El País
Un nuevo Onganía
Hace tres años exactamente, del 20 al 23 de setiembre, durante un episodio de armas que hasta exigió unas líneas conciliatorias de Pablo VI, cierto oscuro oficial de caballería se alistó entre las personalidades políticas más observadas, discutidas y presionadas de la reciente historia argentina. También entre las más enigmáticas y silenciosas. Entonces, una encrucijada nacional —decidir si el país necesitaba una dictadura militar o un nuevo gobierno civil— entronizó a Juan Carlos Onganía, un hijo de la provincia de Buenos Aires, nacido en 1914.

 

 

 

 

 

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Tres años después, una encrucijada continental —decidir la forma en que América debe frenar la irrupción comunista— señala la nueva estatura del actual Comandante en Jefe del Ejército: las múltiples reacciones locales y exteriores, la mayoría de ellas recriminatorias, cuando no iracundas, quizá prueben con claridad que otro Onganía se yergue ahora en el panorama argentino, que su personalidad estará de más en más sometida a consensos sentimentales o políticos.
Sin embargo, como tres años atrás, es difícil penetrar en los planes futuros de Onganía. La semana pasada, cuando Primera Plana le envió diez preguntas relacionadas con la actualidad, esa actualidad de la cual se ha vuelto protagonista imprescindible (no la figura decorativa o meramente conductora que parece representar el Comandante de una Fuerza Armada), el general Onganía se excuso con una lacónica esquela. No contestará de ahora en adelante a ninguna requisitoria periodística. Es un hábito que muchos adjudican a su timidez, a su introversión, crecidas tal vez en las aulas del Colegio Militar donde el cadete Juan Carlos Onganía jamás brilló, aulas donde en cambio ganó la reputación de un soldado disciplinado y paciente, arrojado... Antes que las circunstancias —las circunstancias, no él— lo elevaran al Olimpo político, salvo sus superiores y amigos, nadie sabía de él, de su paso por guarniciones del interior, de su seco trato.
A partir de aquel ascenso público, el pensamiento de Onganía se conoció siempre a través de declaraciones y conferencias, al mismo tiempo que excitaba las especulaciones de los dirigentes políticos, los jefes militares, los periodistas, los corresponsales extranjeros. Precisamente, una declaración lo catapultó al primer plano en 1962; otra, acaba de ponerlo en una suerte de picota latinoamericana.

El combate por la ley
"En las sucesivas crisis militares se ha visto la disciplina relajada a límites que hasta ahora no se habían alcanzado, por actos que configuran delitos." De esta manera, el 16 de agosto de 1962, Onganía calificó ante sus pares el comportamiento de los oficiales colorados que dirigían a las Fuerzas Armadas: señalaba con el índice a los generales Juan Octavio Cornejo Saravia, Secretario de Guerra, al Comandante en Jefe, Juan Carlos Lorio, y a Bernardino Labayru, Jefe del Estado Mayor y los acusaba de mantener un ejército deliberante, el mismo que meses antes había derrocado al presidente constitucional Arturo Frondizi.
Ese día, el 29 de marzo, los partidarios de un régimen militar habían ganado un round —no el primero; quizá el más dramático— pero el goce total del poder les fue hurtado y la habilidad curialesca ubicó en la presidencia al Senador José María Guido. En adelante, algunos militares y muchos políticos llenos de pavor por el ascenso peronista clamaron pidiendo el establecimiento de una dictadura ilustrada. "No se dan las circunstancias para nuevas elecciones: primero es necesario reconstruir, con sólidos cimientos, las bases de la democracia", teorizaba. Pablo González Bergez. "Les cabe a los jefes militares la responsabilidad de continuar la obra iniciada el 29 de marzo", exigió Silvano Santander. Para satisfacerlo, para estrangular lentamente la agonía de José M. Guido, Juan Carlos Poggi debió neutralizar en abril al legalista Enrique Rauch; en agosto, Federico Toranzo Montero avanzó hasta destronar al Secretario Juan B. Loza, pero consiguió algo más: impidió el acceso del prestigioso Eduardo Señorans al estrado de la Secretaría de Guerra e impuso allí a Juan O. Cornejo Saravia.
Las suertes parecían echadas: el fortalecimiento del bastión colorado estaba reclamando una nueva vuelta de tuerca en el ya leonino Estatuto de los Partidos. Entonces, los jefes del Cuerpo de Caballería que habían apurado las declaraciones de Onganía colocaron sus espadas en el pecho de Cornejo Saravia. "Se ha formado un cerco alrededor del Presidente, que socava su autoridad y le quita libertad de acción", acusaron públicamente el 13 de setiembre. El 19, el general Carlos Peralta llevó la inquietud al Secretario: Cornejo no lo recibió, optó por ceder sus manos a la manicura mientras atendía problemas triviales.
Luego, la débacle: Pascual Pistarini y Julio Alsogaray forzaron la entrevista pero fueron relevados de la jefatura del Cuerpo de Caballería y la División Blindada 1, respectivamente. Cornejo intentó hacer lo mismo con el coronel Roberto Arredondo y sancionó con 30 días de arresto al general Alejandro Lanusse. Rápidamente, Onganía constituyó su comando en la guarnición de Campo de Mayo y emitió el Comunicado N* 1: "No se quiere una dictadura militar, reclamamos elecciones y la sustitución del Comandante en Jefe", decía.
Dispuestos a reprimir, los colorados formaron un comando conjunto con la Marina de Guerra; se encontraron con una sorpresa: Gilberto Oliva, Comandante Aéreo de Combate de la Aeronáutica, se negó a participar en él, y el Subsecretario de Guerra, Carlos A. Caro, se plegó a los legalistas.
El asombro que cubrió los tramos posteriores de la acción no sirvió tan sólo para rodear a Juan Carlos Onganía con el entusiasmo de sus colegas: cuando los tanques de Campo de Mayo, en vez de invadir Buenos Aires se acercaron a Florencio Varela —con la cobertura aérea facilitada por la Aeronáutica— para reunirse con el C8, el regimiento blindado de Magdalena que llegaba a colaborar, también los agregados militares extranjeros pudieron cablegrafiar admirados a sus países que una perfecta maniobra de pinzas asfixiaba el potencial colorado, ahora prisionero en Buenos Aires.
Un intento por romper el cerco —a cargo del Regimiento Escuela de Artillería de Mar del Plata, dirigido por el coronel colorado Federico de Lafuente— originó cuarenta minutos de combate, el 20, en Etcheverry, Buenos Aires. La Escuela de Mecánica del Ejército, que se retiraba desde el Puente Pueyrredón, fue cañoneada por los tanques. Las fuerzas coloradas cordobesas (aerotransportadas, irónicamente llegaron hasta Pergamino, en ferrocarril) fueron detenidas por el mayor Alberto Cheretti en General Rodríguez. "No creo en la solución electoral", afirmó ese día el empecinado Federico Toranzo Montero; por la noche, el colorado Regimiento 1 de Infantería fue bombardeado por aviones en el Parque Chacabuco, en plena Capital. A las 21 y 42 los azules llegaban al Parque Lezama.

El peso de las palabras
Entre los devotos subordinados; con que Juan Carlos Onganía cuenta en las Fuerzas Armadas —él es un caudillo militar, por sobre todo— muy pocos aventuran teorías para explicar el carácter paradojal de sus actos. Quienes lo intentan, se empeñan en señalar las contradicciones entre los principios, claros y simples, que lo elevaron a la cúspide de su poder y las circunstancias que van jalonando la ejecución de ellos. Si en 1962 el jefe asumió el compromiso de conducir a la Nación por el camino del comicio, ¿cómo conciliar esa promesa con los caracteres duros, a menudo totalitarios de los sectores peronistas?
La cuestión se planteó a los hombres políticos del sistema posterior a las jornadas de setiembre, pero sigue en pie; los peronistas reclaman al Ejército un cauce amplio para su potencia electoral; los antiperonistas esperan de Onganía que interrumpa el gobierno de Arturo Illia cuando la avalancha peronista desborde. Así, curiosamente, el Comandante en Jefe es, a la vez, el general de la legalidad en ciertos circuios y el salvador golpista en otros.
Desde la Casa Rosada, en 1963 se intentó resolver la charada promoviendo un Frente Nacional y Popular que diluyera la rudeza peronista y articulara su esfuerzo con los de otros sectores de tradición democrática. El 20 de marzo de 1963 las columnas del vespertino aramburista "Correo de la Tarde" publicaron una denuncia de Miguel A. Zavala Ortiz: el Ministro del Interior, Rodolfo Martínez (h), le había ofrecido la candidatura a vicepresidente por el frentismo. Con la denuncia, aparecían a la luz los intentos continuistas y el propósito de dividir a la UCRP: otro pronunciamiento colorado estaba en marcha.
Se desató el 2 de abril de 1963 con los caracteres de un motín aeronaval que abrasó el puerto de Buenos Aires, La Plata, Mar del Plata y Bahía Blanca, ciudades ligadas a bases de la Marina, y en Córdoba, donde la tropa aerotransportada ensayó un conato, de rebeldía. El contraataque no se hizo esperar; esta vez, las tropas del litoral descendieron a custodiar a Campo de Mayo, el nido de las águilas: estas corrieron a auxiliar (General Lanusse) al veterano C8 cuyos, cuarteles de Magdalena fueron destrozados por la aviación naval concentrada en Punta Indio y permanecía aferrado en un bosquecillo próximo. La operación —concebida esta vez por Julio Alsogaray— se completó con un avance masivo que 25 mil hombres iniciaron desde Campo de Mayo, Córdoba y Neuquén hacia Puerto Belgrano, que se rindió el 4 de abril al general Eduardo Luchessi, jefe del V Ejército en operaciones.
"Que no haya dudas —sentenció por esos días el brigadier Eduardo Mac Loughlin—, el retorno del peronismo es imposible": nacía en el comando azul una línea intermedia, dispuesta a conciliar el principio abstracto de la libre expresión electoral con el equilibrio de las fuerzas internas. Algo tan sutil, tan impreciso, por otra parte, que consiguió desarticular al Frente Nacional y Popular: su naufragio ocurrió antes de que llegara la innecesaria proscripción de su candidato a presidente.
Los hechos posteriores parecen demostrar que las Fuerzas Armadas asumieron entonces una misión reguladora en el rescate de la democracia representativa: alguno de sus hombres —el caso del coronel Tomás Sánchez de Bustamante— alertó oficiosamente sobre los peligros que acarrearía el retorno de Juan Perón a la Argentina. De ese modo tranquilizó a los atemorizados antiperonistas, pero sus amigos mantienen contactos permanentes con la fuerza gremial, se ocupan de comprender sus aspiraciones: es la imagen de otro Ejército empeñado en armonizar conflictos y solucionar problemas
desde fuera, la faz de un nuevo Onganía.

El Ejército y la comunidad
Ubicado ante los focos enceguecedores de la televisión, la voz sujeta al viejo tono militar, Juan Carlos Onganía epilogó su viaje por Europa y el Brasil —en una conferencia de prensa que se realizó en la Secretaría de Guerra el 31 de agosto último-— con un pensamiento que desató una orgía de reacciones. Dijo: "Hemos comprobado en España y Brasil, ansiedad coincidente con la nuestra por que los ejércitos tomen los contactos necesarios para resguardar efectivamente, y ante cualquier contingencia, la unidad existente en el espíritu de nuestros pueblos. El Ejército argentino está dispuesto a ese acercamiento mayor, como imperativo de la solidez que merecen los fundamentos de nuestra nacionalidad y al de agrupar fuerzas para oponerse al comunismo. A este enemigo tenaz, fluido, sinuoso, no lo persuadiremos ni retardaremos con el sonido de la retórica que tiene la confesión de los errores cometidos ni con la citación de medidas de enmienda en un utópico clima de convivencia pacífica. La referencia a esta necesidad de la hora, hecha durante mi visita a Brasil, no agregó sugerencias sobre la disolución de la OEA, sobre la creación de fuerzas interamericanas ni sobre la disolución de las fronteras normales en procura de fronteras ideológicas; fue más simple y concreta la sugerencia: unirnos estrechamente en base al conocimiento de cuáles son nuestras intenciones y cuáles nuestros medios para llevarlas a cabo y enfrentar con eficacia al enemigo en la forma y lugar que se presente".
Lo que en un primer momento reseñó como la apreciación estratégica de un problema continental hecha por un oficial superior, pareció luego una boutade del Comandante en Jefe metido a reformar la política externa del país: reaccionaron un comité sabattinista de la seccional 11ª de la UCRP metropolitana y el movimiento juvenil balbinista Agitación y Lucha, pero Zavala Ortiz respaldó a Onganía; recordaba, quizá, que después de todo, el voto argentino apoyó en la Organización de Estados Americanos la creación de una fuerza armada continental. Igualmente, los diputados Enrique de Vedia (DC) y Juan C. Coral (PSA) y el Senador Peronista Ricardo Ovando atacaron la idea. En el extranjero, la Democracia Cristiana de Chile declaró a Onganía persona no grata, poco antes de que el jefe partiese hacia Santiago; el ministro brasileño Arthur Costa e Silva desmintió todo pacto; el Uruguay se sintió más duramente lesionado porque supusieron los medios montevideanos que ante el caos económico reinante en la vecina orilla, la primera intervención de la nueva "Santa Alianza" terminaría con la soberanía del Estado Oriental. Los militares uruguayos anularon un operativo naval conjunto que se iba a realizar con la Flota Argentina y suspendieron conferencias de oficiales argentinos. Por eso el viernes 17, en la tarde, un avión del Ejército salió hacia Montevideo: llevaba una carta que documenta la sorpresa de Onganía por la reacción y le reprocha amigablemente al general Gilberto Pereyra, Inspector General del ejército oriental. Se conocerá esta semana. Quienes buscan explicaciones políticas a las palabras del Comandante en Jefe denuncian que un extraño ataque de megalomanía lo viene dominando en los últimos tiempos: sentiría que la Presidencia viene hacia sí sobre un acuerdo de partidos que se concretaría en 1969. Versiones más coherentes insisten en que:
• El general prepara un golpe con el pretexto de combatir la infiltración comunista: terminaría con Arturo Illia pero también con la posibilidad de que el peronismo conquiste la mayoría parlamentaria en 1967.
• Las declaraciones fueron sugeridas por oficiales decididos a impedir el acceso del peronismo. Como Onganía no estaría decidido, algunos de ellos (se sindica al general Jorge Shaw) le sugirieron la ruta anticomunista: una forma de someterlo a fricciones que exijan su relevo. Estiman que en estas circunstancias Onganía elegiría el camino del golpe para retener su poder.
• El pensamiento de Juan Carlos Onganía fue magnificado por los antiguos colorados, restos que suelen adornar los comités de la UCRP; la reacción uruguaya habría sido, por ejemplo, alentada por Carlos Perette. Objeto: inducir a Illia para que se desprenda de tan molesto vigía.
Curiosamente, Onganía es el mismo oficial que devolvió al Ejército un sabor profesional, se preocupó por inyectarle nuevos medios de guerra (esta actitud, que lo liga a la ayuda estadounidense, da para que se lo acuse de adicto al Pentágono). La reestructuración que él puso en marcha —el traslado de guarniciones hacia las fronteras del país permitió que algunos políticos lo acusaran en 1964 de facilitar el arribo de Juan Perón— sirvió para devolver al Ejercito su calidad de primera fuerza, estratégica, subordinándole el valor táctico de la Marina y la Aeronáutica.

Otras dos paradojas
Un profesor de la Escuela de Guerra. —que pidió reserva para su nombre— sugirió la semana pasada que, precisamente, es la inscripción de Onganía en su misión profesional lo que te lleva a buscar fuera de las fronteras argentinas nuevas funciones para el Ejército, una justificación de su razón de ser: la lucha contra el comunismo.
Con tres focos subversivos enclavados sobre los Andes (en Perú, Colombia y Guatemala) y el ejemplo activo de Cuba, la hora de las definiciones —según la misma fuente— ha sonado para los militares americanos: o extinguen en su origen las llamas de la rebelión y contribuyen, en la paz, a dominar la crisis de estructura económica, o se convierten en guardias pretorianas y escapan de la historia.
En general, las explicaciones tentativas suelen reflejar los deseos y las opiniones de quienes las emiten antes que el propósito de los dirigentes. Con todo, nunca olvidan los militares que la Revolución Americana se inició con un baño de sangre, en Haití, en 1807, cuando Alexandre Petión inauguró la primera república latina. En adelante, el esfuerzo de los Libertadores recondujo el proceso por las vías moderadas (Bolívar fue ayudado por Petión) en la rígida espina dorsal de los ejércitos.
Los mismos ejércitos que una y otra vez —con resultados trágicos en algunas oportunidades— tornan a ocupar la escena nativa cuando el poder civil vacila y la nación se aproxima al caos: la crisis, el hambre, el comunismo.
Que en América Latina los cambios se dan desde las Fuerzas Armadas o luchando junto a ellas es algo que seguramente comprendió él peronismo hace quince días, cuando su bloque parlamentario nacional se resistió a atacar a Juan Carlos Onganía. Necesariamente, debe entenderlo así Arturo Illia si su propósito real es el que le atribuye su partido: silenciar, en una atmósfera de paz, los odios que hasta hace poco dividieron al pueblo argentino.
Quizá sea esta condición —la necesidad que tienen los peronistas del Ejército para completar su vigencia, los apremios de Arturo Illia por retener a la Nación en un clima de paz— la tercera paradoja que adorna ahora al general Juan Carlos Onganía.
Primera Plana
21 de septiembre de 1965
Vamos al revistero



pie de imágenes
- los dos Onganía: el estratego azul (1962) y el estratego latinoamericano (1965)
- setiembre 62, Primera victoria
- dibujo de Flax:
Balbín:¡Arturo, no puedo creer que seas tan insensato!¿Y si se llega a caer?
Illia: Eso no va a suceder, dejame jugar un rato
-hace tres años: la acción de pinzas que reveló a Onganía