KENNEDY
La encrucijada de Vietnam

Por Theodore C. Sorensen

 

 

 

 

 

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EL compromiso norteamericano de asistir y defender la integridad de Vietnam del Sur data de 1954. Ese año, el Acuerdo de Ginebra dividió la antigua península Indochina; en Vietnam, el Paralelo 17º cortó el territorio en una zona comunista y otra no comunista. Ambos bandos anunciaron —aunque nadie esperó que se realizaran— elecciones para la reunificación del país.
La nueva república de Vietnam del Sur, tratando de construir una nación sobre las ruinas de casi un siglo de régimen colonial, ocupación japonesa y guerra con Francia, enfrentó dificultades que parecían insuperables. Con la mayoría de la población y la industria en el Norte, sin funcionarios, entrenados o de renombre, con el 80 por ciento de sus habitantes instalados en regiones campestres, virtualmente inaccesibles e ingobernables, con un millón de refugiados hambrientos que huían de la represión comunista hacia el Sur, sólo cabía vaticinar un colapso inminente.
Los comunistas, en su avance rumbo al Norte, después de la Conferencia de Ginebra, dejaron atrás cuadros militares y armas para aprovechar aquel colapso. Sin embargo, la ayuda norteamericana, la energía vietnamita y el talento vigorosamente administrativo del Presidente Ngo Dinh Diem previnieron el desastre y, de hecho, produjeron más progresos económicos y educacionales que en el Norte.
Lamentablemente, Diem purgó toda oposición política y ésta fue la causa de que numerosos disidentes pasaran a la guerrilla, se exilaran o radicaran entre los comunistas, y de que los propios comunistas locales apoyaran a los tradicionales enemigos del Vietnam, los chinos.
Durante los primeros años posteriores a la Conferencia de Ginebra, el líder norvietnamita Ho Chi Minh se dedicó a consolidar su posición. Pero mientras su economía fracasaba, comparada con la de Vietnam del Sur; mientras la represión política ordenada por el Presidente Diem calentaba el agua en la que habrían de nadar los peces de la guerrilla; mientras la militancia de China Continental ganaba ascendencia en Vietnam del Norte, la "lucha por la liberación nacional", como la llamaba Ho ("para liberar al Sur de la atroz dominación de los imperialistas norteamericanos y sus secuaces"), comenzó seriamente; en 1957 cundieron los asesinatos; en 1958 creció la infiltración de rebeldes survietnamitas; en 1959 se anunció una planificada "campaña de liberación"; en diciembre de 1960, en fin, se formó el Frente Nacional de Liberación de Vietnam del Sur, el Vietcong.
En 1961, al asumir Kennedy, no había aún suficientes evidencias de que las fuerzas antigubernistas de Vietnam del Sur fueran criaturas del Norte comunista. Pero era razonable y claro que muchos de ellos eran entrenados en el Norte, armados y abastecidos por el Norte, e infiltrados a través de los corredores laosianos, de la frontera densamente boscosa y también por mar. Ho les proporcionaba respaldo, cerebros y un grado considerable de coordinación.
A principios de 1961, estas guerrillas del Vietcong sangraban hasta la muerte al Vietnam del Sur, destruían sus deseos de resistir, carcomían su fe en el futuro, paralizaban sus progresos mediante el terror sistemático contra el ya limitado número de funcionarios locales, maestros, trabajadores sociales, agentes agrícolas, policía rural, sacerdotes, dignatarios y hasta pobladores comunes que se negaban a cooperar con ellos. La Administración Eisenhower (al crearse la Organización del Tratado del Sudeste Asiático, SEATO; en mensajes al Presidente Diem; al comentar el Acuerdo de Ginebra) prometió en 1954 y 1957 ayudar a resistir cualquier "agresión o subversión que amenace la independencia política de la República de Vietnam del Sur".
La asistencia militar tanto como la económica había comenzado en 1954. Los Estados Unidos, ese año, trasladaron la frontera contra el avance comunista al límite mismo de Vietnam del Sur. Que hubiera o no sido más prudente trasladarla a un área menos inestable e indefendible, lo cierto es que en enero de 1961 el caso de Vietnam era un compromiso que el Presidente Kennedy pensó que no podía desechar sin consecuencias indeseables para Asia y el mundo.
Acababa de heredar, además, un conflicto en crecimiento, y una política exterior que identificaba a los Estados Unidos en Asia, con dictadores, intrigas de espionaje y una poderosa respuesta militar a la revolución. Bajo Kennedy, el compromiso de Vietnam del Sur no sólo fue cumplido sino fortalecido por una vasta acumulación de esfuerzos. La principal responsabilidad por esa acumulación no pertenece a Kennedy sino a los comunistas: sus afanes por lograr la hegemonía del país empezaron a fines de la década del 50.
En tal sentido, Eisenhower, Ho Chi Minh y Ngo Dinh Diem contribuyeron a dar forma a las decisiones de Kennedy sobre Vietnam. Esas decisiones, que se revisan aquí de acuerdo con la situación de entonces, y sin enjuiciar los hechos subsiguientes, pueden resumirse así; fortificar nuestro compromiso y mantenerlo limitado.
Kennedy no permitió que la guerra escalonada se transformara en guerra total; y tampoco negoció la seguridad de Vietnam del Sur en la mesa de conferencias, a pesar de que fue presionado en los dos casos por quienes estaban impacientes por ganar o retirarse. Su estrategia consistió en evitar el "escalonamiento" y la retirada o una salida restringida por estas dos posibilidades. Mientras tanto, buscó ganar tiempo: tiempo para que los programas de los gobiernos survietnamita y norteamericano resultaran más atrayentes y eficaces; tiempo para erigir una capacidad antiguerrillera suficiente como para convencer a los comunistas de que no podrían adueñarse del país. No dudaba de que la situación iba a convertirse en un intervalo largo, frustrante y amargo. Y de que, finalmente, sería imprescindible un acuerdo.
Los norvietnamitas y los chinos no mostraban interés en otros tratados justos y valederos que ellos no dictaran. Tampoco lo mostrarían —Kennedy estaba convencido— hasta que fueran persuadidos de que continuar la agresión sería estéril. Cualquier otro arreglo serviría meramente como una ratificación de los beneficios de la agresión y como una máscara para el retiro norteamericano.
Haría dudar al mundo acerca de la manera en que los Estados Unidos cumplen sus compromisos y alentaría a los comunistas a repetir las mismas tácticas contra los "tigres de papel" norteamericanos en Tailandia, Malasia y todo el continente asiático. Así, Kennedy o alguno de sus sucesores se verían enfrentados con las soluciones que él confiaba en evitar: retiro o guerra total.
Casi inmediatamente después de asumir la Presidencia, Kennedy creó una comisión integrada por los Departamentos de Estado y Defensa, las Agencias Central de Inteligencia (CIA) y de Informaciones (USIA) y la Casa Blanca, para preparar recomendaciones detalladas sobre Vietnam. Esas recomendaciones fueron consideradas a fines de abril y principios de mayo de 1961, junto con las apreciaciones del Estado Mayor Combinado de las Fuerzas Armadas sobre intervención en Laos. Ambos informes, de hecho, se parecían, y estaban relacionados el uno con el otro; los dos pedían la presencia de tropas regulares norteamericanas en Vietnam.
El Presidente, con su escepticismo ahondado por la experiencia cubana de Bahía de Cochinos, quiso una vez más, disponer de más interrogantes contestados y más alternativas ofrecidas. Las propuestas militares para Vietnam, dijo, se basaban sobre presunciones y predicciones que no podían ser verificadas: ayuda de Laos y Camboya para frenar la infiltración desde Vietnam del Norte; pactos con Diem para reorganizar su Ejército y su Gobierno; más respaldo popular al régimen de Saigón en la campaña; supresión de las rutas de abastecimiento de la guerrilla comunista.
Tras las discusiones, quedó aprobado un plan más restringido. El pequeño contingente de consejeros militares norteamericanos en Vietnam fue triplicado con oficiales asignados a los batallones y regimientos: su misión era la de asesorar en los combates, instruir y cooperar en acciones de guerra clásica o no convencional. También se incrementó el apoyo logístico de los Estados Unidos.
Pero a lo largo de 1961, la situación en Vietnam del Sur continuó deteriorándose. Al concluir octubre, una nueva misión de alto nivel, encabezada por el general Maxwell Taylor y Walter Rostow, visitó Vietnam con el fin de preparar informes para un más importante análisis presidencial de los hechos.
Las nuevas recomendaciones proponían una serie de actitudes de los gobiernos survietnamita y norteamericano. La más difícil era —otra vez— la sugerencia de enviar tropas regulares de USA. Las presiones ejercidas sobre el Presidente, para que despachara esos soldados, alcanzaron su punto máximo. Todos los consultores de Kennedy estaban en favor de ese paso, al que llamaban "la piedra de toque" de nuestra buena fe, un símbolo de nuestra determinación. Pero el Presidente votó en contra, y sólo su voto, contaba.
De modo típicamente kennedyano obstaculizó a los abogados de la intervención que, en privado, lo acusaban de debilidad: ordenó a las autoridades militares estar alertas para el envío de efectivos regulares, por si las circunstancias lo exigían. Amplió el personal de la misión de asistencia militar en Vietnam (2.000 a fines de 1961; 15.500 a fines de 1963) remitiendo unidades menores) equipos aéreos y helicópteros, más consejeros militares e instructores, así como 600 miembros de las Fuerzas Especiales para entrenar a los survietnamitas en las tácticas antiguerrilleras.
Kennedy reconoció con mayor claridad que la mayoría de sus asesores, que la acción bélica, por sí sola, no bastaría para salvar al Vietnam. Pero su voluntad por mantener nuestro propio rol militar alejado de nuestros objetivos políticos fue dañado por la inhabilidad del Departamento de Estado para competir con el Pentágono.
El informe de la comisión antes citada, en la primavera de 1961, por ejemplo, se había centralizado casi enteramente sobre el campo militar. Un plan económico de cinco años, "un plan de largo alcance para el desarrollo económico del sudeste asiático sobre una base regional", una apelación diplomática a las Naciones Unidas y otras ideas misceláneas fueron incorporadas de una manera muy vaga e imprecisa para agradar al Presidente.
No hubo, en cambio, una definición concreta del esfuerzo civil esencial para el éxito del esfuerzo militar; tampoco lo hubo en los meses y años que siguieron. De hecho, el descuidado aspecto civil había comenzado ya a dañar el aspecto militar, y en 1963 estos inconvenientes se harían evidentes.
El informe de Taylor, en 1961, había puesto en guardia a Kennedy —y Kennedy cortésmente había advertido a Diem— que las personas que rondaban el palacio presidencial de Saigón eran, a menudo, corrompidas y ambiciosas, que el Ejército de Diem estaba debilitado por la política y las preferencias, que su tratamiento hacia los opositores políticos había asfixiado al nacionalismo del país y que la propia falta de popularidad de Diem mellaba los aprestos y ofensivas contra el Vietcong.
Si eternamente sospechoso y testarudo Diem había prometido reformas; sin embargo, eran pocas las que estaban en marcha. Mientras el Presidente Diem se distanciaba más y más de su pueblo, su gobierno era dominado, cada vez más, por un hombre en creciente desequilibrio, el hermano del Presidenta, Ngo Dinh Nhu.
El católico Diem, su hermano y la esposa de su hermano —la filosa Madame Nhu— fueron acusados de persecución religiosa por poderosos líderes budistas, muchos de los cuales, por razones políticas, alentaban pequeñas instancias de discriminación personal hasta transformarlas en crisis nacionales.
En las postrimerías del verano de 1963, Kennedy se mostraba más preocupado. En una larga carta a Diem, el Presidente repasó con franqueza las confusas relaciones entre los dos gobiernos. Algunos de los métodos usados por miembros de su gobierno, escribió a Diem, pueden hacer imposible el mantenimiento del apoyo público en Vietnam para la lucha contra los comunistas.
Al mismo tiempo —setiembre de 1963— fue sorprendentemente cándido en dos entrevistas de televisión. Kennedy estuvo de acuerdo con un periodista en que nos habíamos encerrado en una política de la cual era difícil desviarse. Y le dijo a otro que estábamos tratando de usar nuestra influencia para persuadir al gobierno de Diem de que tomara los pasos necesarios para ganar el apoyo popular, aunque "no podemos esperar que estos países hagan todo de la manera en que nosotros queremos". Estas declaraciones publicas fueron una excepción. Las presiones privadas, no.
Un cable controversial despachado durante el último fin de semana del Presidente (en agosto de 1963) había ido mucho más allá que sus declaraciones públicas: indicaba que los Estados Unidos no obstruirían el camino de ninguna revuelta militar espontánea contra Diem. (Los críticos de este cable supusieron que un mensaje de Kennedy podría iniciar o detener la creciente marea de descontento entre los oficiales del Ejército survietnamita.) De cualquier forma, ningún golpe de Estado siguió al telegrama.
Aunque Kennedy dudada cada vez más de que la guerra pudiese ser ganada por Diem, hacia quien sentía una considerable admiración personal, aceptó, no obstante, el hecho de que los Estados Unidos no debían derrocarlo y tendrían que hacer todo lo posible para que continuara en el poder. Su esperanza: cambiar los métodos y el régimen de Diem, no quitarlo del medio. No obstante, Kennedy tampoco preconizaba que USA desbaratase ningún movimiento local, en tanto Diem rehusara trabajar con nosotros.
Tomó medidas para reducir cualquier ayuda económica que no estuviera directamente vinculada con el frente de batalla, incluyendo los fondos para las Fuerzas Especiales de Nhu, que eran usadas, entre otras cosas, para defender el palacio. Y reforzó la autoridad del nuevo Embajador, Henry Cabot Lodge, quien era, de todos los funcionarios de Estado, Defensa y CIA radicados en Saigón, quien menos simpatía demostraba por su familia. Lodge urgió el despido de los Nhu y el fin de las acciones arbitrarias por parte del gobierno.
Pero estos pedidos fueron vanos. El único miembro de la familia Nhu que salió fue Madame Nhu, quien —para gran molestia del Embajador— recorrió los Estados Unidos desatando ataques vitriólicos contra la política de Kennedy. Los consejeros internacionales del Presidente se hallaban divididos —más hondamente divididos que en cualquier decisión previa— respecto de la situación interna de Saigón.
Los funcionarios del Departamento de Estado informaron que el alboroto político habla interferido seriamente con el trajín bélico fuera de Saigón, y que uno de los golpes de los que se rumoreaba casi semanalmente tendría éxito si nos manteníamos alejados.
Los militares y la CIA, por otra parte, hablaban confiadamente de la prosecución de la guerra y del liderazgo de Diem, y cuestionaban la posibilidad de encontrar algún dirigente igualmente capacitado, que gozara de la confianza del pueblo y continuara la guerra con el mismo vigor.
Hubo amargas disputas, a menudo con cada bando, tratando de lograr la anuencia del Presidente en ausencia del otro. Como resultado, las recomendaciones a Kennedy diferían en lo concerniente a la marcha y las condiciones de nuestra ayuda y los cambios que deberían ser introducidos en el régimen de Diem.
Kennedy previo que tomar cualquiera de los dos atajos, seguir respaldando a Diem o interferir en sus asuntos internos, entrañaría una pérdida de prestigio norteamericano entre la mayoría de los vietnamitas. A través de una serie de encuentros (y misiones en Saigón), en setiembre y octubre, el Presidente buscó que su gobierno no dependiera únicamente de Diem, sin causar la derrota de Vietnam del Sur ni profundizar las diferencias de sus propios colaboradores. Era una tarea compleja, delicada.
El 1º de noviembre de 1963, mientras la corrupción, el desorden y la represión aumentaban en Vietnam del Sur, un nuevo intento de los militares vietnamitas por derribar a Diem logró triunfar. No recibió ayuda de los Estados Unidos, ni los Estados Unidos hicieron nada por prevenirlo o vencerlo.
Los anteriores complots y futuros golpes de Estado llegaron, regularmente, a oídos norteamericanos; ni la medida ni la escala del que derrocó a Diem fueron conocidos por los Estados Unidos o por Kennedy, ya que él ordenó previamente, la salida de Lodge de Saigón y su presentación en Washington.
Los generales se apoderaron del gobierno y asesinaron a Diem y a Nhu, quien rechazó el ofrecimiento de asilo de la Embajada de USA. La muerte de Diem conmovió a Kennedy; a pesar de sus deficiencias como gobernante, había dedicado su vida a Vietnam. El Presidente observó que los peores enemigos de Diem, los comunistas, no habían llegado tan lejos como los militares de Saigón. Era obvio que en noviembre de 1983 no se previese el fin de la guerra.
Kennedy, aunque ansioso por aclarar que nuestro objetivo último era desembarazarnos del problema de Vietnam, dudó siempre de los informes optimistas sobre los progresos de la lucha, que archivaban los jefes castrenses. Sabía que los comunistas, sin dificultades, iban a reclutar guerrillas suficientes para prolongar la contienda durante años. Esa contienda —pensó— podría convertirse en él más severo test de entereza y paciencia para USA.
En noviembre de 1963, con pocas fuerzas norteamericanas y ninguna división de combate, Kennedy estaba simplemente preparado para capear el temporal, una maraña desagradable y confusa para la cual no había, entonces, otra solución aceptable.
7 de diciembre de 1965 
Primera Plana
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