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AÑO IX • Nº 445 • BUENOS AIRES, AGOSTO 10, 1971
El domingo 8 se clausuraba la 85ª Exposición Nacional de Ganadería, Agricultura e industria, en Palermo. A partir del lunes 9, Antonio Di Rocco empezó a quemar su viejo prestigio de líder agrario, con el retorno de una medida odiada en el campo: la veda de carne. Un equipo de redactores agotó curiosidades, buceó historias, analizó razones y estadísticas. Entre las páginas 26 y 31, se arriba a una conclusión: mientras no exista una auténtica política de largo plazo, los favorecidos de hoy serán las víctimas de mañana. Entre las 22 y las 24, se relatan cuentos de una exposición.
Emergidos, a duras penas, de una semana marcada con el signo del terror, los argentinos encontraban ánimo, se preocupaban por los ascensos militares. Un tema que, como nunca, goza de enorme trascendencia institucional. Porque, según el sistema que rige, hasta marzo de 1973 el orden de sucesión para la Comandancia en Jefe del Ejército supone, automáticamente, la prioridad ante un forzoso reemplazo definitivo del Presidente de la República (página 8).
No se puede decir que circula, tampoco que ha aparecido; lo cierto es, sin embargo, que un disco de Charles Manson —Lie (Mentira)— ha enfrentado la indolencia y los prejuicios de los argentinos. Casi nadie lo conoce. El condenado a muerte por la célebre matanza de Sharon Tate & Cía. no revela, precisamente, lo que se denomina talento. El long play, que también tuvo sus dificultades en los Estados Unidos, alberga catorce temas del jefe de la familia (página 42).
Se hizo famoso por ser "el desconocido Juan L. Ortiz", poeta, amigo del río y de las islas. Desde entonces, muchos han supuesto —sin aventurarse en las variadas texturas de sus versos— que Juanele es el mayor bardo argentino. Quizá no se equivoquen; pero la competencia no es un tema que afecte a este hombrecillo sabio, anciano ya, que el último fin de semana se avino a bajar a Buenos Aires, concedió una jugosa entrevista a dos redactores de Primera Plana (página 53).
Es difícil pensar que todavía haya algún habitante, en el Medio Oriente, que crea en la paz. Sin embargo, las diferencias que han estallado en la zona de los árabes permiten suponer que una nueva perspectiva se abre sobre el convulsionado Levante. No en vano, un enviado de Richard Nixon —Joseph Sisco, Subsecretario de Estado— aterrizó sobre Israel hace diez días; luego de conferenciar con Golda Meir y el resto de los dirigentes, el norteamericano saltó a El Cairo. Allí, entretanto, parecía que la influencia soviética sufría un deterioro (página 56).
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