CITA DE "VEDETTES" EN LA UN

Diez jefes de Estado, trece jefes de gobierno, cincuenta y siete ministros de Relaciones Exteriores y catorce miembros de gabinete se reunieron el mes pasado en la decimoquinta asamblea general de las Naciones Unidas a cuya organización ingresaron quince nuevos países. La presencia de Fidel Castro y Khrushchev, especialmente, motivó que se extremaran las medidas de precaución, las que durante tres semanas convirtieron a la isla de Manhattan en "zona prohibida". La asamblea sirvió para poner en evidencia el fervor libertario del continente negro.

 

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pie de fotos
-Nikita Khruschev y Fidel Castro
-Carteles contrarios a Khrushchev
-Tito, un renegado del bloque soviético
-Harold Macmillan
-Tito y Nkrumah, de Yugoslavia y Ghana
-Castro confinado a la isla de Manhattan
-Un gesto típico del discípulo del Mahatma Ghandi, Jawaharlal Nehru
-Nasser, Sukarno, presidente indonesio y el pandit Nehru, representantes del neutralismo

 

 

EL LAGO HENDERSON, en territorio norteamericano, cerca de la frontera canadiense, da origen a un río que, rumbo al Sur, hace un recorrido de casi quinientos kilómetros. A pocas millas de su desembocadura se divide en dos brazos, cuyas aguas vuelven a juntarse en una bahía abierta al océano Atlántico. 
El río en cuestión debe su nombre al navegante inglés que primero lo remontara —Henry Hudson, en 1609— y forma, en su último trecho, una isla que ha sido escenario, desde tres siglos y medio a esta parte, de importantes acontecimientos históricos: la isla de Manhattan, corazón de la ciudad de Nueva York.
Manhattan tiene una longitud de 21 kilómetros; en la parte más estrecha, mide sólo tres y medio. En 1613, los holandeses construyeron, en la costa, las primeras casas. En 1626, Peter Minuit, autoridad de Nueva Holanda —así llamaron a la joven colonia— compró a los indios la isla por el equivalente de 24 dólares en chucherías.
Cuando los pobladores alcanzaron el número de doscientos, la población recibió el nombre de Nueva Ámsterdam. La primera iglesia fue levantada en 1633; el Fuerte Ámsterdam, en 1635; el primer local destinado a las reuniones públicas, en 1642. En febrero de 1653, con una población de 800 personas, alcanzó el rango de ciudad y una pared ("wall", en inglés) fue levantada para protegerla. El camino que la bordeaba daría lugar a lo que ahora conocemos como Wall Street; el que llevaba al exterior ("abroad"), a la famosa avenida Broadway.
En 1789, finalizada la guerra de la independencia, George Washington, desde el balcón del Federal Hall, en la intersección de las calles Wall y Broad, prestó el juramento presidencial, dando comienzo a la historia de los Estados Unidos como país independiente.
En la actualidad, Manhattan es uno de los puntos más poblados del mundo. Nueve avenidas la atraviesan, paralelas al río; Broadway la cruza en diagonal; más de una docena de calles lo hacen en dirección Este-Oeste, En el medio, el Central Park ocupa varios kilómetros cuadrados.
El río Hudson conserva su nombre en la parte occidental de Manhattan, pero no en la otra, donde se lo conoce como East River. Sobre éste, en una extensión de siete hactáreas, está la sede de las Naciones Unidas. Desde la otra margen del río, se ven los edificios de la organización, entre los cuales resalta el de secretaría general, de 164 metros de altura, construido en vidrio y aluminio. Más de cinco mil ventanas reflejan, de día, la luz del sol; de noche, iluminan las aguas tranquilas, profundas del East River.

UN ESPECTÁCULO SIN PRECEDENTES
A mediados del mes pasado, se congregaron en Manhattan las personalidades políticas más importantes del mundo. A la reunión concurrieron 10 jefes de Estado, 13 jefes de gobierno, 57 ministros de Relaciones Exteriores y 14 miembros de gabinetes. El objetivo: la decimoquinta sesión anual de la Asamblea General de las Naciones Unidas.
La presencia de dichos personajes, amén de las características especiales de la reunión, dio lugar al espectáculo político más extraordinario de los tiempos modernos. Una circunstancia particular —el ingreso de quince nuevas naciones a la organización—y la situación general —recrudecimiento de la guerra fría, crisis de la entidad mundial— fueron las que motivaron esta movilización sin precedentes.
Durante tres semanas, el ritmo de la isla, uno de los más vertiginosos que los hombres conocen, puede decirse que llegó a ser alterado. Los 24.000 policías de la ciudad estuvieron acuartelados; brigadas especiales ocuparon, día y noche, puestos estratégicos; cientos de objetos movibles fueron retirados de las calles en prevención de las manifestaciones que, inevitablemente, se producirían.
El jefe de policía tuvo un incidente con la Congregación de Sabinos, que se quejó porque no se permitía a los guardianes del orden de esa religión asistir a la Fiesta del Perdón y al Año Nuevo. Para solucionar el conflicto fue necesario la mediación del alcalde Wagner, quien necesitó bastante paciencia basta dejar salvada la cuestión.
Los hoteles siguieron el ejemplo del Departamento de Estado, que había declarado indeseables a un grupo de visitantes a quienes prohibió ir más allá de los límites de la isla. Los principales afectados por la medida fueron Castro y Khrushchev; ella incluía, también, a los otros jefes de los regímenes comunistas, exceptuando a Tito. La razón alegada fue que el gobierno no podía responsabilizarse por la seguridad personal de todos ellos.

UNA PRISIÓN DE 36 MILLAS
Castro se hospedó con su comitiva en el hotel Shelburne. A las 24 horas lo abandonó, luego de gran escándalo y amenazando con ir a dormir al Central Park. "No le tenemos miedo al aire libre; estamos acostumbrados a él", manifestó.
Trasladado al hotel Therese, en pleno Harlem, al norte de la isla, allí se sintió a sus anchas, pues recibió entusiastas demostraciones por parte de negros y portorriqueños. Algunos intelectuales norteamericanos fueron a visitarlo. Después, el mismo Khrushchev se trasladó hasta sus cuarteles, precedido, rodeado y seguido por muchos periodistas de todos lados del mundo, con teléfonos y transmisores portátiles.
El abrazo que Nikita dio al jefe cubano fue repetido varias veces a pedido de los fotógrafos. Khrushchev estaba encantado. Manhattan tiene una superficie de 30 millas cuadradas, pero la prensa se encargó de enviar a los públicos de todo el mundo hasta el más ínfimo detalle de lo ocurrido.
Así lo reconoció el dirigente ruso cuando dijo, en medio de la calle, en mangas de camisa: "Herter y sus amigos han querido hacer de esta una ratonera internacional. Pero no se acuerdan de lo que pasó con la caja de Pandora".
Para los neoyorkinos, aquello fue, ciertamente, una caja llena de males. La policía había bloqueado el paso por determinados lugares y el tránsito sufrió mil percances. Motocicletas y coches patrulleros corrían continuamente haciendo ulular las sirenas.
Los peatones eran interrogados y palpados de armas cuando se acercaban a los lugares donde residían las delegaciones. Alguien recordó una vieja película de Hitchock, en la que un criminal mata a un diplomático con una pistola disimulada en una máquina fotográfica. Ello bastó para hacer imposible la vida a los reporteros gráficos. (Uno de ellos tuvo que abrir su cámara ante la policía dieciocho veces en un solo día.)
No faltó el hecho de sangre. Magdalena Urdaneta, una niña venezolana de nueve años, estaba con sus padres en un restaurante español cuando grupos de castristas y anticastristas se trenzaron en lucha. Las armas salieron a relucir. Hubo disparos y un hombre fue herido en un hombro; Magdalena, en la espalda. Dieciséis horas más tarde, falleció. Quizá a causa de alguno de los males escapados de la caja de Pandora.

BLANCOS, MARRONES Y NEGROS
Aunque los grandes titulares periodísticos estuvieron casi siempre dedicados a Fidel Castro, Khrushchev y Eisenhower, la historia sólo recordará la decimoquinta asamblea de la UN cuando se refiera al despertar de los pueblos del Continente Negro.
Diecisiete países —dieciséis de ellos africanos— fueron admitidos en las Naciones Unidas este año. Con ellos, el número de africanos y asiáticos asciende a 45, es decir, casi la mitad del total de 97 miembros con que cuenta la entidad. Unidos a los latinoamericanos (20 naciones), podrían formar un solo grupo, identificados por su condición de subdesarrollados, el cual predominaría en la asamblea general y estaría en condiciones de imponer un determinado criterio.
No hay, por ahora, sin embargo, posibilidades de que esto ocurra. Para que así fuera, todas estas naciones tendrían que alistarse en el campo neutral. Latinoamérica, en la órbita de los Estados Unidos, no tiene perspectivas de hacerlo, aunque cada día es mayor la adhesión que ciertos grupos del continente profesan por una política no comprometida.
En cuanto a los asiáticos y africanos, su actitud es diferente. En principio, ellos están, salvo excepciones, por el neutralismo. La declaración de Sylvanus Olypio, primer ministro de Togo, no deja lugar a dudas: "Nuestro propósito es no estar implicados en el conflicto entre las grandes potencias".
Pero esto tampoco significa aislacionismo y, mucho menos, rompimiento. Por el contrario, la conducta que, las nuevas naciones, van a seguir es de estrecha cooperación con quienes puedan ayudarlos en su desarrollo económico y cultural. 
Además, no existe, entre ellas mismas, una unidad que les asegure la actuación unánime. Las hay con gobiernos de izquierda —Guinea, Sudán, Marruecos— y otras identificadas, en alto grado, con las viejas metrópolis: el caso de algunas que pertenecen a las comunidades británica y francesa, entre otras.
Una publicación norteamericana señalaba, hace poco: "Tito, que sueña con encabezar el bloque neutral, no logra hacer olvidar su doble condición de blanco y de comunista. Nasser, que ni siquiera logra la conducción del mundo árabe, juega con la idea del liderazgo africano, que es un sueño acariciado desde hace mucho por Nkrumah. Incluso Nehru, de la India, el neutralista por excelencia, es mirado últimamente por los jóvenes dirigentes africanos como una figura asiática sin mayor competencia en las cuestiones africanas que la que pueda tener en las europeas".
"En cuestiones concretas, votarán unidos o divididos, de acuerdo con las circunstancias y el tema de que se trate. El caso de Argelia, por ejemplo, unirá a todos, que condenarán a Francia en bloque; en otras cuestiones, razones de peso llevarán a los africanos a votar con Francia y Gran Bretaña contra la Unión Soviética. El ingreso de China los ha dividido, en las dos asambleas anteriores, en la siguiente forma: 13 ó 14 naciones votaron por la admisión; 11, en contra; y 4 se abstuvieron."
No faltan tampoco las ambiciones naturales de ciertos dirigentes por encabezar movimientos ideológicos o políticos que arrastrarían a grupos de naciones en una u otra dirección. Y, como siempre, a estas aspiraciones se oponen otras similares. Kwame Nkrumah, que aspira a dirigir personalmente a todos los pueblos africanos, ha suscitado el resentimiento de los países árabes al reconocer el Estado de Israel y recibir asistencia técnica y asesoramiento militar de los judíos. Las declaraciones que hizo en la reciente asamblea de la UN sobre la necesidad de "reconocer la realidad" —referíase a la existencia de la nación hebrea— no hicieron sino aumentar el descontento ya latente.
Sea como sea, y descontando la inexperiencia de estos jóvenes neutralistas que van a enfrentarse con viejos maestros de la diplomacia, es innegable que la presencia de los africanos en las Naciones Unidas representa algo nuevo y quizá esperanzador. Por muchos años, la guerra fría redujo a la UN a facciones rivales, procomunista la una y anticomunista la otra, y algunas naciones que quedaban en el medio.
Hace unas semanas, el molde fue roto, al convertirse estas últimas en el bloque mayor. Time señala que, entonces, "las Naciones Unidas echaron una mirada sobre sí mismas. Lo que vieron fue muy parecido a un retrato del mundo: un congreso de blancos, marrones y negros".

DOBLE DERROTA SOVIÉTICA
Los occidentales obtuvieron en esta decimoquinta reunión de la asamblea general de la UN el desquite que necesitaban frente a Rusia en materia de prestigio. Luego de las equivocaciones de la política exterior norteamericanas —vuelo del U-2, viaje al Japón, situación hemisférica— parece haberles llegado a los soviéticos el turno de perder.
En efecto, septiembre ha sido un mes en el cual la acción comunista ha sufrido reveses muy serios. Empezó con una derrota en el Congo y siguió con otra que le infligieron las restantes naciones africanas.
En el Congo, el país volvía al estado de primitivismo. Un informe del comandante indio Rajeshwar Dayal, sucesor de Ralph Bunche, pintaba un cuadro trágico: la viruela, el paludismo y la elefantiasis eran, otra vez, una seria amenaza; no había médicos; tampoco trabajo y, en algunas regiones, ni siquiera alimentos. La agricultura estaba abandonada; los colegios cerrados. La guerra civil era lo único que faltaba para su liquidación como nación organizada.
Ella estuvo a punta de estallar de no mediar la intervención del coronel Mobutu, un joven soldado que, de la noche a la mañana, apareció en el escenario político congoleño como el "hombre fuerte". Sus decisiones, seguras y rápidas, de acuerdo con las circunstancias, que así lo exigían, volvieron al país a una normalidad elemental e impidieron el caos que se avecinaba.
Tras quitar todo poder de las manos de Lumumba que no había vacilado en hacer las veces de camarada de ruta en procura de sus objetivos— ordenó la expulsión de los diplomáticos y "técnicos" comunistas, sin excepción. Estos últimos eran más de cuatrocientos y habían alcanzado, merced a la confusión general, puestos claves en pocas semanas.
Los embajadores de detrás de la cortina de hierro protestaron, como era natural, pero no dudaron en acatar las órdenes de este coronel negro que era, virtualmente, dueño de la situación. Partieron pues, en los aviones Iliushin que habían utilizado para transportar las tropas de Lumumba, las cuales quedaron, así, aisladas en medio de la selva, en una provincia hostil.
Vuelta la calma, los congoleños tuvieron motivos para reírse un poco de quien había sido el primer ministro de la república; los rusos, en su ida precipitada, no habían olvidado llevarse también el avión que habían obsequiado a Lumumba.

BATALLA EN EL CONSEJO DE SEGURIDAD
Paralela a la infiltración en el Congo, los soviéticos mantuvieron una campaña destinada a entorpecer en ese territorio la acción de las Naciones Unidas. La presencia de las tropas de la UN era el mayor obstáculo con que ellos chocaban.
Una vez fracasada la primera intentona por el dominio de la joven nación, emprendieron un ataque contra la labor de la organización mundial en la zona, la cual iba encaminada a desacreditar al secretario Hammarskjold. El viernes 16 de septiembre, Valerian Zorin, viceministro de Relaciones Exteriores soviético, exigió, en el Consejo de Seguridad, "el retiro del comando de las Naciones Unidas en el Congo y el fin de la intervención en los asuntos internos de ese pais". La moción equivalía a un voto de censura al secretario general.
El delegado norteamericano, James Wadsworth, en una hábil maniobra, pasó por encima del nonagésimo veto de la URSS y dejó que la cuestión fuese decidida por la asamblea general, la cual fue convocada a la sesión de emergencia en la madrugada del domingo 18, tres días antes de su inauguración oficial.
Con ello, impedía la acción estorbadora rusa y adelantaba el debate sin la presencia de Nikita Khrushchev, que entonces viajaba en el "Baltika" hacia Nueva York. La decisión final, sin embargo, no fue tomada hasta unos días después, cuando ya los representantes de las grandes y pequeñas naciones habían expuesto sus respectivas posiciones.
Un día de la última semana del mes pasado, Alex Quaison-Sackey, de Ghana, se levantó de su asiento, que está ubicado en el medio de la asamblea, y dijo, dirigiéndose a Valerian Zorin: "En nombre de mi país, solicito al señor viceministro de Relaciones Exteriores de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas que retire su resolución por la cual condena al señor secretario general de la organización, en virtud de su labor en la República del Congo".
El momento fue dramático. Zorin, que se hallaba de pie, era observado por varios cientos de silenciosos delegados que esperaban su decisión con ansiedad. En los palcos, periodistas y público contenían la respiración. Había silencio en la sala.
Zorin, en tono humilde, manifestó finalmente su condescendencia. Luego, se sentó. La asamblea, con un voto histórico —70 a O— respaldaba a Dag Hammarskjold. Desde la guerra de Corea, la Unión Soviétiva no había sido derrotada en forma tan aplastante.

INSTRUMENTO ÚTIL
Nikita Khrushchev propuso en Nueva York, en su discurso, la "abolición" del cargo de secretario y su reemplazo por un triunvirato —un comunista, un capitalista, un neutralista— lo que, en la práctica, quitaría toda eficacia a la organización cuando enfrentase alguna crisis.
James Wadsworth contestó al primer ministro soviético que esa era una medida tendiente a "destruir, según la táctica comunista, lo que no pueden dominar". Y ahí reside la causa de la derrota soviética: la desconfianza que sintieron los africanos por la actitud asumida en el Congo contra la labor de las Naciones Unidas. Dana Adams, periodista norteamericano, expone:
"La mayoría de los africanos y asiáticos tienen confianza en el señor Hammarskjold. Recuerdan el papel que le cupo desempeñar en el Medio Oriente y sienten que en el Congo estuvo casi brillante. Por esta razón, han quedado confundidos ante el ataque personal de Khrushchev al secretario general y su propuesta de cambiar el sistema por un triunvirato.
"Todos los africanos, tanto los izquierdistas como los que no lo son, toman a las Naciones Unidas seriamente, como un escudo de pequeñas naciones que los defiende de las grandes. Ellos están perfectamente de acuerdo con las declaraciones del presidente Nkrumah, quien dijo: "La UN es la única organización que guarda alguna esperanza para el futuro de la humanidad. La responsabilidad de mantener la guerra fría fuera del Congo y, por lo tanto, fuera de África, reside exclusivamente en las Naciones Unidas."
Queda por explicar cómo es posible que los dirigentes comunistas hayan ignorado esos sentimientos e incurrido en una equivocación "táctica" tan burda ante los afroasiáticos presentes. Se hace más difícil entenderlo si consideramos que la presencia de tantas primeras figuras de la política mundial fue un fenómeno provocado, precisamente, por el ingreso de las nuevas naciones, las que, a su vez, iban a asistir al debate de un problema que les tocaba muy de cerca, como es la crisis congoleña.
La respuesta quizá haya sido dada por el primer ministro británico al hablar en la asamblea. Dijo MacMillan: "Lo opinión pública ha sido casi totalmente saturada por un diluvio persistente de propaganda. Si queremos liberar a la humanidad de la ignorancia, la pobreza y el temor, debemos, por lo menos, liberarnos de viejos slogans y anticuados gritos de batalla. Debo confesar que en mi opinión, los slogans del señor Khrushchev son totalmente anticuados".
Por simple que parezca, la opinión no carece de fundamento, porque fue durante el discurso de MacMillan cuando Khrushchev demostró que un estadista también puede perder el sentido de las proporciones y hasta dejarse llevar por su mal humor, como cualquier otro mortal.
El premier soviético no solo interrumpió al británico, lo que en sí es desusado, sino que hizo gala de cuanto truco se valen los oradores de barricada y los agitadores de asambleas. Gritó, amenazó, golpeó su pupitre con los puños. A veces, se detenía y paseaba la vista por el recinto, como si esperase recibir la aprobación de alguien.
El presidente tuvo que llamarle al orden. Nehru no pudo evitar que la sorpresa y el disgusto asomaran a su rostro. Otros delegados expresaron más tarde su reprobación en los pasillos. El público reaccionó entre indignado y divertido.
MacMillan mantuvo su compostura. Vestido de azul oscuro, con su cabello canoso iluminado por una luz posterior, solo en un instante se dio por enterado de la situación creada por el ruso. Y fue para decir, enfrentándolo: "Sería conveniente que el señor Khrushchev nos hiciese llegar una traducción de lo que está diciendo".
Esta conducta soviética tiene un precedente. En 1953, cuando la señora Vijaya Laksahmi Pandit, de la India, presidía la asamblea general, los delegados soviéticos se negaron a dejar de hablar cuando ella los llamó al orden. La señora Pandit no oprimió el botón que desconecta los auriculares de todo el salón. Pero sí dispuso que los intérpretes no tradujesen las palabras de los oradores. Los rusos descubrieron, poco después, que hablaban sólo para sus compatriotas, y cambiaron el tono de sus palabras.

COMIENZO DE UNA NUEVA ERA
Cuando estaba a punto de inaugurarse la decimoquinta asamblea de las Naciones Unidas, en círculos norteamericanos se temía que el Oeste, superado en número, sufriera una derrota. Es más, se adjudicaba a Khrushchev la primera victoria por el hecho de haber logrado que, además de sus satélites, siguieran su iniciativa de concurrir a Nueva York jefes de gobierno como Sukarno, Nasser, Nkrumah, Castro y, probablemente, Nehru.
La agencia Tass, haciéndose eco de este pensar, expresó, en un despacho, que "la participación de estas personas es de tremenda importancia en el campo internacional (...) y dará nueva fuerza a los que abogan por una política de neutralidad, con lo que los partidarios de la guerra fría no tendrán más remedio que retroceder".
Hoy, el entusiasmo de Moscú debe ser muy poco. En momentos de escribir estas líneas, ninguno de los objetivos soviéticos se ha concretado; ni Hammarskjold ha caído, ni China ha sido admitida; en materia de desarme, el plan de Nikita Khrushchev, que no incluía nada nuevo, tampoco ilusionó a nadie. Y, lo que es peor, la impresión que la actuación comunista tuvo sobre los delegados de color fue pobre, ineficaz.
Aunque el papel que desempeñó Eisenhower no pasó de discreto y su plan de cinco puntos para África tampoco provocó demasiado entusiasmo, sí impresionó por el respaldo moral y material que brindó a la organización mundial.
La conclusión general es que otra etapa empieza en la política internacional. Nkrumah lo sintetizó en estas palabras: "Hoy, yo, africano, me levanto en esta augusta asamblea de las Naciones Unidas y hablo con voz de paz y libertad, proclamando ante el mundo el amanecer de una hueva era. ¡África quiere su libertad! ¡África debe ser libre!".
En esta nueva etapa, contrariamente a los temores de muchos, la UN jugará, por decisión de sus nuevos integrantes, un papel cada día más decisivo. En Nueva Delhi, antes de partir para Nueva York Jawaharla Nehru, así lo expresó. Dijo entonces: "No son las Naciones Unidas las que están en crisis, sino el mundo. Creo que las Naciones Unidas son ahora más fuertes que en cualquier otro momento desde su creación, Y estoy seguro de que seguirán siendo el instrumento más útil para la preservación de la paz universal".
revista Vea y Lea
11-10-1960