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pie de fotos
-Distinta velocidad, igual meta
-Un collar de bicicletas, rifles, paraguas, huesos, lámparas, taxis...

 

 

—¿Y con éste qué hacemos? Se va a morir,..
—¡Qué sé yo! Déjalo ahí hasta que venga el comisario.
Dos agentes de policía le clavaban la mirada desde la sala de guardia. Cuando llegó, el comisario quedó estupefacto. Supo que lo habían encontrado en un tranvía de la línea 10, cerca de Plaza Italia. El pingüino les devolvía las miradas con la misma extrañeza, refugiado en su pequeña jaula. Estaba preso dos veces. Después, lo llevaron a la sección Depósito Policial, junto a los objetos olvidados, pero a las tres horas apareció su dueño: un marinero que esa mañana había regresado de la Antártida. Y se lo llevó.
Esto sucedió hace diez años y fue considerado hasta ese momento como el caso más curioso en la historia de los objetos perdidos. Empero, a los pocos meses, otro tranvía registraba un olvido más valioso: envuelto en un atado de ropas, un bebé dormitaba plácidamente sobre uno de los asientos. Sus padres, recriminándose mutuamente, lo tuvieron que rescatar en la oficina de objetos perdidos de Transportes de Buenos Aires.
La misma dependencia albergó, en 1959, la espada de un General del Ejército Argentino, encontrada en un coche del subterráneo que une Plaza de Mayo con Primera Junta. Tras una inusitada investigación policial, el caso quedó aclarado cuando ese General se presentó a reclamarla: "Se descompuso mi automóvil particular cuando volvía del ministerio. Eran las doce de la noche y tomé el subte. Para descansar mejor aflojé la espada y... me la olvidé."
Estas tres historias pertenecen al sector de los olvidadizos identificados. Otras, en cambio, se acumulan en los ficheros policiales: un sumario judicial cuenta la muerte de cada objeto perdido al que nadie retiró. No se sabrá jamás, ni por qué, ni cómo se extraviaron o cuál era el nombre de su propietario. Quedarán sepultados en el cementerio de los olvidos hasta que una resolución judicial decida su remate o incineración.

Los despojos mecánicos
El Depósito Policial, que funciona en la calle Bolivia 535, guarda decenas de bicicletas, cientos de paraguas y millares de pelotas de fútbol, la mayoría de goma. El comisario a cargo del depósito, Juan José Aguilar, explicó que "el caso de las bicicletas olvidadas es increíble, pues diariamente reciben una o dos unidades".
"Claro que nunca es tan inexplicable como el de aquel señor que perdió esta motocicleta." Recostada junto a una pared del galpón, el rojo brillante del tanque de nafta delataba un buen trato. "Posiblemente alguien la haya robado y se vio obligado a dejarla. Pero si el damnificado hubiera hecho la denuncia, ya tendría la moto en su casa", aclaró Aguilar.
Cerca de la motocicleta, una Siam Lambretta, semidesarmada y ennegrecida, yacía desplomada sobre el piso de baldosas. "Está aquí después de dormir tres meses a la intemperie, gracias a que alguien avisó a la policía", dijo el oficial inspector Oscar Mauricio Foppiano.
Otro universo curioso es el de las radios portátiles. "Los transistores empequeñecieron a estos aparatos y los hicieron cada vez más cómodos y más fáciles de perder." Junto a esos cajones, un collar de ruedas de automóvil exhibe la despreocupación argentina por rescatar repuestos costosos. El centro del galpón descubre los respaldos y los brazos de dos divanes, embalados en esqueletos de madera y precintados, listos para ser despachados por ferrocarril. Sin embargo están allí, sin destinatario ni remitente,
"Aquí hay una tapa de cocina, esto es una balanza desarmada y aquello un corte de género", dice Foppiano. Pero detrás de todo eso, en el fondo, un carrito de frutero, recién pintado y engrasado espera, inclinado sobre las varas, a que su dueño venga a sacarlo de allí. Un cochecito de bebé, plegado, lo acompaña en su encierro.

Fémures y dinero
"Hay una clase de olvido que depositamos en otro lado: el dinero. Los monederos femeninos generalmente abastecen la cuenta bancaria de esta repartición. Aunque a veces ocurren cosas insólitas, como aquel niño que entregó a un agente 70 mil pesos, hace pocos meses. Todo está allí, bien guardadito y con un sumario archivado", dijo Aguilar.
Otro depósito policial, ubicado en los sótanos de una comisaría céntrica (la seccional 5ª), guarda más bicicletas, más neumáticos y más motocicletas. Pero también registra algunas exclusividades: un fémur y un sable de caballería. Heladeras, lavarropas, máquinas registradoras y motores, permanecen allí en carácter de "aseguración de bienes", pues pertenecían a personas fallecidas, sin familiares, cuyos efectos quedaron en custodia en manos de la policía.
Los hallazgos (bajo ese rubro se clasifican los objetos perdidos) están protegidos por la justicia de paz (si su valor no excede los 50 mil pesos) o la justicia civil. Esta decide, transcurrido un tiempo prudencial, nunca inferior a seis meses, su remate en caso de no aparecer quienes puedan demostrar su propiedad. El dueño debe atestiguar de alguna forma, y explicar cuándo perdió el objeto, dónde y cómo. Si esos datos coinciden con el expediente inserto en el sumario, podrá retirarlo. De lo contrario, ingresará al lote de la subasta y lo recaudado se dividirá, por partes iguales, entre el Consejo Nacional de Educación y la Municipalidad de Buenos Aires.

Los desconfiados
El promedio de personas que visitan el depósito en busca de objetos perdidos es mínimo en relación con los efectos guardados. En lo que va del año, no llega a cincuenta el número de reclamos. Desproporcionado, sí se tiene en cuenta que en un mes la policía es capaz de recoger 28 muñecos de paño lenci, un televisor, 4 tocadiscos portátiles, una caja repleta de pulverizadores, un muestrario de lana, diez juegos de ludo, empaquetados, y 21 chapas dobles, apiladas.
Desde enero hasta la semana pasada, los hallazgos suman 250: cinco veces la cantidad de reclamos anuales. "La gente es desconfiada; pierde algo y ni se molesta en hacer la denuncia. ¿Para qué? Total no va a aparecer, piensa. Sin embargo, está todo aquí", dice el comisario Aguilar.
Foppiano, que lleva nueve años custodiando el depósito, experimentó las sensaciones más extrañas: "Aquí tuvimos de todo. Hasta un cajón de muerto, que había caído de un camión, y un paquete con un esqueleto desarmado, que olvidó un estudiante de medicina." Pero el objeto de mayor tamaño fue un automóvil. "En 1959 fue hallado en la vía pública, extraviada, una chatita Essex, color gris, que dormitó 25 días en una esquina.
Fue rematada, Pero al poco tiempo encontramos un automóvil Dodge, 4 puertas, junto a la avenida General Paz. Su dueño se había emborrachado y lo dejó allí. Se pasó una semana averiguando dónde estaba, hasta dar con él"
La necesidad de crear un depósito de objetos perdidos nació en 1872, cuando la epidemia de fiebre amarilla dejó infinidad de objetos abandonados en la vía pública o en casas vacías. Se creó la Oficina de Depósitos en los sótanos del Departamento de Policía, pero sucesivas mudanzas determinaron la inauguración del actual edificio de Flores y la habilitación de depósitos anexos, como el de la seccional 5ª.
Ahora, los objetos olvidados desbordan galpones y sótanos. Conforman una necrópolis donde guitarras y acordeones, motonetas y tocadiscos, enmudecen sepultados bajo una capa de polvo. Sobre sus tumbas, una historia de olvidos va enhebrando un padrón anónimo: el de los desmemoriados.
PRIMERA PLANA
11 de mayo de 1965