ONGANÍA: MES 40, HORA CERO
Los estadistas operan sobre las grandes líneas de los procesos históricos. Los conductores políticos, sobre las situaciones de coyuntura. Los jefes militares, en operaciones sobre las crisis, cuya única salida es la violencia, cuya única solución final es el sometimiento (o el desarme) del enemigo. A lo largo de casi 40 meses la conducción oficial argentina recorrió ese camino.
El paso del estadista al político fue gradual, casi imperceptible. Pero el acceso al terreno militar fue brusco: una reunión —fraccionada en dos— de 10 horas de duración del Consejo Nacional de Seguridad en pleno (jefe del Estado, 4 de los 5 ministros —por viaje del canciller—, los tres comandantes en jefe, 4 secretarios de Estado —Trabajo, Educación, Informaciones, del CONASE— y otros tantos gobernadores, los de las críticas provincias de Buenos Aires, Tucumán, Córdoba y Santa Fe) marcó, el jueves último, ese paso.

 

 

 

 

 

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"Si vis pacem, para bellum" (sí quieres la paz, prepárate para la guerra) se decían, unos a otros, los latinos. "Mostrar las armas para no tener que usarlas", decían los teóricos del militarismo prusiano. Exactamente eso aconsejó al Comando en Jefe del Ejército el Estado Mayor, en un memorándum previo a la reunión del CONASE, avalando la tesis de anunciar una violenta respuesta oficial. Con excelentes resultados: al día siguiente de emitida la resolución presidencial adoptada en el CONASE (de una dureza sin precedentes en los documentos oficiales) la conducción obrera producía un levantamiento (incondicional) de la medida de fuerza y concurría, serenamente, a entrevistarse con el jefe del Estado en la Casa Rosada.
Fueron los momentos críticos de la semana pasada: en torno de ese vértice (y vórtice) giraron actitudes, posiciones y previsiones de empresarios, sectores del gobierno, militares, gremialistas. Todos los supuestos del actual régimen fueron puestos sobre el tapete: la política económica, la apertura del tiempo social, el diálogo, el destino de las paritarias, el futuro de los precios y salarios y de la normalización sindical, la trabajosa política de alianzas que tejen algunos funcionarios. Los hechos más salientes fueron los siguientes:

La huelga general
Los estrategas sindicales tenían prevista la realización de un paro nacional inmediatamente después del 20 de octubre, cuando —presumiblemente— los primeros laudos de la Secretaría de Trabajo sobre aumentos salariales marcaran el tope (circa 10 por ciento) no enunciado pero establecido en la política oficial de precios y salarios. Pero el desarrollo del conflicto ferroviario y el estallido de violencia centrado en Rosario dos semanas atrás, precipitaron la actitud gremial.
Una medida del gobierno, la detención (aplicando Estado de Sitio) del profeta gráfico Raimundo Ongaro, contribuyó a acelerar la crisis. Porque mientras de alguna manera la conducción del gremialismo radicalizado fincaba en los dirigentes nacionales de la CGT de Paseo Colón el proceso estaba, relativamente, controlado por el interjuego de tendencias en su seno. Pero desaparecida esa conducción nacional tuvieron mucha más preponderancia (en estos momentos casi exclusiva) las direcciones provinciales. Cuyas características básicas son: a) menor grado de compromiso con las fuerzas sindicales y políticas existentes; b) necesidad de pasar a primer plano por la sistemática postergación a que fueron siempre sometidas; c) que operan, en muchos casos, sobre una situación objetiva extremadamente crítica; d) que no deben enfrentar las mismas trabas (peso tanto del aparato sindical como del gobierno) que limitan, en Buenos Aires, la acción del gremialismo radicalizado; e) que tienen un contacto mucho más directo que el existente en el nivel de federaciones con las bases obreras.
Este proceso, que se expresó con espectacularidad en Rosario y Córdoba a lo largo de mayo (ver Panorama números 107 a 110), volvió al centro de la dinámica política en Rosario. Con otro elemento nuevo: a lo largo de casi 3 años de intervención sobre el gremio ferroviario fue surgiendo, entre los trabajadores del riel, un aparato organizativo de bases similares al de la resistencia peronista de 1955 a 1959. Con diferencias político ideológicas: una mayor influencia de la Izquierda y de la doctrina social de la Iglesia posconciliar. Y con un elemento que la sustraía al control oficial: la carencia de una estructura orgánica —como es un sindicato— con la que fuera factible una negociación razonable. 
Una semana atrás esta presión del interior alcanzó fugaz éxito: la "Comisión de los 20" declaró un paro general activo de 36 horas, con abandono de fábricas y concentración en puntos predeterminados de las ciudades. Sobre el gobierno se cernió la posibilidad de que el cordobazo resucitara. Pero a 20 minutos de la Casa Rosada.
Los sindicatos participacionistas habían solicitado una entrevista al jefe del Estado, alertados sobre un posible endurecimiento del gobierno. El martes habían convocado a un plenario para decidir la actitud sobre el paro. En ese momento recibieron un llamado telefónico de la Presidencia notificándoles que la audiencia les había sido concedida para el día siguiente. Resolvieron hacer un paro (pero pasivo, de 48 horas) postergando el anuncio por razones de protocolo: no podían ver al jefe del Estado con la noticia en los diarios.
La entrevista les demostró lo acertado de ese proceder. Aunque convinieron con Juan Carlos Onganía no dar a publicidad lo que éste les había dicho, sí lo notificaron a sus conmilitones. Quienes dejaron trascender el siguiente resumen de la conversación: 
• Gremios (vestido, José Alonso; vitivinícolas, Ángel Peralta; cuero, Isaac Negrete; aceiteros, Juan Rosales; espectáculo público, Pedro Álvarez): a) coincidieron con "los 20" en el diagnóstico de la situación pero no en la terapia; b) señalaron que los trabajadores nada tienen que ver con pillajes e incendios; c) pidieron modificación de la política económica, 20 por ciento de aumento de emergencia, libertad a los presos gremiales, levantamiento de las paritarias por ineficaces, reemplazo de éstas por una comisión nacional tripartita, coordinar la tarea de las provincias, diálogo con todos los sectores representativos; d) formularon advertencias: si no hay respuesta adecuada, el movimiento obrero será captado por la izquierda.
• Presidente; se mostró sereno, pero inflexible. Señaló que en todo proceso revolucionario hay que pagar un costo: se opera quirúrgicamente y se avanza. Dijo que la respuesta oficial se extendería a todos los gremios que participen en el paro, incluso a los de la Nueva Corriente de Opinión que harán huelga pasiva por 48 horas. Insistió en que la política económica es vital para el cambio de estructuras. El endurecimiento oficial tuvo el efecto previsto: ablandó a los dirigentes sindicales nacionales, aun antes del draconiano comunicado del CONASE. Parecía tarde: el paro ya estaba lanzado.

Gorriones comen gavilanes
El ruido de fierros que produjo el comunicado del CONASE tuvo su efecto sobre los dirigentes gremiales: inmediatamente se destacaron dos tendencias:
• Gavilanes: Miguel Gazzera (fideero), Julio Guillán (telefónico), Avelino Fernández (metalúrgico), Eustaquio Taco Tolosa (portuario), con respaldo del secretario del peronismo, Jorge Cacho Paladino y de una carta de Juan Perón, llena de frases apocalípticas, proféticas, hermenéuticas y pirotécnicas: "ya no nos deben asustar con el cuco del comunismo —rezaba— ... no hay que bajar la guardia". Algunos gavilanes agregaban otra frase, aún más quemante: "si es necesario, incendiaremos el país por los cuatro costados". 
• Gorriones: Vicente Roque (molinero), Luis Guerrero y Roque Azzolina (metalúrgicos) , Gerónimo Bigotes Izzetta (municipal), Maximiliano Castillo (vidriero), Fernando Donaires (papelero). A este grupo se agregó, la última semana, Félix Pérez (electricista). Estaban avalados por (otra) carta de Perón; "golpear, pero no tanto, y negociar. Este grupo aceptaba —antes del viernes— realizar el paro por temor a perder el control de las bases, pero buscaba puntos de conciliación.
El miércoles iniciaron su peregrinación hacia la cúspide: ese día algunos gorriones viajaron a La Plata. Allí solicitaron al gobernador Saturnino Llorente y a su subsecretario de Trabajo, Roque Grunauer, que intercedieran para obtener una audiencia presidencial. Llorente se comprometió a trasmitir el pedido en la reunión de CONASE, sin acompañar recomendación propia. Esa misma noche, a las 24, comunicó la respuesta: el presidente exigía el previo levantamiento del paro. Al día siguiente —jueves— insistieron ante el obispo de Avellaneda, monseñor Antonio Quarracino. El resultado fue idéntico.
A partir de allí, las tratativas se hicieron febriles: Grunauer viajó desde La Plata y se aposentó en la Casa de !a Provincia de Buenos Aires, cerca del Congreso. Los gorriones volaron a verlo, pero invitaron a un semigavilán (sanitario Rafael Coronel). Este le comunicó la novedad a Gazzera. Quien providenció un grupo de estudiantes que se concentró frente al local gritando "traidores". Los gritos alarmaron a la policía, que dispersó a los grupitos. San Sebastián se enteró y —se dice— lo comunicó a! comandante en Jefe Alejandro Lanusse. Lanusse a Señorans (jefe de la SIDE). Este a Imaz y le dijo que pusiera término a la reunión, recordándole la resolución del CONASE. Así se hizo.
Los 20 se dividieron: los gorriones anidaron en Molineros (México al 2 mil) y los gavilanes en Sanidad (Saavedra al 100). El primer grupo recibió amenazante llamada telefónica: "o van a la huelga, o los vandorizamos", fue el eufemismo que debieron escuchar.
Más convincentes fueron las palabras pronunciadas por el secretario de Difusión y Turismo, Luis Máximo Premoli, en una reunión realizada el mismo jueves a la que asistieron Rafael Coronel, Vicente Roque y Juan José Racchini (aguas gaseosas); el coronel les ofreció una entrevista con Juan Carlos Onganía en la que se podrían considerar algunas soluciones a los reclamos obreros a cambio de levantar la medida de fuerza. Al mediodía del viernes, en la sede capitalina de los metalúrgicos (Hipólito Yrigoyen y Muñiz) los máximos dirigentes de las "62 Organizaciones" escucharon la propuesta. Con un agregado, que hizo Rafael Coronel: "las Fuerzas Armadas —dijo— se han reunificado para reprimir".
Hubo cuatro oposiciones, seis abstenciones y un violento retiro: el de Miguel Gazzera. Los restantes presentes asintieron. Un poco más tarde la "Comisión de los 20", convocada en el local de Sanidad, oficializó el acuerdo: se trataba de un intento de encontrar solución al conflicto, argumentaron. Agustín Cuello (telefónico) amenazó con renunciar, y Alberto Horvat (trabajadores estatales) propuso que sí se trataba de una negociación de alto nivel la considerara directamente Juan Perón. Ambos fueron desoídos. Los gorriones habían recibido un significativo apoyo: la asamblea de presidentes de seccionales de La Fraternidad resolvió el levantamiento de las medidas de fuerza en las seccionales que aún se encuentran en conflicto (línea FCGBM). El paro nacional fue levantado y 13 de los "20" concurrieron a la Casa Rosada.

Halcones comen palomas
Que el Consejo Nacional de Seguridad haya necesitado 10 horas de deliberaciones para adoptar la línea dura indica que la opinión, al respecto, no era unánime. Allí también había dos sectores:
• Halcones: básicamente constituido por los comandantes de Ejército y Marina, avalaban las posiciones del memorándum preparado por el Estado Mayor. Este aconsejaba: no transar en la cuestión salarial y demostrar una posición de fuerza, eliminando la indecisión que podía atribuirse al gobierno. El jefe de la SlDE, Eduardo Señorans, adhería a esa política, que finalmente ganó, también, al presidente.

* Palomas; su exponente más notorio fue el comodoro Roberto Huerta, gobernador de Córdoba. Quien sugirió decretar un feriado nacional los dos días para los que estaba anunciado el paro. El secretario de Trabajo, Rubens San Sebastián, proponía lanzar concesiones en el terreno salarial, pero acompañarlas por una escalada (en principio de notificaciones) sobre los sindicatos: a)
exigirles que ratificaran la declaración del paro y aclararan qué organismo la aprobó; las Intimaciones fueron remitidas; las ratificaciones serían contestadas con: b) congelación de fondos; c) retiro de personerías; d) paralización de paritarias; e) intervención a la entidad, en caso de violencia protagonizada por dirigentes o sectores del sindicato. San Sebastián, además, amenazó con presentar su renuncia: la idea fue rechazada de plano tanto por el jefe del Estado como por el comandante de Ejército. Motivo; cuidar la imagen de unidad del gobierno ante la intensa presión gremial.
Triunfó, luego de arduas deliberaciones, la línea dura. Que no sólo se expresó en el comunicado (síntesis: se emplearán armas contra las manifestaciones, la violencia será reprimida sin contemplaciones, no se escucharán requerimientos extragremiales) sino también en la posibilidad de algunos alejamientos de funcionarios. Entre ellos Valentín Erundiano Suárez, delegado normalizador de la CGT, por no haber providenciado medidas (intervención a regionales conflictivas de Córdoba, Rosario y Tucumán) para evitar las presiones del interior. 
El ministro de Economía fue consultado el viernes (ya estaba en Washington, en la reunión del FMI) sobre la posibilidad de hacer concesiones salariales. Su respuesta, recibida por cable en el Ministerio, fue categórica: nones. Sin embargo, en medios gremiales se especulaba con eventuales aumentos (generales, por decreto, uniformes) y postergación de las paritarias hasta marzo para discutir aspectos sociales y escalafonarios. Otro decreto otorgaría un 2 por ciento general para obras sociales.
Los empresarios, por su parte, se palomizaron solos: a las 14 del viernes un dirigente de la UIA confirmó (extra-oficialmente) a Panorama la decisión de realizar un lock out de 48 horas coincidente con la medida obrera. Casi simultáneamente con los obreros ingresaron a la Casa Rosada para entrevistar al ministro del Interior. Objetivo: informar al gobierno que el lock out no era de oposición a la política oficial sino destinado a desmantelar la táctica de concentración marcada por "los 20" y proteger bienes y personal.
Luego de una hora con el ministro, el presidente de la UIA, Elbio Coelho, declaró a los periodistas que habían solicitado (y obtenido) seguridades para los bienes empresarios y el personal. Además, que el ministro les habría afirmado que creía que nada ocurriría en los dos primeros días de octubre. Lo que había sucedido: poco antes de ingresar al despacho de Imaz se difundió la noticia del levantamiento del paro.

La voz del interior
La decisión de "los 20" sorprendió a sus pares provincianos. Mientras ya se estaba realizando la entrevista con Juan Carlos Onganía, en algunos de los centros críticos sólo había versiones de un posible ablandamiento de la posición gremial. En general, la actitud provincial era de incertidumbre: se reproducían, en el interior, las mismas tendencias que escindieron al gremialismo nacional.
Al cierre de esta edición en los tres focos críticos (Rosario, Córdoba, Tucumán) no se había tomado una determinación. Pero ya cobraba cuerpo una idea que muchos dirigentes provinciales se plantean desde hace tiempo: la necesidad de montar una estructura cegetista que prescinda de sus tradicionales comandos porteños.
En Tucumán, la noche del viernes, José Antonio Ferrara (delegado regional de la CGT recientemente unificada bajo la hegemonía de las 62) declaró a Panorama: "No tenemos información oficial, pero nos pronunciaremos, casi con seguridad, de acuerdo con "los 20". Tengo entendido que existe un ofrecimiento presidencial de poner fin a las paritarias, conceder un aumento general por ley y liberar a los presos gremiales y políticos".
En Córdoba, la decisión final fue adoptada por un plenario cegetista que se reunió en la mañana del sábado último. Los elementos que allí se manejaron fueron los mismos que en Tucumán. Los ongaristas se manifestaban decididos a sostener el paro, aunque la mayoría opinaba que "si Córdoba queda sola, no va". Estas diferencias pueden ser el origen de una nueva escisión de la central obrera cordobesa.
En la noche del viernes se reunió, en Rosario, el plenario de secretarios generales de la CGT. Carecía —igual que las otras regionales— de información oficial. Los más avanzados dirigentes locales advertían la voluntad de mantener el paro general sobre un fondo de incertidumbre. Pero de hecho, la fuerza de los gavilanes se había debilitado notoriamente.
Después de dos horas de conversación, los gremialistas salieron del despacho presidencial y solo el molinero Vicente Roque aceptó responder a la requisitoria periodística. Confió en que el paro sería levantado, aunque dejó librada la efectivizacíón del retroceso a sus colegas secretarios generales que los aguardaban en la sede capitalina del gremio municipal, en Rivadavia y Campichuelo.
Pudo saberse que los gremialistas habían replanteado al presidente los cinco puntos de "los 20" y que Onganía hizo hincapié en el problema de la infiltración subversiva que busca aprovechar las medidas decretadas por los sindicalistas. Para evitar confusiones éstos se ocuparon de dejar prolijamente deslindada su responsabilidad y de remarcar —como acto de fe— su voluntad de levantar la medida.
En la tarde del viernes la actitud del gobierno pasó, retrocediendo, de la tesitura estrictamente militar a la política. Pero la línea divisoria que separa ambos campos aparece, cada vez, como más fácil de franquear. De todos modos el estallido fue postergado: de las tratativas de los próximos días dependerá su definitiva dilución.

Síntesis y perspectivas nacionales
LA DÉCADA DE LOS SESENTA: EXAMEN DE CONCIENCIA
Una Argentina preocupada se interroga hasta qué punto la tensa situación actual es fruto de deliberada acción, o sea de grupos extremistas o simplemente golpistas, o bien responde a causas más profundas, inmediatas o lejanas. Es posible que el repaso de los hechos proporcione la buscada clave. En todo caso, esos mismos hechos han sido abundantes y significativos.
Al finalizar diciembre habrá concluido también la década de los años 60, con toda su carga histórica. En su trascurso se han sucedido en el poder cuatro presidentes (Frondizi, Guido, Illia, Onganía), una cantidad difícilmente registrable de comandantes en jefe de cada una de las tres armas y nada menos que una docena de ministros de Economía (Alvaro Alsogaray —dos veces—, Roberto Alemann, Coll Benegas, Jorge Wehbe, Federico Pinedo, Alfredo Martínez de Hoz, Eugenio Blanco, Pugliese, Jorge Salimei, Adalbert Krieger Vasena, Dagnino Pastare).
La década se caracterizó por repetidos hechos golpistas, algunos con inusuales características. A pocos días de la caída de Frondizi salieron los tanques a la calle, en un ensayo general de lo que serían duros enfrentamientos (conatos de guerra civil) ese septiembre y al abril siguiente. También por la violencia en las luchas sociales. En diciembre de 1961 los trabajadores ferroviarios mantuvieron un paro de actividades que se prolongó por más de 45 días. En 1963, algunas organizaciones obreras prestaron apoyo logístico a los militares "azules" que enfrentaban a los "colorados". Durante el gobierno de Illia hubo plan de lucha con ocupación de fábricas. Desde mayo de este año la acción directa, a partir de huelgas que comienzan a media jornada para facilitar la concentración rebelde, instauró la violencia en las calles.
En este ajetreo, el país cumplió un ciclo en el que abundan más las frustraciones que las realizaciones. El crecimiento de la población mantiene una tendencia estacionaria (la más baja de América del Sur) y el Producto Bruto crece con pavorosa parsimonia. Se estima que el promedio anual, al concluir la década, será, por habitante, de sólo 1,2%, cuando la tasa mínima necesaria para evitar un mayor atraso en relación a las naciones adelantadas debiera ser del 2,50%. El peso ha perdido valor y de los 83 por dólar de su cotización en aquel año ha llegado a los 350 actuales.
La industria básica que fue declarada prioridad al comenzar el decenio mantiene una marcha contradictoria. Hacia 1963 se logró el autoabastecimiento petrolero, ahora cuestionado. En cambio, la industria petroquímica tuvo formidable impulso, aunque trabaja por debajo de su capacidad instalada. La batalla del acero, comenzada hace un cuarto de siglo, sigue el lento trámite, postergando cada lustro el logro de metas establecidas hace tanto tiempo.
La década vio crecer la industria de automotores y la de maquinarias agrícolas; pero mientras la primera sigue en creciente auge, la otra se encuentra en franco retroceso. Quizás como efecto de la detención registrada en la producción agropecuaria.
Una pauta que refleja bien las insuficiencias que se revelan a lo largo de estos años la dan los intentos fallidos. No prosperó hasta ahora la tentativa de autoabastecer al país de papel de diarios, ni pudo ponerse en marcha una industria crítica, como la de la soda solvay, y sigue en tentativa la elaboración de aluminio. Por mucho que se declama contra la concentración en el área porteña, ésta sigue aumentando, y cuando se planea un polo de crecimiento integrador, como El Chocón, también lo devora el litoral.
Un examen de conciencia nacional en torno de este proceso que va de lo político y lo militar a lo social y lo económico puede sacar de su preocupación al país. Habrá que meditarlo, antes de caer en nuevos enfrentamientos.
revista Panorama 
30/09/1969

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Onganía


Lanusse-Gnavi-Martinez Suviría, los tres comandantes en jefe


José alonso y dirigentes del NCO