Venezuela
El mago de la pipa


 

 

 

 

 

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El miércoles 14, en Venezuela, era el día de los enamorados, otro pretexto de los comerciantes para elevar las ventas. También la Iglesia aprovecha la ocasión: esta vez, en una sola ceremonia, un curita casó a 45 parejas y legitimó a 130 hijos. El Gobierno contribuía con un par de sortijas y 200 bolívares (45 dólares) para cada una, A pesar de todo, buena parte de la población masculina huía por las calles de Caracas gritando alegremente: "Sálvese quien pueda".
Pero alguien Corría en dirección opuesta: el ex Presidente Rómulo Betancourt. Desde que cediera la banda tricolor a Raúl Leoni, Betancourt pasó cuatro años en Berna, en compañía de la psiquiatra venezolana Renée Hartmann. Padre una vez, tres veces abuelo, acaba de obtener el divorcio en Costa Rica, donde se había casado treinta años atrás. Doña Carmen, la Presidenta —pero antes su compañera de luchas y exilios— viaja actualmente por Europa, mientras el sexagenario se prepara a casarse —parece que en Costa Rica de nuevo— con una novia que raya en los 50. Era un hombre nervioso, abrumado, el que la tarde del viernes 9, bajó de un Cadillac betuminoso frente a la quinta "Paramillo", en las colinas del Bello Monte. Furtivo, regordete, protegidos los ojos por sus gafas negras y la calvicie por un sombrero blanco, la mano que levantó hasta ese sombrero en rápido saludo a los periodistas era la mano quemada por el atentado de siete años atrás, teledirigido desde Santo Domingo y que había de costar a su viejo enemigo Rafael L. Trujillo la caída de su régimen y la muerte. Los periodistas, que no sacaron a este antiguo colega sino unas palabras entrecortadas y desabridas, permanecieron en acecho toda esa tarde, y todo el día siguiente. Por la mañana, 25 hombres llegaron en otros coches, negros también y de impresionante tamaño. Eran los Secretarios Generales de Acción Democrática en todos los estados del país. Cuando salieron, Caracas ya encendía su truculenta noche del sábado. Con sorprendente unanimidad, y con el mismo descaro, aseguraron que sólo se habían tratado detalles sobre la organización de la campaña para las elecciones generales de diciembre próximo; ni una palabra sobre la designación del candidato presidencial que al día siguiente —domingo 11— sería ungido por la 17ª Convención de Acción Democrática.
Era verdad y mentira a un tiempo. Betancourt no pidió a sus fieles que votasen determinado nombre; en realidad, la suerte estaba echada. La ingerencia del absorbente caudillo fue negativa; consistió en no buscar avenimientos; con sólo insinuarlo, lo lograba. La reunión se llevó a cabo para notificarles, simplemente, que toda esperanza de los "tibios" era vana, que no habría rectificación de última hora, que el partido se jugaría por Gonzalo Barrios. La minoría no podía sino hacerse derrotar en la Convención. Así fue. Después de retirarse el Presidente Leoni, que leyó durante una hora y media la consabida rendición de cuentas junto a su distraído antecesor, absorto en las volutas de su pipa, sólo un centenar de delegados, entre 530, se atrevió a dudar de la sabiduría que el vulgo atribuye a esa pipa; de ellos, 71 votaron por Luis Augusto Dubuc, Presidente del Senado, a quien pocos meses atrás se tenía por el "delfín" del régimen.
El lunes, Dubuc fue llamado a la presencia de Betancourt, quien le explicó que no había llegado su hora. Relativamente popular en Caracas, no tiene andado el país sino hasta donde acaba el asfalto (objeción que también merecería Barrios); por lo demás, su nombre no significa nada en los Estados Unidos. Puede elegir entre la Embajada en Washington o la representación venezolana ante la OEA, pero lo más probable es que se refugie en un consuelo etílico, para desesperación de su infatigable médico. Más reacio aún parece Eligio Anzola Anzola, cofundador del partido. Ministro del Interior en la efímera Presidencia Gallegos, Embajador en Buenos Aires, Bonn y Madrid. Vino al país en diciembre, a presidir una comisión mediadora para evitar la más reciente escisión de Acción Democrática; al parecer, se le prometió que si Barrios y la izquierda desistían, él quedaría al frente. Furioso con Betancourt, que no respaldó sus gestiones, Anzola redactó un memorial de agravios que debía circular en el área reservada, pero los siete diarios recibieron copias; llamado por el jefe, lo desairó marchándose a la playa. Otro posible candidato, Carlos Andrés Pérez, fue compensado con la Secretaría General del poderoso Comité Ejecutivo" Nacional, cargo que el año pasado sirvió a Barrios de trampolín.
Este es el momento culminante de una brava disputa interna entablada por Betancourt en setiembre de 1966 desde Berna, cuando todos los venezolanos lo creían distraído, enredado en las lides del amor. Está viejo, cansado, los nervios tirantes, pero su instinto de pugilista no lo abandona. Es el hombre que en 1941 funda Acción Democrática en la clandestinidad; dejaba atrás una turbulenta juventud que no alcanzó el diploma universitario porque prefería enfrentarse con las dictaduras de Juan Vicente Gómez y Cipriano Castro; alguna vez, se había sometido de mala gana a la disciplina comunista. En 1945, cometió un error que la historia ha juzgado, aliándose con un grupo de oficiales jóvenes para derrocar, sin razón suficiente, al General Isaías Medina Angárita; ellos toleraron por un tiempo las desordenadas innovaciones de ese Presidente de facto que, excepcionalmente, no llevaba uniforme; pero en 1948, apenas posesionado un Presidente constitucional —el novelista Rómulo Gallegos—, lo
depusieron. Otra década de lucha, que Betancourt dirigió desde el extranjero. Y, por fin, desplazado Marcos Pérez Jiménez por una fracción militar antidictatorial, llegó para él la hora del triunfo con las elecciones de 1958. Su sucesor, Raúl Leoni, no era su preferido; el partido se había rebelado, de hecho, contra su autoritarismo; se fue a Europa irritado, porque temió que Acción Democrática se desplomaría otra vez. Ha ocurrido lo contrario: en cuatro años, sólo se registró un conato militar y las guerrillas se aplacaron. Entonces Betancourt descubrió otro enemigo y otra razón para pelear. Era Jesús H. Paz Galarraga, un médico a quien trajo de la zona petrolera de Maracaibo para confiarle la Secretaría General del CEN y que fue su escudero durante las dos crisis graves que escindieron al partido: la izquierdista de Domingo Alberto Rángel, la oportunista de Raúl Ramón Jiménez. El "indio Paz" estuvo siete años en la Secretaría: diligente, ambicioso, la convirtió en una poderosa maquinaría; fue él, obviamente, quien conspiró en 1963 para imponer la candidatura de Leoni. Ahora creyó que era su turno, puesto que en 1973, sin duda, Betancourt bregará por un nuevo período: la Constitución admite la reelección con dos mandatos intermedios. Pero fue vetado. La 16ª Convención debió ceder su baluarte, ocupado por una poderosa coalición de "romulistas" netos, "romulistas" sensatos, descontentos y apáticos, que todo lo aceptan, menos la división partidaria. Paz optó por no luchar y fue premiado con la Vicepresidencia de AD, a la zaga del viejo y popular pedagogo Luis Beltrán Prieto Figueroa. En la Secretaría se ubicó a Gonzalo Barrios, quien dejó el Ministerio del Interior a Reynaldo Leandro Mora, convenientemente aleccionado por el brujo de la pipa bajo el cálido cielo de Nápoles. 
Barrios desmontó la máquina de Paz e instaló la propia. Los "romulistas" netos, como Dubuc y Pérez, quedaron fuera de carrera. Paz, entonces, incitó a Prieto y juntos se adjudicaron una consulta interna secreta que Barrios desconoció. La tercera incisión de AD, que promete ser la más grave se consumó en octubre pasado. Prieto recorre ya el país como candidato del MEP (Movimiento Electoral Pueblo), que pretende, después de la victoria, hacerse con la sigla y los símbolos de ADV. Paz, por su parte, intenta imprimir a la contienda un sesgo doctrinario, desviándose peligrosamente hacia la izquierda.
El implacable Rómulo debió resignarse a la elevación de su amigo Gonzalo, un fino escritor y humorista sin resonancia popular, y quizás a la derrota del partido, sea por obra del social-cristiano Rafael Caldera o del disidente Prieto. Mira obsesionado hacia el siguiente mandato presidencial, confiando en los servicios de Carlos Andrés en el CEN. Ni siquiera enamorado, la vida privada le sienta: su descanso es el pelear. Desde los espléndidos barrios residenciales hasta la inmundicia de la vida política, todo es obra suya. De él y de Pérez Jiménez, que aún está en la cárcel, afilando las armas para volver a la palestra.
PRIMERA PLANA
20 de lebrero de 1968
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