Desamparo y pobreza en los hospitales de Buenos Aires
por el profesor doctor Tiburcio Padilla


El viejo y prestigioso Clínicas, hospital escuela de la Universidad de buenos Aires. Aquí ejercieron y enseñaron Cleto Aguirre, Ignacio Allende, Aráoz Alfaro, jAblel Ayerza, enrique Basterrica, Manuel blancas, Pedro Benedit, Bonorino Udaondo, Angel Centeno, Daniel Cranwell, Gregorio Chaves, Enrique Demaría, Antonio Gandolfo, Luis Güemes, Pedro Lagleyze, Bernardino Maraini, Ernesto Merlo, José Molinari, IgnacioPirovano, Alejandro Posadas, Tezanos Pinto, Eufemio Uballes, Guillermo Udaondo, Roberno Wernicke, para citar sólo algunas de las brillantes cumbres ya desaparecidas, de la prestigiosa medicina argentina.

 

Hay que llegar a una transformación radical de los hospitales, a fin de que puedan funcionar con la mayor eficiencia posible

 


Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 

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Los carritos para repartir la comida a las salas. Todavía están en condiciones. Pero sólo transportan carne cocida con papas o porotos. Algunas veces fideos. Ningún enfermo puede seguir un régimen si su familia no lo auxilia


Ollas y calderas modernas. Lástima que no funcionen hace ya tiempo. Consecuencias: no hay agua caliente para que los enfermos se puedan bañar en invierno


Esperan turno con paciencia. Si el Hospital trabajase de mañana y de tarde, el rendimiento sería el doble y más económico. El pueblo prefiere pagar algo pero ser bien atendido


 

EL Estado tiene la obligación de arbitrar los medios para proporcionar al pueblo alimentación y viviendas salubres y baratos. Es también su deber, ofrecerle la posibilidad de cuidar su salud en forma eficaz, poco gravosa pero no gratuita. "Los servicios públicos que no se pagan no se aprecian, ni se agradecen", ha dicho el general Aramburu, con toda razón. El hospital de beneficencia, los servicios de caridad deben quedar para los inválidos y desamparados. El hombre trabajador, cuando él o alguno de su familia enferma, debe encontrar atención médica a su alcance pecuniario en hospitales tan bien dotados como para competir sin desventaja con los sanatorios privados. El enfermo debe concurrir al hospital ejerciendo un derecho y no solicitando una misericordia. Ese derecho lo evidencia abonando un arancel tan modesto como su situación económica, en concepto de retribución de servicios y de contribución a su sostenimiento. Este sistema es todo lo contrario a la socialización de la medicina, donde la asistencia es gratuita y los médicos se convierten en empleados nacionales. La medicina socializada ha fracasado en Gran Bretaña, no obstante el sentido del cumplimiento del deber y del respeto a las leyes, costumbres y tradiciones características del pueblo inglés. En la Argentina el fracaso seria estrepitoso y sino, recuérdese lo ocurrido con los ferrocarriles, los transportes, etc., cuando dejaron de ser empresas particulares. Pretender obligar a un criollo a ser asistido por un médico determinado es una utopía. Convertir a los médicos en funcionarios públicos es ahogar las más legítimas ambiciones de progreso personal.

TRANSFORMACIÓN DEL HOSPITAL
El hospital público, para cumplir con los conceptos expresados, como he dicho, debe proporcionar a bajo costo asistencia médica tan eficaz y confortable como la del sanatorio o consultorio particular. La diferencia de precios sólo la debe justificar el lujo y la supresión de la ganancia de la empresa privada. Para lograr el abaratamiento del hospital sin menoscabo de la eficacia es imprescindible una transformación a fondo. En primer lugar, debe implantarse el horario completo, de siete u ocho de la mañana a cinco o seis de la tarde. Es imposible un rendimiento económico de un capital enorme como el invertido en un hospital, trabajando cuatro horas en la mañana. Cuatro horas que, por diversos motivos, se convierten en tres. Calculando domingos y feriados el promedio no pasa, quizás, de dos horas y media diarias.
Además del horario, es muy importante una racionalización del trabajo. Esto implica implantar una mejor organización y lograr una mayor colaboración en el funcionamiento. El anticuado sistema de salas y servicios autárquicos debe dar paso a la coordinación de un instituto con sus departamentos de medicina, cirugía, radiología, laboratorios, etc. Se obtiene así una labor de conjunto asistencial, experimental y docente, evitando la dispersión de personal y material, la superposición de tareas y sobre todo, algo realmente importante, creando un espíritu de colaboración.
Esta evolución de la parte técnica debe basarse en una independencia administrativa y económica sin la cual fracasaría toda transformación. Las autoridades nacionales, municipales o universitarias, según de quien dependa el hospital, debe suministrar los fondos con un criterio elástico, funcional, dedicando un tanto por ciento de sus rentas y no cantidades fijas, estáticas.
La comisión administrativa maneja esos fondos y los distribuye de acuerdo a las necesidades presentes, sin ajustarse a un presupuesto rígido confeccionado en el escritorio de una contaduría, ignorante casi en absoluto de la realidad. La independencia económica, con libertad administrativa, permite agilidad en las compras y gastos, ganándose sin duda alguna un abaratamiento hasta del 50 por ciento. Sería tarea de esa comisión aumentar los ingresos concertando contratos para la asistencia del personal de grandes firmas comerciales o industriales, obteniendo donaciones u otros recursos, implantando aranceles, etc. Me limito a enunciar ideas a grandes rasgos porque el espacio no permite más. El estado de pobreza actual de la mayoría de los hospitales de Buenos Aires, comenzando por el Clínica, hospital escuela llega a tal grado que sus servicios no son en verdad gratuitos ya que la familia debe proveer los alimentos y los medicamentos para que el paciente tenga una mediana atención. Es un atentado a la dignidad humana del siglo XX que un enfermo en el hospital sufra frío por falta de calefacción, no pueda bañarse por no disponer de agua caliente y no pueda cumplir una dieta por carencia de alimentos adecuados. Mis palabras han sido tildadas de calidades, pero dicen la verdad y claman porque se subsanen cuanto antes esas condiciones. El dolor y el sufrimiento son siempre respetables, pero para el médico no puede haber dolor ni sufrimiento físico mas respetable que el de un enfermo de hospital a quien, extrañando el calor del hogar y alejado del cariño de los suyos, solo le queda esperar el consuelo y alivio que pueda brindarle su médico.

RESPONSABILIDAD MEDICA. NECROPSIA OBLIGATORIA
La responsabilidad del médico, tanto en el hospital como en la práctica privada, no guarda proporción con su poder. Es poder, en algunos aspectos es igual o tal vez mayor al que disponen los tiranos, puesto que tienen menor responsabilidad. El tirano se hace dueño de la libertad, la vida y la fortuna de sus conciudadanos, pero tarde o temprano el pueblo y la historia hacen justicia. El médico, en cambio, dispone de la salud y de la vida de sus semejantes sin más responsabilidad que la de su propia conciencia. En defensa de la sociedad y de los prestigios de nuestra profesión, es necesario aumentar la responsabilidad médica. En 1935, siendo diputado nacional, se me ocurrió que la necropsia de comprobación diagnóstica podía ser un medio útil en ese sentido. Producido un fallecimiento, un médico patólogo oficial verifica la exactitud del diagnóstico clínico. Si el certificado de defunción afirma, por ejemplo, cáncer de estómago, el análogo abre esa región del abdomen y comprueba. Es de imaginar que si el médico tratante no está seguro de su diagnóstico llamará en consulta a quien considere con mayor experiencia. Desde luego, el médico tendrá más responsabilidad, los pacientes serán mejor atendidos y las ciencias médicas se beneficiarán extraordinariamente. El método anátomo-clínico creado por el sabio italiano Morgagni en el siglo XVIII, es decir, la comprobación en la autopsia de los daños observados en vida, ha sido el factor más decisivo el progreso de la medicina. Considero provechoso convencer al público que la autopsia no es un ultraje, ni una irreverencia con el cadáver, sino un procedimiento tendiente a una mejor asistencia del enfermo e imprescindible para el avance de la medicina. Injuria y profanación del ser humano es tolerar a favorecer el sufrimiento y la muerte de un paciente que podría ser aliviado o salvado con los recursos de la ciencia moderna, si su mal es reconocido a tiempo. En otros países más adelantados, la necropsia obligatoria es innecesaria porque la conciencia popular está formada y las familias se oponen a la autopsia sólo por excepción. Establecida por ley, nadie protestaría, como nadie protesta hoy contra la autopsia dispuesta por el juez, cuando se sospecha una muerte delictuosa.

LA CARRERA MEDICA HOSPITALARIA
El personal médico de los hospitales debe ser seleccionado. Hasta unos veinte años atrás, cualquier médico podía ser nombrado jefe de una sala hospitalaria: era suficiente tener un amigo influyente. La ley de la carrera médica hospitalaria en su primordial finalidad está destinada a impedir esas arbitrariedades. Para llegar a ser jefe de sala exige haber sido antes practicante, médico asistente, agregado, etc. Como para llegar a general es imprescindible haber sido teniente, capitán, coronel, etc. La segunda finalidad de dicha ley es permitir que para presentarse a los concursos para llenar puestos de médicos en cualquier hospital, valga la antigüedad conseguida en otro hospital, ya sea en Buenos Aires, Rosario, La Quiaca o Tierra del Fuego. Se busca así favorecer la salida a la campaña de los médicos jóvenes con vocación científica. Después de unos años, cuando a fuerza de sacrificios han reunido un capitalito para sostenerse en las ciudades, pueden volver a seguir su carrera hospitalaria en centros más adelantados. Esta ley justa, generosa y patriótica está siendo combatida por quienes desean que la antigüedad local sea el mayor mérito. Lo importante para que no se cometan injusticias es designar jurados bien inspirados e imparciales, para que en el concurso sean elegidos los que tengan mayores méritos y puedan resultar más capacitados para la asistencia de los enfermos.
Soy un decidido partidario del internado, no sólo para el estudiante de los dos últimos años de la carrera sino también para los dos primeros años del médico recién recibido. Así, con cuatro años de internado en el hospital, dos como practicante y dos como médico residente, el joven egresado puede recibir su diploma bien habilitado para el ejercicio de una profesión de tanta responsabilidad. Para que todos puedan realizar una suficiente práctica hospitalaria es forzoso reducir, seleccionando el número de estudiantes. La selección debe hacerse en el ingreso, porque las materias básicas de primero y segundo año deben ser bien aprendidas y la anatomía, histología y fisiología no pueden ser bien enseñadas a miles de estudiantes. Ni doblando o triplicando los pisos de la Facultad y el número de profesores se puede enseñar bien la anatomía a ese número de estudiantes porque en el curso de un año es imposible conseguir millares de cadáveres. La anatomía no se puede aprender en láminas o muñecos de cera por bonitos o artísticos que sean. Sin sólidos conocimientos básicos es muy difícil aprender bien las materias clínicas y llegar a ser un buen médico. El país necesita muchos buenos médicos, pero no miles de malos médicos. El mal médico es uno de los mayores peligros sociales. El Estado tiene el derecho y la obligación de defender la salud del pueblo asegurando que lleguen a médico sólo quienes tienen suficiente vocación y capacidad. Para ganarse la vida existen en nuestro país muchas otras actividades, más lucrativas y menos sacrificadas.
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1957