CUQUI CEBALLOS, 22 años, modelo, chica de
tapa, es estudiante de varias cosas simultáneamente y suele
confesar que se acuesta temprano y se levanta muy temprano,
por la sencilla razón de que le gusta. Suele trabajar en
cortos publicitarios y le divierte mucho más hacerlos que
verlos; pasa modas para varias Casas, pero a ella
personalmente no le gusta usar ninguna extravagancia. En
suma, dice, "soy demasiado normal, no sé para qué me ponen
en la tapa...". Pero, claro, usted que la ve tendría un
millón de respuestas.
Ojo este fin de semana , dijo Fontanarrosa, nuestro
director. Con él, en una reunión que iba más allá de las que
se realizan todas las semanas para desmenuzar la actualidad
y planificar cada número, estaban Maschwitz —jefe de
redacción— y Juan Carlos Algañaraz —secretario—. El tema:
Córdoba, centro del sistema nervioso del país, y a donde
debía viajar Algañaraz. Las caras estaban más serias que de
costumbre porque se trataba de ver de qué forma iba a
enfocarse un problema que hay que mirar ineludiblemente de
frente: Córdoba y sus estudiantes. Algo que hace un año
sacudió a la Argentina y que en 1970, tal vez con otras
características, vuelve a la superficie de la problemática
nacional. Se discutió, se habló por espacio de dos horas y
media, no se dejó de examinar a fondo ningún aspecto de la
cosa. La mejor manera de explorar los hechos, sus causas
profundas, sus consecuencias, era, sin duda, pisar el
terreno, ver, analizar, fotografiar, contar. Y hacia Córdoba
volaron entonces Algañaraz y el fotógrafo Humberto Speranza.
No fue un trabajo fácil. Cuando llegaron, el viernes al
mediodía, la desocupación de la Facultad de Ingeniería había
epilogado en escenas de violencia. Por eso cuando debieron
reunirse con los estudiantes de distintas tendencias la
consigna de todos ellos fue: "Sin fotos, sin nombres". No
serviría de nada tratar de vencer esa reticencia cuando lo
que buscaban nuestros enviados era entender, comunicarse,
saber objetivamente qué pasaba con los estudiantes de
Córdoba, qué querían, y su manera de avizorar el futuro.
Una explicación que juzgamos indispensable fue la de Olsen
Antonio Ghirardi, rector de la Universidad de Córdoba.
Cuando llegaron a su casa Algañaraz, Speranza y nuestro
corresponsal en Córdoba, Diego Acosta, aquél no imaginó que
después de estar presentes en todos los incidentes del día
anterior se habían pasado la noche dialogando con grupos
estudiantiles. Después de la larga conversación Speranza se
quedó dormido en el auto. "Otro cordobazo como éste y nos
quedamos sin fotógrafo", entonó Acosta.
Cristina Irala fue, como dos años atrás, a la concentración
de los jugadores de Estudiantes de La Plata. Iba a observar
una metamorfosis: la de hombres que después de haber
alcanzado un campeonato del mundo habían entrado en la
pendiente y en el escándalo —partido con Milán— para
resurgir cuando nadie lo esperaba. Conviviendo con ellos,
viendo sus reacciones, sus preocupaciones, la manera en que
los hombres de Zubeldia viven las horas previas a un partido
de trascendencia personal e íntima para ellos, e
internacional para todos, Cristina permaneció un día. A la
hora del almuerzo ocupó junto a los muchachos un lugar en la
mesa. Automáticamente se apagaron las risas, las bromas.
Ninguno de ellos se animó a decirlo para no faltar a ta
caballerosidad, pero uno de los utileros se lo explicó en
voz baja: "Ellos ocupan siempre los mismos sitios en la
mesa. Es por cábala, ¿sabe?". Inmediatamente, Cristina
abandonó su asiento para que el equipo se distribuyera como
lo hace siempre. "No podía correr el riesgo de cargar con la
fama de yetta", explicaría más tarde a la redacción. Todos
almorzaron aliviados.
Hacia el Paraguay volaron Mario Mactas y Ernesto Carreño.
Uno para relatar un fenómeno de idolatría de características
espectaculares —centrado sobre todo en la figura de Sandro—;
el otro para graficar paso a paso la manera en que el
público paraguayo vivió —con euforia casi indescriptible— la
llegada y la actuación de una delegación en la que, además
de Sandro, militaban Edmundo Rivero, Alberto Marino,
Marrone, Fedra y Maximiliano, Tormenta, Los Bombos de Oro,
Las Voces Blancas, Los Cantores del Alba. Al terminar el
Festival de Mayo —realizado en el estadio de Cerro Porteño—
una verdadera catarata humana se lanzó sobre Sandro. El
ídolo, custodiado por la policía, consiguió escapar del
fervor de sus fans. Pero en la platea, maltrechos, quedaban
los escasos cincuenta y cinco kilos de "Tito" Carreño. Una
herida en la frente era glorioso documento de la batalla,
mientras su traje parecía haber atravesado varias guerras.
Las cámaras, desde luego, fueron salvadas por Carreño del
entusiasmo del público y sus fotos están para ustedes en
este número. Ásperos gajes del oficio.
"Espere un minuto: tengo que pellizcarme". Adolfo Linvel
—58— no podía creer que por fin una publicación le hiciera
un reportaje. Este actor, ahora muy popularizado por "Los
Campanelli", desarrolla su oficio desde hace treinta y siete
años y es, para muchos, un excelente intérprete del teatro
clásico. "Esta vez, como periodista, sentí la satisfacción
de hacer justicia: Linvel lo merecía", fueron las palabras
de Renée Sallas después de haber entrevistado a un hombre
que, más allá de cualquier promoción, hace de la profesión
de actor una militancia callada, marcada por la calidad. En
el "Gente" que entregamos hoy podrán conocer a fondo su
mundo y verlo a través de las fotos de Alfieri.
Revista Gente y la Actualidad
28.05.1970
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