Alzamiento naval

 

 

 

 

 

 

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"Tri, dos, uno ¡Top!" Hace cinco años, el 2 de abril de 1963, a las 6 y 30 de la mañana, cuatro comandos civiles rodearon el automóvil del general Osiris G. Villegas, quien abandonaba su chalet en Bella Vista (Buenos Aires). Uno de los facinerosos introdujo el cañón de su revólver por la aleta de ventilación y disparó varios tiros sobre el oficial: el tercero de ellos acertó a dar en la sien de Villegas y, milagrosamente, resbaló después hacia la nuca, ocasionándole una herida superficial.
El atentado señaló el comienzo de un motín aeronaval; también clausuró una política militar nacida durante la pequeña guerra de setiembre anterior: prometía facilitar al justicialismo el acceso a las urnas, desalojó a los colorados (antiperonistas) del Gobierno, y ungió un nuevo líder castrense. Ese líder se llamaba Juan Carlos Onganía, y, con su respaldo, el Presidente José María Guido se animó a convocar a elecciones nacionales. Sin embargo, en marzo de 1963, la alternativa "comicios versus dictadura" aún subsistía. El gobierno con mayoría azul debía elegir: o toleraba la presencia condicionada de los peronistas —como lo prometió Onganía por medio del Comunicado 150—, o impedía la participación electoral de esa fuerza y daba la razón a los colorados, quienes, aun vencidos, mantenían rescoldos en la derecha, el socialismo y la UCRP .
Que la intranquilidad reinaba, lo muestran las sanciones impuestas por los aviadores azules Conrado Armanini y Eduardo Mac Loughlin, el 9 de marzo, al comodoro colorado Osvaldo Lentino; el 18, mientras la agitación crecía en los partidos tradicionales, la Marina de Guerra pidió, a través de un documento público, que el Estado "apele la personería electoral de la Unión Popular" (justicialismo). Ese mismo día, el Ejército y la Aeronáutica le respondían: "No es imprescindible".
Pero también entre los militares subsistían las dudas respecto de la legalidad peronista. Para conjurarlas, el Ministro del Interior, Rodolfo Martínez, alentaba en secreto las gestiones para constituir un Frente Nacional y Popular: se trataba de rodear a los justicialistas con suficientes partidos "democráticos" como para neutralizar en el futuro la influencia de Juan Perón. A la vez, esos partidos podrían usufructuar los votos de la mayoría e instalarse en el poder: la UCRI, los conservadores populares, el socialcristianismo.
Visto que la oposición liberal al Frente crecía, Martínez intentó acercarla a sus huestes: a mediados de marzo ofreció al colorado Miguel Ángel Zavala Ortiz la Vicepresidencia de la Nación en la boleta del acuerdo. El 20 de ese mes, Zavala Ortiz denunció a la opinión nacional esa oferta, que Martínez desmintió; el Ministro no pudo, sin embargo, ocultar que el Frente tenía inspiración oficial. La ficción de una alianza, independiente del Gobierno, se derrumbó con estrépito, en beneficio de Pedro Eugenio Aramburu y Arturo Illia, los candidatos opositores; el 25 de marzo, los demócratas cristianos optaron por desmontar el caballo del comisario. Antes, el Juez Leopoldo Insaurralde había desestimado las apelaciones contra la Unión Popular. Incapaz de sujetar el peronismo a su artilugio, Martínez dimitió el 27. Sin embargo, el Presidente Guido, al despedirlo, asumió la promoción del Frente: el mismo día pidió al país que acepte un "acuerdo grande"; horas después, el colorado Emilio Hardoy entregaba a Primera Plana el texto de su columna firmada: dos carillas proféticas o, más bien, pletóricas de información sobre lo que inmediatamente habría de suceder. "Por ensayar una política demasiado sutil —sostenía Hardoy—, el Gobierno no da más, los partidos no dan más y, lo que es peor, el país no da más. Las circunstancias históricas impedirán la participación del peronismo en las soluciones, porque lo contrario es, ni más ni menos, la contrarrevolución del 16 de setiembre de 1955. Si el Gobierno no lo entiende caerá y si los partidos no lo entienden se quedarán sin elecciones."
Para detener la crisis sólo existía una solución: avanzar hasta el final en el camino abierto por Rolo Martínez y proveer al Frente de un jefe militar tan poderoso que nadie pudiese discutirlo. El 30, Oscar Alende, de la UCRI, con las plenipotencias que le cedió Alberto Iturbe, delegado de Perón en Argentina, ofreció la candidatura presidencial a Onganía. La conferencia se celebró en un automóvil que recorría la Capital, piloteado por el propio Comandante en Jefe del Ejército: "Yo, a Perón no le creo ni con escribano público", rechazó la oferta el militar.
La reacción liberal era inminente, pero, según Alfredo Oliva Day —acaso el único civil azul que acompañó al Ejército en operaciones—, sólo la conocía el coronel (hoy general) Julio Eladio Aguirre, "quien el 1º de abril fue notificado del levantamiento naval sin que, a pesar de todo, adoptase las providencias necesarias para evitar la efusión de sangre. éL opinaba —cuenta Oliva Day— que era preciso actuar como en la medicina: dejar que madure, el forúnculo para luego extirparlo".
En la mañana del 2 de abril, cuarenta minutos después del ataque a Villegas, la Armada tomó las instalaciones de Radio Argentina, en Lomas de Zamora, y difundió la proclama revolucionaria firmada por el general en retiro Benjamín Menéndez (a la sazón, de 69 años); calificaba al régimen de "fraudulento y anárquico, antidemocrático, inconstitucional e ilegal, sin sentido moral ni de Patria, huérfano de opinión". A las 7 y 30, radio Nacional —copada desde la central "Cuyo", en el barrio del Once— sumaba otras dos arengas rebeldes: las del general Federico Toranzo Montero, y Lentino.
Todo ocurría mientras se libraban acciones militares: en Bahía Blanca, efectivos navales obtenían la rendición del regimiento 5 de infantería y, en La Plata, la guarnición de Río Santiago lograba la del regimiento 7; el aeropuerto metropolitano fue tomado por los adictos a Lentino, entre quienes se contó el ex comandante aéreo de combate, brigadier Cayo Alsina. Tropas de la Escuela de Mecánica de la Armada se desplazaron por la Capital Federal y fuerzas de la infantería de marina le cubrieron las espaldas sobre la avenida general Paz. En Mar del Plata, el Centro de Artilleros (militar) fue neutralizado por la Armada.
En Córdoba, unos mil hombres del cuerpo de tropas aerotransportadas se atrincheraron en la margen del río Primero. Esa noche fueron puestos en fuga por tropas leales de la Aeronáutica y el Ejército, a las cuales se rindieron en Jesús María; el caudillo civil colorado de Córdoba era Guillermo Becerra, que en 1966 ocuparía una cartera en el Gobierno Ferrer Deheza.
La revolución en Salta consistió en un ataque a las emisoras radiales por parte de comandos civiles que luego se refugiaron en Jujuy, en el regimiento 2 de artillería de montaña. En Río Gallegos (Santa Cruz) se amotinaron dos unidades militares y un batallón lo hizo en Bariloche, a las órdenes del coronel en retiro Martín Rodríguez.
A mediodía, el vespertino Noticias Gráficas —que había reaparecido poco tiempo atrás, tal vez merced a subvenciones navales— salió a la calle en Buenos Aires con un título que casi ocupaba toda la primera página: "Revolución triunfante". Pero ya, a media mañana, el regimiento mecanizado c-10 de Campo de Mayo ocupaba la estación de radio Belgrano, junto al añoso talar de Pacheco. En esa guarnición, Onganía lanzaba al aire el comunicado número 151: "Los totalitarios que creen en la dictadura militar —rezaba— intentan nuevamente negar al pueblo el derecho a construir su propio futuro". El bando número 153 decía: "Ellos quieren pensar y decidir por usted. El Ejército argentino se compromete a eliminar a la minoría antidemocrática, causante principal de la crisis".
En las primeras horas de la tarde, fuerzas militares salidas de Palermo retomaron el aeroparque metropolitano; Alsina calificó su presencia en el lugar de "accidental" y justificó el uniforme militar que lucía con un pretexto: el de haber enviado a la tintorería toda su ropa civil. A las 12 y 45 del 2 de abril, el Ejército y la Aeronáutica intimaron a la Marina: si no se rendía antes de las 15, aquellas armas iniciarían las operaciones represivas.
La respuesta vino del aire: máquinas de la base naval de Punta Indio bombardearon el Regimiento de Tanques c-8, que, al mando del coronel Alcides López Aufranc, intentaba dirigirse desde su apostadero, en Magdalena, hacia La Plata.
"En la noche del 1º de abril, enterado de los aprestos revolucionarios por mi amigo, el jefe del Regimiento c-10, de Campo de Mayo, coronel Tomás Sánchez de Bustamante, me sumé a sus efectivos porque quise participar en la lucha por la ley", relata hoy Oliva Day, un abogado de 46 años, casado, padre de dos hijos y oficial de la reserva. "Al día siguiente, cuando el c-10 inició su marcha hacia La Plata, en la columna blindada que condujo el general Alejandro Lanusse me impresionó la seriedad de Sánchez de Bustamante; su febril actividad contradecía su primera actitud de la mañana: la de santiguarse y rezar."
"El avance del c-10 hacia Magdalena fue alterado por las incursiones de los aparatos navales que nos bombardearon, provocando víctimas. Confieso que tuve miedo —admite Oliva Day—: en medio de la noche, la incursión de los aviones —cuyos pilotos al iniciar la "picada" silenciaban los motores— era precedida por lanzamientos de luces de bengala, destinadas a iluminar los objetivos. En diversos lugares, la Marina había pintado con óleo fosforescente las banquinas y mojones para facilitar el ataque; recuerdo que una pareja, detenida dentro de un automóvil a la vera de la ruta, tuvo que ser conminada mediante una ráfaga de ametralladoras a apagar las balizas de posición."
A las 18 y 30 cayó City Bell, una posición avanzada de los rebeldes; media hora más tarde, los marinos dejaron La Plata, mientras en Buenos Aires sus camaradas se retiraban hasta la plaza San Martín desde una posición cercana a la Casa Rosada, cuyo edificio fortificaron luego los Patricios del regimiento 1. Por la noche, el contingente naval, a quien acompañaba el general Menéndez, embarcó en el rompehielos general San Martín hacia Bahía Blanca: tenían el propósito de unirse a la flota de mar que avanzaba en sentido contrario para cercar el río de la Plata-La base de Río Santiago fue ocupada por el batallón de ingenieros militares.
"En la medianoche del 2 —prosigue Oliva Day— nos reunimos con López Aufranc en Magdalena y marchamos sobre Punta Indio, a donde llegamos el 3, a las nueve y media de la mañana, a través de un campo minado. Pude ver cómo un sulky voló por los aires al explotar uno de los artefactos: su conductor perdió ambas piernas. La entrada a la base fue desoladora: sus jefes habían huido, y sólo quedaban allí suboficiales y soldados. El capellán del cuerpo, vestido con ropas militares, pretendió entregarlo a Lanusse, quien lo despidió de mal talante luego de pedirle que se dedicara a su ministerio espiritual. Como insistiera, se lo echó.''
El capitán de navío Santiago Sabarots —de 45 años, casado y padre de 3 hijos—, ex comandante de Punta Indio, hoy en retiro tras haber sufrido la baja por rebeldía, que luego se le conmutó, dijo el miércoles último a Primera Plana que cuando entró Lanusse a tomar la base, ésta ya había rendido sus fuerzas: un hecho que se comunicó doce horas antes a las autoridades navales atrincheradas en la Secretaría de Marina. Sabarots niega que en el choque con López Aufranc se hubiese llegado al extremo de bombardear ambulancias. Las bajas en Punta Indio montaron a 6 hombres; el ex comandante rechaza la versión de que en el lugar sólo había conscriptos: sostiene que dejó el mando al capitán de fragata Raúl Torrent. Si él optó por exilarse en Montevideo —donde permaneció hasta fines de 1963—, fue porque sus colegas se lo aconsejaron: no faltaría un militar dispuesto a fusilarlo.
La mujer de Sabarots, María Garay Díaz, vestida de pantalones, pidió a Lanusse un camión para trasladar el moblaje de su casa; no lo consiguió, y, en cambio, los militares le aconsejaron que abandonara la guarnición vencida. "Al otro día —relata Oliva Day—, el Ejército licenció a la marinería, y entonces huyeron también del lugar varios oficiales de la Armada que se habían disfrazado de conscriptos."
Desde el 2 de abril, radio Nacional y la central "Cuyo" estaban ya en manos del Gobierno; también, la renuncia del Secretario de Marina Carlos Garzoni. Perdido el juego, la Marina optó por concentrarse en Bahía Blanca; el Jefe de la Flota de Mar, Eladio Vázquez—hoy Gobernador de Santa Fe—, convenció al rebelde Jorge Palma de que era necesario parlamentar: un menester que el propio Vázquez cumplió el 3 en la Casa Rosada. Aunque Onganía deseaba una rendición incondicional de la Marina, los Secretarios Benjamín Rattenbach (Ejército) y Mac Loughlin (Aviación) sugirieron a Vázquez condiciones aceptables. El 2 al mediodía, la Armada se retiró del perímetro urbano de Mar del Plata y devolvió el control al Ejército.
Al promediar el 3, Vázquez ordenó a la escuadra que cesara en sus operaciones y volviese a Puerto Belgrano; en la madrugada del 4, el Ejército tomó la base de Mar del Plata, mientras las primeras avanzadas militares asomaban por Tres Arroyos, cerca de Bahía Blanca. "No hay cese de operaciones", declaró Onganía a los periodistas en la mitad de la mañana: su rigidez amenazaba comprometer la capitulación naval. Por fin, a las 16 y 30 se conocieron las bases del convenio ideadas por Rattenbach: 1) La Flota sería respetada y la Aviación naval quedaría reducida a las unidades que no fueron destruidas en combate. Pero serían diezmados los efectivos de la infantería de Marina, acaudillada en ese tiempo por Guillermo Pérez Pitón, actual mandatario del Chubut; 2) Los cabecillas serían juzgados por tribunales marciales. El día 5 de abril, en fin, se rindió la base de Puerto Belgrano, y, conocido el hecho, nueve aviones con 46 marinos a bordo recalaron en Uruguay; ese día entregó las armas, en Jujuy, el último insurgente: el coronel Urbano de la Vega. Sólo en el Ejército azul, el simulacro costó 12 muertos y 41 heridos. En cuanto a Benjamín Menéndez, desapareció envuelto en el misterio: se había negado a abandonar el país; hacia la primavera, la enhiesta figura del prócer fue vista otra vez en un partido de polo. Por cierto, nadie lo molestó. Es un hecho que Isaac Rojas —sindicado entonces como autor intelectual del alzamiento— desempeñó un papel simbólico; si hasta se le impidió el acceso a las deliberaciones del Consejo de Almirantes (liderado entonces por el almirante Carlos Sampietro, hoy Prefecto General Marítimo). "Yo simplemente me solidaricé con mis camaradas", declararía Rojas.
Con todo, sus ideas respecto del peronismo triunfaron: es que el levantamiento del 2 de abril epilogó con la victoria política de los vencidos. Una proclama de la Aeronáutica ya señalaba, el 3, que "no habrá retornismo". "El regreso del peronismo es imposible", resumía, el 4, el comunicado 179 del Comando en Jefe del Ejército.
Meses después, el propio general Villegas impuso restricciones a la Unión. Popular. En junio de 1963 triunfaba en las urnas el partido Radical del Pueblo, una expresión colorada y minoritaria que tres años más tarde caería por obra de los mismos militares, que ayudaron a encumbrarla: en 1966, Onganía fundó un Gobierno idéntico al que los sediciosos pretendieron instalar.
Nº 275 - 2 de abril de 1968
Página 7 - PRIMERA PLANA

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