno de los tantos sainetes malos que se nos endilgan anualmente por toneladas, y en cambio declaran, no haber visto ni leído teatro de Shaw, Benavente, Ibsen, Braceo y otros, sólo me merecen una palabra: Ignorantes.
Los que, como yo, oficiamos la profesión de críticos, tenemos — según los teatros que entren en nuestra jurisdicción — que ver obras que están en franco desacuerdo con nuestras preferencias; porque no hay nada más tirano que la obligación, y esta obligación es la que hace que nos revistamos de valor y soportemos con resignación espartana el espectáculo de una representación tonta. Pero nos sucede a los que, como he expresado, somos, si queremos así decirlo, esclavos de un deber.
Lo lamentable es que repitan el plato varias veces los que van a la taquilla a pagar su entrada. Así tenemos que se amaneran y embrutecen, y no comprenden otro teatro que el que frecuentan.
No obstante, confiemos en la juventud que ahora nace; en esa juventud que recién se apresta a formarse. No debemos esperar, por lo visto, nada de los jóvenes ya hechos. Viven al día, y de acuerdo al momento presente. Pero los jóvenes que entran ahora a la vida, sienten nuevas inquietudes espirituales. Anhelan estudiar, conocer nuevos horizontes. De ellos será el triunfo.
Los jóvenes que se inician en la actualidad, alejándose de la imitación — mal que se ha adueñado de muchos, malogrando sus mejores ideas — serán los que renovarán el teatro, que en la hora actual parece pronto a derrumbarse. Serán los que colocarán los cimientos del teatro del futuro. Ahora, muchos, como decía en mi comentario anterior,'' La moda y el teatro'', se limitan a intentar, a insinuar algo, a ensayar pequeñas innovaciones de acuerdo a moldes ya establecidos. Falta el golpe da audacia que marque los nuevos rumbos para lo por venir.
En la época del drama calderoniano, de ampulosidad y exageración, de tiradas sonantes, Echegaray fué el que con mayor éxito siguió los pasos del insigne dramaturgo. Pero apareció Benavente con su sonrisa suave y el chispear picaresco de sus ojillos, y aportó con '' El nido ajeno'', estrenada en 1894, la piedra fundamental para, el edificio del nuevo teatro español, que desterrase los dramas de capa y espada y similares.
Benavente triunfó. Y pese a lo que dijeron muchos de que el insigne comediógrafo se había limitado a seguir los pasos de Moliere, y, más aún — los más encarnizados detractores de sus obras— de que su teatro no tenía nada de español, Benavente, travieso, sutil, y apasionado en ocasiones, se impuso. Benavente tuvo su teatro. El teatro benaventino es suyo bien propio, y ha constituido una escuela, una orientación.
Por otra parte, vemos que a pesar de sus años, Benavente se renueva. Siente la febrilidad de lo nuevo. Es el eternamente joven de alma, y, por tal causa — aun en contra de la opinión de los que desean derrumbarlo de su pedestal — don Jacinto produce páginas bellas, jugosas, frescas, hijas de su cerebro siempre juvenil.
La juventud actual, pues; la juventud que empieza a escribir, debe orientarse, estudiar, analizar, y recién entonces escribir de firme. Sobre las enseñanzas que les reporte el estudio de los grandes maestros, los jóvenes de hoy deberán brindar, sin restricciones, su personalidad; pero espontáneamente, sinceramente, aun cuando en un principio tengan que luchar contra los dueños del círculos de hierro que se repiten hasta el cansancio, y que, sistemáticamente, rechazan a todos los nuevos, porque en ellos ven; no tanto los que habrán de arrebatarles el nombre y la gloria, sino los que se llevarán el dinero que se obtiene como derechos de autor. No hay un temor moral, sino simplemente material, porque no es el Arte lo que más importa a muchos, sino simplemente el simpático vellocino de oro.

Por José Cerdán Aranda
COMENTARIOS
Las compañías nacionales, las obras extranjeras y sus autores noveles
Esta temporada actual de teatro — en lo que se refiere a dramas y comedias — de cuyo desenvolvimiento ya se ha ocupado COMOEDIA, no ha podido menos de ser, y lo es aún, un verdadero fracaso para el teatro nacional.
La denominación de género nacional no tiene otra relación que la de ser elencos constituidos por figuras de aquí, pero no tiene relación alguna con el repertorio que dichos elencos cultivan, ya que en el noventa por ciento de los casos (o más) está constituido a base de producciones extranjeras.
Es lamentable esto, porque marca una evidente decadencia en la producción nacional, y es más lamentable aún porque, aun a pesar de ello, los señores secretarios o empresarios no transigen con dar cabida en las carteleras de sus teatros a producciones de noveles; pues si bien es cierto que con alguna relativa frecuencia entran en ese círculo de hierro algunos nuevos, es en compañía de otra firma, o bien — caso indiscutible — por el apoyo muy grande de alguna otra persona que tenga interés en revelarlo.
Hace ya tiempo (tres años casi), en una entrevista que le hicieron a un conocido empresario, traductor, etc., etc., expresó éste, despectivamente, que el peor castigo a que se le podía someter era el obligarle a oír la lectura de una pieza de un novel, y a lo cual se veía sometido con cierta frecuencia. Mentira evidente. A los noveles no se les oye sus obras. Se les hace dejar en secretaría, donde duermen meses— ¡y años! — y tras promesas o cosas similares, suelen extraviarse.
Generalmente se achaca a los noveles el desconocimiento de las reglas más elementales de redacción y ortografía, y sobre todas las cosas, su cualidad de '' soporíferos''. Pero no se toma en cuenta a muchos consagrados que, por snobismo o audacia, escriben obras que no son otra cosa que una burla que hacen al público que paga, y las que se mantienen muchas noches en cartel por puro compromiso.
En una temporada que realizó Abelardo Fernández Arias ("El duende de la Colegiata") en el teatro Buenos Aires, tuve aceptado un drama realista. La temporada hubo de darse por finalizada antes de lo pensado, pues Muiño anticipó su presentación.
A comienzos de la temporada del año pasado fui con otra obra a un conocido autor, quien, en el mismo momento, me la rechazó sin admitirla para leerla, alegándome que tenía obras de autores nacionales para un año y medio por lo menos. Pero, lo cierto es, que a pesar de esta afirmación, hasta ahora ha representado obras extranjeras.
Todas estas consideraciones sé muy bien que serán juzgadas lamentos de amargado que no pudo estrenar. No me interesa. Hace rato que perdí la confianza en muchas personas como igualmente la ingenuidad de creer en los propios méritos de cada cual para estrenar su primera obra. Si una de las comedias o dramas de un novel, de los que se consideran ideales para combatir el insomnio, llevara al pie la firma de un consagrado, en vez de un lata resultaría una obra de enjundia, profunda, de avanzada, una obra super-original, un alarde de técnica y de lenguaje. Hecha por un novel, no tiene valor.
Y es llegado este momento que los señores directores optan por piezas extranjeras en vez de fomentar la producción nacional; lo que sucede igualmente en los órganos de publicidad (revistas) donde abundan las traducciones de insulsos cuentos norteamericanos, en lugar de dar cabida a los nuevos que quieren surgir, lo que no es un obstáculo para que, posteriormente, desde sus mismas páginas, aseguren que en ellos se formaron la totalidad de los autores consagrados. Otros tiempos serían aquellos. ¡Lástima que para los que quieren hacer conocer su nombre, hayan variado hoy!
Toda esta guerra a los nuevos no es otra cosa que producto del egoísmo de los consagrados, que parecen temer que la atención del público se centralice en un desconocido, sin otros méritos que sus obras — y no en un nombre ya hecho — posponiendo a ellos a un segundo plano.
Y esa especie de declinación es fácil de comprobar si se leen las críticas que han merecido muchas de las obras de los grandes, y las cuales son desconcertantes por la inconsistencia de sus asuntos.
Frente a esta bancarrota de la producción nacional, ¿persistirán los señores asesores literarios en hacer a un lado a los que se forman? Es probable. El amor propio les restará la valentía de reconocer que en los nuevos de hoy deben estar, forzosamente, los consagrados de mañana. Puede, no obstante, que se decidan a ello, aunque no más sea que por egoísmo y adoptar un aire protector para darse el tono de decir que nada más que a ellos se debe la revelación de un nuevo autor.

Al margen de la moralidad
Azucena Maizani,. igual que los payasos, hace su última pirueta
Esta página que hoy brinda COMOEDIA, le repugna al cronista solamente al mencionarla, pero es necesaria, es un tanto más que nos anotamos y tenemos que agregarlo a la larga serie de los que ya están en nuestra cuenta corriente; si hubo una hoja periodística que con valentía pusiera de relieve las vergüenzas de la vida de la tanguera Azucena Maizani de Scarpino, fué COMOEDIA, que siempre estuvo contra los falsos ídolos, y que así como derrumbó las mal creadas personalidades de Florencio Parravicini, Pepe Podestá y Berta Singerman de Stolek, dio en su oportunidad a sus lectores, las andanzas deningrantes de esta señora, que en ningún momento actuó en el teatro como artista, sino para sus especulaciones comerciales, explotando en connivencia con sus "gigolós" a los incautos que cayeran en las redes de sus "encantos". Larga es su historia y muy turbia, por cierto; para tener una idea exacta de lo que fué, tendríamos que remontarnos a su infancia, en sus primeros pasos, y hacérsela narrar a la dueña de la casa donde servía de criada. Como verá el lector, es toda una novela de esas que se entregan por mensualidades, y cuyas truculencias entusiasman; pero no es ésta la novela de la Maizani, una novela en que la protagonista infunde lástima y respeto, sino asco, pues cada hoja de su vida está envuelta en los conflictos nauseabundos que suceden entre compadritos que se disputan en la punta del facón las caricias de la flor del bajo; es, por decirlo así, Azucena Maizani, un personaje del bajo fondo porteño, que se escapó del hampa para alternar con compadritos de cuello, y dejó a los de sombrero requintado, para colocarse en un pequeño marco dorado de explotadores de mujeres que usan bastón y guantes blancos.
Ella se ha encargado siempre, de robustecer con los hechos la razón que nos asiste en todo cuanto sobre ella hemos dicho, con el único propósito, como nos anima siempre, de sanear, de limpiar y de higienizar el ambiente de la farándula de toda podredumbre. Veamos su última aventura, que transcribimos textualmente de nuestro colega "Ultima Hora", publicada en su hoja de teatro del 16 de julio:
"Ha terminado la acción bataclánica de la compañía que encabezaba Azucena Maizani. La empresa, tras soportarlo todo, hasta lo inexpresable, resolvió expulsar del elenco a la tanguera nombrada. Por incontestables razones de higiene moral, por decencia artística, en homenaje a los mismos integrantes de la compañía. La expulsión, verificada en especie de asamblea después de la postrera función, mereció la aprobación unánime del conjunto. Con la Maizani abandonaron la compañía la cáfila de parásitos que viven explotándola. Una jira trágica.
La companía Maizani se fundó en diciembre del año pasado. La tanguera percibía seis mil pesos mensuales a sola condición de cantar los tangos que buenamente deseara designar. Con la Maizani compartían el camarín un violinista conocido por Zerrillo en el ambiente farandulero. A poco actuar el elenco comenzaron las dificultades. Escasos tangos podía cantar Azucena Maizani. Enemistada con los compositores de mejor producción, exigiendo a cambio de un tango una orden absoluta de exclusiva, pronto tuvo que limitarse a cantar las sospechosas producciones del Zerrillo de marras. No pararon ahí los inconvenientes. La popular tanguera no era feliz con su aprovechado compañero. Acabó así de resentirse la suerte económica de la temporada. Hasta que... bien: hasta que un día amaneció la tanguera con varios caprichos simultáneos. Ese día la creadora de "Amigazo" resolvió desprenderse de su voraz "partenaire" de intimidades. Hizo más la Maizani: llamó al director del elenco y le impuso, bajo amenazas de abandonar violentamente compañía, la obligación de no permitir la entrada al teatro al "souteneur" en desgracia. Así debieron hacerlo los porteros. Zerrillo echó sapos y culebras, ante acomodadores y curiosos, contra su dulce amiga de la víspera. Y dijo por fin, en un arrebato definitivo: "—Me echa. ¡Está bien! Ya sabrá quién soy 'yo. Tendrá que pagarme lo mismo el sueldo. Para eso estoy en contrato." Pocos días después otro episodio prostibulario rebalsaba la medida. La Maizani había vuelto a caer en las garras del violinista. Y como en ese ínterin la tanguera había suscripto un contrato para realizar una jira y recibido tres mil pesos a cuenta, le obligó a notificar a la empresa que no cumpliría ese compromiso "sino se eliminaba del elenco a un actor". Naturalmente, al actor que había sido el favorito de la tanguera en ausencia del joven sujeto de la Migdal. La empresa asqueada, harta de tanta basura sexual, respondió:
"—Señora, de pretender usted alejar a cuantos gozaron de su amistad, conseguiría despoblar Buenos Aires."
La Maizani comprendió que debía solucionar el asunto por sus cabales y concedió al actor en capilla dos meses de sueldo con tal de que se alejara de la compañía.
Se inicia la jira trágica, definitiva. La Maizani, a seis mil pesos mensuales de sueldo, produjo veinte mil de pérdidas en tres... etc., etc."
Este es el último episodio de Azucena, cuyo epílogo publicó COMOEDIA en su número 60, bajo el título de "Pequeño film escandaloso". Y para terminar, haciendo nuestras las palabras del colega, las repetimos:
"Tal el relato. Conviene conocerlo para que se eviten sinsabores posibles, empresarios y cómicos. No es ésta una excursión por la vida privada de nadie. La vida privada nos merece un respeto religioso. Tanto como repugnancia quienes viven del amor o del capricho ajeno. A la Maizani la compadecemos. Al miserable sujeto que la acompaña y explota, lo despreciamos.''

(continuación)

 

 

 

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