El derrumbe de la familia negra

 

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En el sórdido suburbio de Watts una pústula dentro de la brillante ciudad de Los Ángeles, todavía están frescas la huellas de los sangrientos tumultos que conmovieron al mundo entre el 11 y el 18 de agosto: comercios saqueados e incendiados, casas deterioradas, escombros, y la dura mirada de los habitantes. El gobierno, los líderes de la comunidad negra, los expertos sociales y la prensa, compiten en la búsqueda de causas para esos motines, en el rastreo de la realidad.
Pero la sedición de Watts puede explicarse a través de un informe especial del Departamento de Trabajo de USA, que circula desde hace cuatro meses en las altas esferas. La primera frase del documento parece, ahora, algo más que una profecía: "Los Estados Unidos —expresa— se acercan a una nueva crisis en las relaciones raciales". Damos, a continuación, un resumen de ese crítico texto, según apareció en Newsweek.
El Departamento del Trabajo, para el cual "la cruel verdad es que como grupo, en nuestros días, los negros no son iguales a la mayoría de los grupos con los que compite", cree que la raíz del conflicto está en la dividida familia negra. Es una debilidad nacida con la esclavitud, formada por un siglo de miseria y prejuicio, y arrastrada a una desagradable madurez en días ociosos y noches violentas de la posguerra.
"Tres siglos de malos tratos, algunos de ellos inimaginables, cobraron su tributo al pueblo negro." "La evidencia —no definitiva, pero poderosamente persuasiva— es que la familia negra, en los ghettos suburbanos, se desmorona. El estrato medio escapa, de algún modo, a esta clasificación, pero la clase ciudadana trabajadora, poco hábil y de escasa educación, está al borde de desintegrarse."
He aquí la bomba de tiempo que late en el mismo corazón del "más peligroso problema social de los Estados Unidos": el ciclo de pobreza y frustración en los centros negros de las grandes ciudades norteamericanas. Si ese ciclo no se rompe, advierte el informe, "no habrá paz social en los Estados Unidos durante generaciones".
Al cotejar datos fragmentarios de censos, el documento cataloga los penosos síntomas:
• Casi un cuarto (22,9 por ciento) de las mujeres negras casadas, que viven en ciudades, están hoy separadas, divorciadas o abandonadas por sus maridos. El promedio blanco alcanza sólo al 7,9 por ciento.
• Como resultados inmediatos, una familia negra de cada cuatro carece de padre —más del doble del total entre los blancos—, y el caso se agrava en lugar de mejorar. De hecho, actualmente, más de la mitad de los jóvenes de color, vivieron, por lo menos parte de su existencia, en hogares destrozados, antes de llegar a los 18 años de edad. 
• Casi un cuarto de los niños negros nacidos ahora son ilegítimos. Desde 1940 a 1963, el promedio blanco de ilegitimidad saltó de 2 a 3,07 por ciento en el total de nacimientos; el negro, pasó de 16,8 a 23,6 por ciento. Estos promedios se elevan en las grandes ciudades, y alcanzan niveles aterradores en ghettos populosos y cerrados como Harlem (Nueva York), donde el 43,4 por ciento de los chicos nacidos en 1963 fueron hijos ilegítimos.
• Las rupturas matrimoniales y los nacimientos ilegítimos marcan, entre los negros, un "asombroso aumento de la dependencia para obtener bienestar". La Ayuda para Niños Dependientes (ADC) comenzó en 1935 como un programa destinado a aliviar la situación de las viudas y los huérfanos; en estos momentos, esa ayuda se destina a las familias abandonadas por los jefes. Más del 50 por ciento de los niños negros subsisten gracias a los fondos de la ADC, en algún momento de su infancia, comparados con el 8 por ciento de los niños blancos.
• Un incremento demográfico en los ghettos concluyó por empeorarlo todo. Cebado en la ilegitimidad, el promedio de nacimientos de los negros es un 40 por ciento mayor que el de los blancos. Esto significa que los negros, el 10 por ciento de la población de USA en la década del 50, llegarán a constituir el 12,5 por ciento hacia 1972. Otras estimaciones sugieren que, como los blancos se desplazan a los suburbios, los negros serán mayoría en 1990 en siete de las diez grandes ciudades norteamericanas: Washington, Chicago, Detroit, Filadelfia, Baltimore, Saint Louis, Cleveland. El boom, es mayor en las más bajas capas económico-sociales; las parejas negras de clase media tienen menos hijos que sus equivalentes blancas.

Historia del naufragio
El problema de la familia negra no es una novedad para los expertos sociales. Pero su propia intimidad lo excluyó del diálogo público en la lucha por los derechos civiles: cala demasiado hondo en los prejuicios del blanco y en la sensibilidad del negro. Está más allá del poder correctivo de las leyes y, por lo tanto, mucha legislación económica no se detuvo a contemplarlo. 
Un funcionario del gobierno describe así la situación: "Actuamos tradicionalmente, como si los negros fuesen blancos. Y no lo son. Hasta ahora, creamos iguales derechos e iguales oportunidades, convencidos de que los negros podrían desembarazarse de su pasado de opresión y sacar provecho de él. Olvidamos que para buscar las soluciones es necesario primero conocer los problemas".
Es lo que trataron de hacer los redactores del informe, entre quienes se cuenta Daniel P. Moynihan, candidato a titular del Concejo Deliberante de Nueva York. Y Lyndon Johnson pretende convertir esa reseña de rémoras y conflictos, en la base de futuras acciones oficiales. Ya en junio pasado, al hablar en la Universidad de Howard, anunció planes para una conferencia racial en la Casa Blanca. Apoyándose en el informe del Departamento de Trabajo, calificó a la legislación sobre derechos civiles como "el fin del comienzo" y colocó entre los temas de absoluta prioridad de su agenda "el derrumbe deja familia negra", cuya responsabilidad, dijo, debe aceptar la comunidad blanca de los Estados Unidos.
Nadie sino la comunidad blanca parece culpable de las heridas de hoy.
Los esclavistas comenzaron el proceso negando a los negros el sacramento del matrimonio y separando a los miembros de la familia en los remates. Después de la Guerra Civil (1861-65), el sur —donde hasta 1940 aún vivían los tres cuartos de toda la población negra— se erigió en el baluarte de las leyes para mantener al negro —en especial al hombre— en "su lugar".
Castigada ya por la historia, la familia negra era frágil en los comienzos de la gran Diáspora negra en las ciudades del norte y del oeste, en las décadas del 40 y del 50. Y para los negros sureños —analfabetos e inhábiles— la ciudad llegó a ser, en la desesperanzada opinión del intelectual de color E. Franklin Frazier, "el Antro de la Destrucción".
El negro llegó a la ciudad para trabajar en las fábricas y encontró, en vez de eso, "catastróficos" promedios de desempleo que han persistido —así lo destaca el informe—: en la floreciente década del 60. En 1963, por ejemplo, el promedio de desempleo no-blanco de 10,9 por ciento doblaba el de 5,1 para los blancos; y las estadísticas generales tienden a establecer el hecho de que un tercio de los hombres negros estuvieron desocupados en algún momento del año, la mitad de ellos durante quince semanas o más.
Las mujeres negras, como resultado de esta situación, se encuentran forzadas a trabajar, suplantando al marido en su papel de cabeza de familia. El padre permanece como un dependiente inoperante o vagabundea, quizá, en los pocos lugares donde un hombre destruido puede defender su virilidad: en el dormitorio o en la calle. De cualquier manera, él representa para sus hijos el prototipo de la futilidad, la alienación y la desesperanza.
La disciplina familiar se rompe; también el comportamiento. Los estudios citados en el informe sugieren, marcadamente, que los hijos de hogares quebrados tienen coeficientes de inteligencia más bajos, se atrasan en la escuela más a menudo, la abandonan más pronto y cometen más crímenes que los niños crecidos en hogares estables. El problema se agudiza en los ghettos sectarios; en el centro de Harlem, donde la mitad de los chicos menores de 18 años vive en hogares destrozados, el coeficiente medio de inteligencia desciende de 90,6 en tercer grado a 86,3 en sexto, y aumenta ligeramente después.
En las familias matriarcales comunes de los arrabales, donde las madres tienden a favorecer a las hijas, los muchachos son los más castigados. A los 16 ó 17 años, casi el 40 por ciento de los jóvenes no-blancos se atrasa en la escuela un año o dos, comparado con el 27,2 por ciento de las chicas. En verdad, sólo en los últimos meses el número de muchachos negros, en los colegios, superó al de las adolescentes. El matriarcado se mantiene a sí mismo, la mujer joven mejor educada reclama una parte desproporcionada del prestigio en trabajos profesionales.
Así, el negro desemboca en la madurez con un aplastante peso extra unido al prejuicio del color. No sólo el color, sino sus propias dudas e impotencias lo enclaustran en el ghetto, donde la tasa de desempleo entre los adolescentes alcanza un abrumador 29 por ciento; donde las cifras de la violencia y el crimen, que tanto alarman a los blancos, son casi siempre agresiones de un negro prisionero contra otro; donde la alienación es tan profunda que miles de negros, desubicados simplemente, desaparecen o no figuran cuando el censor pasa.
A pesar de todo, una clase media en aumento —quizá la mitad de la comunidad negra— se las arregla milagrosamente para escapar de esta maraña. "No obstante, dice el informe, la otra mitad se halla en circunstancias de desesperado deterioro", y el golfo que la separa de la corriente de prosperidad norteamericana, blanca y negra, se torna cada vez más ancho.

Más allá de las leyes
¿Qué puede hacerse para atacar este cáncer? Los blancos comúnmente, y los negros ocasionalmente, abogan por medidas de "ayuda a uno mismo", que resultaron efectivas en otras minorías norteamericanas. En enero de 1965 Roy Wilkins, uno de los más prestigiosos líderes negros, propuso el establecimiento de una red de "clínicas de ciudadanía" para tratar los problemas de la inestabilidad familiar, "en franca y auxiliar evaluación, sin disculpas mutuas". También Whitney M. Young Jr. pide una "revolución de excelencia", que combine esfuerzos internos y externos destinados principalmente a respaldar la actuación de sus hermanos, los hombres negros.
Lo cierto es que no existen contestaciones fáciles o poco costosas. Mientras el informe no propone nada más que una amplia declaración política y encarece al gobierno la lucha contra el estigma, sus descubrimientos sugieren que el trabajo es la parte principal de esta solución. Los totales de ilegitimidad siguen muy de cerca a los niveles de desempleo, y cualquier aumento sólido de la desocupación es continuado, por lo general un año más tarde, por un alza similar en las estadísticas de rupturas familiares. Hay aún algunos alarmantes signos de que la relación causa-y-efecto, engañosamente sencilla, entre estabilidad laboral y familiar está en vías de disolución. Hasta 1962, la cantidad anual de nuevos casos que debía atender el ADC seguía de cerca las oscilaciones del mercado laboral. Desde entonces, el promedio de desocupación baja sin pausas, y los casos del ADC se incrementaron abruptamente. La conclusión: la desintegración de la familia negra puede haber caído en un círculo vicioso que se sustenta a sí mismo.
Si es así, no serán suficientes los remedios económicos convencionales. En el polo opuesto de los líderes negros radicales, Young —la voz de la moderada Liga Urbana Nacional— pide un ingreso garantido por el gobierno de no menos de 3.000 dólares anuales per capita ( Es el ingreso promedio de los norteamericanos, que ninguna otra nación alcanza y que supera en 500 dólares al del segundo país más rico, Canadá) un Cuerpo Nacional de Trabajo para hacerse cargo del "inmenso" programa de obras públicas, una ley nacional para el mejoramiento de la vivienda y un masivo "plan Marshall doméstico" que abarque desde la educación escolar y los dramas del empleo hasta la vivienda, salud y bienestar. Lo que resulte de estas proposiciones lo marcará el Poder Ejecutivo, cuyas recientes respuestas van más allá de la aproximación de derechos y oportunidades del pasado.
El único camino acertado, ahora, es el estudio en profundidad; los funcionarios de la Casa Blanca supervisan ya a los científicos sociales y a los líderes negros, en busca de ideas renovadoras. Y se espera que la próxima conferencia convocada por el Presidente (para los meses del próximo otoño) producirá aún más. "Tratamos de explorar nuevas rutas", explica un asesor de Johnson. Y la mayor de las incertidumbres es si sé logrará un consenso general para la acción, más allá de las leyes. Porque hasta ahora, éstas han encontrado tanto beneplácito —entre sus destinatarios— como reacción: en 1964, la Ley de Derechos Civiles, una idea de Kennedy aprobada en el Congreso gracias al esfuerzo de Johnson, fue seguida en el sur por violentos desmanes. Los tumultos de Watts coincidieron con la proclamación de la Ley del Voto, que demolió uno de los bastiones de la segregación.
Los programas para estabilizar a la familia negra "serían un nuevo punto de partida para la política nacional", asegura el informe. "Un dificultoso punto de partida —añade—. Pero ofrece la única posibilidad de resolver, en nuestros días, lo que después de todo es el problema social más antiguo, intransigente y peligroso de USA Lo que el sociólogo y economista Gunnar Myrudal apuntó en un dilema norteamericano es verdad hoy: «Los Estados Unidos tienen la libertad suficiente para decidir si el negro será su rémora o su gran oportunidad».

PRIMERA PLANA
7 de setiembre de 1965