La noticia llegó a la redacción el viernes 29
de mayo a las 11 horas. Se puso en la mesa del director
editorial. Se hizo una breve evaluación. Ya estábamos todos.
Algunos, porque fueron llamados; otros, como traídos por el
instinto del oficio.
Fue una cosa extraña. Ahora que han corrido las horas y los
días nos vemos reaccionando con la fría calma de un largo
entrenamiento para emergencias. Cada uno en lo suyo. Sin
planeo previo. Sin órdenes expresas. Uno con la libreta de
direcciones y teléfonos. Otro con las boletas de fotografía
(que mucho no se precisaban porque allí también sabían lo
suyo). El de más allá distribuyendo los hombres. Este
disponiendo los medios de movilización.
El general Aramburu había sido secuestrado. Unos minutos más
tarde y la gente de GENTE se había movilizado íntegramente
al servicio de la información, que es su servicio.
Así corrieron las horas y los días hasta el momento de
escribir estas líneas. Un teléfono libre esperaba en la mesa
de Fontanarrosa la ansiada noticia que nos liberaría de la
angustia. En el domicilio de Aramburu se sucedían las
guardias sincronizadas de tensos redactores y aprestados
fotógrafos. Al igual que en todos los otros lugares en donde
podía suceder algo. Maschwitz recibía los partes —pocos, por
desgracia— y organizaba los cambios de hombres y
apostaderos. Gelblung descubría nuevas posibilidades y
lanzaba sus pedidos de apoyo. Cristina desmenuzaba cada
momento y sugería los próximos pasos.
Trabajamos con eficiencia —creemos—. Pero hay algo que no
pueden ignorar los lectores amigos. Impregnando todo el
aparato de la noticia, muy adentro de cada uno de los que
estábamos en el servicio que nos habíamos asignado, estaban
otras sensaciones: el asombro, la angustia. No lo
demostramos ni afectó nuestro trabajo, pero sufrimos.
Atónitos frente al golpe terrible, inesperado,
injustificable. Ateridos, ésa es la palabra, ante un suceso
sin precedentes. No pudimos dejar de pensar en el hombre
inerme en manos de sus captores. En la pena, sin medida, de
la esposa castigada sin culpa, en la ciudadanía expectante.
En la sombra tremenda que se alzaba en el futuro inmediato.
En la necesidad urgente que crecía dentro de nosotros de
pedir a todos que tuvieran un chispazo de cordura que
corrigiera el rumbo fatal a que a todos se nos llevaba. Todo
eso vivimos —porque somos seres humanos— mientras cumplíamos
nuestro deber, porque somos profesionales.
Gente y la Actualidad
04.06.1970
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