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Eduardo Armani, René Cóspito, Feliciano Brunelli, la "negra" Sofía Bozán, Gloria Guzmán, Pepe Iglesias "El zorro", "Catita" Niní Marshall, Eduardo Rudy, Celia Juárez
Los 40s
Qué lejos está 1940. Allá, a 32 años de distancia. El tiempo justo para hacerse grande, para volverse viejo. El tiempo y la distancia justos para girar la cabeza por sobre el hombro y mirar, no sin cierta nostalgia, los años 40.
Años de grandes cosas, de hechos fantásticos. Una década signada por la Segunda Guerra Mundial, por la primera explosión atómica. Una década que vio nacer el mayor fenómeno social de nuestro país, que aún ahora sigue en vigencia. Si de alguna manera tuviésemos que definir a la década que comprenden los años 1940-1949 nos inclinamos por una palabra que la califica específicamente: Decisiva.
Nada de cuanto nos pasa y le pasa al mundo es ajena a estos años. Acá nace la guerra de Indochina, que con distintos matices se mantiene inalterable hasta la fecha. En este periodo se funda el Estado de Israel, con todos los conflictos que acarreó. Acá nacieron los últimos infantes de nuestro país que no tuvieron la pantalla de televisor instalada en el living o en el comedor.
Es en esta década cuando Bernardo Houssay nos consigue -a todos- un premio Nobel de medicina. La misma fecha que tiene Pascual Pérez para retornar con una medalla olímpica ganada a honestos puñetazos. Esfuerzo comparable al que realiza Delfo Cabrera para ostentar con orgullo el lauro olímpico en la vieja y desteñida maratón. Años difíciles consigna la crónica de la época. 
Escasean la nafta y el caucho durante la guerra. Los que entonces eran niños, infantes, tuvieron que soportar la ausencia de las prácticas bombachitas de goma y prestarse, además, a los inmensos envoltorios de chiripas, pañales y fajas a que acostumbraban las madres de la época. Para aprender a leer, los caminos del abecé se recorrían en las páginas de UPA, 
de Constancio C. Vigil, y de Pininos, libros de cabecera de los que se saltaba, sin transición, al PIF-PAF, TIT-BITS, PATORUZU o EL GORRIÓN. La ternura del marinero Langostino y su barco Corina provocaban sonrisas que se estiraban hasta la Familia Conejín, sin olvidamos de Ocalito y Tumbita en el legendario Billiken, del Gnomo Pimentón y de Periquita, una Mafalda tímida y poco comprometida. Eran años en que un enano con toda la barba, mientras caía la nieve, señalaba con su índice hacia la izquierda desde el último cuadro de una historieta para preguntarnos invariablemente: "Nov Smov Kapovs?". Otras épocas, otras maneras. Reinaba, por ejemplo, la inimitable pluma "cucharita", y en la calle los muchachos jugaban con las clásicas figuritas Starosta (las de cartón y las de lata). Por las tardes, sin orticones ni teleteatros, la radio reinaba con sus series; la variante eran los episodios en el cine, siempre en las clásicas matinées. Fantomas, Flash Gordon, La Araña o Dick Tracy eran los encargados de poner las cosas en su justiciero lugar.
Eduardo Rudy se enamoraba, indefectiblemente, de Celia Juárez en los clásicos radioteatros que se escuchaban con unción entre bordados y café con leche con pan y manteca (en tazón grande, por supuesto). Tarzán peleaba duramente contra la naturaleza mientras se ocupaba de salvar a Juana. César Llanos y Mabel Lando eran los encargados de protagonizarlos. El papel de Tarzanito se incorpora a la mitología corporizado por Oscar Rovito. Todos soñaban con el estilo Robin Hood de Poncho Negro y de su fiel amigo Kalunga. 
Todo, absolutamente todo, era desentrañado por Peter Fox, el detective radial. Se reía con las diabluras de Pepe Iglesias, "El Zorro", y la irreverencia de "Catita" (Niní Marshall). Todos se comprometían compartiendo los problemas de los Pérez García y atendían a la pareja Rinsoberbia: Blanquita Santos y Héctor Maselli.
En la confitería de Harrods, mientras tanto, se estilaba tomar el té a las tardecitas, mecidos por la música de Rene Cóspito o por la de Eduardo Armani. Uno poco más lejos detonaba la voz de Alberto Castillo, batiendo records en los tradicionales bailes de los sábados y en los dominicales. 
Feliciano Brunelli, mientras tanto, era recibido como un príncipe en cuanto pueblo o ciudad del interior se presentaba.
Los popes del tango, con nombres llamativamente conocidos, podían reconocerse a través de Pichuco, donde estaba la voz de Fiorentino, de Rivero, de Alberto Marino, de Floreal Ruiz. De la orquesta de Caló es de donde salen, en estos años, Domingo y Leopoldo Federico, Armando Pontier, Enrique Mario Franchini, Osmar Maderna, Atilio Stamponi, Juan Cambareri y Ariel Pedernera. Ya está D'Agostino con Ángel Vargas; D'Arienzo con Echagüe y Laborde, y Osvaldo Pugliese con Roberto Chanel y Alberto Moran.
Son años en los que en la noche porteña reina la negra Sofía Bozán. Cerca está su prima, Olinda. Las figuras, levemente vestidas y levemente regordetas (es el gusto que se estila), refulgen en el Comedia, el Bataclán, el Cosmopolita, teatro Casino y el Argentino. Quedan indemnes, todavía, el Maipo y El Nacional. Cayó bajo la piqueta el San Martín. Los memoriosos recuerdan a Gloria Guzmán, Nené Cao, Juanita Martínez, Thelma Carló, Aída Olivier, María Esther Gamas, Blanquita Amaro, Fanny Navarro, Amelita Vargas y Paloma Efrom, la mismísima Blackie, con sus recitales de jazz en el Odeón.
Claro, mientras tanto de lejos llegaba la reconvención de Churchill ofreciéndole a su pueblo tan sólo "sangre, sudor y lágrimas". Ha caído París, De Gaulle hace el llamado para una Francia libre, se combate en África, se soporta en Stalingrado, Japón ataca Pearl Harbor. Por las noches la voz de Bing Crosby, el orejudo más rico del mundo, arrulla desde I'm Dreaming of a White Christmas. Se mata Carole Lombard después de actuar en el frente y llora su viudo, Clark Gable. Llora también Scarlett O'Hara (Vivian Leigh) en la película más taquillera de la historia del cine: "Lo que el viento se llevó". Todo pasa en la década. Ginger Rogers y Fred Astaire bailan hasta por |as paredes en las películas musicales. Se chimenta 
que Orson Welles viene a Buenos Aires para verse con Elvira Ríos (la precursora de Olga Guillot y Fetiche).
Glenn Miller recibe las bombas en Londres, pero sigue tocando "Serenata a la luz de la luna". Después del armisticio muere, cruzando el Canal de la Mancha.El existencialismo tiene ya su manifiesto y Sartre ha escrito "El ser y la nada". Ingrid Bergman filma "Por quién doblan las campanas" con el pelo muy corto y origina una epidemia de pelos "rapaditos". Jorge Luis Borges también produce en esta época nada menos que "El Aleph" y "El jardín de los senderos que se bifurcan", dos de sus obras consideradas cumbre. Está vivo Roberto Arlt y monta una obra, "La fiesta del hierro", Edmundo Eichelbaum conforma los arquetipos de un Buenos Aires que se va en "Un guapo del 900", con la inimitable Ecuménica hecha por Milagros de la Vega. Desde Paraná el mayor poeta vivo de la Argentina escribe "La rama hacia el este" y "El aire 
conmovido", se llama Juan Laurentino Ortiz. Ernesto Sábato ya escribió "El túnel" y Eduardo Mallea "Meditación en la costa" y "La bahía del silencio", Raúl González Tuñón, Rafael Alberti, Adolfo Bioy Casares producen sus obras también en esta época, y Leopoldo Marechal edita "Adán Buenosayres".
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(Revista Gente - 1972)

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