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pie de fotos
- La Cebollita, los parroquianos del teatro
-Títeres en el San Martín (Bernardo-Bianchi)
-Pluft, el fantasmita ( machado-Della Chiesa)
-Cuento de nunca acabar (Valladares-Saniez)
-Pipo Pescador, el music-hall
-El psicoanálisis de yapa, (Rosendorn, Ulanovsky, Laplace)

 

 

Para los especialistas, la actividad teatral para niños que exhibe la ciudad (33 espectáculos en la cartelera del domingo pasado, recaudaron para Argentores en concepto de derechos autorales la suma de 25 millones de pesos viejos) es excepcional. Con respecto al número, se entiende. La calidad y el rigor con que se emprende, es ya otro fenómeno: el de la improvisación. También, el de la especulación.
Pero si el rubro conoció entre nosotros antecedentes azarosos, el saldo no puede considerarse poco satisfactorio. Independientemente de las formas trágicas que derrama la televisión, la tradición tampoco es ignoble. María Elena Walsh, Leda Valladares, Ariel Bufano encabezaron la escalada. Y hasta los acompañaron la industria discográfica, y los buenos actores (Doña Disparate y Bambuco convocó durante varias temporadas a Lidia Lamaison, Walter Vidarte, Perla Santalla, Alberto Fernández de Rosa, Pepe Soriano, entre otros).
Aun a regañadientes, los empresarios "mirando al cielo como los chacareros" cedieron sus salas. Y entre la precisión de relojería de algunos escenarios municipales, la humedad de los sótanos y microsalas, el espectro se abre como una sombrilla: hacia el mal gusto, la ñoñería, el sadismo y la violencia; también, hacia la experimentación con riesgo calculado y la comunicación inteligente.
PROTAGONISTAS
Tiene 24 años y, desde hace cuatro, trabaja para los chicos. Después de varias temporadas en salas ignotas, o no tanto, sólo unos cuantos iniciados reconocen en Pipo Pescador, seguramente, el único star del music-hall infantil. Todo empezó en una calurosa tour a Brasil con escalas en Posadas y Asunción. Allí, con frutas tropicales orquestó el primer espectáculo jamás contado a los chicos de las jangadas y las favelas. Así nacieron las canciones dibujadas: "Si ustedes me escuchan con mucha atención / les enseñaré cómo se hace un melón / se toma una pelota tamaño corazón / y se la llena de azúcar hasta el último rincón / Una yema batida con barniz / servirá para pintarle la nariz... "
La innovación, casi un divertido juego didáctico, no pasó inadvertida a la eficaz Canela y la especialista Marta Giménez Pastor. Se lo llevaron a la televisión con su acordeón a cuestas, su casaca boulevardiere, sus libros de psicología y, sobre todo, con su ángel. Sus osadías, dactilopintura (bailes con "las patitas mojadas en pintura"), su rutilante orquesta beat confundieron a las autoridades del Canal 7. Previsiblemente, levantó el programa. En su lugar, prefirieron las sinuosas estratagemas de un mago-payaso.
En 1969 animó 180 cumpleaños. El mercado más exclusivo de psicoanalistas e intelectuales lo reclama. Pero Pipo Pescador parece preferir otra popularidad. La que convoca en La Fabulosa, una modesta cantina de Charcas y Bonpland donde anima insólitos almuerzos infantiles con batería de cucharas, vasos y botellas de gaseosas. "Un vulgar almuerzo dominguero se transforma en un concierto Orff", proclama. Su espectáculo Cantijuegue '69 en el Teatro del Centro fue, para muchos especialistas, el mejor de la temporada anterior. Este año, en el mismo escenario, Canticuenta '70 desbordó lo imprevisible: suyas son las primeras canciones de protesta infantiles que se conocen: "La mariposa vuela y no va a la escuela / la mariposa no toma sopa / y si no quiere no se cambia de ropa..." Su versión del 'make no war' se prodiga en abundante repertorio de canciones pacifistas como éstas: "Todos los señores feos / que viven en los museos / tienen espada / y a mí no me gusta nada / Es demasiado alargada / Tremendamente pesada / No sirve para jugar / porque me puedo cortar / aunque esté muy lustrada / a mí la espada no me sirve para nada ..."
Ahora, ultima la composición de una operita que "narra las desventuras de un televisor que se aburrió de actuar". Y se sofoca de satisfacción cuando los chicos lo reconocen en la calle. "Soy un poco el ídolo hippie de los chicos", intenta explicar. Su aproximación al fenómeno de indudable rapport, que establece con su pequeño público, está no sólo en su linda cara, sus patillas rubias, sus camisas floreadas, su enorme talento. Es el trovador soñado. La lógica contrapartida de magos siniestros, pintarrajeadas figuras de dudosa identidad.
¿DR. MORTIMER, ESTA?
Esa colonia de padres e hijos analizados que difícilmente ingresa en las colas de los cines Los Ángeles y Casino (reductos disneynianos) o soporte la reedición de espectáculos de otras temporadas, es el público que espera capturar, en setiembre, la matinée del Teatro Payró. '¿Quién dijo que Víctor está aburrido?', parte del supuesto que la presencia del psicoterapeuta es ya una figura familiar en el universo del niño. Así se desprende de la síntesis de las autoras del proyecto: Cecilia Ulanovsky (26, una hija, publicitaria) y Alicia Rosendorn (24, ex maestra jardinera; hoy, actriz y publicitaria).
Los buenos oficios de Víctor Laplace deberán sortear las alternativas de la anécdota —"de su trauma, en realidad"—: la falta de risa. Desterrado el "lenguaje concesivo", la jerga psicoanalista "entretendrá por igual a grandes y chicos". Así se sabrá que Víctor no ríe debido "a la disociación existente entre su boca y su nariz". Atribuidos sendos roles (materno y paterno, para empezar) a las anatomías afectadas, la interpretación del Dr. Mortimer (seudónimo de prestigioso psicoanalista que colaboró en el diagnóstico. ¿El autor de 'Heroína', tal vez?) es casi inapelable. "Hay que sacar a papá de la nariz para que se liberen los dientitos", se proyecta desde el escenario.
La experiencia, además, "evitará la seudoparticipación. No se les pide que contesten ni que busquen nada", previene Cecilia. Sólo una vez terminada la obra introducirán lo que ambas califican de "juego dramático dirigido", una suerte de remake a cargo de los pequeños espectadores, entre los que pugna por infiltrarse un personaje llamado Moraleja. "Sobra decir que entre todos la echamos del teatro", completa Alicia.
SUPERPRODUCCIONES
A nivel de costosas —y seguras— producciones, el Teatro Municipal General San Martín supo albergar hasta tres espectáculos infantiles por temporada. Pero este año con la reposición de La polvorienta, de Laura Saniez y Leda
Valladares, y el campeonato internacional de ajedrez en la sala Casacuberta, el primer estreno del 70 todavía no se ha producido.
El veterano Roberto Aulés (17 temporadas consecutivas) aguarda pacientemente con su elenco después de dos meses de ensayos, la presentación de El gato, una adaptación suya de tres cuentos de William Saroyan. "Para el estreno de 'La hermosa gente', el autor invitó gratis a los niños", refiere Aulés como para apoyar su elección del repertorio. El problema de la total comprensión entre los más pequeños no lo preocupa demasiado: "El año pasado en la puesta de Tom Sawyer incluimos negro spirituals. Basta que con el tiempo lo asocien al espectáculo que vieron una vez".
Su condición de monstruo sagrado del teatro infantil (junto con la Walsh, Valladares y los títeres de Mané Bernardo y Sarah Bianchi) le permite el acceso a las envidiables condiciones de trabajo del San Martín: funciones a sala llena, contratación, ensayos pagos, arsenal luminotécnico y escenográficos más que óptimos. Sin embargo, Aulés añora el panorama teatral infantil de Inglaterra. En 1967, Becado por el Fondo Nacional de las Artes, asistió a la representación de casi todo el repertorio shakesperiano adaptado a las distintas edades. "En el Old Vic la temporada infantil está a cargo de George Devine, el director que estrenó a Osborne y a Beckett. Actualmente sólo hace repertorio infantil", refiere exaltado. Pero la infraestructura que permite la subvención del Estado a las troupes que recorren todas las escuelas del país, todavía lo perturba más.
No podría decirse que las "superproducciones" se realizan sólo en las salas oficiales. La semana pasada simultáneamente con el estreno de 'Si te chistan... no mires', comedia musical de Mané Bernardo, en el Presidente Alvear, ascendía al escenario semicircular del Theatron, 'Pluft, el fantasmita', de la brasileña María Clara Machado. Tentado por este auténtico best seller latinoamericano (El Galpón de Montevideo y el Teatro Arena de San Pablo lo mantuvieron varias temporadas) y por el persistente éxito de 'El preceptor', su director, Jorge Delia Chiesa (35, soltero) abordó el montaje de su primera obra menuda. La floreciente economía de la salita alentó una producción de 200 mil pesos, exactamente la mitad de lo que insumió la obra de Brecht. Della Chiesa explica así la inversión insólita para el género: "Con Pluft podíamos incursionar no sólo en el humor, la fantasía, los bailes y las canciones. También incluye una buena dosis de gags dirigidos a los padres que pretenden extender indefinidamente el candor de la edad a través de un mundo idiotizado, deformado".
Mientras otra comedia musical, 'La vuelta manzana', de Héctor Midón, se mantiene muy bien en el Regina, el actor, autor y director Enrique Pinti festeja dos de los éxitos del año: Corazón de biscochuelo y Corazón de latón. La primera fue premiada en el último Festival Infantil de Necochea. Un galardón que los distintos grupos se apuran a incluir en las carteleras, quizá por ser la única referencia que oriente la elección del espectáculo. Como tal, es casi válido. Tanto Corazón de biscochuelo como El niño sol, de Alpargato (primer premio a la puesta en el mismo Festival) concentran los mejores bordereaux del momento.
Después de Don Retorta y su robot y Mi bello dragón, Pinti acometió ésta, "la etapa cardíaca", con la integración de la canción y el baile tal como se desarrolla en las comedias musicales para adultos. "No me interesan los meros injertos. La trama exige una coherencia inteligente. Hay que enterrar la participación demagógica y gratuita", resume.
LOS PADRES DEL SÁBADO
La desmistificación total de brujas, reyes, princesas y monstruos es otro de los preceptos que practica: "En 'Mi bello dragón' el protagonista era un bicho grandote y feo, pero definitivamente macanudo. El hada era una inútil. La varita no le servía para nada. Las brujas utilizaban sus filtros para conseguir marido, una posible representación de las tías solteronas". Mientras tanto, los villanos eran tipos caricaturescos al estilo de Terry Thomas o Peter Sellers, totalmente torpes en su maldad. "El rey, la abulia personificada. Un espejo para el padre que no sabe lo que pasa con sus hijos", teoriza.
Porque el espectáculo infantil pretende servir a los padres —los únicos que deciden al fin a dónde llevar a los chicos—-, el autor de 'La tartamuda' también se prodiga para ellos en alusiones y gags. "El chico no debe sentir que los padres hacen el sacrificio de llevarlos a un espectáculo que sólo lo divierte , a él", concluye.
Pero a menudo, aun con todo tipo de recaudos, y previsiones, los espectáculos infantiles movilizan conflictos más profundos. El chico se histeriza, llora, se lo tienen que llevar de la sala. No tolera la obra. "No es el espectáculo, lo que los conflictúa sino todo el programa que se les presenta a los hijos de padres separados. Ya sólo la idea de ver al padre en la salida del sábado es conflictiva por naturaleza. Psicodrama seguro", discrimina Pinti. Y agrega: "Y entonces, cuando el espectáculo se compromete con su inteligencia y sensibilidad, moviliza imágenes de inestabilidad afectiva".
LITERATURA TERRORÍFICA
Las difíciles fronteras por las que se desarrollan las nuevas experiencias, intimidan a la mayoría de los empresarios. Prefieren recurrir a cómodas y nefastas reediciones de cuentos de Anderson, Perrault y Grimm. "Olvidan que esa literatura terrorífica no fue escrita para la infancia. Surgió como un emergente folklórico de pueblos sometidos. El vasallaje de Cenicienta y Blancanieves, una forma inconsciente de denunciar la diferencia de clases y protestar contra el señor feudal", explícita Susana Izcovich, especialista en literatura infantil y posiblemente, la única periodista que encara regularmente el tema de la recreación y del espectáculo para niños.
La otra opción, la contrapartida ingenua, el lenguaje oligofrénico, subleva. "A menudo, los chicos atacan a los intérpretes cuando éstos insisten en preguntas obvias o ejercitan torpezas nada lógicas. Cuando no existe una adecuación entre la edad del espectador y la naturaleza del espectáculo se produce el rechazo", diagnostica.
En este sentido, los trabajos del grupo Antón Pirulero, comandado por el actor y director Aldo Tulián, prometían una valiosa contribución. Auxiliado por psicólogos planificó hasta el año pasado una serie de representaciones en varias salas porteñas. 'El medio pollito', del propio Tulián y María Martín, y 'La calle del árbol que canta', de Marta Sallotti, discriminaban la necesaria clasificación: preescolares y mayores de cinco años. Según Tulián, agrupados por etapas de maduración, integraban el teatro a la escuela.
La experiencia, sin embargo, no pareció cuajar entre los establecimientos escolares. Se solicitaba la colaboración de los maestros para computar los resultados y en función de éstos se modificaba la pieza. Siguiendo a Jean Piaget y sus discípulos se defendía un nuevo enfoque: el teatro como tarea cotidiana, periescolar. "No como una fiesta especial." Consideraciones aún más técnicas como la distribución de butacas especiales dentro de una arquitectura ad hoc ("tipo mansión de Belgrano") para la experimentación, fueron algunos de los temas que sólo en teoría agotaron en un training para maestras jardineras. A fines del año pasado, Tulián debió disolver el grupo. Suele suceder.
CAFE CONCERT
De desvirtuar aquello de "total son chicos, cualquier cosa sirve", se encargó un confortable reducto de la calle Bartolomé Mitre al 1700. Allí, en horarios nocturnos, funciona desde hace un año el café concert La Cebolla; hace poco, extendió también la novedad a los más pequeños. Sobre el mismo escenario e instalaciones que acomodan a sofisticados parroquianos se desenvuelve por la tarde un prodigioso operativo artístico (y comercial, ¿por qué no?) Actualmente reprisa los sábados, domingos y feriados Cuento de nunca acabar, de Valladares y Saniez, a naranjada y coca llenas.
EN EL REINO DEL REVÉS
El realismo ingenuo, la ironía, la participación inteligente. El sabotaje a la comunicación, la agresión por la competencia, la mentira y otros híbridos son alternativas pendulares en el espectáculo para niños. Si una polémica . versión de Bambi en la pantalla no se ahorraba una sola crueldad, sobre el escenario, a menudo, también se expende "la falsa mística del niño". "Se abandona el planteo lúdrico y se accede a la odiosa moraleja. Todos moralizan: la izquierda tipo 'repartamos el pastel entre niños negros, blancos o amarillos', o a lo Constancio Vigil, 'amaos todos los niños del mundo' ", exagera Felipe Barnés (29, una hija, ex actor, estudiante avanzado de psicología).
Aún así, nunca como antes, nuevos protagonistas transitan el pequeño mercado. Algunos, ya fantasean con el vodevil, la operita, el living para juniors, el absurdo y hasta el distanciamiento brechtiano. Es válido: en El país del nomeacuerdo ya se sabe, es Cuento de nunca acabar. 
ROSARIO AÑAÑOS
PERISCOPIO
25/VIII/70