Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 


Revista Primera Plana

La encrucijada
Por Mariano Grondona
Desde setiembre de 1955 el peronismo es nuestra Argelia: un problema sin resolver que se agrava con el tiempo y frustra y compromete los esfuerzos de la Nación en todos los terrenos. Una y otra vez, después de cada comicio, caemos en la fácil ilusión de haberlo superado: Y una y otra vez, frente a cada comicio, despertamos sobresaltados ante su presencia. Los argentinos tenemos una asombrosa facilidad para dar por terminadas las más graves y decisivas cuestiones, sin darnos cuenta de que nos engañamos para huir de la zozobra de toda indecisión. Solucionamos subjetivamente los problemas, olvidándolos por un tiempo. Pero ellos siguen ahí, inexorables, para golpearnos con fuerza reiterada y brutal. Así ocurre con ciertos aspectos de nuestra economía —déficit del presupuesto, ferrocarriles, estabilidad monetaria, desarrollo con sacrificio— y así ocurre, también, con el peronismo.
Los dirigentes peronistas han sido, sin embargo, los primeros responsables en esta larga cadena de desaciertos. Temerosos de enfrentar lo que la realidad les muestra sin escape posible —la continuidad del peronismo más allá de Perón—, han convertido al viejo caudillo en mito salvador de su impotencia directiva y, a la vez, en barrera infranqueable entre las dos corrientes que dividieron el país en 1955. El 16 de setiembre, un país se levantó victoriosamente contra Perón y otro país quedó en la sombra. Desde entonces, nuestra gran tarea es reunirlos otra vez. Sin odios. Sin exclusiones. Pero también sin restauraciones. El gran problema del peronismo no lo incluye a Perón. Como los conservadores de la década del treinta y como los "gorilas", Perón pertenece al pasado. Se podrá reivindicar su memoria, pero no se puede promover su resurrección.

La estrategia de Madrid: El cónclave peronista de Madrid revistió todos los caracteres de una transacción. Asediado por crecientes disidencias, Augusto Vandor emprendió hace unos días el camino de Canosa. Y logró el respaldo de Perón contra los cismáticos de todas las tendencias —los casuistas de Villalón, los extremistas de Kelly, la oposición interna de Framini—, a cambio del abandono de su gran conquista: la organización del movimiento peronista como un partido político democrático, desde abajo y sin jefaturas verticales. La resolución de Madrid, como en los tiempos anteriores a la reorganización, sitúa a Perón como jefe y dueño del movimiento, encumbra a su delegado personal Alberto Iturbe y confiere a Vandor, como una concesión gratuita y revocable, el poder que se había ganado duramente desde las bases. Contra lo que dice Perón, esto no es pacificación. La verdadera pacificación comenzará el día en que, retirándose de la política, el ex presidente deje el peronismo en las manos de los jóvenes. Porque es con ellos que el país joven se abrazará.
La segunda conclusión de Madrid rué, también, bastante clara: se resolvió lanzar con toda la fuerza disponible la campaña del retorno como una vasta operación psicológica y electoral. De igual manera que cuando aceptó acompañar a Framini en la fórmula de la gobernación de Buenos Aires, Perón espera, mediante la renovación de su presencia publicitaria, fortalecer la cohesión y la disciplina del movimiento, responder a las maniobras divisionistas del gobierno y poner a los partidos que especulan con el caudal peronista entre la espada y la pared: ahora tendrán que decir si quieren que Perón vuelva o no. Las máscaras empezarán a caer.

La responsabilidad del gobierno: Que esta campaña inteligente y sutil de promoción se convierta en un polvorín político no depende, sin embargo, del peronismo, sino del gobierno. El oficialismo, fascinado por las próximas elecciones, hurta el cuerpo a toda definición. Habla con el lenguaje de la tribuna y actúa con el lenguaje del gabinete. Pero debe comprender que la responsabilidad insoslayable de la decisión lo va apretando. Para algo es gobierno: para beber las bebidas amargas de la comunidad. Y tiene que advertir que si, con su silencio, deja que esta campaña provoque una verdadera alarma pública en los sectores antiperonistas, se disolverán las disidencias entre azules y colorados, gorilas y pacificadores por una parte, se encresparán los ánimos peronistas por la otra y el país político retrocederá al clima áspero y peligroso de hace nueve años.
Nuestras fechas cruciales cumplen funciones de compuertas. Las aguas han pasado por ellas y no volverán. El 4 de junio de 1943 y el 17 de octubre de 1945 son hitos definitivos. Como el 16 de setiembre de 1955 y el 18 de marzo de 1962. Pertenecen al pasado, cierran posibilidades y ponen fin a capítulos que nadie puede reabrir.
Estamos en la Argentina de 1964. En la Argentina de los jóvenes que nada saben de Castillo ni conocieron a Perón. En la Argentina que se vuelve a hacer después de veinte años de cruentas disputas. Que no nos traigan otra vez nuestros fantasmas.
PRIMERA PLANA
1º de setiembre de 1964

 

 

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