Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 


Revista Gente y la Actualidad

Revista Gente y la Actualidad
11.11.1976

A las cuatro de la mañana, cuando el sol era apenas un débil resplandor, Tiburcio Flores, 45 años, minero de Zapla, Jujuy, empezó un rito cotidiano por el que los argentinos nunca le dijimos "gracias". Se despidió de su mujer, de su hijo, de su perro, para bajar al fondo de una mina de hierro, a 300 metros de profundidad. Un viaje a la prehistoria. Ese día, sin embargo, había algo distinto. Por primera vez en su vida, Tiburcio Flores descendió a la entraña de la tierra con una mujer. Sí. Ese "minero", con casco, lámpara y botas, que lo esperaba en la boca de la mina, era Renée Sallas. El otro "minero", el fotógrafo Eduardo Giménez. A partir de ese momento, a través de Renée, GENTE vivió una experiencia inédita y fascinante. El ruido de las perforadoras en el mineral, las explosiones de gelamón, el lenguaje de los mineros, sus creencias y supersticiones, su trabajo sin desmayos a favor del país. A Renée se le había avisado que bajaría al fondo de una mina, a 300 metros, al final de la noche, a la prehistoria misma. Pero no pudo con su genio. Como era la protagonista de la nota, se maquilló como para una prueba de tapa en la galería que dirige Tito Carreño, nuestro jefe de fotografía. Poco le duró. Un segundo después de la primera explosión de gelamón, la cara de Renée era una mancha de tizne: parecía una morena vendedora de empanadas del San Telmo colonial. No le importó demasiado. Ese viaje, ese descenso, fue su manera y nuestra manera de decirles "gracias" a aquellos hombres de taladro en mano, lámpara en el casco y riesgo cierto para su vida.

* * *

Hicimos otro viaje. No a la prehistoria, pero si al viejo Sur norteamericano del siglo pasado. O al Sur de las novelas de Faulkner. O al Sur que inmortalizó Tennessee Williams. Alberto Oliva, nuestro corresponsal en los Estados Unidos, estuvo en Plains, Georgia, el pueblo donde nació y vive Jimmy Cárter, el nuevo presidente. Primera sorpresa: en ese pueblo tranquilo y silencioso no hay que tener apuro, y hacerse tiempo para tomar un vaso de leche en el mostrador, una especie de pipa de la paz para la gente de Plains. Segunda sorpresa: en ese pueblo todos son Carters: el de la estación de servicio, el del almacén, el de la tienda. Tercera sorpresa: nadie se va de Plains, Georgia, sin pasar un riguroso examen; hay que inclinarse sobre un viejo y abollado tacho, agarrar un puñado de maní —la principal fuente económica del lugar y también la base de la fortuna de los Cárter— y aprender a revolearlo por el aire a la manera de los negros plantadores, que han hecho de esa destreza un deporte. Alberto Oliva fracasó en los primeros intentos, por supuesto. Pero cuando estaba por abandonar —listo para tomar su avión a Nueva York y reencontrarse con las hamburguesas dobles (una de sus obsesiones)—, el plantador que lo inició en la aventura le enseñó la clave: poner el maní entre el índice y el pulgar de cierta especial manera... la misma que usan los chicos porteños para jugar a la bolita.
HASTA LA PROXIMA

Santiago Pinasco

 

 

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