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¿POR QUÉ "AZULES Y COLORADOS"?

En los medios militares existe un
juego que desde mediados del siglo pasado permite poner en práctica la teoría expuesta
por Von Clausewitz en su ya clásica obra sobre la guerra. Este juego
táctico-estratégico, heredado del Estado Mayor Imperial del reino de Prusia, se hizo
costumbre entre nuestros oficiales.
Una de las características de este juego radica en que siempre las piezas o fichas que
representan al bando propio son azules. Y que siempre las fichas o piezas que representan
al bando enemigo son coloradas.
En setiembre de 1962 este enfrentamiento "teórico" dejó de ser un juego para
trastrocarse en uno de los enfrentamientos armados más controvertidos y confusos de
nuestra historia, o de nuestra histeria, como se prefiera.
En él cupo de todo: el "gorilismo" ancestral de la Revolución Libertadora; el
conflicto no resuelto de un peronismo revitalizado desde la proscripción y la
resistencia; el fantasma del comunismo, agigantado ahora por una Cuba que desafiaba a
Estados Unidos; un Frondizi que había sido despojado del gobierno quizá porque trató de
demostrar más lo que no era -pacto con Perón; abrazo con el Che Guevara- que lo que
efectivamente era y un Guido, patético en su soledad sentado en el sillón de Rivadavia,
que no había buscado, y sin saber nadie a quién ni a qué representaba.
Los estados de confusión no eran nuevos en ese 1962.
Si quisiéramos apelar a algún antecedente, quizá debiéramos recalar en la misma
Revolución de Mayo, por buscar el que se nos antoja más lejano. Vista la Revolución de
Mayo desde este punto de vista, podríamos decir que fue una revolución para derrocar a
un virrey (Cisneros), pero no para consolidar nuestra independencia. Por el contrario, fue
para ratificar nuestra dependencia con España o mejor dicho con la corona representada
por Fernando VII. Y curiosamente -o no- la revolución fue alentada por el Imperio
Británico -enemigo histórico de la madre patria-, a tal punto que los primeros que se
apresuraron a cruzar la plaza ese mismo 25 de Mayo para saludar al flamante primer
gobierno patrio fue precisamente el almirantazgo inglés, cuyos buques de enseña
británica en el puerto de la ciudad.
Y como si esto fuera poco, podríamos agregar que los elementos más combativos, verdadera
"patota" de aquella época, fueron nada menos que los empleados públicos de
entonces, ya que no eran otra cosa que French, Beruttí y sus muchachos. Por supuesto que
este análisis contiene una gran dosis de humor, sin que se escape por esto a la verdad
objetiva de los hechos
También podría tenerlo este enfrentamiento entre "azules y colorados" donde
nadie -ni siquiera sus protagonistas- supieron bien de qué lado estaban y qué estaban
atacando o defendiendo, al menos en un sentido pragmático.
Pero el humor ahora no tiene cabida aquí y la confusión se hace imperativo despejarla,
porque este enfrentamiento entre "azules y colorados" iba a extenderse en el
futuro condicionando el porvenir hasta convertirse, sin que sus protagonistas de entonces
pudiesen sospecharlo, en lo que podríamos llamar sin temor a equivocamos y no sin
zozobra, el umbral del genocidio.
J.C. Cernadas Lamadrid |
TANQUES EN LA CALLE

Los chicos gritaban: "¡Los
tanques están en la calle!" Yo había llegado a Editorial Haynes, allá en Río de
Janeiro al 300, donde era redactor del diario El Mundo, y como era escritor me habían
mandado a hacer "una nota de color". Mientras la información consignaba que el
enfrentamiento entre azules y colorados había dejado de tomar estado público para pasar
al estado callejero, yo debía registrar qué pasaba con la gente, los soldados, los
oficiales. Rumbié con un fotógrafo hacia Parque Chacabuco, donde decían que se había
asentado una columna de tanques. El lugar tenía la algarabía de un pueblo cuando llega
el circo con sus elefantes adelante.
En este caso los elefantes eran los tanques y los acróbatas los soldados, que asomaban
tímidamente la cabeza desde el interior, o estaban sentados en el pasto, según lo
hubieran dispuesto sus jefes. Y a su alrededor pululaban chicos que gritaban, mientras los
curiosos adultos se agrupaban a un costado y miraban.
Era imposible discernir si esa columna de tanques era azul o colorada. (Después nos
enteraríamos que había divisiones azules que se pasaban a los colorados y viceversa.)
Contagiado por el aire despreocupado que me rodeaba y con el carnet de periodista en la
mano, bien alto, me apersoné a un oficial que estaba delante de la columna. El fotógrafo
trotaba detrás mío.
Era un teniente primero o un capitán. Vestía uniforme de fajina, apropiado para estos
casos. Era atento, pero respondía poniendo distancia, por timidez o por un intento de
armarse de cierto orden dentro de la confusión. Me dijo que fotos no, que había avanzado
hacia allí siguiendo órdenes de sus superiores, y seguía ahí porque no había recibido
nuevas instrucciones. ¿Era azul? ¿Sus superiores eran azules? ¿O respondían tollos a
un comando supremo colorado? No dio respuestas claras: asomó de pronto en su rostro un
gran cansancio. Impartió una orden rutinaria, pidió disculpas cortésmente y se retiró
a otro lado. Me quedé rodeado de los chicos que seguían tocando los tanques sin poder
creerlo, y los curiosos que ahora se permitían una sonrisa cínica y seguramente
estarían inventando bromas. Recuérdese que en todo ese período el "porteño
medio", como podríamos llamarlo, miraba el enfrentamiento entre sectores del
Ejército con total indiferencia, como si el drama que se desarrollaba ahí no le
perteneciera.
Fue entonces que me llamaron con una mano. Allí cerca había unos monobloques y una
viejita de anteojos me pidió que entrara. Me condujeron al sótano, donde me encontré
con un cuadro inusitado: ancianos, mujeres y bebés, unas cincuenta personas en total.
Querían saber qué me había dicho el oficial y qué pensaba yo, que era periodista, de
la situación: ¿habría guerra o no habría guerra?
Ahí tomé conciencia. Podía estallar la contienda y yo me transformaría en un
corresponsal de guerra. No fue una guerra, pero la violencia ya se cobraba víctimas.
Algunos, con más experiencia -había un anciano que había estado en la guerra en Italia-
percibían esto. El súbito cansancio del oficial quizá no remitía a eso; le hablaban
como si estuviera en un juego y él sabía que bastaba una chispa para que dejara de
serlo. Pero la sociedad argentina marchaba ciegamente hacia esa bomba que estallaría no
mucho después.
Ricardo Halac sigue |