El Gobierno hostigado

 

 

 

 

 

 

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17 de octubre de 1945
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Anochecía el lunes 1º de abril cuando un hombre joven, impecablemente vestido, sorteó la nube de militantes sindicales que discutían a gritos en los pasillos de Moreno 2969, la casa de la Unión Tranviarios Automotor y, también entonces, el cuartel general de Raimundo Ongaro, un jefe católico y peronista que 72 horas antes tomara el mando de la CGT rebelde. Aquel joven se llama Eduardo Saguier y llevaba a Ongaro una carta del líder balbinista —liberal y agnóstico— Raúl Alfonsín.
Su texto dice así; "Quiero hacer llegar a usted, y por su intermedio a los muchos dirigentes gremiales que han sabido definirse con valentía, las expresiones de mi saludo y solidaridad. Ustedes han sido leales al mandato de las bases y se colocaron junto al pueblo:
las palabras suyas al cabo del Congreso de la CGT son testimonio de lo que es el pensamiento popular. La columna ya está en marcha y nada podrá detenerla. La meta es cada vez más cercana".
Que Alfonsín y Ongaro, de extracciones políticas tan disímiles, hayan coincidido en las ideas no fue un milagro: a lo largo de la semana pasada, ellos dos coincidieron también en el pensamiento y en la acción con otra media docena de caudillos políticos, sindicales y militares; asociados, lograron producir una eclosión opositora que buscó tumbar a Onganía. Estos fueron sus protagonistas: 
• Los obreros — El sector gremial que dirige Ongaro consiguió probar por primera vez, desde febrero de 1967, que una parte de la clase trabajadora no comulga con el oficialismo. Además de resistir a Augusto Vandor, la CGT rebelde produjo, el miércoles 3, un documento que exige el retorno a la normalidad institucional. Su directorio programaba, también, un par de concentraciones que quizás exploten ahora en Rosario y Tucumán. 
• Los radicales — El comité de la UCRP abrió el fuego el martes 2 con una extensa declaración que refirma: "Nuestra decisión de luchar es irrevocable". Esa tarde, en la esquina de las calles 7 y 50, en La Plata, la plana mayor radical improvisó un acto público que la policía clausuró violentamente a poco de iniciarse. "Debemos quemar etapas para entrar cuanto antes en un período de transición que garantice la salida democrática" logró arengar Alfonsín, el orador de fondo. El corresponsal de Ongaro recibió un arresto de 30 días, pero el jueves los disturbios radicales se extendieron a Boulogne y a Témperley, en Buenos Aires; el sábado 6, Ricardo Balbín revelaba en Mar del Plata, que la campaña "de esclarecimiento" tiene carácter nacional.
• Cándido López — El militar, prisionero en Las Lajas (Neuquén), hizo conocer el martes 2 (a través de su hermano, el coronel en retiro Alberto López) unas "Reflexiones a los Argentinos", Sostiene que el Gobierno ha perdido su legitimidad, nacida del consenso original brindado por el pueblo al movimiento de 1966; en el trance, Onganía amenaza convertir a las Fuerzas Armadas en un ejército de ocupación. La salida de López es conocida: pide un plebiscito. Si él reeditó sus ideas tras el ascenso de Ongaro, es porque sospecha que la CGT rebelde puede mellar al Gobierno: Semanas antes, López envió al ferroviario Lorenzo Pepe una carta incitándolo a independizar el sindicalismo de la Casa Rosada. 
• El peronismo — La Puerta de Hierro, que antes despreció a López, lo halagó en cambio por medio de una carta que Pablo Vicente recibió en Montevideo; "Si aun relevado de su comando, López tiene vigencia —conjeturaba Perón— es que la situación no ha cambiado: caerá Onganía antes de julio". Para conciliar con militares, políticos nacionalistas y radicales, el desterrado sustituyó a Bernardo Alberte, un inflexible activista, por Jerónimo Remorino, un diplomático capaz de lograr las alianzas que convertirán a Perón —así piensa él— en padrino del sustituto de Onganía.
• Los estudiantes — Alrededor de 50 alumnos secundarios fueron detenidos en la Capital Federal por manifestarse contra el anuncio oficial de que se modificarán las leyes de educación. Respondían a la Junta Coordinadora y al Comando de Resistencia que, según el Secretario José M. Astigueta, son subversivos y participan de una "maquinación mundial" para incendiar todas las casas de estudio.
• Los nacionalistas — El jueves 4, la Junta Central del Nacionalismo, enemiga de pactos destinados a formar una coalición opositora (y por eso motejada de adicta al régimen), aclaraba que "ninguno de los funcionarios oficiales milita en sus filas",
Al día siguiente, el Movimiento de la Revolución Nacional, encabezado por Marcelo Sánchez Sorondo y el general en retiro Carlos A. Caro —quienes sí preconizan una alianza cívico-militar para destituir al Gobierno—, publicaba, en una solicitada, la nómina de 50 prominentes nacionalistas dispuestos a participar de la cruzada.
"Estas actividades de carácter político —minimizó el viernes Guillermo Borda— se producen cada vez con menor fuerza en nuestro país." Pero el Ministro del Interior acaso se equivoque: los seis grupos belicosos están en contacto directo y permanente. Si es imposible demostrar que ellos se completaron para atacar al Gobierno en los últimos días, es fácil reconocer el motivo que los unió: sus líderes están enterados de la inquietud que recorre in crescendo las filas del Ejército y vuelve torvas las caras de los oficiales que apoyaron con fervor, en su momento, la ascensión de Onganía. Desde luego, los políticos ensayan su técnica habitual: presionan sobre el Estado, intentan colocarlo en posiciones difíciles para que existan luego los motivos capaces de justificar el golpe.
En principio, la intranquilidad que embarga a jefes y oficiales superiores tiene un origen visible: el desencanto que los mandos experimentaron ante la insignificancia de los cambios ensayados por el Presidente Onganía después del 5 de marzo. Tras el amago del viernes 15 de marzo, cuando Onganía consultó a los Comandantes en Jefe sobre la reorganización del gabinete, pocas sugestiones —se dice— fueron aceptadas. Sea porque en último análisis los candidatos y los planes que llevaron los generales fueron vetados en el staff de Onganía (Héctor Repetto, Carlos Vidueiro, Roberto Roth), o porque el Presidente ha decidido soslayar las ideas que le aportan sus viejos camaradas de armas, la brecha entre los mandos y la Casa Rosada se agiganta.
Sin embargo, parece imprudente concluir que existe una conspiración en marcha; más bien —para usar la jerga castrense— cabría decir que las Fuerzas Armadas deliberan en busca
de salidas para ofrecerlas al Gobierno. Por el momento, Onganía sólo acumula en su haber el apoyo empresario, condicionado a la permanencia de la línea económica que adoptó Adalbert Krieger Vasena el 13 de marzo de 1967. El aporte obrero es aún más dudoso: el vandorismo, en perspectiva sólo traduce la actitud de los jerarcas gremiales.
Que el Presidente cuente con buenos soportes militares es ambiguo, al menos, para media docena de generales en retiro que aspiran a ocupar los despachos de la plaza de Mayo: a los nombres de López y Caro —protagonistas de una conjura que se agotó en diciembre último— es preciso agregar el de Dalmiro Videla Balaguer, que luego se empeñó en reunir a los dispersos de aquella empresa; acaso, también, el de Justo León Bengoa, nacionalista. Una semana atrás, por otra parte, cuatro oficiales superiores en actividad se reunieron en cierta oficina céntrica de Buenos Aires con Arturo Mathov y Ernesto Sammartino para discutir una posibilidad: la de que Pedro Eugenio Aramburu acepte coronar una solución intermedia entre el régimen actual y las elecciones.
Es cierto que la influencia de los generales en retiro reviste caracteres simbólicos; pero también la actualización de sus nombres tiene el valor de un síntoma. De todos modos, los embates que los políticos ensayaron, desde 1966 hasta aquí sirvieron para cohesionar al Ejército en torno de Onganía, antes que para dividirlo.
¿Seguirá ocurriendo así en el futuro? Visiblemente, el Gobierno conoce el paño que teje: en la reunión de Gobernadores de Alta Gracia, la semana pasada, Onganía anunció su voluntad de instalar un Consejo Asesor de la Casa Rosada. El organismo tal vez bastaría para allegar al Presidente la cuota de refuerzos necesaria. Claro que el camino para llegar a él pasa por el comunitarismo, una doctrina inaceptable, entre otras razones, por el poco entusiasmo que cosecha.
En manos del Presidente queda, sin duda, una porción del tiempo político que el país le entregó, en moneda de confianza, el 28 de junio de 1966: de cómo utilice ese capital, de los pasos que dé y los gestos que ensaye, depende la extensión del plazo.
PRIMERA PLANA
9 de abril de 1968

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