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AÑO Vil • Nº 405 • BUENOS AIRES, NOVIEMBRE 3, 1970
CARTA AL LECTOR
Se esperaba, una vez más, que llegara el turno de Jorge Luis Borges. Pero la Academia de Letras volvió sus miradas a una pequeña ciudad cercana a Moscú y consagró al talentoso Alexander Solyenitzin. Sin embargo, la semana pasada, la Argentina obtuvo su tercer Premio Nobel, el de Química 1970, otorgado al doctor Luis Federico Leloir, de 64 años.
Curiosa insistencia la de los expertos suecos: la Argentina, que se precia —y, sin duda, con razón— de su acervo literario, se ha visto ensalzada por el Nobel en el campo de la Política y la Ciencia: en 1936, el Canciller Carlos Saavedra Lamas fue galardonado por su actividad pacifista en la Guerra del Chaco; Bernardo Houssay, en 1947, obtuvo el trofeo de Medicina. En cambio, los otros dos países latinoamericanos favorecidos por el Nobel se lo deben a la Literatura: Chile, con Gabriela Mistral, y Guatemala, con Miguel Ángel Asturias.
Mientras tanto, con un prólogo del general Levingston —leído la noche del lunes 26, durante la comida por el centenario de la ingeniería nacional—, inició Aldo Ferrer su gestión en el Ministerio de Economía y Trabajo. Enfrenta un desafío que compromete, no sólo el futuro de la línea que lo inspira, sino también el de la propia Revolución Argentina. Para el lance, no es Ferrer quien elige las armas: hay quienes abren la lucha antes de que su adversario haya tenido tiempo, siquiera, de subir al caballo. También en su campo halla el Ministro algunos canales cerrados: son los "tapones" que impiden una fluida circulación de la "nueva política".
El jueves, por fin, se develaba otra incógnita: el brigadier Arturo Cordón Aguirre clausuró el largo interinato de de Pablo Pardo: la designación no parece implicar definiciones.
Hasta el martes próximo. EL DIRECTOR
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