Vinicius
el poeta que se bebe la vida
por Mario Mactas
Fotos Ricardo Alfieri

 

 

 

 

 

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EX DIPLOMÁTICO, ABOGADO, MÚSICO, UNO DE LOS MAYORES POETAS DE AMERICA, EL BRASILEÑO VINICIUS DE MORAES CONMOVIÓ PUNTA DEL ESTE CON SU PRESENCIA, SU VOZ, SUS PALABRAS, SU GARGANTA ÁSPERA, SU MUNDO INTERIOR TORMENTOSO Y TIERNO. EN LA CASAPUEBLO, "GENTE" CHARLO CON EL Y VIO UN RECITAL OFRECIDO "PARA TODOS LOS QUE QUIERAN VERME ".
"Va está acercándose el crepúsculo a la Casapueblo, esa delicia de helado y lava creada constantemente por Carlos Páez Vilaró, habitada por él, sus amigos, pescadores, artesanos, adolescentes doradas que pintan, llevan baldes, preparan comida, descansan apoyando la cabeza contra estatuas de madera.
Abajo, muy cerca del olor y el sonido del mar, precisamente al lado de ese cañón que duerme con la boca hacia el agua, está Vinicius. Son las cuatro de la "tarde y acaba de despertar, la noche anterior los ojos de todos los que se agruparon en la Fusa para escucharlo se abrieron, se cerraron, respiraron al compás de los movimientos de su alma, terminaron queriéndolo, conmoviéndose, transformándose.
Ninguno era, a las tres de la mañana, el mismo que había entrado en el lugar que lo recibe todos , los días, que lo oye hablar y cantar mientras camina la magia por la guitarra de Dori Caymmi o surge de golpe, caliente, la voz de la bahiana María Creuza. Dentro de una hora Vinicius se instalará en el borde de la pileta de Casapueblo y dejará que lo empape la belleza, para expresarla. "Quiero cantar también aquí — ha dicho— para que vengan los chicos, los que escapan de la noche, todos".
Tiene puesta una remera clara y vieja, usa bermudas, está descalzo. El pelo es blanco y largo sobre la nuca. Bebe gin puro.
—Estoy muy bien, ¿sabes? Pero me miman mucho, demasiado. Me corrompen tantos mimos, me ablandan.
Se ríe con el vaso en alto en la casa blanca, sin puertas, con agujeros que recortan el mar más quieto del mundo. Hay una mujer de pelo rojo ofreciéndole un cigarrillo. El no sabe cómo se llama, claro, pero coloca uno de sus brazos sobre los hombros y le sonríe, quizá paternalmente, quizá no. Un poco más de gin, las piernas suavemente torcidas estirándose sobre la cama.
—¿Sabes qué soy? Un buda de bermudas, eso soy. Todo el día en silencio, contemplativo. He vuelto a sentirme un niño en esta casa. Por todo, por Carlitos Páez Vilaró. Por Silvina Muñiz y Coco Pérez —la gente que me trajo—, por ese público hirviente de todas las noches.
"...Había rantifusas/ bolitas cachusas./ Y había caracolas/ aún llenas de olas./ Que ponía en su oído/ con aire entendido./ Corchos y cohetes/ y armas de juguete." De ese modo era Vinicius chico, de ese modo debe recordarse.
—Estoy un poco nervioso, hoy. Hace muy pocas horas algún enfermo hizo correr la noticia de mi muerte y fueron muchos los que sufrieron por eso. Pensé en mi mujer llorando. La sexta, sí. Se llama Jessie Infante de Deus y es india. Yo no puedo vivir solo, ¿lo sabías? Es muy importante despertarse con una mujer al lado. Dormir solo es casi un crimen. ¿Tomas algo?
Detrás de su cabeza hay máscaras de madera, Vinicius girará para mirarlas sin hablar, volverá a llenar su vaso incansable. Estará muy pálido. "No amo mucho el sol. No me obligues a fotografiarme con ese sinvergüenza quemándome, por favor. Sí, estoy escribiendo algo. Termino mi último libro de poemas. Se llamará "El debe y el haber". Un balance, ¿entiendes? Pongo mi vida en dos platos y veo cuál se inclina antes" "¿Qué predomina?" "El debe, por supuesto. No te quepa ninguna duda." "¿Qué debes?" "Amor, montones de amor. Miro a todos, los que cantan mis canciones, los que vienen a oírme y entienden, las mujeres que amé, la que amo, pienso en las que amaré, en los que no me conocen y me quieren. Debo amor." "Hay tiempo para pagarlo." "No, no queda mucho tiempo. No creo que viva muchos años más. Uno se quema, se traga la vida como si fuera gin y eso cansa". "Hablame de Jessie. ¿Cómo es?" "Qué sé yo. Es de fuego, honda, un animal tierno. Seguramente la conozco de alguna otra vida. Ella me protege contra todos los males, como este collar que tengo en el cuello o estos anillos con formas de víbora, de duendes. No creo en Dios pero sí en mi collar, en mis anillos. Cada vez más. Son parientes del misterio".
Cuando el sol se pone, Vinicius está triste. A los cincuenta y cinco años, atravesado sin descanso por la poesía y la pasión que lo conduce a mil cigarrillos, a Jessie, a la noche de cualquier parte, al samba, a la tarea de derribar botellas en silencio, a recordar bruscamente a Pedro, a Susana, a Georgiana, a Luciana —"las rimas son accidentales"—, sus hijos, parece encontrarse a cada rato con la tristeza. Se le instala en el cuello, en el aire que le envuelve la cara. Probablemente sea una explicación, la misma que puede aparecer en la música cuando su voz cuenta que "es preferible ser alegre/ que ser triste", porque "la alegría es la mejor cosa que existe,/ pero para hacer un samba con belleza es preciso un pedazo de tristeza."
—Mañana llega mi mujer. No lo cuentes, pero la extraño mucho. ¿Quieres que te diga algo? Hay que ser hombre de una sola mujer por vez, una sola. De ese modo se le puede dar todo el amor posible y se siente la libertad aunque parezca que sucede todo lo contrario. No hay que olvidar eso.
Alguien le dirá que ha llegado la hora de cantar de espaldas al atardecer. "Ya voy. Dile a la gente que ya voy, que me esperen solamente un minuto. Tengo ganas de cantar y de contar. Un minuto, nada más. Es muy extraño lo que ha sucedido conmigo, incomprensible". "¿Qué?" "Que haya sido diplomático mucho tiempo y no haya aprendido la perfección para relacionarme con todos. He permanecido imperfecto. Que haya estudiado en un colegio jesuita y no me haya transformado en un espíritu religioso. Que haya encontrado el sentido de muchas cosas en 1952, cuando conocí a Antonio Carlos Jobin. Era pianista en una boite y estaba inventando nada menos que la bossa nova. Hicimos muchas canciones".
A través de las canciones, el poeta que ahora comienza a caminar hacia los que lo esperan se introdujo en la garganta, en los pies, en la melancolía del pueblo. "Chega de saudade", "Garota de Ipanema". Todos las cantaron, las cantan.
Dori Caymmi puntea la guitarra. María Creuza entona y los que miran cantan, sin darse cuenta, con ella. Vinicius se emociona cuando el viento se lleva los aplausos.
—Quiero cantarles el "samba de la bendición", aquel que ustedes habrán oído en "Un hombre y una mujer".
No solamente quiere cantarlo. Además, quiere que la mano que aprieta un vaso se mueva bendiciendo. "Bendigo a Antonio Carlos Jobin, bendigo a Badén Powell, bendigo a Edu Lobo, bendigo a Páez Vilaró, bendigo a ustedes".
Sigue la música, sigue Vinicius. "La vida es el arte de encontrarse. Es bueno para mí saber que en alguna parte, siempre, me espera una mujer con las manos llenas de encanto y de perdón."
A medianoche, todavía viendo los rostros lejanos de los que ovacionaron su canto y su nostalgia en Casapueblo, Vinicius se sentará en la barra de La Fusa para continuar desgajando dolorosamente sus mares de adentro y entregarlos a los demás. Habrá cambiado el gin por el whisky, estarán más chicos sus ojos, miopes y tristes. Mirará largo a alguna muchacha mientras cante, se convencerá como todos los días que es inevitable y necesaria su tristeza. Como si se tratara de hacer un samba con belleza. El secreto, desde luego, está en sus propias ternuras, en las palabras que escribió alguna vez y que quedan para hacerlo transparente. Es probable que se las repita en voz muy baja:
"Por supuesto que es lindo vivir/ y la alegría la única emoción indecible./ Por supuesto que te encuentro preciosa./ Y en ti bendigo el amor de las cosas simples./ Por supuesto que te amo./ Y que tengo todo para ser feliz.../ pero ocurre que estoy triste..."
Revista Gente y la actualidad
05/03/1970
Vamos al revistero




junto a María Creuza