Radiografía de la canción de mal gusto
revista Cristina
06-1972

 

 

 

 

 

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La tercera posición ideológica
EN GENERAL, el "mal gusto" se asocia con la idea de algo ''chocante". Se dice que el concepto de "chocante" es relativo, y que varía de persona a persona y de sociedad a sociedad. Sin embargo, en un intento por ponernos de acuerdo sobre lo que en la mayoría de los casos resulta chocante y lo que no lo es, diremos que "chocante" es todo aquello que golpea nuestra sensibilidad de una manera brusca, . provocándonos una sensación desagradable. Desde luego, la brusquedad del impacto está relacionada con el grado de sensibilidad de cada uno: ante la vista de la sangre que brota de una herida, por ejemplo, las reacciones van desde un ligero rechazo hasta náuseas, vómitos, pérdida del conocimiento, etcétera. Pero, de cualquier forma, hay impresiones que, en mayor o menor grado, no resultan gratas para nadie; tal vez, por ciertos mecanismos derivados del instinto de conservación.
"SI NO TE GUSTA, NO OIGAS"
Muchas veces habremos oído repetir que la sensación causada por una frase no está en lo que dice, sino en la manera como se dice. Y que esta característica influye muchísimo en el diálogo, en la discusión y en toda forma de comunicación humana a través del lenguaje. Por "manera como se dice", entendemos la oportunidad, los términos empleados, el tono de la voz, su relación con el resto de lo que está diciendo. Hay en nuestra existencia ciertas realidades que tocan directamente la nuestra emotividad profunda, de tal forma que no siempre somos del todo capaces de dominarlas de un modo racional, y nuestra sensibilidad está, por así decirlo, "desprotegida" frente a ellas. Tales son el miedo, el dolor, la intimidad física, las enfermedades, la muerte.
Se considera de "mal gusto" aludir a ellas de una manera ligera y despreocupada, justamente porque nos tocan tan de cerca: el "respeto" que exigimos al tratarlas es una forma de proteger nuestra sensibilidad. Por iguales mecanismos, se mira con "rechazo" a quien se burla de esos temas: no sólo parece que nos estuviera agrediendo, sino que da la impresión de ser una persona superficial, que nunca ha sentido ni sufrido de verdad, y que no ha aprendido nada de la vida.
LA BURLA DEL SEXO EN LA CANCIÓN
En los últimos tiempos han aparecido en las letras de ciertas canciones populares, frases en las que
se alude a estas realidades en forma de burla principalmente, en lo que se refiere al sexo.
Como lo sexual es una parte muy importante de la personalidad, cualquier ser humano equilibrado y maduro sabe que debe ser tomado —y cantado, si se quiere— con seriedad y delicadeza. En estas
letras, sin embargo, se percibe una especie de grosería pueril: desde el hecho de hablar sobre
el sexo como de algo totalmente independiente del amor —filosofía:
"Lo hago, porque siento ganas, y no porque te quiera"—, hasta el de cortar una palabra por la mitad y dar los elementos necesarios para que el público la "complete" mentalmente..., por supuesto, con malicia.
Hay por ahí quienes opinan que esto es "humorismo". Sin embargo, esas canciones no parecen llevar una intención "humorística", pues el humorismo critica ciertas actitudes incoherentes o falsas que la sociedad suele asumir frente a las "realidades" de las que hablábamos, como el caso del sexo; pero nunca
a una de esas realidades en cuanto a sus características de hecho natural. Tales canciones,
en cambio, hacen alusiones directas o indirectas a estos hechos naturales, como si su propia
existencia fuera motivo de risa.
Están en la misma posición del niño a quien sus compañeritos de escuela han informado sobre cómo "se tienen" los bebés —ni discutir que ésta no es, precisamente, la forma más adecuada en que un chico debe recibir información sobre el tema—, y que se lo pasa hablando y haciendo dibujitos al respecto, para hacer notar que él ya es "vivo".
Quienes producen y defienden este tipo de "humorismo" mal entendido, usan todavía otro argumento más:
"Si esas canciones no te gustan, no las oigas. Con apagar la radio, listo". Pero sucede que muchas veces se quiere escuchar un programa informativo, o de entretenimientos, y entre las tandas comerciales o como "música de fondo" se escucha la canción que no tenemos ganas de oír.
Y si apagamos la radio, se nos va a bombardear con el mismo disco en las confiterías bailables, en los
salones de los clubes, en los parques de diversiones... Se lo siente como una imposición, como si realmente se nos "obligara" a escuchar. Y no solamente cuando el tema tratado —o maltratado— es el sexo.
CUANDO LA "ALEGRÍA" QUIERE IMPONERSE A GOLPES
Hace poco. Palito Ortega, que trató de caracterizarse siempre por una línea "no agresiva", que hacía pensar en "las cosas lindas que tiene la vida" y quitaba las arrugas de preocupación de las caras malhumoradas; sacó una canción —dirigida, por lo visto, a probables "enemigos de las cosas lindas"—
cuya letra parece contener, sin embargo, una insolencia nada sedante. Dice: 
"Si no te gusta
que la gente esté contenta,
sí no te gusta ver feliz a los
demás, tirate al río en la
parte más profunda, y
después, cuando te hundas,
si querés, podes gritar".
Dejando de lado el error gramatical —debe decirse, "ver felices a los demás"—, vamos a analizar el contenido, en apariencia inexplicable.
El origen de estas cuatro líneas, menos inofensivas de lo que parecen, hay que buscarlo en una actitud
muy difundida desde hace algunos años entre los que manejan este tipo de música popular.
Cuando se les señalan sus errores, el argumento favorito que utilizan para defenderse es: "Quienes se ponen en contra de nuestra música, son personas amargadas, a |as que no les gusta que la gente se sienta feliz".
Con ese pretexto, cultivan en sus canciones un optimismo fácil, de lugares comunes, que sería menos chocante si no estuviera acompañado por ese deseo agresivo de, imponer, más que los temas por sí mismos, la idea fundamental en que se basa su creación; que esa letra ramplona es "lo único que el público entiende". Parece que tuvieran miedo de llegar a descubrir alguna vez que "el público" también quiere otras cosas, y se erigen entonces en defensores de "la gente sencilla", que "no tiene ganas de llenarse la cabeza con problemas", contra los "intelectuales", que "todo lo ven negro".
De ahí la frase —dirigida, sin duda, a estos "intelectuales"—:
"Sí no te gusta que la gente
esté contenta..., tiráte al río
en la parte más profunda,
y después, cuando te hundas,
si querés, podes gritar".
El credo filosófico —por llamarlo de alguna forma— que esta expresión trasunta, es el mismo de quien
dice: "Si estás contento, soy tu amigo; si no, arréglatelas solo".
Se asemeja a la actitud de ese compañero inoportuno que todos conocemos, muy divertido, tal vez, para ciertas ocasiones; pero que llega a cansar con su manía de tomarlo todo por el lado de la superficialidad
y la burla: ese compañero que el día en que estamos perturbados por la noticia de un grave accidente, o que nos ponemos a reflexionar sobre alguno de los serios problemas que aquejan al mundo actual, nos da sonoros palmetazos en la espalda y nos grita: " ¡Déjate de macanas y reíte, amargado!"
Sin entrar demasiado en el análisis de este tipo de individuo "que siempre está riéndose" —hay quienes opinan que dicha clase de personas es la más "amargada" de todas, porque ni siquiera tiene la valentía de aceptar lealmente la existencia de la tristeza y el dolor—, debemos reconocer que la imposición violenta sobre los demás de algo tan momentáneo y personal, revela poca delicadeza de sentimientos.
Porque la persona de sentimientos poco delicados es la que cree que los otros deben adaptarse siempre a su estado de ánimo: gustar de lo que a ella le gusta en ese momento, reírse de lo que a ella le causa gracia, etcétera. Y la que cuando no la siguen, se enfurece. Es cierto que lo que se proponen los artistas es principalmente trasmitirnos sus emociones, de modo que lleguemos a "sentir" a un tiempo con ellos. Pero los verdaderos artistas lo hacen de una manera sugestiva, para que vayamos entrando poco a poco en el ámbito al que desean llevarnos, sin la impresión de ser "tironeados" ni de realizar esfuerzo alguno. El artista "invita", no "fuerza", y mucho menos llega a adoptar una actitud" de amenaza hacia quienes —y es natural que siempre los haya— no se encuentren en condiciones de experimentar lo mismo que él. No hace hincapié en esa probable cuota de rechazo ajeno, porque está seguro de que habrá otros que sabrán captar su mensaje, y porque entiende que nadie, por más capacidad de sugestión que tenga, puede considerarse dueño y señor absoluto de la sensibilidad de los demás.
Nora Pflüger
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