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La dura batalla racial de Selma

 

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King y Wallace, dos mundos

La caravana llega a Montgomery, "en el cielo hay negros y blancos"

 

El tibio mediodía del jueves 25 descendió sobre Montgomery —la capital de Alabama—, sobre el solemne edificio de la Legislatura. A pocos pasos de allí, 25 mil personas cerraron uno de los mayores hitos de la historia racial norteamericana: la marcha de Selma, que preparó y dirigió Martin Luther King (h). El gobernador George Wallace decidió ignorar a esa muchedumbre de blancos y negros llegados de un extremo y otro de USA, de Canadá o de Hawaii: no recibió a la delegación que quería entrevistarlo, tascó el freno en la soledad de su despacho.
La marcha comenzó el domingo, y sus cinco etapas fueron custodiadas por 1.863 guardias nacionales de Alabama, 1.000 soldados del Ejército, 100 hombres del FBI y otros tantos oficiales de policía. Ningún incidente estalló en los 80 kilómetros que separa a Selma de Montgomery: todos los ojos de Estados Unidos estaban puestos en la carretera 80, por donde los manifestantes pedían el libre empadronamiento de los negros, el respeto por el derecho de voto que les concede la Constitución.
Entre esos ojos, al menos cuatro no parpadearon: los del Presidente Lyndon Johnson y los de su homónimo, el Juez Federal Frank M. Johnson. Los dos fortificaron, de distinta manera, el éxito de la marcha. El Juez, al permitirla mediante un fallo de admirable sensatez; el primer mandatario, al movilizar, la Guardia Nacional de Alabama; y, días antes, al reclamar ante las dos cámaras del Parlamento —en un discurso que hasta la prensa más derechista no pudo dejar de admirar — la promulgación de una ley que consolidará los derechos electorales de los negros.
Wallace, quizá el más reaccionario gobernador de los Estados Unidos, intentó resistir esos reveses. En la Legislatura de Alabama repitió que la marcha era de "inspiración comunista" y destruyó a su antiguo compañero de estudios, el Juez Johnson, por "prostituir nuestras leyes en beneficio de los revoltosos". Después cablegrafió al Presidente su imposibilidad de proveer vigilancia durante la marcha. De nada valieron sus argucias.
El 21, después de la una de la tarde, King ciñó a su cuello una guirnalda regalada por la delegación de Hawaii, y con otros líderes negros encabezó la peregrinación. Ningún detalle había sido olvidado: la caravana contó con bolsas de dormir, colchones, cocinas, alimentos envasados, dos carpas de circo y decenas de carpas chicas, 32 letrinas portátiles, una flota de ambulancias (*). Para King, el terreno era conocido.
Fue en Montgomery, una década atrás, donde el pastor King dio su primer combate por la igualdad y consiguió su primera victoria, al organizar el boicot contra la compañía de ómnibus. Aquel episodio marcó, también, un hito en la lucha por la desegregación; en abril de 1963, en Birmingham, King tornó a mellar el sólido racismo de Alabama, al conducir una ofensiva que conmovió al mundo entero y marcó el comienzo de lo que aún se llama la Revolución Nacional del Negro.
El Premio Nobel de la Paz volvió a enfrentarse con Wallace a principios de este año: el 19 de febrero fue arrestado por la policía de Selma, junto con otros 3.000 negros, como instigador de las silenciosas manifestaciones de protesta por el lento empadronamiento de sus hermanos (una verdad que Art Buchwald estigmatiza en su columna de la página 24). Las tensiones y los choques no tardaron.
Tres funcionarios, embebidos de las teorías racistas de Wallace, decidieron servirlo con la más minuciosa eficiencia; Al Lingo, comandante de la policía estatal, cuyos cascos azules siembran el pánico tanto como quienes los calan; James Clark, jefe de la policía montada, compuesta por afiliados al Ku-Klux-Klan; y John Cloud, amigo y ayudante de Lingo. Ninguno de los tres ahorró vejaciones o crueldades.
Bastones, bayonetas, gases lacrimógenos, llovieron en Selma sobre los manifestantes de color. Uno de ellos, el obrero Jimmi Lee Jackson, murió con una bala en el estómago, una bala disparada por los hombres de Clark, el más sanguinario de los lugartenientes de Wallace. King convocó, entonces, a una marcha desde Selma a Montgomery, que se fijó para el domingo 7.

Una tragedia americana
Ese día, los últimos límites fueron vencidos. Medio millar de negros y blancos emprendieron el camino; detrás del puente que cruza el río Alabama, tropas de la policía les dieron el alto (Wallace no había autorizado el desfile); y casi sin transición se lanzaron al ataque, con una saña que hizo opinar al Presidente Johnson: "Los tumultos de Selma son una tragedia americana que no puede repetirse."
No exageraba: en pocos minutos, los efectivos de Lingo y Clark dejaron un tendal de 80 heridos graves, y agregaron el nombre de Selma al de Little Rock, Oxford y Birmingham, los grandes campos de batalla de la rebelión negra. Una corriente eléctrica circuló por USA, no bien King anunció que el 9 intentarían otra vez marchar a Montgomery (la primera capital de la Confederación, en 1861). Una legión de sacerdotes se concentró en Selma para apoyar a King; arribó, inclusive, un dignatario católico.
Pero también viajaron a Selma un asesor del Ministro de Justicia y un mediador designado por el Presidente Johnson. Hubo 36 horas de febriles negociaciones hasta que se obtuvo un acuerdo: la marcha del 9 sería simbólica, se detendría en el mismo sitio en que el domingo 7 las fuerzas policiales quebraron la pacífica caminata de los adictos a King.
Así fue. La caravana, constelada por la mayoría de los 400 religiosos llegados a Selma, cumplió el compromiso. A la noche, tres de los sacerdotes eran agredidos en una calle de la ciudad;
y uno de ellos, el Reverendo James Reeb, moría dos días más tarde. A partir de ese instante, resultó difícil a Johnson y a su ministro de Justicia, Nicholas Katzenbach, frenar la ola de indignación que se abatió sobre USA.
Hasta Wallace y Clark cedieron al permitir el 15, en Selma, una manifestación de King y 3.500 acólitos, en homenaje al Reverendo Reeb. Al mismo tiempo empezaba a agilizarse la inscripción de votantes negros, y Lyndon Johnson clamaba en el Parlamento: "La ley de derechos civiles tardó ocho meses en salir de aquí. Ahora, con este proyecto [el de la igualdad de sufragio] no debe haber demora ni vacilación."
Sin embargo, 24 horas después, la policía montada disolvía a golpes una manifestación de estudiantes en Montgomery. Pero el 17, cuando el proyecto de Johnson ingresaba en el Congreso, King pudo realizar un desfile de 2.000 blancos y negros en la capitel de Alabama. Y anunciar que el Juez Johnson, autorizaba la marcha desde Selma, cuyo plan le había sido sometido días antes. Fue la que culminó el jueves 25.
"En el cielo hay blancos y negros", cantó la multitud, mientras devoraba las cinco etapas que la conducirían ante el Capitolio de Alabama, el mismo donde Jefferson Davies juró como Presidente de la Confederación. La ruta nacional 80 se convirtió en "la carretera de la esperanza", y la peregrinación superó en popularidad a la que convergió sobre Washington en 1963.
Wallace sufría una apreciable derrota; el ex boxeador, elegido gobernador de Alabama en 1962, arriesgará ese cargo dentro de dos años, en las elecciones de renovación. Dirigente del Partido Demócrata, postuló su candidatura a Presidente de la Nación en 1964, como un desafío a Lyndon Johnson. Es el sureño típico, pero en su acendrado racismo vibra ahora una certeza: el 33 por ciento de la población de Alabama es negra: si se le permite votar, esos sufragios lo desalojarán del poder. 
Pese a todo, el Ku-Klux-Klan se vengó: cuatro de sus miembros asesinaron, el jueves a la noche, a Viola Gregg Liuzzo (blanca, 39 años, cinco hijos), por transportar en su auto a manifestantes negros.

(*) El Juez Johnson permitió un número ilimitado de manifestantes hasta unos 22 kilómetros fuera de Selma, donde la ruta 80 se angosta; de allí en adelante sólo 300 personas podían continuar a pie. El resto debió llegar a Montgomery por otros medios.

Desde Washington
Votar es un problema
Por Art Buchwald
Poder votar, en el pueblo de Toro Bravo, Estado de Alabama, no es tan fácil como parece. Primero, hay que evitar un pelotón de policía montada; luego, abrirse paso entre una nube de gas lacrimógeno y esquivar otra nube de bastonazos. Finalmente, quien aún tenga ganas de votar debe inscribirse. Pero la oficina de inscripción, ubicada en el Palacio de Tribunales, atiende de 23:15 a 24, el sexto sábado de cada mes. Además, cuando esa oficina abre sus puertas, el palacio está cerrado.
Pese a todo, el señor George Abernathy, ciudadano negro, consiguió entrar en la oficina de inscripción electoral de Toro Bravo y, ante la sorpresa del jefe, solicitó anotarse.
—Macanudo, George, macanudo. Me siento complacido en anotarte. Tienes que responder primero a unas pocas preguntas —dijo el jefe—. Ante todo, ¿cuáles son tus antecedentes en materia de educación?
—Fui estudiante de Rhodes, me recibí en Columbia, gané un doctorado en Harvard y una licenciatura en California.
—¡Bárbaro, George, bárbaro! ¿Sabes leer y escribir?
—Soy autor de tres libros sobre cibernética, filosofía cristiana y teoría política.
—Te agradeceré me contestes con palabras más simples, querido George. Me molestan los votantes engreídos.
—¡Tengo derecho a inscribirme! -—gritó el señor Abernathy.
—Claro que sí, Georgie. Pero primero debes aprobar este test cultural, porque queremos que quienes voten por nuestro adorado gobernador Wallace no sean ignorantes. ¿Entiendes?
Bien, haz el favor de leer este diario.
—Está en chino.
—¿Y?
Abernathy leyó tres artículos. El jefe comenzó a ponerse pálido. "Perfecto. Descifra, ahora, estos jeroglíficos egipcios." Abernathy los descifró. El jefe ya estaba blanco.
—He aquí la Constitución de Finlandia, en finés. ¿Serías capaz de traducirme los primeros 14 artículos ?
—¿Qué relación hay entre la Constitución de Finlandia y las leyes del Estado de Alabama? — arriesgó Abernathy.
—Esta prueba nos sirve para identificar a los agitadores.
El señor Abernathy tradujo los primeros 14 artículos, y el jefe de la oficina, presa de pánico, habló por teléfono con el gobernador. "Pase al punto 4º del examen", le ordenó Wallace. El jefe abrió la caja fuerte y extrajo un paquete que desenvolvió con sumo cuidado.
—George, ¿quieres leer estos dos rollos del Mar Muerto?
Abernathy terminó con el primero; cuando iba por la mitad del segundo, se atrancó en una palabra. El jefe le quitó el rollo de las manos y, con súbita euforia, exclamó:
—George, has fracasado con el test cultural. Vuelve el año próximo y te daremos otra oportunidad.
No bien el señor Abernathy salió de la oficina, un ciudadano blanco se acercó al mostrador:
—Vengo a inscribirme.
—Deletree "gato". —Jota-a-te-o.
—Dele otra vez, anda cerca.
* Copyright by PRIMERA PLANA and The New York Herald Tribune

PRIMERA PLANA
30 de marzo de 1965