Monumentos
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Subiendo desde Retiro, hacía la avenida Santa Fe, la madrugada se empapa de neblina y por unos minutos Buenos Aires pierde toda temporalidad. El curioso —un turista trasnochador— se acercó a la imagen de bronce, apenas iluminada por la aurora, y se detuvo a contemplarla. 
—¿Quién es? —preguntó.
—San Martín. Tiene que alejarse un poco —le contestó el empleado municipal que en ese momento conectaba una manguera al grifo que asomaba del suelo, a ras del césped.
—¿Por qué?
—Hoy lo bañamos.
Al rato, un recto chorro de agua se deshacía contra el rostro del prócer. Era la más frecuente de las ceremonias destinadas a preservar a los prohombres de bronce o de piedra y la prueba de que la vida de las estatuas no es tan apacible ni tan duradera. Desde su gestación, un complejo artesanal, técnico y económico, comienza a prodigarle los mínimos cuidados; después, la Dirección de Paseos de la Municipalidad vela por su salud, cura sus achaques y remedia los efectos de la larga permanencia a la intemperie (desde la visita de pájaros y palomas hasta imprevisibles bofetones de alquitrán). Una oficina de la Dirección, la Sección Monumentos y Obras de Arte, se ocupa no sólo de lavar a los próceres con agua, jabón y querosene, y de restaurar narices mochas y piernas mutiladas, sino también de llevar un fichero con fotografías, planos y detalles técnicos de cada una de las 1.100 estatuas, monumentos y grupos escultóricos de Buenos Aires.
Antes de eso, su génesis está sometida a raros preámbulos. Parado en medio del vestíbulo principal de la Casa Rosada, el presidente Marcelo de Alvear pidió una vez al escultor José Fioravanti: "Esto está muy frío, muy desnudo. ¿Dispongo de 50 mil pesos y quiero que me haga unos cuantos relieves; haga lo que quiera, pero decóreme estas paredes". La semana pasada, cuando Fioravanti (69 años) rememoró la anécdota, destacó el apoyo que el ex presidente prestó a las artes plásticas y su preocupación para "nutrir con sangre joven a la Academia de Bellas Artes".
Además de los relieves de la Casa Rosada y de los publicitarios Lobos Marinos que flanquean la entrada a la Rambla de Mar del Plata, Fioravanti es coautor del Monumento a la Bandera, en Rosario, y creador de una decena de monumentos públicos. En su taller de La Lucila, y mientras moldeaba un yeso ecuestre del general Fructuoso Rivera, destinado al Uruguay, expresó su pesar por un crimen inevitable: "Cuando quede listo el bronce, habrá que destruir la matriz. En la Argentina no sé conservan los moldes de las estatuas que se construyen; ni los autores ni la Escuela de Bellas Artes tienen lugar para guardarlos". En Francia, las matrices sirven para enseñar la técnica del moldeado a los aprendices de escultores.

Detalles que pesan toneladas
La rutina de la erección de una estatua prevé la realización de concursos, a veces abiertos a todos los interesados, otras por invitación. Hace algunos años, un proyecto de Fioravanti se adjudicó el concurso para la realización de un monumento a Franklin Delano Roosevelt, instalado ya en la esquina de Darregueira y Cerviño, en el barrio de Palermo.
Se trataba de un concurso por invitación especial a los principales escultores del momento, entre ellos Bigatti e Yrurtía.
Pero, en general, la historia de una estatua arranca del concurso abierto a todo aspirante. Luego de la decisión del jurado, un plazo muy variable se abre ante el creador. Si bien el Monumento a la Bandera tardó diez años en concretarse, Fioravanti sitúa en dos años el tiempo necesario para elaborar la idea central y convertirla en maqueta, A partir de entonces, las perspectivas se bifurcan; depende del material y del método empleado para la realización del modelo definitivo. "En el caso de la piedra, prefiero la talla directa: la obra conserva toda la espontaneidad del autor", precisa Fioravanti. Más frecuentemente se realiza un primer modelo de arcilla, que los ayudantes del escultor trasladan luego a la piedra; posteriormente el autor corrige y retoca la figura. Si se trata de una escultura en bronce, los pasos a dar comienzan en la arcilla, se continúan en el modeló de yeso y concluyen en la fundición: tanto el sistema "a la arena" —similar al usado por la industria metalúrgica— como el de la "cera perdida", usado ya en el Renacimiento por Donatello, insumen más de ocho meses.
Para el monumento a Sáenz Peña, Fioravanti viajó a Borgoña a fin de elegir un bloque de piedra de las condiciones adecuadas. En la cantera se le pidieron toda clase de informes sobre el clima de Buenos Aires: "Sería penoso —dijeron— que el material que le vendamos no sea adecuado para su ciudad", Pero lo era, y las consecuencias de la incursión del escultor se hicieron sentir muy pronto en París, cuando los carros que trasladaban las 14 toneladas de granito abrieron, en sus calles, un reguero de baches. (Varios damnificados iniciaron juicio contra el escultor, pero fueron disuadidos. Francia se beneficia con la exportación de piedras para la erección de estatuas)
Las diversas etapas de realización, los honorarios del escultor y sus ayudantes, y las tareas de emplazamiento, pesan también sobre el erario cada vez que una resolución del Congreso abre a un prócer las puertas de la perennidad. Naturalmente, el valor en pesos de una obra escultórica se ha elevado a lo largo de los años; pero además el escultor cuenta ahora con una cifra menor en cuanto a sus posibilidades adquisitivas: el busto de Shakespeare, en el Rosedal, hubiera costado, en la década del 20, unos cuatrocientos pesos, en tanto que la obra para el mausoleo al automovilista Juan Gálvez —a cargo de Fioravanti— insumirá un millón y medio. Sin embargo, los honorarios pueden ser todavía jugosos; para el monumento a Lisandro de la Torre —por erigirse en Diagonal Norte y Suipacha— se han destinado 5 millones de pesos, de los cuales sólo tres serán necesarios para cubrir los gastos del escultor que se lo adjudique.
Cuando una estatua ha sido terminada, otros problemas se plantean a los ingenieros o arquitectos, responsables de la instalación. El basamento debe estar apoyado sobre pilotes o losa si el terreno es demasiado blando, para evitar que el paso de toneladas de piedra y bronce produzca hundimientos. En Montevideo, el monumento a Artigas amenazó resquebrajarse debido a insensibles desplazamientos de la base, y hubo que modificar su plano de sustentación. En otros casos, las disímiles respuestas a la temperatura de los materiales utilizados pueden también ocasionar zozobra: el casco de la Minerva del monumento a Avellaneda, fue adosado al cuerpo de la diosa por medio de un perno de bronce, pero meses después se observaron fisuras que obligaron a reemplazarlo por otro de piedra pegada con mástil.
Las preocupaciones del artista no terminan ahí: como los legisladores no son necesariamente peritos en la materia, a veces establecen en la ley una orientación inadecuada para la exhibición de la estatua. "Naturalmente, en el hemisferio Sur los monumentos deben orientarse hacia el Norte —explica Fioravanti—, de lo contrario los detalles se pierden en una sombra continua." El lugar elegido también es fuente de interminables discusiones: el hijo de Nicolás Avellaneda, inundado en llanto, rogó a Fioravanti que aceptara alzar la efigie de su padre en el lugar en que se halla actualmente, para que pudiera ser contemplada por los asistentes al Hipódromo de Palermo. El escultor accedió, pero no sin antes espetar una profecía: "¡Los que van al hipódromo, señor, no tienen interés en contemplar a su padre".
Cerca de un paseo poblado de estatuas —el Parque Tres de Febrero— se encuentra el organismo municipal dedicado a su cuidado e higiene. "Tuvimos que restaurarle la nariz, pero eso no es nada: a Sarmiento hubo que reconstruirle la cabeza" —se lamentó Félix Parapar (45 años, casado, dos hijos), subjefe de la sección Monumentos y Obras de Arte de la Municipalidad. Se refería a una Venus de mármol que había sido agredida por desconocidos, como sucede con frecuencia, según los registros del taller de reparaciones. Un plantel de 30 personas tiene a su cargo el cuidado, reparación y limpieza de las 89 estatuas, 47 grupos escultóricos y 216 monumentos de la ciudad. Además, velan por el fluir incesante de 104 fuentes y son los encargados de realizar emplazamientos y traslados.
En el taller trabajan varios escultores, además del jefe, Páez Torres, realizando los calcos del original o reemplazando partes averiadas a partir de las fotografías que acompañan la ficha de cada estatua. Uno de esos peritos es el escultor italiano Blas Gurrieri (32 años, una hija), que recientemente realizó una hazaña: cuando la visita del Cha Rezah Pahlevi, se le ordenó realizar una reproducción del acceso a una ciudad persa, en la flamante plaza Irán; disponía de tres días para cumplir el trabajo. Gurrieri incluyó también a una leona (símbolo de Imperio Iranio) y alusiones a la habilidad ceramista del pueblo persa, en el tiempo estipulado, y el propio Cha pudo inaugurar la obra.
Un cambio en el trazado de calles puede ser motivo para que un monumento deba ser trasladado a otro lugar. Félix Parapar recuerda el caso de la estatua a la Cordialidad Internacional, mudada desde Plaza Colón hasta el Parque Lezama. El desarme llevó 42 días; las piezas fueron transportadas en camiones y luego rearmadas en otro mes y medio. "Imagínese —enfatiza Parapar—, eran 400 toneladas en total, de las cuales 75 correspondían a las partes de bronce; por supuesto, tomaron todas las precauciones para evitar cualquier deterioro de la pátina."
¿La estatua más antigua de la ciudad subsiste todavía, pero embutida dentro de una nueva construcción; la antigua Pirámide de Mayo, construida en adobe cocido por Francisco Cañete (*), en 1811, se halla en el interior de la nueva, realizada por encargo de Prilidiano Pueyrredón, en 1856, y más tarde trasladada hacia el nuevo centro de la Plaza —modificado por la demolición de la Recova—, hacia 1912. Otro trasladó de importancia fue el del Cid Campeador, que exigió el uso de una grúa del Ministerio de Obras Públicas, de 35 metros de pluma.
Las palomas, el hollín y otros factores antihigiénicos obligan a una periódica limpieza de estatuas y monumentos. "Claro que preferiríamos lavarlas más a menudo", declaró Parapar, debido a que su diezmado equipo se limita a visitas esporádicas. Hace un mes le tocó el turno al Monumento a los Españoles: para despojarlo de toda mácula, se utilizaron compresores de agua y vapor, una escalera mecánica y, encaramados a ella, siete obreros munidos con pinceles empapados en aguarrás.
El fichero de la sección Monumentos incluye el inventario del capital monetario que representan. Sin embargo, la cifra de 47.243.000 pesos palidece sensiblemente cuando se tiene en cuenta que el valor asentado corresponde al del costo original, no actualizado: el monumento a Alvear, del francés Bourdelle, está tasado en los 600 mil pesos que costó en 1926, y el Canto al Trabajo, de Yrurtia, terminado once, años después, en 300 mil.

El purgatorio de bronce
Las tribulaciones finales de cualquier prohombre de piedra o bronce no terminan cuando la orientación de la obra es correcta y la instalación definitiva. La ejecución de tareas en las cercanías puede significar pintura derramada sobre su cuerpo, como sucedió con un busto de Belgrano situado en Retiro: hubo que mandarlo de nuevo a la fundición, porque los intentos de limpiarle la pintura resultaron inútiles. Según una versión de difícil verificación, en 1930 un funcionario designado Inspector de Monumentos, se dedicó a cambiar las colas de varios caballos de bronce: cuando se consiguió, finalmente, detener su obra renovadora, cinco estatuas ecuestres habían sido ya modificadas.
En el Partido de San Martín, adyacente a Buenos Aires, fue el celo de un concejal el responsable de una curiosa violación a los cánones estéticos. Una estatua sanmartiniana había adquirido, con los años, una pátina que la cubría por entero: el funcionario bregó por la restauración del monumento, "que está tan arruinado", y logró que fuertes cepillos de acero quitaran todo verdor al bronce. Después fue plastificado. 

(*) Bajo este nombre en la Guía de Monumentos Nacionales. Según la ficha 71 de la Sección Monumentos, se llama, en cambio, Pedro Vicente Cañete, de profesión Maestro Mayor de Obras.

revista Primera Plana
21 de septiembre de 1965
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pie de fotos
- Yeso del general Fructuoso Rivera
- Subjefe Parapar: "¡Esas palomas!"